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No tenemos para la hipoteca, pero sí para lotería
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No tenemos para la hipoteca, pero sí para lotería

Puede que la crisis haya empezado a hacer sus efectos, pero no para las administraciones de lotería; puede que los comerciantes hayan colocado menos adornos navideños

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No tenemos para la hipoteca, pero sí para lotería

Puede que la crisis haya empezado a hacer sus efectos, pero no para las administraciones de lotería; puede que los comerciantes hayan colocado menos adornos navideños que nunca y que están preocupados por el descenso de las ventas, pero las colas ante los establecimientos loteros más prestigiosos, que comenzaron a formarse a principios de octubre, tienen cada vez mayores dimensiones; puede que el ciudadano medio esté moderando su gasto, pero no en los juegos de azar.

Y hay quien encuentra en ese hecho la prueba inequívoca de que hay dinero, de que nos encontramos mucho más ante una crisis de confianza, en la que se guarda el efectivo como prevención, que ante  una crisis real; otros prefieren reparar en el carácter nacional, subrayando que quizá no tengamos dinero para pagar la hipoteca, pero nos sobra para comprar décimos; y, por fin, hay quienes aseguran que la lotería de Navidad es una tradición arraigada y que, en consecuencia, muy mal tienen que estar las cosas para que las dificultades económicas se dejasen sentir en ese terreno.

Pero, más allá de estas explicaciones, existe una regla fundamental, la de mayor peso a la hora de entender el gasto en el juego, y que funcionaría especialmente en  tiempos como los actuales. Según los expertos, cuanta más inseguridad se percibe, más se recurre al azar; cuanto peor están las cosas, más se tienta a la fortuna. Francisco Pérez Fernández, profesor del departamento de psicología de la Universidad Camilo José Cela, señala cómo numerosos estudios en psicología social demuestran que cuando la tesitura es negativa “se da un decidido desplazamiento hacia el riesgo, tentándose a la suerte a ver si por ese camino se logra obtener una salida. En esos estudios se observaba cómo, si se situaba a jugadores no profesionales en situaciones difíciles,  se volvían más agresivos en sus actitudes; cuanto más perdían, más arriesgaban”. Un mecanismo, por tanto, que podría explicar las razones que nos llevan a gastar más en juegos de azar en épocas de crisis.

Claro que hay otras causas, como la desesperación. Y es que cuanto más oscura se nos aparece la solución a nuestros problemas, más anhelamos un golpe de fortuna que  nos saque de ellos. Aun cuando para conseguir ese objetivo debamos recurrir a las opciones más peregrinas. Según Pérez Fernández, “en tiempos de crisis personales o generales, la gente tiende a buscar soluciones allí donde en condiciones normales nunca buscaría; consultan a adivinos, leen su futuro en el tarot y  arriesgan su dinero en apuestas de lo más inseguras”.

En ese sentido, los insistentes mensajes que los medios nos trasladan acerca de la gravedad de la crisis, señalando que ésta no ha hecho más que empezar y que vendrán tiempos mucho más duros, está haciendo que el temor se extienda a toda la sociedad y que no sólo lo vivan quienes están sufriendo situaciones económicamente complicadas. Como señala Pérez Fernández, “cuando estás oyendo continuamente que las cosas van a peor, que las bolsas se hunden, que los bancos no salen del hoyo y que el paro sube, terminas asustándote, aun cuando tu situación sea buena” Y frente a ese entorno de riesgo, la solución mágica de la lotería de Navidad emerge reluciente. Qué mejor época para un milagro…

El número de Spanair

Todo este conjunto de factores genera que haya quienes se gastan 6000 euros en un solo número; o quienes soportan largas colas en administraciones con fama de repartir grandes premios; o quienes buscan alguna de las  terminaciones que nunca han sido agraciadas con el gordo, (09, 10, 13, 21, 25, 31, 34, 41, 42, 43, 51, 54, 59, 67, 78 y 82) pensando en que está vez sí tendrán suerte; o quienes, justo al contrario, escogen las terminaciones que más veces se han repetido (57, 64, 85, 95) en la historia de los sorteos; o, en plan morboso y como aportación de este año a la casuística de la superstición,  quienes adquieren el número del vuelo de Spainair que se estrelló en Barajas, en la creencia de que un número que ha causado desgracia debe compensarla con algo positivo. Y aunque estemos ante procesos de pensamiento irracionales, lo cierto es que, según afirman los expertos, son éstos los que suelen gobernar nuestras elecciones.

Y es que los juegos de azar son especialmente proclives a las supersticiones. Del mismo modo que hay quien cree que determinado traje le da suerte porque una vez, llevándolo puesto, le ocurrió algo favorable, hay quien está convencido de que tocarán los números con los que  sueña o los que coinciden con alguna fecha de grato recuerdo. Y estas convicciones ilógicas se dejan sentir con más fuerza en estas semanas. Como afirma Carmen Valle, profesora de psicología social de la Universidad CEU- San Pablo
“la Navidad es una fiesta que asociamos con cosas buenas y  mágicas; no es extraño, pues, que creamos con más fuerza que podemos resultar agraciados con un buen premio”.

Y es que las creencias irracionales no sólo operan en cuanto a la forma de elegir los números a los que jugamos, sino en lo referido al juego mismo. Por eso, como señala Carmen Valle,  tendemos a valorar deficientemente nuestras probabilidades: “la mayoría de la gente cree que si juega siempre al mismo número tendrá más posibilidades de obtener premio. Y no es así”; o, como subraya Pérez Fernández, las personas que ya han sido agraciadas con algún premio suelen gastar más en lotería que aquellas a las que no les ha tocado nunca”. 

Claro que, en circunstancias como estas, ni siquiera es necesario que esperemos que nos toque la lotería para que el acto de comprar un décimo nos resulte reconfortante. Con ese gesto, afirma Carmen Valle, conjuramos una  realidad negativa mediante una máscara de normalidad: “seguir comprando lotería, seguir comiendo turrones y adquiriendo regalos da a nuestro entorno sensación de estabilidad psicológica: si me comporto igual que el año pasado por estas fechas, si puedo permitirme comprar lo mismo que años anteriores, es que no todo va tan mal”. 

Según Valle, este mirar hacia otro lado cuando llegan los problemas también tiene una explicación cultural. O dicho de otra manera, se trata de algo muy español. Mientras los anglosajones comienzan a comportarse con cautela en cuanto oyen hablar de crisis, los españoles continuamos la fiesta hasta que apagan las luces. “Nosotros, los latinos, actuamos ante las crisis como si no pasara nada. A lo mejor nos viene mal gastarnos un extra en una cena pero lo hacemos, o a lo mejor estamos incurriendo en un gasto excesivo con un viaje que hemos contratado, pero no lo pensamos. No nos importa: cuando ya no tengamos dinero en el banco, ya veremos cómo lo arreglamos”. Coincide en esa explicación cultural el sociólogo Alejandro Navas, de la Universidad de Navarra, para quien los españoles, gentes nada dadas al esfuerzo y a la constancia, “siempre hemos confiado en un golpe de suerte para solucionar las cosas”. Por eso hay aquí una notable tradición de loterías. “En ese sentido, somos un auténtico hit en Europa, probablemente porque en nuestro subconsciente colectivo está arraigada  la idea de que hay que buscar la riqueza en la fortuna antes que en el trabajo continuado y constante. Y esto se acentúa en un tiempo de crisis”. Claro que, por último, que seamos tan aficionados a la lotería es explicable porque se trata de “un juego que siempre ha sido el consuelo y la esperanza de los pobres”.

Puede que la crisis haya empezado a hacer sus efectos, pero no para las administraciones de lotería; puede que los comerciantes hayan colocado menos adornos navideños que nunca y que están preocupados por el descenso de las ventas, pero las colas ante los establecimientos loteros más prestigiosos, que comenzaron a formarse a principios de octubre, tienen cada vez mayores dimensiones; puede que el ciudadano medio esté moderando su gasto, pero no en los juegos de azar.