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La polémica de los sensores 'low cost': por qué estamos midiendo mal la calidad del aire
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¿Miden bien estos sensores la contaminación?

La polémica de los sensores 'low cost': por qué estamos midiendo mal la calidad del aire

Frente a las carísimas mediciones oficiales de las estaciones homologadas, han surgido sistemas de bajo coste cuya utilidad para medir la contaminación se pone en duda. ¿Por qué?

Foto:  Vista general de la capa de contaminación aérea de Madrid. (EFE)
Vista general de la capa de contaminación aérea de Madrid. (EFE)

Medir la calidad del aire que respiramos se ha convertido en un asunto primordial en nuestras ciudades. A corto plazo, de esos datos depende la toma de decisiones con respecto al tráfico: restricciones y cortes que alteran la vida diaria. A largo plazo, hay que diseñar políticas ambientales que protejan la salud de los ciudadanos.

Los expertos no dudan de la validez de los datos oficiales, recogidos en estaciones homologadas que siguen la normativa europea, con equipamientos caros y especializados en la medición de cada uno de los parámetros necesarios: ozono (O3), dióxido de nitrógeno (NO2), monóxido de carbono (CO) o partículas en suspensión, entre otros.

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Una cabina que incluya todos los analizadores puede tener un coste de entre 100.000 y 200.000 euros. Salvo en el caso de las grandes urbes, las ciudades no pueden permitirse el lujo de contar con más de una, que además suele ser propiedad de las comunidades autónomas. Así que los ayuntamientos no disponen de información que ofrecer a sus ciudadanos acerca de uno de los grandes temas ambientales y de salud de nuestros días.

Por eso, ha surgido un nuevo mercado: los sensores 'low cost' de medición de la contaminación. Aparentemente recogen los mismos datos, pero tienen un precio tan bajo y son tan pequeños y manejables que se pueden repartir decenas por cualquier localidad y crear una red que nos dé información global sobre qué respiramos.

¿Demasiado bonito y fácil para ser verdad? Un reciente informe de la Agencia Europea de Medio Ambiente recoge algunos problemas para medir la calidad del aire y uno de ellos es la existencia de sensores de bajo coste de dudosa fiabilidad, citando su uso en ciudades como Madrid. La Organización Meteorológica Mundial también ha estudiado esta cuestión y, aunque considera que pueden tener algunas utilidades puntuales, asegura que no deben convertirse en referencia a la hora de tomar decisiones. Expertos consideran que son muy deficientes para la medición de la calidad del aire, pero eso no impide que se estén multiplicando los proyectos que los utilizan, algunos realmente curiosos.

De las palomas a los carteros

Probablemente, el más loco de todos fue el Pigeon Air Patrol de Londres: una patrulla de palomas sobrevoló la capital inglesa durante unos días en 2016 con unos chalecos adosados que portaban un localizador GPS y uno de esos nanosensores de contaminación.

Las iniciativas españolas son algo menos imaginativas, pero también las hay. El proyecto Life+ Respira, con un presupuesto de más de dos millones de euros, proponía a ciclistas voluntarios colocar sensores en sus bicicletas para ir midiendo a su paso la contaminación de Pamplona. En Málaga se desarrolló una propuesta parecida, junto con alguna otra variante añadida, como la idea de que los carteros portasen en sus carros de reparto un sensor para ir midiendo la calidad del aire a lo largo de su jornada laboral.

Más común es colocarlos en autobuses, también en Málaga y en Madrid, por ejemplo. En Guadalajara, en cambio, han optado simplemente por distribuirlos en tres puntos de la ciudad. Todas estas iniciativas parecen muy bien intencionadas, resultan llamativas e incluso atractivas, porque combinan nuevas tecnologías y preocupación por el medio ambiente. ¿Cuál es el problema? Que no funcionan y no tienen ninguna utilidad práctica. Al menos esa es la opinión de gran parte de los profesionales del sector.

"No miden la contaminación real"

"No miden nada parecido a la contaminación real, a pesar de que están sirviendo para hacer estudios con poco rigor científico y nula validez, algunos de ellos firmados por universidades", afirma Fernando Follos, experto en calidad del aire. "Todo esto le resta seriedad a un problema muy grave", opina.

placeholder Contaminación de Madrid. (EFE)
Contaminación de Madrid. (EFE)

"Para medir la calidad del aire de Madrid hay estaciones homologadas ubicadas en puntos representativos, a una determinada distancia de las aceras, de los edificios y de los árboles", añade, "la lógica es realizar mediciones constantes en un punto para saber qué respira la gente y cómo evoluciona".

Por el contrario, estos nuevos sistemas carecen de ese rigor. "Un día me enseñaron un gráfico con los datos de los sensores 'low cost' de los autobuses y a los responsables del proyecto les llamaba la atención que se registraban picos abundantes. Resulta que eran los momentos en los que se paraban en los semáforos. ¡Es completamente absurdo, estaban midiendo la contaminación que ellos mismos producían al arrancar! Para eso es mejor llevarlos a la ITV", pone como ejemplo.

Algo parecido sucede con la opción de medir la contaminación mediante drones, propuesta que ofrece una empresa valenciana. "El dron genera una corriente de aire a su alrededor que invalida cualquier resultado", apunta el experto.

Tecnologías muy diferentes

La tecnología de estos dispositivos tampoco tiene nada que ver con la de las estaciones. Según la normativa, para las medidas oficiales de calidad del aire se tienen que utilizar equipamientos que empleen técnicas homologadas por el Centro Nacional de Sanidad Ambiental del Instituto de Salud Carlos III, lo que incluye métodos sofisticados como la fluorescencia de ultravioleta o la espectroscopia infrarroja, según recoge el Real Decreto 39/2017, de 27 de enero.

placeholder Vista de una estación de medición de contaminación del Ayuntamiento de Madrid en al plaza de Fernández Ladreda, más conocida como Plaza Elíptica. (EFE)
Vista de una estación de medición de contaminación del Ayuntamiento de Madrid en al plaza de Fernández Ladreda, más conocida como Plaza Elíptica. (EFE)

Aunque a veces se utilizan puntualmente estos sistemas para mediciones en algunas industrias, se calibran en el momento, así que sus críticos no confían en las cifras que pueden dar los sensores distribuidos por una ciudad o en movimiento. Si además se tiene en cuenta su rápido deterioro, pueden dar cifras completamente disparatadas.

Es más, ni siquiera valen para establecer una correlación con las estaciones oficiales de medición. "Si tuvieran cierto parecido con los datos reales, se podrían utilizar como método indirecto, por ejemplo, para saber si estamos ante una alerta por subida del ozono, pero la realidad es que ni siquiera ofrecen esa fiabilidad", según Follos.

Datos que no pueden ser oficiales

Por eso, aunque hay ayuntamientos que le ofrecen a los ciudadanos esa información, los datos que recogen los sensores 'low cost' no pueden considerarse oficiales y en ningún caso podrían avalar la toma de medidas como restricciones tráfico ante picos de contaminación. Así que algunas comunidades autónomas y municipios que se han embarcado en este tipo de proyectos han acabado por dejar los sensores en un cajón. "Es tirar el dinero, la mayoría se han puesto y se han retirado", asegura Follos, "lo más sorprendente es que algunos te reconocen que les engañaron y aún así los vuelven a comprar".

En cambio, otros expertos del sector se muestran mucho más favorables. "Coincido en algunas críticas, pero en general yo sí considero que son útiles, aunque distan de ofrecer la fiabilidad de una estación de calidad del aire", señala Judit Urquijo, técnico ambiental que se dedica a la comunicación en este sector.

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En su opinión, habría que valorar estas iniciativas como proyectos piloto que en algunas ocasiones están liderados por 'startups'. "Como la tecnología no está homologada, hay reticencias de cara a su uso masivo", reconoce, pero el hecho de que reduzcan los altos costes de medir la calidad del aire es muy destacable. "Pueden tener una función complementaria para recopilar datos a menor precio, aunque hay que tener en cuenta que después habría que analizar esos datos tomando como referencia las estaciones tradicionales. Es más, podrían ser una alternativa interesante para países en vías de desarrollo", apunta.

No obstante, también habría que hacer distinciones entre los diferentes tipos de contaminantes que se pueden medir: "Los sensores que detectan partículas en suspensión son los que mejor funcionan", comenta.

"Hazlo tú mismo" por 50 euros

De hecho, no todos los sensores 'low cost' son iguales: "Algunos te los puedes montar tú mismo por 50 euros con una placa de Arduino, pero hay sistemas de hasta 3.000 euros que han sido calibrados en laboratorios y, lógicamente, en ese rango hay grandes diferencias", señala Urquijo.

Dentro del movimiento 'maker', la cultura DIY (Do it Yourself o "hazlo tú mismo") y la ciencia ciudadana están muy de moda este tipo de proyectos en los que los particulares se convierten en desarrolladores de tecnología para múltiples utilidades, lo cual tiene un gran valor educativo. "Está bien interactuar y entender cómo funcionan las cosas", apunta la experta, pero sin perder la perspectiva de que en cuanto a resultados "cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia".

Hay que distinguir otro tipo de sensores muy populares que miden la temperatura, la humedad o el viento

En este punto hay que distinguir otro tipo de sensores muy populares que miden parámetros mucho más sencillos, como la temperatura, la humedad o el viento —y que son realmente eficaces—, de estos que pretenden registrar la contaminación, una tarea mucho más compleja técnicamente.

Una opción intermedia

Néstor Torre, de la empresa DNota, explica que existe una opción intermedia. "Es una nueva generación que estamos considerando implantar. Son equipos procedentes de Finlandia que podrían medir varios parámetros a la vez y rondarían los 5.000 o 6.000 euros. Está a punto de comercializarse una nueva generación que va a suponer un salto importante y podría ofrecer una fiabilidad aceptable", comenta.

Su compañía se dedica al campo de la calidad ambiental, lo que incluye la dotación y mantenimiento de las estaciones homologadas para medir la contaminación. En cambio, nunca han apostado por los nanosensores de muy bajo coste: "No merece la pena entrar en esa guerra, porque la calidad del dato obtenido es ínfima”, afirma.

En su opinión, el valor que sí ha aportado la implantación de este tipo de redes de sensores es que han permitido desarrollar sistemas de gestión que permiten visualizar datos en tiempo real, "pero el dato en sí, a día de hoy, no es fiable", asegura.

Medir la calidad del aire que respiramos se ha convertido en un asunto primordial en nuestras ciudades. A corto plazo, de esos datos depende la toma de decisiones con respecto al tráfico: restricciones y cortes que alteran la vida diaria. A largo plazo, hay que diseñar políticas ambientales que protejan la salud de los ciudadanos.

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