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Más contagios pero sin ingresos y muertes: es hora de cambiar cómo se mide la pandemia
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"La situación no es preocupante"

Más contagios pero sin ingresos y muertes: es hora de cambiar cómo se mide la pandemia

Las pequeñas cadenas de transmisión del covid dejan paso de nuevo a grandes eventos de supercontagio provocados por la relajación de las medidas y la mayor interacción social de jóvenes no vacunados

Foto: Dos jóvenes que permanecen en aislamiento en el hotel Palma Bellver de Palma. (EFE)
Dos jóvenes que permanecen en aislamiento en el hotel Palma Bellver de Palma. (EFE)

La pandemia ya no es como la conocíamos. Por una parte, las vacunas lo han cambiado todo: con la población de más edad protegida, se han reducido drásticamente las muertes, los ingresos en UCI y las hospitalizaciones. Por otro, las restricciones se han levantado y los jóvenes sin vacunar multiplican sus interacciones sociales. El resultado es que los contagios se han disparado entre los menores de 40 años y volvemos a la misma situación que en ocasiones pasadas en términos de rastreo: es materialmente imposible cazar casos. Sin embargo, pese a lo llamativo de las cifras, la realidad es que un megabrote como el de Mallorca, que hace un año hubiera desatado una nueva oleada de contagios a nivel nacional y más restricciones, ahora se debe contar de forma radicalmente diferente.

Lo sucedido con el macrobrote de los viajes de fin de curso a Mallorca es uno de los sucesos que explica que la incidencia acumulada haya subido hasta los 106,8 casos de coronavirus por 100.000 habitantes a 14 días y que sea especialmente elevada en algunos tramos de edad (251 entre 20 y 29 años, 243 entre los 12 y los 19 y 143 entre 30 y 39 años). De hecho, algunos expertos piensan que estas cifras no se correspondan con la realidad.

Foto: Foto: EFE.

“Las incidencias tienen que ser más altas que las que estamos detectando, seguro que hay montones de casos que se nos están escapando”, afirma en declaraciones a Teknautas Salvador Peiró, especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública de la Fundación para el Fomento de la Investigación Sanitaria y Biomédica (Fisabio) y asesor de la Comunidad Valenciana.

Los epidemiólogos esperaban un “crecimiento lento” tras la retirada del estado de alarma y las medidas duras, como el toque de queda. Daban por supuesto que habría poca hospitalización y más casos en jóvenes, tal y como está pasando. Sin embargo, el fin de curso ha hecho que el salto haya sido “espectacular” y “no ha sido solo lo de Mallorca, es en todas partes”.

Sin embargo, la otra cara de la moneda también importa. Y ahora, con el 36% de la población vacunada con pauta completa, aún más. La tasa de letalidad en España durante el último año entre adolescentes y veinteañeros se sitúa en el 0,05%. Dicho de otra manera: de los 1.167 positivos confirmados en el megabrote mallorquín, el número de personas que fallecerían es (0,58) cercano a cero. Por otro lado, casi el 50% de la población entre 60 y 69 años están vacunados con pauta completa, un porcentaje que sube al 96% entre los 70 y 79 y al 100% en los mayores de 80. La probabilidad de que los megabrotes de supuestos jóvenes irresponsables desate una reacción en cadena como hace un año es ahora muchísimo más reducida.

placeholder Varios de los jóvenes que permanecen en aislamiento en el hotel Palma Bellver de Palma. (EFE)
Varios de los jóvenes que permanecen en aislamiento en el hotel Palma Bellver de Palma. (EFE)

Ante este nuevo escenario, algunos expertos plantean posibles cambios. La relación entre la incidencia y la hospitalización ha quedado completamente rota. Eso no quiere decir que no haya que tenerla en cuenta, pero cada vez más expertos creen que se debería comenzar a medir, gestionar y comunicar la pandemia de forma muy diferente.

“Una incidencia muy grande facilita que haya más virus circulando y que se genere alguna variante. Al final, con dos dosis de vacuna se controlan todas las nuevas variantes, pero todo lo que sea que el virus se transmita es mala noticia”, comenta el epidemiólogo Ignacio Rosell, uno de los asesores técnicos de la Junta de Castilla y León. De todos modos, “el principal indicador de esta pandemia ha sido, es y será la ocupación hospitalaria”, señala Adrián Hugo Aginagalde Llorente, director del Observatorio de Salud Pública de Cantabria, “lo que nos importa es el número de camas ocupadas”. Por eso, señala que es hora de comenzar a darle más relevancia a otro tipo de indicadores, al menos, a la hora de comunicar la situación.

Vuelven los problemas con el rastreo

Pese a que la situación es radicalmente diferente hoy respecto a hace un año, el rastreo de contactos se ha vuelto a complicar. Una situación como la de Mallorca no es especialmente difícil de trazar, porque son viajes organizados con sus respectivos listados de alumnos, pero en el día a día la localización de contactos se ha hecho más compleja. “Ahora es mucho más difícil, a veces intentan eludir el rastreo”, comenta Peiró. Entre la gente joven la sensación de peligro se ha disipado, una vez que sus padres y abuelos están vacunados; por el mismo motivo, tratan de evitar estropearle las vacaciones a sus contactos; y, además, sienten el estigma de la culpabilización. “Tienen la sensación de que, si se han contagiado, es porque han hecho algo mal”, asegura.

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Foto: Reuters.

Llorente explica la situación con datos. Los rastreadores de la comunidad cántabra localizaban 5,4 contactos por cada caso en mayo y ahora han subido a 7, pero esa media oculta un hecho más significativo: “O tenemos muchos contactos o una ausencia total de ellos”, afirma. Esta última opción indicaría que los infectados no están diciendo la verdad.

Los rastreadores pasan un cuestionario sobre los lugares visitados en días previos y el número de personas que han estado en establecimientos de hostelería y ocio se ha disparado en las últimas semanas, pero también el porcentaje de infectados que dice no haber estado en ninguna parte: ni bares ni restaurantes ni gimnasios ni otros domicilios ni eventos de ningún tipo. En concreto, “yo he investigado dos casos de la variante delta que han respondido que no a todo, y eso solo se puede achacar a una falta de colaboración, porque es materialmente imposible que hayan tenido una ausencia de actividad total”.

En cualquier caso, el rejuvenecimiento de la edad de los casos se ha acentuado en las últimas semanas. En Cantabria, que ha experimentado varios brotes importantes antes de que se conocieran los de Mallorca, la media de edad de los nuevos contagios se ha situado por debajo de los 30 años. De hecho, en momentos puntuales hasta un 60% tenían 17 y 18 años según el Observatorio de Salud Pública. El fin de los exámenes y, en particular, la prueba de acceso a la Universidad (EBAU) ha tenido mucho que ver con este dato. La parte positiva es que antes el 12% de los diagnosticados acababa en el hospital y esa cifra se ha reducido ahora al 5%.

"No estamos en una mala situación"

“Hay que tener en cuenta que hasta ahora los jóvenes casi estaban autoconfinados, porque estaban estudiando”, apunta Rosell. Por eso, su impacto repentino en las cifras es comprensible, sobre todo porque “son la gente que más interacciona” y estamos en la época más propicia para ello, el verano. En su opinión, la situación es llamativa, precisamente, por el contraste que existe entre el incremento de contagios y la desocupación de las UCI, pero no es preocupante comparada con otros momentos de la pandemia.

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Foto: EFE.

“Parece que estamos viendo la luz al final del túnel y ocurren estas cosas, pero, por muy trabajoso que sea, estudiar los contagios ahora no tiene nada que ver con una situación de transmisión comunitaria descontrolada”, destaca. En febrero, uno de cada 1.000 habitantes de Castilla y León estaba ingresado en el hospital con covid, ya que "había 2.400 y somos 2,4 millones". “Es una barbaridad. Ahora apenas tenemos 100, 24 veces menos. Por supuesto que esto no ha terminado y hay que tener prudencia, pero desde luego no estamos en una mala situación”, afirma.

Otro gran cambio en estas últimas semanas es la forma de contagio. “Tenemos una serie de eventos superdiseminadores de tamaño descomunal”, asegura el director del Observatorio de Salud Pública de Cantabria. Hasta ahora, con medidas como el toque de queda este tipo de transmisión ligada sobre todo a la hostelería o el ocio nocturno era imposible. “Había cadenas de transmisión que se iban concatenando. De una comida surgía un caso y de ese, otro en un lugar de trabajo. Ahora esos contagios han perdido mucho peso, nos encontramos con eventos que superan los 100 casos, con más de 1.000 contactos. Así, la investigación resulta especialmente dificultosa”, asegura Llorente.

No solo porque la gente oculte información, sino porque “se suelen necesitar cinco días para desarrollar síntomas, que además en la gente joven son muy leves. Hasta que tienen fiebre, no acuden al médico. Si la exposición se produce el fin de semana, no llegan al centro de salud hasta el jueves o el viernes, la prueba de la PCR se obtiene el viernes o el sábado y, al final, son rastreados más de una semana después”. Así, la capacidad de actuación es muy limitada, sobre todo porque los locales no suelen tener los listados de clientes y el volumen de gente es desbordante.

El foco, otra vez en la Atención Primaria

En estas circunstancias, el peso de todo vuelve a recaer en la Atención Primaria. Aunque en realidad “siempre lo ha tenido”, opina el médico de familia Vicente Baos, especialista en Salud Pública, porque “solo el 15% de los casos ingresan, son la punta del iceberg, así que el 85% pasa por los centros de salud”. A partir de un contagio, “surgen tres o cuatro más, pero esto requiere testar a 15”, explica. Con un tipo de paciente más joven, la probabilidad de ingreso es menor, así que aun tendrán más trabajo con respecto al total de casos diagnosticados.

Baos cree que la labor de rastreo sigue siendo muy mejorable. “Si no hay brotes en el transporte público, es porque no hay ningún sistema capaz de detectarlos. No hay un rastreo más allá de la familia o del trabajo y a veces se duplica el trabajo de seguimiento clínico que hacemos nosotros”, lamenta. Por eso, si los jóvenes tienen interacciones sociales mucho más amplias, las posibilidades de que el rastreo fracase se multiplican. ¿La solución es reforzar la Atención Primaria? “Esa alternativa ni está ni se la espera”, reconoce.

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Foto: EFE.

En la Comunidad Valenciana, conscientes de lo que podía venir, han tratado de mantener los equipos de rastreo a pesar de que la incidencia haya caído en picado. De los 3.000 que llegó a haber en los peores momento de la pandemia, aún se mantienen unos 2.000. Mientras la vacunación se va completando, la estrategia está clara: “Ventilación de interiores, rastreo y aislamiento”, receta Peiró. De hecho, aprovechando que había menos casos en el cómputo general, la labor de rastreo se ha intensificado en las últimas semanas. “Antes se buscaban los contactos hasta 48 horas antes y ahora hasta nueve días. La idea es trazar mucho mejor los brotes, pero hay muchos casos que no llegas a detectar”, asegura.

En su opinión, a pesar de que el final de la pandemia parezca más cercano, este trabajo sigue siendo esencial. “Aislar cada caso es importante, no olvidemos que uno de los chicos de Mallorca está en la UCI y que también tenemos el covid persistente”, comenta. “Más de la mitad de las personas de entre 60 y 69 años están con una sola dosis de AstraZeneca y eso es un riesgo”, apunta Baos.

Por si fuera poco, estos brotes “tienen un impacto económico importante en términos de turismo”, recuerda el experto de Fisabio, y puede obligar a frenar la desescalada. No obstante, hay que ser consciente de que a estas alturas “la relajación de medidas es brutal y socialmente es muy aceptada, sobre todo en edades más jóvenes, así que las medidas más restrictivas ya no van a tener soporte”.

¿Y ahora qué?

En la práctica, ¿cambiará algo de aquí al final de la pandemia? El director del observatorio cántabro distingue entre los tres aspectos clave del rastreo: vigilancia, prevención y control. “La parte de vigilancia se seguirá haciendo. Es una enfermedad de declaración obligatoria. En la gripe, no se hace sobre la población total, sino sobre una muestra, porque seguir de forma individualizada una infección respiratoria aguda exige muchísimos esfuerzos, así que se selecciona una muestra y luego los casos graves”, explica.

Sin embargo, es más probable que la parte de prevención y control vaya adaptándose a las circunstancias. “Hasta ahora aislamos los casos y ponemos en cuarentena a los contactos estrechos, pero ahora los que están vacunados ya no tienen que hacerla. Podría haber más cambios de ese estilo a medida que avanza la cobertura vacunal, pero no sabría decir ni cuándo ni ante qué indicadores”, comenta.

Por otra parte, “necesitamos estudiar a los contactos estrechos vacunados para saber si todavía transmiten el virus. Es posible que suceda en un pequeño porcentaje, pero hay que medirlo muy bien para ver en qué condiciones se pueden levantar más medidas y sobre saber si hay escapes vacunales, que es lo que más preocupa”, añade.

La pandemia ya no es como la conocíamos. Por una parte, las vacunas lo han cambiado todo: con la población de más edad protegida, se han reducido drásticamente las muertes, los ingresos en UCI y las hospitalizaciones. Por otro, las restricciones se han levantado y los jóvenes sin vacunar multiplican sus interacciones sociales. El resultado es que los contagios se han disparado entre los menores de 40 años y volvemos a la misma situación que en ocasiones pasadas en términos de rastreo: es materialmente imposible cazar casos. Sin embargo, pese a lo llamativo de las cifras, la realidad es que un megabrote como el de Mallorca, que hace un año hubiera desatado una nueva oleada de contagios a nivel nacional y más restricciones, ahora se debe contar de forma radicalmente diferente.

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