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Muerte en Zahara de los Atunes
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UN CIRUJANO MUERE AHOGADO ANTE LA ESCASEZ DE MEDIOS

Muerte en Zahara de los Atunes

Quienes dicen que el alma humana pesa 21 gramos no tienen ni puta idea. Puede que sea una fórmula válida para aquellos a los que la

Foto: Muerte en Zahara de los Atunes
Muerte en Zahara de los Atunes

Quienes dicen que el alma humana pesa 21 gramos no tienen ni puta idea. Puede que sea una fórmula válida para aquellos a los que la muerte les ha puesto un telegrama y luchan por ganar un combate que pierden a los puntos tras dura pelea. Pero no para los que su fin llega por la puerta de atrás, de forma traicionera, sin avisar, dejando su vida inconclusa y la de su entorno rota. Las alforjas de sueños inacabados y dolor no pueden ser tan ligeras, imposible. Y ese vacío, abruma. En cuestión de existencia, las matemáticas no serán nunca una ciencia exacta. Definitivamente.

El lunes se ahogó a 50 metros de donde yo estaba un hombre en Atlanterra, en el extremo oriental de Zahara de los Atunes. Cuentan que tenía 40 años, que era cirujano en Sevilla y que perdió su vida por salvar la de su hijo. Solo puedo dar fe de lo tercero. Fue visto y no visto. Un revuelo en la playa, gritos, carreras. Ángeles de la guardia en forma de jóvenes surferos se hacen con el niño y tratan de mantener con vida al padre sobre sus tablas. Algún valiente que se lanza al agua en su ayuda pese a la bravura del mar. Verdaderos héroes de esta historia, escrita en un principio en renglones falsos de acción pública por quienes les interesa tapar sus vergüenzas. Miren los teletipos.

La criatura aterriza en manos de su madre. Consuelo menor para ella. No sabe que la viudedad aporrea su puerta. Entrará poco después. El uno de agosto nunca volverá a ser el mismo. De nada sirvieron los intentos de los amigos del fallecido, médicos como él, por mantener sus constantes vitales. Cuarenta y cinco minutos de angustia colectiva en los que hubo poco espacio para la esperanza. Salió muerto. Masaje cardíaco, boca a boca, drenaje… Nada. Parece que era su primer día de vacaciones. Vino a descansar en paz, exhausto de salvar vidas, y descansó en paz entregando la suya propia, fiel a su vocación. Maldita paradoja.

Había sido un día extraño, con trombas repentinas y momentos de calma chicha. El fuerte viento de Levante roló a lo largo del día hacia Poniente, levantando una ola muy picada y cruzada que reventaba al llegar a la orilla. Los sucesivos temporales han limpiado de arena esta parte de la playa. Las rocas y el desnivel aumentan la fuerza del oleaje aun con la mar en calma. Desde el Hotel Antonio hasta Barbate, la cosa cambia: fondo más plano y menos profundidad. Aquí no. El baño no es por sí peligroso pero, salvo días excepcionales, hay que andarse con cuidado. Las volubles corrientes locales tampoco ayudan. Una imprudencia menor terminó en tragedia mayor.

Sin medios ni advertencias

La orilla estaba llena de gente deseando iniciar sus vacaciones, tras el pesado viaje del día anterior y las compras de la mañana. La tregua de aire y agua invitaba a contemplar extasiados la primera puesta de sol de la temporada. Escenario engañoso que provocó un deceso, sin embargo, evitable. La pertenencia de Atlanterra a Tarifa y no a Barbate, como la propia Zahara, hace que se haya convertido, con el paso del tiempo, en territorio comanche para el turismo. Ausencia de inversiones (un generosamente descrito paseo marítimo, sin papeleras ni farolas) y el uno por el otro, la playa sin cuidar; limpieza deficiente y vigilancia precaria. Ha tenido que ocurrir una desgracia para recordárselo a esos miserables que ocupan despachos que no se merecen y planifican de forma obtusa, pendientes como están de sus pueriles rencillas.

Ninguna bandera advirtiendo de la peligrosidad del baño, ni siquiera la amarilla, mástil yermo de orientación; ningún socorrista en su puesto que pudiera acudir en el momento pese al gentío que llenaba la zona (su jornada laboral concluía una hora antes cuando el atractivo del ocaso es de sobra conocido); ningún mecanismo de salvamento al que recurrir en un caso como éste; ningún servicio de patrulla terrestre o marítima que llegue recurrentemente hasta esta zona, freno y marcha atrás a la altura del cuartel de la Guardia Civil, límite municipal; ningún servicio médico de emergencia disponible a un plazo de tiempo razonable (la Guardia Civil se presentó 40 minutos después del suceso y el SAMUR local lo hizo casi una hora más tarde de haber sacado el cuerpo del agua). Ningún… Triste ver cómo corrían los socorristas del Meliá Atlanterra y de las urbanizaciones más cercanas para intentar hacer algo a la desesperada. Voluntarismo generoso, frágil e insuficiente. El que esto firma, es notario indeseado de los hechos.

La concentración de veraneantes hace aún más absurdo tal cúmulo de negligencias. Más cuando el día después, siempre el día después, todo lo que era carencia 24 horas antes se convertía en abundancia ante la indignación general. No querían sopa de seguridad, pues venga dos tazas, personal, moto de agua y quad incluidos. Tarde, demasiado tarde, desgraciadamente tarde. Patético despliegue. Una prueba más de que el problema era de despacho y no de efectivos, que se había jugado con la vida de los bañistas con base en curvas de probabilidad y que solo una muerte abrupta, inesperada, súbita ha sido capaz de remover la conciencia de los que a duras penas la tienen. Lo siento gentuza, la pérdida es ya irreparable. Para todos.

Dicen que el peso del alma cuando se desprende del cuerpo es de apenas 21 gramos. No tienen ni puta idea. El dolor de esa mujer aferrada a la mano de su marido exangüe aplastaba como una losa a los que contemplábamos la escena. El último pensamiento de aquél que fallecía por dejar su herencia genética en este mundo no era, seguro, tan liviano. Mi recuerdo de esta playa ya nunca volverá a ser el mismo. Queda marcado por lo que pudo no ser y fue. Nadie sabe si, con más medios, nuestro cirujano se hubiera salvado. Lo único cierto es que, sin ellos, hoy no está aquí, entre los suyos. Es la hora de los para qués sin renunciar a los por qués, fácil decirlo. Duro, duro, duro vivirlo.

¿Saben qué? Estos días la piscina está petada...

Quienes dicen que el alma humana pesa 21 gramos no tienen ni puta idea. Puede que sea una fórmula válida para aquellos a los que la muerte les ha puesto un telegrama y luchan por ganar un combate que pierden a los puntos tras dura pelea. Pero no para los que su fin llega por la puerta de atrás, de forma traicionera, sin avisar, dejando su vida inconclusa y la de su entorno rota. Las alforjas de sueños inacabados y dolor no pueden ser tan ligeras, imposible. Y ese vacío, abruma. En cuestión de existencia, las matemáticas no serán nunca una ciencia exacta. Definitivamente.