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Asesinatos al azar: la clave de la ola de crímenes terrorífica y sin sentido de EEUU
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Asesinatos al azar: la clave de la ola de crímenes terrorífica y sin sentido de EEUU

Desde mediados de diciembre, la policía de la Gran Manzana ha recibido 21 denuncias de apuñalamientos, la mayor parte de ellos producidos en los andenes del metro

Foto: El crimen no suele quedar impune, a pesar de la deformación de la realidad que experimentan muchos asesinos. (iStock)
El crimen no suele quedar impune, a pesar de la deformación de la realidad que experimentan muchos asesinos. (iStock)

La noche del 16 de diciembre de 2015, dos personas fueron acuchilladas en Manhattan. Una de ellas era un taxista de 45 años, que vio rebanado su rostro desde la oreja hasta la boca. El otro era un joven de 22 años que deambulaba borracho por el Distrito Financiero, y que tras pelear con otro varón, recibió una cuchillada, tal y como informaba 'The New York Post'. Un mes más tarde, Anthony Christopher-Smith mostraba a 'The New York Daily' su nueva cicatriz que, ¿adivinan?, trazaba una línea oblicua desde la comisura de su boca hasta la oreja derecha. El afroamericano había sido atacado a plena luz del día en el East Village.

“Tenía un cuchillo en su mano, y simplemente atacó”, explicaba la víctima. “Fue completamente al azar”. Las fotografías captadas por la cámara de seguridad mostraban a un hombre blanco, con un gorro cubriendo la cabeza, como el culpable de la agresión. Pero desde luego que no se trataba de Leolyn Rowe, el hombre que un mes antes había rebanado el rostro del taxista, y que fue detenido esa misma noche. Muy probablemente tampoco se trataba de Kari Bazemore, que el 6 de enero acuchilló la cara de Amanda Lynn Morris en el barrio de Chelsea. Como cuenta la agredida, el hombre de 41 años simplemente caminaba a su lado cuando, de repente, sacó un cuchillo y cortó su cara de arriba abajo. Quizá tampoco sea el mismo agresor de Paula de los Santos, que fue acuchillada el pasado 12 de febrero por un “latino que llevaba un gorro de lana”.

Vídeo del acuchillamiento de Amanda Lynn Morris.

La ola de ataques no se limita a un puñado de casos. Como explica un reportaje publicado en 'New York Magazine', desde mediados de diciembre, cuando los medios de comunicación recogieron por primera vez la historia del taxista, la policía de la Gran Manzana ha recibido 21 denuncias de apuñalamientos, la mayor parte de ellos producidos en los andenes de las estaciones de metro (comparados con los tres que tuvieron lugar en el mismo período del año anterior).

Alguien que perpetra un crimen por imitación puede tomar prestado cualquier elemento del original, ya sea la motivación o la técnica

Demasiados casos para tratarse de una casualidad, o al menos eso parece. La policía de Nueva York no lo tiene tan claro, y para evitar que reine el pánico entre los usuarios del suburbano o que una ciudad tan proclive a los temores sin rostro –recordemos al Hijo de Sam– reviva miedos pasados, ha señalado que no es para tanto. Bill Bratton, inspector de policía, aclaró que se ha dado demasiada cancha a dichos casos, así como que no se trata de un asunto de bandas, que “no hay ningún patrón” y que, por lo general, estos ataques se han producido en peleas. Entonces, ¿por qué tantas personas han sido acuchilladas en la cara durante los últimos dos meses?

El atractivo de ser famoso

El pasado sábado, Jason Dalton, un conductor de Uber, abrió fuego en diversas localizaciones y asesinó a seis personas en Kalamazoo (Michigan), a más de 1.100 kilómetros de Nueva York. Se trataba de un pistolero solitario, cuyo comportamiento no atendía a ningún móvil claro (venganza, robo, etc.) ni a ningún patrón (los asesinados eran personas de todas las edades y razas). Sin embargo, su historia, junto a la de los acuchillados de Nueva York, nos dice mucho de cómo funciona la mente de los criminales. Especialmente en un país en el que, como ocurre con EEUU, mueren 12.000 personas al año por arma de fuego.

Muy probablemente se trate de agresiones por imitación, o utilizando la palabra que se emplea en inglés, de 'copycat crimes'. Como explica 'New York Magazine', el término fue empleado por primera vez en los años 60 en un artículo de 'The New York Times' que exploraba el comportamiento imitativo de muchos criminales, y en los que el papel de los medios de comunicación es de radical importancia. “Para que un crimen sea considerado 'copycat', debe basarse en otro crimen previo que haya aparecido en los medios de comunicación”, indica el artículo. “Alguien que perpetra un crimen 'copycat' puede tomar prestado cualquier elemento del original, ya sea la motivación o la técnica o el escenario o la ruta de escape”. Con un problema añadido: esta imitación no tiene por qué darse ni en un lugar cercano ni en un momento próximo del tiempo. En otras palabras, alguien que se sienta fascinado por Jack el Destripador puede terminar replicando sus crímenes en cualquier momento, en cualquier lugar.

Como aseguran Angela Zhuo y Ray Surette, dos profesores especializados en criminología, es muy probable que los asaltos en Nueva York sean otro crimen imitativo más, debido a su “alta frecuencia”. Lo cual implica que la responsabilidad recae, en un alto grado, en los medios de comunicación que han difundido las noticias… y, especialmente, en la manera de hacerlo. “Los criminales imitativos ansían atención, por eso están interesados en imitar crímenes que han sido sensacionalizados”, explica Zhuo. “Para un pequeño grupo de gente, la atención negativa es tan gratificante como la positiva”. Términos como “acuchilló”, “salió disparado”, “volvió a atacar” convierten los lamentables crímenes en pequeñas películas de ficción en las que el criminal desempeña el papel protagonista.

Un contagio ¿sin fin?

La mentalidad del 'copycat' ha sido empleada también para explicar otros crímenes, como los tiroteos en masa que ocasionalmente se producen en EEUU, y que nada sorprendentemente suelen sucederse en breves períodos de tiempo (ocurre algo similar con los suicidios y el supuesto “efecto contagio” que provoca informar de ellos en la prensa) antes de caer en un relativo olvido. Un reportaje publicado en octubre del pasado año en 'Mother Jones' señalaba de qué manera los medios de comunicación de masas son una gran inspiración para los asesinos en masa.

Estos criminales están motivados por un deseo de tener mala reputación o recibir atención, o simplemente por hacer daño a alguien

“Los potenciales atacantes emulan con frecuencia la masacre de Columbine”, señalaba en el reportaje su autor, Mark Follman. “Un agente de la ley de un alto nivel me dijo que se ha encontrado a docenas de estudiantes en todo el país que dicen admirar a los asesinos”. Algunos de ellos ni siquiera habían nacido cuando los crímenes tuvieron lugar en 1999. En su investigación, el periodista se topó con hasta 74 crímenes cuyos perpetradores habían reconocido admirar a los asesinos de Columbine. Un trágico tiroteo que no sólo fue tristemente célebre por lo elevado de la cifra de muertos –15, así como 24 heridos–, sino porque hizo saltar a la fama a Eric Harris y Dylan Klebold.

Ahí se encuentra la clave de estos actos de violencia sin sentido: en reclamar por la fuerza los 15 minutos de fama que a todos nos corresponden, pero también en que perdedores patológicos se sientan durante unos instantes como los protagonistas de una película de acción o un 'psycho-killer' carismático, esa figura que desde la irrupción de Hannibal Lecter tan atractiva ha resultado para el gran público. Como señala Surette, estos criminales “están motivados por un deseo de tener mala reputación o recibir atención, o simplemente por el deseo de hacer daño a alguien, y la cobertura les da un modelo, una técnica y un conjunto de localizaciones en las que hacerlo”.

La noche del 16 de diciembre de 2015, dos personas fueron acuchilladas en Manhattan. Una de ellas era un taxista de 45 años, que vio rebanado su rostro desde la oreja hasta la boca. El otro era un joven de 22 años que deambulaba borracho por el Distrito Financiero, y que tras pelear con otro varón, recibió una cuchillada, tal y como informaba 'The New York Post'. Un mes más tarde, Anthony Christopher-Smith mostraba a 'The New York Daily' su nueva cicatriz que, ¿adivinan?, trazaba una línea oblicua desde la comisura de su boca hasta la oreja derecha. El afroamericano había sido atacado a plena luz del día en el East Village.

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