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Todos huyen de Basecamp: cómo una guerra cultural hunde a un 'clásico' de Silicon Valley
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De ejemplo a seguir al derrumbe

Todos huyen de Basecamp: cómo una guerra cultural hunde a un 'clásico' de Silicon Valley

La plantilla de la compañía de 'software' se revolvió después de que su CEO prohibiese hablar de política en el entorno laboral. Ahora, un tercio de los trabajadores se ha marchado

Foto: Jason Fried, CEO de Basecamp. (Rex Hammock/Flickr)
Jason Fried, CEO de Basecamp. (Rex Hammock/Flickr)

El pasado lunes 26 de abril, el CEO de Basecamp, una tecnológica estadounidense especializada en el desarrollo de 'software' de gestión, Jason Fried, aparecía en los titulares de decenas de medios. Pero no lo hacía por algún producto nuevo, o por un movimiento empresarial. La información hablaba de que Fried había anunciado una nueva directriz de comportamiento: prohibido discutir sobre política y temas sociales en el entorno laboral. Una medida que también defendió con un 'post' en su blog, asegurando que es "una gran distracción que redirige el diálogo hacia lugares absurdos". Pero lo que parecía una medida poco más que excéntrica y algo polémica ha acabado provocando un terremoto tal que un tercio de sus trabajadores se ha ido y su futuro se tambalea. Pero ¿es solo por esto?

Aunque el foco se ha centrado en esta última batalla cultural y encaja con otras polémicas anteriores de otras tecnológicas relacionadas con problemas en la gestión de la diversidad, el maltrato a ciertos trabajadores por su raza o su sexo, todo apunta a que solo ha sido la última gota que ha colmado el vaso. La prohibición de hablar de ciertos temas en los canales internos oficiales, según matizó después Fried, se une a una serie de directrices que muestran el lado menos glamuroso y los grandes problemas internos de la vistosa Silicon Valley y las compañías que destacan en la Meca de la tecnología. Desde cambios en las políticas de retribuciones a la disolución de equipos que querían trabajar por la diversidad, la equidad y la inclusión, según explican en 'The Verge', el medio que más de cerca está siguiendo el caso, Basecamp era un polvorín a punto de explotar.

Foto: Oficinas de Google en Dinamarca. (Reuters)

Según este medio especializado en el sector tecnológico, el momento definitivo llegó el pasado viernes, cuando después de la polémica levantada por la última directriz del líder de la compañía, este y el cofundador de la misma, David Heinemeier Hansson, decidieron mantener una llamada corporativa con todos los trabajadores (un 'all hands') con la idea de calmar las aguas. Lejos de conseguir esto, provocaron todo lo contrario. La llamada acabó con gente llorando, según el medio, se habló de supremacismo blanco, de nazismo y pocas horas después 20 de los 57 empleados de la empresa habían anunciado a sus jefes que querían firmar su salida. ¿Qué pasó en esas más de dos horas y media de llamada? Una división total entre los altos cargos y el resto de la empresa.

Para los empleados, la empresa decidió tomar una posición de privilegio y no intervención que acabó por descarrilar todo. Por ejemplo, Basecamp contaba desde hace años con una lista de clientes con nombres graciosos como broma interna, entre esos nombres se incluían varios de ascendencia asiática o africana, y varios trabajadores lo consideraron ofensivo y lo denunciaron, pero, todo según los informes aparecidos, la empresa optó por cerrar cuanto antes el caso sin tomar medidas. Una postura de no intervención, intentando acallar estas quejas diciendo que estaban fuera de lo que les implicaba como empresa, que muchos consideraron que respondía a una postura de privilegio que no actuaba ante los problemas de los miembros de la compañía.

Esa misma postura de no intervención es la que había llevado a Fried a pedir que no se discutiera de política o temas sociales internamente, al igual que había decidido dejar de ofrecer a sus empleados ciertos beneficios relacionados con actividades deportivas o formación, aportando en su lugar un extra de dinero en efectivo. "No es asunto de Basecamp lo que haces fuera del trabajo, y el papel de la empresa no es fomentar ciertos comportamientos, independientemente de que sean bienintencionados. Al proporcionar fondos para ciertas actividades, estamos condicionando las decisiones individuales de las personas", expuso Fried en su 'post'.

Esto, unido a la disolución de un grupo creado para tratar el tema de inclusión y la diversidad, ha llevado a Basecamp a estar en una posición más que peligrosa. Cada día salen nuevos detalles de lo ocurrido en el interior de la compañía y su imagen se deteriora. Muchos de los 20 empleados que han decidido dejar su puesto llevaban más de una década dentro y su CEO, que lleva dirigiendo la empresa desde 1999, se había esmerado en mostrar una realidad diferente a la de otras empresas de Silicon Valley, más humana y buena para el empleado, pero ahora es el último problema del centro de la tecnología global. Porque el problema de su empresa no es único.

¿Qué futuro de Silicon Valley veremos?

En plena polarización de la política y la sociedad estadounidense, con las protestas de Black Lives Matter a la orden del día y problemas también con las minorías asiáticas, la posición de las compañías, tanto de Silicon Valley como de otros sectores, se complica día a día. Muchas de ellas, uno de los grandes ejemplos es Nike, pero se puede mencionar el de Twitter e incluso Apple, han apostado por posicionarse en temas sociales como el de la diversidad y la inclusión, pero otros no lo han tenido tan claro y casos como el de Basecamp se multiplican.

Estas batallas culturales han llevado a gigantes como Google a ver cómo sus empleados se unían para apostar por el sindicalismo, otros como Amazon viven una guerra interna para intentar evitar justamente que los sindicatos entren en sus almacenes y centros de Estados Unidos, o Facebook, que no se ha librado y está a la espera de ver qué hace con situaciones como el bloqueo a Donald Trump. Por último, existe el ejemplo de Coinbase, la empresa de criptomonedas, que vivió un problema muy similar al de Basecamp después de que a finales del año pasado 60 de sus 1.200 empleados optaran por abandonar la empresa al prohibirse los debates sobre "causas y candidatos políticos" durante la jornada.

Todo apunta a que lo ocurrido esta vez solo supone un paso más en el camino y muestra a la perfección los dos bandos de esta guerra: mientras una parte, normalmente los altos cargos, apuesta por sacar estos temas de la empresa y ceñirse a que las compañías no deben inmiscuirse en asuntos fuera de lo meramente económico y laboral, muchos de los empleados creen que son problemas que afectan a todos y en los que estos actores también deberían inmiscuirse. Y hay argumentos y actores de peso en ambos bandos.

"Hacemos 'software' de gestión de proyectos, comunicación en equipo y correo electrónico. No somos una empresa de impacto social. Nuestro impacto se limita a lo que hacemos y cómo lo hacemos. Escribimos libros de negocios, blogueamos mucho, hablamos con regularidad, somos 'software' de código abierto, devolvemos una cantidad desmesurada a nuestra industria dado nuestro tamaño. Y estamos muy orgullosos de ello. Nuestro trabajo, más ese tipo de donaciones, debería ocupar toda nuestra atención. No tenemos que resolver problemas sociales profundos", resumía Fried en el 'post'.

"Solo quieren construir mierdas 'cool' todo el día, no quieren tratar con la gente, que es algo que tienes que hacer como jefe... Jason y David [CEO y cofundador de Basecamp] simplemente nos tiraron a la basura", añadía un empleado en conversación con 'The Verge'.

El pasado lunes 26 de abril, el CEO de Basecamp, una tecnológica estadounidense especializada en el desarrollo de 'software' de gestión, Jason Fried, aparecía en los titulares de decenas de medios. Pero no lo hacía por algún producto nuevo, o por un movimiento empresarial. La información hablaba de que Fried había anunciado una nueva directriz de comportamiento: prohibido discutir sobre política y temas sociales en el entorno laboral. Una medida que también defendió con un 'post' en su blog, asegurando que es "una gran distracción que redirige el diálogo hacia lugares absurdos". Pero lo que parecía una medida poco más que excéntrica y algo polémica ha acabado provocando un terremoto tal que un tercio de sus trabajadores se ha ido y su futuro se tambalea. Pero ¿es solo por esto?

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