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Cuando tu jefe se cree Almodóvar
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CONFUSIÓN DEL ARTE EN EL MUNDO DE LOS NEGOCIOS

Cuando tu jefe se cree Almodóvar

Ahora todo el mundo es un artista. Ya seas un cocinero, un auditor o un abogado, parece que por el simple hecho de introducir algunas novedades

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Cuando tu jefe se cree Almodóvar

Ahora todo el mundo es un artista. Ya seas un cocinero, un auditor o un abogado, parece que por el simple hecho de introducir algunas novedades en tu trabajo puedes aspirar a que te traten como si fueras la reencarnación de Rembrandt, de Picasso o de Almodóvar. Y aun cuando estas actitudes de divo generen numerosas burlas a las espaldas de quienes las exhiben, también están generando una retórica cada vez más aceptada en los entornos de la gestión empresarial. Por eso, Santiago Álvarez de Mon, profesor de comportamiento organizacional en el IESE, recomienda que, en estos casos, “tengamos un poco de mesura y revisemos adecuadamente el uso del lenguaje”. Porque siendo cierto que hay quien demuestra poseer notable talento, también lo es que “que en el mundo del Management, como en el de la cocina, hay muchos excesos. Hay metas que son muy difíciles de alcanzar y que no están al alcance de todo el mundo. Por ejemplo, diseñar un marco de relación que aúne libertad y profesionalidad, donde cada cual pueda cultivar su talento y dar lo máximo de sí, es un gran logro. Pero de ahí a homologar al ejecutivo que consigue eso con Beethoven media un abismo”.

 

Y se trata de un error común, a menudo propiciado  porque nos movemos en un terreno en el que es difícil orientarse, en el que no se sabe qué logros serán provisionales y cuáles definitivos. Algo que, como subraya David Bach, Vicedecano del IE Business School, es muy frecuente en el arte contemporáneo: “nadie sabe qué obras actuales permanecerán en los museos dentro de 20 años. Del mismo modo, tampoco sabemos qué cocineros serán recordados o qué productos tendrán aún mercado la próxima década. Ni si Richard Branson será pronto olvidado por el mundo empresarial o si terminaremos hablando de él como de un nuevo Henry Ford”.

De todos modos, no es extraño que las metáforas relacionadas con el genio artístico estén presentes en el mundo de los negocios contemporáneo, en el que reinan las personalidades fuertes que apuestan por imponer su propio sello, que no se quedan satisfechos con gestionar bien su negocio sino que quieren cambiar definitivamente las cosas. Así, hay empresas, como Virgin (dirigida por Branson) que quieren llevar a la gente al espacio y otras, como BP, que pretenden convertirse en la primera petrolera verde. En ese contexto en el que se aparecen ideas novedosas con bastante frecuencia, “es complicado saber, como en el arte contemporáneo, si estás ante un visionario o ante un charlatán”.

Distinguir el talento del aire de divo

No obstante, según Álvarez de Mon, hay algunos detalles que ayudan a clarificar el diagnóstico. Así, cuando alguien adopta actitudes de divo, “comportándose como un ego vanidoso que necesita tener todo planificado y que se cierra a nuevas experiencias, es que no estás ante un grande”. Quienes de verdad tienen talento son mucho más flexibles y dialogantes “y si les sugieren probar algo que tenga atractivo están dispuestos a asumir los riesgos. Con los grandes es mucho más fácil trabajar”.

Pero más allá de metáforas creativas y de comportamientos de divo, de colgar cuadros caros en las salas de juntas o de equiparar los caprichos del consejero delegado con los de una estrella del rock, lo cierto es que la relación del mundo de la cultura con el de los negocios es hoy muy fructífera, ya que numerosas experiencias de la dicha industria han sido retomadas en el mundo de la empresa.

Y una de las más importantes es la referida a la estructura laboral. Cuando las grandes empresas se estructuraban mediante jerarquías rígidas en las que los empleados hacían carrera de por vida, buena parte de las compañías culturales se alimentaban de proyectos efímeros y sucesivos, bien representados por las producciones cinematográficas. En ellas, director, actores y actrices, guionistas y productores formaban un equipo coyuntural que se deshacía tras la realización del proyecto para dar paso, si había suerte, a otras aventuras laborales. Y ese es el modelo que prefieren las empresas contemporáneas. Según Diego Orbea, profesor de Creatividad e Innovación en el Master in Personal Administration del CEU, “los profesionales nos movemos por proyectos y permanecemos en una empresa sólo si nos interesa y nos motiva el proyecto que está desarrollando. Ya nadie está de por vida en una organización porque ahora lo más importante son las personas y no las estructuras”.

Otro de los aspectos relevantes importados del entorno cultural son las cualidades necesarias para formar parte de las empresas contemporáneas, donde se valoran aspectos inmateriales como el talento, el esfuerzo por aprender y la capacidad para relacionarse. Algo que, asegura Álvarez de Mon, está muy presente en los grandes creadores musicales. “Todos ellos son muy disciplinados, como si estuvieran preparándose para que la magia apareciese. Organizan y planifican mucho las cosas, lo que hace posible que las ideas surjan. Puede que la inspiración les llegue cuando están en la ducha pero es porque han hecho un gran trabajo previo”. Además, son gente capaz de asumir los riesgos: “no saben si los caminos que toman serán fructíferos pero se atreven a adentrarse por ellos. La incertidumbre no les asusta. Y eso es algo que tienen en común con los grandes empresarios”.  Una virtud imprescindible, asegura Diego Orbea,   toda vez que “la creatividad exige valentía. Si tienes las ideas pero no eres capaz de llevarlas a la práctica no sirven de nada. Invenciones como el walkman fueron fruto, en gran medida, de un consejero delegado que supo ir contracorriente. Sus consejeros le dijeron que no y él siguió adelante con una idea que terminó revolucionando la forma de oír música”.

En tercer lugar, lo que  hace destacar definitivamente a los ejecutivos con talento es su habilidad a la hora de dirigir los procesos y de sacar lo mejor de sus equipos. Y es que, como asegura Bach, la visión que tenemos del líder ha cambiado por completo: “antes, lo fundamental consistía en fijar las estructuras y en dar órdenes; en la actualidad, los grandes líderes son aquellos que consiguen que la gente que trabaja con ellos alcance su verdadero potencial,  que sean de verdad participativos, creativos, e innovadores”. Y este fin  requiere de habilidades muy ligadas con aquellas que un director de cine utilizaba para sacar el máximo partido de su reparto: “se trata de motivar, de incentivar, de crear un entorno adecuado. Y para ese objetivo, no basta con mandar,  hay que saber dirigir”.  Y todo ello porque, como afirma Álvarez de Mon, el mundo de los negocios es, como el de la cultura, fruto de la suma de muchos esfuerzos: “La Capilla Sixtina no fue sólo obra de Miguel Ángel. Por eso, el primer oficio del ejecutivo debe ser intentar alumbrar la magia colectiva”.

Ahora todo el mundo es un artista. Ya seas un cocinero, un auditor o un abogado, parece que por el simple hecho de introducir algunas novedades en tu trabajo puedes aspirar a que te traten como si fueras la reencarnación de Rembrandt, de Picasso o de Almodóvar. Y aun cuando estas actitudes de divo generen numerosas burlas a las espaldas de quienes las exhiben, también están generando una retórica cada vez más aceptada en los entornos de la gestión empresarial. Por eso, Santiago Álvarez de Mon, profesor de comportamiento organizacional en el IESE, recomienda que, en estos casos, “tengamos un poco de mesura y revisemos adecuadamente el uso del lenguaje”. Porque siendo cierto que hay quien demuestra poseer notable talento, también lo es que “que en el mundo del Management, como en el de la cocina, hay muchos excesos. Hay metas que son muy difíciles de alcanzar y que no están al alcance de todo el mundo. Por ejemplo, diseñar un marco de relación que aúne libertad y profesionalidad, donde cada cual pueda cultivar su talento y dar lo máximo de sí, es un gran logro. Pero de ahí a homologar al ejecutivo que consigue eso con Beethoven media un abismo”.