Barnier como síntoma: ¿se está convirtiendo el negociador del Brexit en un euroescéptico?
Como negociador de la UE para el Brexit, Michel Barnier se convirtió en un héroe europeo. Ahora, como precandidato a las presidenciales francesas, le critican porque su discurso se asemeja al de los euroescépticos. ¿Qué está sucediendo?
A Michel Barnier se le puede presentar de muchas formas. Cuatro veces ministro en el Elíseo, dos veces comisario europeo en Bruselas y, durante los últimos años, negociador de salida de Reino Unido de la Unión Europea; al currículum de este curtido funcionario francés de 70 años no le faltan credenciales. Pero la más interesante, por inesperada, es la que acaba de emerger con su desconcertante precandidatura presidencial. El héroe europeo del Brexit propone ahora un referéndum nacional sobre la inmigración, más soberanía ante las cortes europeas y poner coto a la creciente influencia de Alemania en Bruselas. ¿Por qué Barnier suena ahora como un euroescéptico?
No podremos desentrañar aquí este giro de guion que no vimos venir. Llegamos a la entrevista con preguntas para 30 minutos largos, pero el señor Barnier lleva prisa. Su apretada agenda incluye encuentros con varios medios para presentar la edición española de ‘La gran ilusión. Diario secreto del Brexit’ (Akal). Pero nos avisan que tiene cita en la Zarzuela para conversar con Felipe VI, así que hay que resolver en 20. Barnier se levantará 14 minutos después. Imposible para despejar todas las incógnitas, pero suficientes para identificar sus síntomas.
El libro de Barnier es, quizá, la mejor forma de resumir a Barnier. Un recuento pormenorizado y funcionarial de los 1.600 días del divorcio británico de la UE que, pese a su prometedor título, no contiene ninguna revelación explosiva. O eso parece. El texto ya fue diseccionado por la prensa cuando se publicó el original en francés en mayo. Medio millar de páginas en las que se identifica claramente al tecnócrata sobrio y sereno que tantas veces copó portadas y titulares durante las complejas negociaciones de salida. Hasta cuando califica a los protagonistas británicos con los que trató durante "la tragicomedia del Brexit", prefiere no cargar la pluma. “Personalidad barroca”, se limitó a decir de un Boris Johnson que estuvo a punto de dinamitar las conversaciones varias veces —y cuya actitud sigue amenazando los resultados del acuerdo—.
El carisma del negociador
Estos comedidos comentarios personales se entremezclan con densos pasajes técnicos solo aptos para muy ‘brexitólogos’. Aquí y allá, alguna escena chocante que nos recuerda el espíritu rocambolesco que impregnó las conversaciones con Londres durante los cuatro años de drama. Le pedimos que nos cuente la más insólita o hilarante que le venga a la memoria.
“En un momento de las negociaciones, recibo al jefe de la Cámara de Comercio británica, que me lleva una cesta con productos para mostrarme la calidad de sus productos nacionales”, relata Barnier, respondiendo en francés a las preguntas. La ‘cesta patriótica’ incluye queso, vino, té y jamón, así como obras de Shakespeare y Winston Churchill. Es un gesto de buena voluntad con el que los empresarios británicos quieren amansarle para lograr pleno acceso al mercado de servicios de la Unión Europea tras el Brexit.
“Yo conozco esos productos y todos estaban bajo protección europea de denominación de origen controlado. Esta es la paradoja de ese gran país que se unió a la UE precisamente por el mercado único, del que ahora ha decidido salir. Esta es una cosa que nunca he comprendido. Nunca he comprendido dónde está el valor agregado del Brexit para la economía británica”, termina el político, convirtiendo la anécdota en moraleja.
En realidad, el episodio es más sangrante. En su diario, el negociador recuerda que cuando rechazó la petición de los británicos, el ambiente se tornó hostil. Uno de ellos se atrevió a decirle que su posición iba a hacer la vida aún más difícil para el trabajador del Ruhr, la mujer soltera en Madrid o el desempleado en Atenas. “Fue moralmente indignante”, escribió en su 'diario' ese 10 de enero de 2018.
Pero en esta entrevista, el tono es didáctico y mesurado, sin rastro de socarronería o resentimiento. Lo mantendrá así toda la conversación. Sus adversarios en el centroderecha le achacan falta de carisma para liderar a Los Republicanos -el antiguo partido de su amigo Nicolas Sarkozy- contra el mediático Emmanuel Macron. Y los analistas dudan de que tenga colmillo suficiente pueda hacer mella en las filas de la extrema derecha francesa, donde Marine Le Pen es favorita, por el momento, para disputarle la segunda vuelta al presidente francés.
La calma del montañero
Sin duda, es difícil buscarle la vuelta a este hombre con el rostro hierático de diplomático prototipo. Pelo cano, ojos exageradamente azules, modales impecables. Buscamos una reacción emocional al momento de mayor angustia durante este accidentado periplo negociador que la exsecretaria de Estado estadounidense Madeleine Albright calificó como "el trabajo más difícil de Europa". Cada respuesta va precedida de un breve silencio. Todo está medido. No hay una palabra de más.
“Ha sido muy difícil y muy largo, mucho más largo de lo que esperábamos”, arranca. “El momento más difícil fue claramente la tercera votación [que perdió Theresa May en el Parlamento], en el que creíamos que podíamos ratificar el acuerdo y no se logró. El otro momento crítico fue cuando en plena negociación del segundo tratado, el Brexit económico y comercial, los británicos aprobaron una ley unilateral (la ley de mercado interno) que ponía en duda el primer acuerdo sobre Irlanda del Norte y eso nos pareció una alerta de pérdida de confianza”, resume.
Es un relato desprovisto de épica, con mucho mérito a compartir con su equipo y los líderes europeos. Barnier parece decidido a mantener un discreto segundo plano en el Brexit, pese a que su personalidad parece haber sido clave en lograr el éxito en el dramático acuerdo de Nochebuena. ¿Llegó el inmutable negociador a tirarse de los pelos, a maldecir en voz alta o a tirar algo al suelo para aplacar su frustración?
“Soy un montañero. He estado toda mi vida en Savoie, en los Alpes, y he aprendido a caminar largos trayectos guardando el aliento y la tranquilidad. Decidí con mi equipo que íbamos a ser muy respetuosos y calmados a lo largo de toda la negociación, evitar toda polémica, evitar las pasiones, evitar las emociones -salvo, quizás, en el tema de Irlanda-”, contesta como una esfinge.
Esa misma óptica le acompaña a la hora de analizar la actual situación de Reino Unido, sumido desde hace semanas en una crisis de abastecimiento que ha afectado al suministro en gasolineras, supermercados y otros negocios. Pero Barnier no siente la necesidad del proverbial ‘os lo dije’, ni hay regodeo en sus respuestas. “Primero, hace falta ser objetivo y mirar a largo plazo. No podemos juzgar el futuro del Brexit por unos pocos meses. Hay problemas de abastecimiento que están ligados a la crisis del covid, a los precios de la energía, al mercado de materias primas y, además, el Brexit”, enumera desapasionadamente. “Evidentemente, hay menos libertad de circulación, así que hay escasez de conductores. Y hay, además, controles sobre todos los productos. Hemos reconstruido las barreras aduaneras. Esas son las consecuencias del Brexit”, remata.
¿No se siente reivindicado después de haber sido atacado sin cuartel por políticos, medios y parte de la sociedad británica? “Sí, lo dije durante toda la negociación. Las consecuencias del Brexit son muy numerosas: humanas, sociales, económicas, financieras, técnicas, jurídicas. Y han sido, por lo general, infravaloradas y mal explicadas por los líderes británicos”. El Brexit, un circunloquio educado hasta el final.
Un irónico referendum
Barnier acabó su misión europea en marzo. Ya llevaba un tiempo insinuando con aspirar a la presidencia, la última línea pendiente en su dilatada hoja de vida política. Cuando en agosto formalizó su candidatura, el sentido común hacía pensar que usaría el prestigio acumulado durante la negociación del Brexit como principal baza electoral. Su perfil parecía perfecto para tratar de unir a la derecha francesa y buscar un proceso de “reconciliación nacional” en una sociedad cada vez más polarizada. En su lugar, su discurso se ha centrado en la exaltación del patriotismo, el control migratorio y la soberanía nacional frente a las cortes europeas. Muchos han arqueado las cejas más de lo que creían posible. ¿Está adoptando la narrativa de los ‘brexiteers’?
“Quiero poner al servicio de mi país la experiencia que he construido a nivel regional, nacional y europeo. Mi plan es simplemente ver los problemas que creo que tiene mi país y darles respuesta. Yo no me voy a ocupar de otros, ni tampoco a presentarme contra los otros. Apuesto por un proyecto que va a tratar cuestiones que les preocupan a los franceses: la autoridad pública, la seguridad nacional, la política de migración, la recuperación económica para reducir el paro. Esto es lo que me interesa”, asevera.
Tampoco reconoce lo irónico de plantear un referéndum, con el que espera detener todo flujo migratorio extracomunitario -con excepción es estudiantes y asilados- durante años, incluyendo la reagrupación familiar. Pese a su impronta europea y sus pasos por varios gobiernos, Barnier está lejos de ser un peso pesado electoral en Francia. Y está claro que su personalidad no es compatible con los discursos emocionales y la retórica inflamada con la que personajes como Boris Johnson, Donald Trump o Silvio Berlusconi lograban acaparar el foco mediático. Cabe preguntarse si esta es una forma de hacer populismo para políticos ‘no-populistas’.
“Yo identifico los problemas y cómo los arreglamos. La cuestión de la migración es grave porque la política migratoria francesa no funciona. Está desviada, hay abusos y hay una ausencia de control. Debemos hacer funcionar el sistema y para eso recuperar ciertos dominios, como la migración, nuestra capacidad soberana. No lo podemos hacer porque en la Constitución francesa no hay referencia a la inmigración. Queremos, como en otras constituciones, traducir el resultado de ese referéndum. Al mismo tiempo quiero trabajar en la red política europea sobre el control de fronteras, los asilos y los visados”, explica.
Un patriota europeo
Barnier no se inmuta cuando le preguntan si cree que su discurso puede alimentar las pulsiones euroescépticas o animar a países como Hungría o Polonia a redoblar su desafío a Bruselas. “No le presto atención a eso y además, no lo creo. No necesito ninguna lección de compromiso europeo. Soy europeo, definitivamente europeo. Y soy también un patriota. Creo las dos cosas pueden ir juntas. Simplemente recuerdo que la política de inmigración es una política de competencias compartidas entre la UE y los estados miembros”, asegura.
Pese a su vehemencia, las propuestas del excomisario han sido identificadas por muchos colegas y adversarios como un torpedo a la línea de flotación de la UE. Algunos creen que está resucitando el espectro del Frexit. Él descarta cualquier movimiento en este sentido, pero esto no le impide criticar a la “burbuja de Bruselas” y su “falta de voluntad” para cambiar. “Esto no es motivo para salir de la UE, pero sí es un motivo para reformar un montón de cosas. Por ejemplo, la ambición industrial europea, el control exterior de las fronteras, una posición menos naíf en los intercambios comerciales. Esa es la respuesta que debemos buscar en Bruselas ante ese sentimiento popular”, especifica.
Barnier insiste en que el “Brexit fue un error en el que todos salimos perdiendo”, pero cita el primer capítulo de su libro -’Una advertencia’- en el que reflexiona sobre el fenómeno ‘brexiteer’. Su conclusión es que los ciudadanos británicos votaron por el Brexit pensando que votaban contra la globalización, contra una Europa que no los protegía ante un escenario cada vez más desregulado y desindustrializado. Los mismos que votan por la izquierda radical de Jean-Luc Mélenchon o la ultraderecha de Le Pen. “Pienso en el mundo de hoy -peligroso, frágil, inestable- y creo que es mejor permanecer unidos que solos. El Brexit es muy grave. Pero es solo una advertencia. Hay que tratar de entender y comprender por qué muchas regiones británicas decidieron marcharse, un sentimiento que se puede compartir en partes de España, Italia o Francia. Si no cambiamos, habrá otros Brexit”.
Han pasado 13 minutos y el entrevistado ya hace gestos de que necesita marcharse. En la última pregunta, le pedimos que nos explique qué podemos aprender de su experiencia para nuestras negociaciones en la vida diaria, en nuestro trabajo, con nuestra familia o amigos. “El consejo que doy para cualquier negociación es, primero, conocer bien tu dosier. Segundo, respetar al que tienes enfrente, aunque no estés de acuerdo. Y tercero, es muy importante mantener la calma y ser coherente con tus argumentos”, enumera tras pensar unos instantes.
No queda claro cómo encajar esos consejos con sus propias propuestas electorales. ¿Hasta qué punto conoce Barnier el ‘dosier’ de la migración? ¿Cuán respetuosa es esta súbita propuesta que puede afectar dramáticamente la vida de cientos de miles de familias? ¿Es esto es coherente con su prédica estos años ante el Brexit? Ya avisamos que 14 minutos no eran suficientes para explicar este Doctor Kekyll y Mister Hyde que se ha marcado el gran negociador europeo. Pero los síntomas políticos sí están allí: la soberanía nacional como reacción al inmovilismo de Bruselas, la inmigración como galvanizador del desencanto europeo y la normalización de los golpes de efecto en el tablero político. Triste señal de cómo las virtudes del negociador son un lastre en la arena electoral del siglo XXI.
A Michel Barnier se le puede presentar de muchas formas. Cuatro veces ministro en el Elíseo, dos veces comisario europeo en Bruselas y, durante los últimos años, negociador de salida de Reino Unido de la Unión Europea; al currículum de este curtido funcionario francés de 70 años no le faltan credenciales. Pero la más interesante, por inesperada, es la que acaba de emerger con su desconcertante precandidatura presidencial. El héroe europeo del Brexit propone ahora un referéndum nacional sobre la inmigración, más soberanía ante las cortes europeas y poner coto a la creciente influencia de Alemania en Bruselas. ¿Por qué Barnier suena ahora como un euroescéptico?