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Esvásticas, racismo y nalgas desnudas: los Juegos Olímpicos de 1936
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Esvásticas, racismo y nalgas desnudas: los Juegos Olímpicos de 1936

En agosto de 1936 la documentalista germana Leni Riefenstahl filmó los Juegos Olímpicos de Berlín, donde la Alemania nazi buscó demostrar su poderío físico arrasando en el medallero

Foto: Fotograma de 'Olympia', de la directora Leni Riefenstahl
Fotograma de 'Olympia', de la directora Leni Riefenstahl

Visto desde la distancia que dan 80 años, parece una premonición. Una cámara que se desliza entre las ruinas de la Acrópolis de Atenas. Todo restos. El cadáver de un imperio de más de 13 siglos, destruido, condensado en los despojos de las columnas dóricas, de las estatuas desfiguradas, de los brazos y los torsos antiguamente apolíneos que, en una alegoría visual, se encadenan con el cuerpo atlético de un deportista alemán. Es agosto de 1936 y Berlín acoge unos Juegos Olímpicos en los que intenta demostrar al mundo que la Alemania nazi es una nación de paz. Que el deporte sirve para unir -unir... anexionar...¡qué más daba! Era una cuestión de matices- países y pueblos. Que Alemania recuperará el esplendor de la Antigua Grecia, que será el nuevo imperio de occidente. Lo que desconoce el Tercer Reich es que está más cerca de la necrópolis que del monte Olimpo.

Lo que desconoce el Tercer Reich es que está más cerca de la necrópolis que del monte Olimpo.

Ocho décadas después de las primeras olimpiadas retransmitidas de la historia, captadas por la cámara de una de las directoras más importantes de la historia del cine, Leni Riefenstahl, en un documental imprescindible llamado 'Olympia', que marcó un antes y un después en la técnica de rodar películas. Más de tres cuartos de siglo desde en momento en el que al rey Humberto II de Italia o al director del Comité Olímpico en la época, Henry de Baillety-Latour no les entraba urticaria al ser vistos departiendo con el Führer; un tiempo cuando levantaba la mano hasta el apuntador: riadas de deportistas, a paso marcial -da igual franceses, japoneses, húngaros o indios- todos saludan al canciller brazo en alto. Y Riefenstahl, la actriz alemana reconvertida en documentarista estará allí para captar tantas ansias de paz y de hermanamiento del gobierno alemán.

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'Olympia', el festival de las naciones (Primera parte)

Debido a la habitual anticipación a la hora de elegir ciudad para los Juegos, Berlín había conseguido la organización de las olimpiadas años antes de que Hitler llegase al poder. El Führer se lo tomó como una herramienta de marketing -el gran punto fuerte del nazismo- con la que poder enseñar al mundo la calidad del género germano, que coronó el medallero a bastante distancia del segundo país -Estados Unidos- y el tercero - Hungría-.

"Hitler dio órdenes para que todo se hiciese para dar la impresión de una Alemania pacífica de cara a los visitantes. Él mismo siguió las competiciones de atletismo con mucho entusiasmo", contaba Albert Speer, el arquitecto del Reich. "Cada una de las victorias alemanas le hacían feliz, pero le molestaba mucho la serie de triunfos del maravilloso atleta americano de color Jesse Owens. Gente cuyos antecedentes provenían de la selva y que eran primitivos, decía Hitler; sus cuerpos eran más fuertes que el de los blancos civilizados. Representaban una competición injusta y debían ser excluidos de los siguientes juegos, según él".

"Cada una de las victorias alemanas le hacían feliz, pero le molestaba mucho la serie de triunfos del maravilloso atleta americano de color Jesse Owens"

Sin embargo, ante la posibilidad de que el Comité Olímpico desechase a última hora la capitalidad del deporte a cargo de Berlín, el régimen nazi se puso la piel de cordero y el canciller Hitler sonrió, se dio golpes de pecho y comentó a ratos sobrio, a ratos exaltado el resultado de las pruebas. "Proclamo las Olimpiadas de Berlín, las undécimas de la edad moderna, abiertas", alentaba Hitler, ante la aprobación atronadora de un Estadio Olímpico de Berlín abarrotado.

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En el desfile, las delegaciones parecen compuestas más por soldados que por deportistas. Al paso del equipo austríaco, el público germano estalla en vítores, puesto que el pueblo de Austria es hermano de un mismo futuro pangermánico -aparte del país de origen del canciller-, y una de las obsesiones que desarrolla de forma más recurrente el líder de Braunau am Inn en su libro 'Mein Kampf'. Pero cuando el estadio -y los brazos- se vienen del todo arriba es al paso de la delegación alemana, bandera con esvástica en ristre y pulcro uniforme blanco inmaculado. Algunos, incluso, con el traje de servicio de las SS.

La 'Olympia' de Riefenstahl

Si bien es verdad que los Juegos de Berlín no fueron normales -serían los últimos celebrados hasta Londres 1948 por culpa de la Segunda Guerra Mundial- y también que Riefenstahl se movía en el círculo íntimo de los popes del NSDAP, el documental de la directora alemana carga con una leyenda fácilmente sostenible si no se ha visto la película, menos obvia cuando se visionan las tres horas y media que dura la suma de las dos partes: 'Olympia: el festival de las naciones' y 'Olympia: el festival de la belleza'.

'Olympia: el festival de la belleza'

Porque una vez que se disecciona el filme, es dífícil no ver que las aspiraciones de la directora, en este caso, eran mucho más estéticas que propagandistas. ¿Es una película racista? No, es una película nacida en un contexto racista. Pero desde los primeros planos -en los que Riefenstahl se revela como la hija bastarda del Man Ray del contraluz, las sombras y la construcción de un surrealismo a base de piel, y un proto Mapplethorpe con una mirada infinitamente más asexuada- se hace patente la vocación artística de 'Olympia'.

La cámara de Riefenstahl baila junto a la piel, junto al músculo, persiguiendo los cuerpos esculturales de los deportistas, que son quienes realmente aspiran al Olimpo. Hombres con taparrabos haciendo apología de la belleza, del culto al cuerpo, de la masculinidad, lanzando discos, jabalinas y pesos, mostrando las nalgas y los pectorales. Mujeres jóvenes desnudas -entre las que se encuentra la propia Riefenstahl- en un panegírico de la elasticidad, el encanto y la turgencia de la carne joven.

Mujeres jóvenes desnudas -entre las que se encuentra la propia Riefenstahl- en un panegírico de la elasticidad, el encanto y la turgencia de la carne joven

Riefenstahl ensalza con los contrapicados bajo un cielo divino a los atletas alemanes. Pero también recorre los músculos de las piernas, las nalgas y los brazos de Jesse Owens, el atleta negro que se erigió como la gran estrella de la velocidad y el salto de longitud. Owens gana y Riefenstahl le filma sonriendo. El público aplaude. Cánticos de "U.S.A., U.S.A.". La directora admira su potencia, sus formas. Y lo filma también en contrapicado, ensalzándolo contra el cielo, como un dios. Sin olvidar otro momento de ironía, en el que uno de los primeros atletas alemanes del documental, de apellido Reich -sí, como el Tercer Reich- cae eliminado con una de las peores puntuaciones del lanzamiento de disco.

Ya desde el principio, la cineasta plantea un intertítulo en el que dedica 'Olympia' "en honor y gloria de la juventud del mundo", un 'leitmotiv' en el que incidirá cuando una campana con una 'Reichsadler' -el águila propia de la iconografía nazi- "toque a misa" dentro del estadio, y aparezca junto a ella la inscripción "Yo llamo a los jóvenes del mundo". Riefenstahl explora el lenguaje cinematográfico: la cámara lenta, los encuadres aberrados, los 'travellings' e incluso los espectaculares planos aéreos para ensalzar a los deportistas, los verdaderos héroes.

Los planos de Hitler y de su camarilla quedan disueltos frente a la cantidad de metraje de las pruebas deportivas y, sobre todo, a la exploración del lenguaje simbólico en los planos más oníricos. La realizadora busca que la piel y la grandeza de la carne esforzada se paseen delante de la lente: el músculo telúrico a la conquista del Olimpo, una mirada muy alejada de 'La victoria de la fe' (1933) y 'El triunfo de la voluntad' (1934), trabajos mucho más cuestionables en el plano moral.

Ocho décadas después de que la audaz Riefenstahl -que murió en 2003, como la directora en activo más longeva, con 101 años- se inventase un nuevo lenguaje para rodar los eventos deportivos, todavía se usa su técnica de grabación en las retransmisiones actuales -como la de los Juegos Olímpicos de Río-. En 2002 estrenó su último documental, 'Impresiones bajo el agua', en la que ya centenaria, se enfunda un traje de buzo, coge una cámara y se lanza en busca de la belleza, esta vez, submarina.

Visto desde la distancia que dan 80 años, parece una premonición. Una cámara que se desliza entre las ruinas de la Acrópolis de Atenas. Todo restos. El cadáver de un imperio de más de 13 siglos, destruido, condensado en los despojos de las columnas dóricas, de las estatuas desfiguradas, de los brazos y los torsos antiguamente apolíneos que, en una alegoría visual, se encadenan con el cuerpo atlético de un deportista alemán. Es agosto de 1936 y Berlín acoge unos Juegos Olímpicos en los que intenta demostrar al mundo que la Alemania nazi es una nación de paz. Que el deporte sirve para unir -unir... anexionar...¡qué más daba! Era una cuestión de matices- países y pueblos. Que Alemania recuperará el esplendor de la Antigua Grecia, que será el nuevo imperio de occidente. Lo que desconoce el Tercer Reich es que está más cerca de la necrópolis que del monte Olimpo.

Documental Juegos Olímpicos Hitler Berlín
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