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Marta Tafalla, la historia de una mujer que no puede oler
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UN 2% DE LOS ESPAÑOLES SUFREN ANOSMIA

Marta Tafalla, la historia de una mujer que no puede oler

Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados. ¿Olor? ¿Qué tienen las almendras? ¿Huelo? Para

Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados. ¿Olor? ¿Qué tienen las almendras? ¿Huelo? Para la doctora en Filosofía Marta Tafalla, anósmica, el principio de El amor en los tiempos del cólera libro de Gabriel García Márquez es, simplemente, un misterio. Carente del sentido del olfato desde el nacimiento, descubrió que no olía tras un largo proceso por el que comprendió que había una parte del mundo que no entendía, que los demás notaban algo que a ella le pasaba desapercibido, que se estaba perdiendo un no se qué indescifrable de lo que todos hablaban con naturalidad.

"¿Pero qué demonios dicen?" Tafalla llegó a pensar que la gente se inventaba cosas. "Mi madre -cuenta- me pedía: "ve a tirar la basura que apesta". Pero yo no entendía qué le pasaba a la basura: "pues ya la tiraremos otro día" (se ríe). Mi madre debía creer que le había salido una niña un poco fresca. Porque nadie detecta que tengas algún problema de salud y, como eres una criatura pequeña, no sabes explicar el desconcierto".

Distingo lo que nota la lengua, que es básicamente lo dulce y lo salado, ácido y amargo. Es como comer con una pinza en la nariz sin que entre nada de aire

Quién pensaría que su hijo, aparentemente completo, ha nacido sin un sentido. "A las familias ni se les ocurre y, además, nadie te lo mira, que sería fácil y barato con pruebas rutinarias a una edad determinada para chavales. La familia no espera que algo así vaya a suceder. Los que nacemos sin oler no notamos que nos falte nada, pero los demás tampoco. Es algo tan abstracto que darte cuenta es un problema". Y así lo vivió la profesora. "No tener olfato no tiene importancia para uno mismo hasta que los demás protestan por algo. Si nadie me hablara de olfato, ni se me ocurriría pensar que existen los olores, pero cuando los otros te cuentan su experiencia sabes que estás en desventaja: si hay un escape de gas no me entero, tampoco si algo se quema o la comida está en mal estado. Quisiera saber cuántas personas anósmicas acaban sufriendo accidentes por no detectar la alerta. Un 2% de la población carece de olfato y con hiposmia (poco olfato) la cifra se eleva al 17, y eso es mucho. Las primeras semanas de vivir sola se me quemó la tostadora cuando la tenía detrás y si no me giro, arde la casa. Eso me ha hecho ser muy prudente: no tengo gas, tengo detectores de humo...".

Pero lo que más echa de menos Marta es saber a qué huelen las personas. "Eso me genera mucha curiosidad. Se supone que el olfato es fundamental en la relación con los demás; biólogos me han explicado que es importante a la hora de enamorarse, pero no sé cómo me afecta exactamente. También me hablan de la importancia del olor de los hijos, de la familia, de la evocación de la persona que ya no está a través de un objeto que conserva su olor... Pienso que hay algo importante y no sé como valorarlo, no sé qué es". La filósofa sólo tiene una certeza desde que se ha empeñado en hablar públicamente de su deficiencia: "hay un mundo que no percibo y en el que deben pasar cosas fabulosas". La geografía de esta ausencia la contó en Nunca sabrás a qué huele Bagdad (UAB) y en cursos como el celebrado hace unos días en Badalona sobre Olfato, Anosmia y Salud o el congreso que ha organizado para los próximos 23 y el 24 de mayo en la Universidad Autónoma de Barcelona trata de profundizar en el mapa de implicaciones de este sentido y las que conlleva carecer de él.

Porque si para Tafalla el perfume será siempre poco menos que una nostalgia, lo cierto es que tampoco sentirá, por ejemplo, la evocación dolorosa del olor de un hospital. "Y no sé lo que es la peste, que también me produce mucha curiosidad. Cuando voy con amigos que tienen olfato yo siempre creo que todo está más limpio: a mí me parecen bien esos sitios, pero ellos dicen "vámonos que huele mal" o del metro que está muy sucio. Me pasa mucho".

Y cómo es el mundo sin olor, amén de más pulcro. "Diferente en la percepción del tiempo, porque los olores funcionan mucho para subrayar los cambios. Cuando las cosas cambian, huelen. Cuando la comida se pudre, algo se quema, después de la lluvia, huele. Yo, como no noto los olores, no veo que se produzcan. Es una sensación. La misma que me lleva a pensar que las personas que no olemos tenemos una percepción distinta del tiempo y tiendo a fijarme en las cosas como si fueran más estables".

Marta Tafalla como no huele tampoco saborea. "Distingo lo que nota la lengua, que es básicamente lo dulce y lo salado, ácido y amargo. Es como comer con una pinza en la nariz sin que entre nada de aire. El sabor de los alimentos se obtiene por una olfación retronasal, que te hace oler la comida de la boca, y que es lo que te da sensación de sabor".

Los que nacemos sin oler no notamos que nos falte nada, pero los demás tampoco. Es algo tan abstracto que darte cuenta es un problema

¿Cómo se imagina un anósmico los olores, similares a colores? La filósofa reconoce que fue la primera metáfora que se le ocurrió y que empezó haciéndolo. "Pero un biólogo en un congreso me dijo que a lo que se parecen los olores es a las canciones. Eso me desconcertó. Me explicó que lo importante de los olores es que despiertan emociones, como la música. Me dejó intrigada y ahora no sé qué hacer con esto".

A pesar de todo, carecer de olfato no es algo doloroso para Tafalla, puesto que nunca lo conoció. Otra cosa es la pérdida. Como le sucedió a su amiga Teresa Garcerán, filóloga y paisajista. "Fue a la primera persona que conocí que había tenido olfato y lo había perdido. Pensé, "ella sabría explicarme la diferencia". Pero cuando le dije que me contara, me miró con una tristeza inmensa y me dijo que la diferencia era abismal y que tenía que ver con sus emociones. En realidad, las dos estábamos sin olfato, pero para ella era una experiencia trágica. Aún hoy cuando la oigo hablar sobre ello me impresiona. Porque recuerda muy claramente el olor de sus hijos que ahora no nota, el de sus alimentos preferidos, el de los jardines que ha diseñado y que ya no podrá oler".

El caso es que Marta Tafalla, filósosa y anósmica, también cultiva plantas aromáticas en el patio de su casa. Laurel, jazmín... Dice que es una terapia que le ayuda a pensar y a preguntarse a qué huelen. "Sé que está ahí, aunque no pueda notarlo". Y siempre le recuerdan que hay una parte del mundo que será un misterio para ella.

Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados. ¿Olor? ¿Qué tienen las almendras? ¿Huelo? Para la doctora en Filosofía Marta Tafalla, anósmica, el principio de El amor en los tiempos del cólera libro de Gabriel García Márquez es, simplemente, un misterio. Carente del sentido del olfato desde el nacimiento, descubrió que no olía tras un largo proceso por el que comprendió que había una parte del mundo que no entendía, que los demás notaban algo que a ella le pasaba desapercibido, que se estaba perdiendo un no se qué indescifrable de lo que todos hablaban con naturalidad.