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Bielorrusia no es Ucrania: por qué a Putin no le interesa una intervención militar
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Bielorrusia no es Ucrania: por qué a Putin no le interesa una intervención militar

Después de un fin de semana repleto de manifestaciones, Lukashenko ha pedido la ayuda de Rusia para estabilizar el país. Pero no parece estar en los intereses de Putin una operación tan arriesgada

Foto: Manifestantes en Praga contra Alexander Lukashenko. (Reuters)
Manifestantes en Praga contra Alexander Lukashenko. (Reuters)

Si la caída de las dictaduras en el siglo XXI tuviera una banda sonora, se parecería mucho a lo que se está escuchando estos días en Bielorrusia: un hilo musical en el plató de una televisión estatal vacía porque 600 de sus trabajadores se han unido a la huelga general contra Lukashenko; aplausos a los soldados que se dejan abrazar por los opositores; gritos de “vete, vete” de trabajadores de fábricas estatales contra el propio dictador que acude a dar un discurso; palabras nerviosas de un líder desquiciado que, ante unos pocos miles de funcionarios obligados a estar allí, habla de sí mismo en tercera persona: “Si destruyen a Lukashenko será el principio del fin”.

Este domingo, 200.000 personas según medios locales se congregaron en Minsk para pedir la convocatoria de nuevas elecciones y la dimisión Alexander Lukashenko, en el poder desde 1994. Esta manifestación, probablemente la mayor en la historia de un país de 9,4 millones de habitantes, es un hecho insólito dada la habitual fiereza del aparato represor del estado. Poco después, Lukashenko llamó “ratas” a sus oponentes, asegurando que eran marionetas de fuerzas extranjeras, en referencia a la OTAN. “Nos ofrecen nuevas elecciones. Yo digo: si saltamos a ese pantano, nunca saldremos de él. Nos quieren destruir, nos quieren debilitar. ¿Quién celebrará esas elecciones? ¿Quién se presentará? ¡Bandidos y criminales!”, dijo en el discurso, según la agencia estatal de noticias Belta. Este lunes, rebajó un poco el tono para decir que estaría dispuesto a compartir el poder, pero en ningún caso "por la presión de la calle".

Foto: Manifestantes en Bielorrusia. (EFE)

Con cada vez más deserciones en sus filas y con una comunidad internacional más dispuesta a condenar las fraudulentas elecciones de hace una semana, Lukashenko está decidido a jugar la carta de la OTAN. Y tiene una explicación: la supuesta manipulación extranjera sería lo único que convencería a Vladimir Putin a intervenir en Bielorrusia y ayudar a su compañero en Minsk. Y Lukashenko lo sabe. Moscú dice estar preparado para apoyarle, aunque lo ha hecho de una forma sutil y ambigua. A través de un comunicado, ofreció asistencia a través de la Organización del Tratado para la Seguridad Colectiva, una organización militar liderada por Moscú y que congrega a varias exrepúblicas soviéticas.

De Georgia a Ucrania pasando por Armenia

El problema para Putin es que, esta vez, no cuenta con una buena mano. Algunos analistas llevan años advirtiendo de que las invasiones rusas de Georgia en 2008 o en Ucrania en 2014 podrían repetirse en otro país de la esfera posoviética, especialmente dado los bajos índices de aprobación del líder del Kremlin. Sin embargo, las pistas apuntan a que, si lo tiene que hacer, Putin dejará caer a Lukashenko por la situación coyuntural del país, siempre y cuando eso no suponga que el nuevo líder se arrime hacia Occidente y altere los equilibrios geopolíticos de la zona.

La economía bielorrusa depende en gran medida de las ayudas financieras y los subsidios de Moscú, quien le vende petróleo barato para que lo pueda vender a un mayor precio. En los últimos años, Putin ha intentado integrar más ambos países, algo que ha chocado con la singularidad de un líder que solo confía en sí mismo. Porque Lukashenko no es ni prorruso ni prooccidental, como mucho es pro Lukashenko. Después de estar semanas cargando contra Moscú, ahora, en sus horas más bajas, pide ayuda a su hermano mayor. "Defender Bielorrusia no es nada más ni nada menos que defender nuestro espacio entero, la Unión Ruso-bielorrusa; éstos que vagan por las calles no comprenden esto", declaró.

Aunque es imposible descartar una intervención militar rusa, hay muchas buenas razones para intuir que no ocurrirá

Aunque algunas voces autorizadas en Moscú han pedido la intervención militar (como la editora jefe de RT, Margarita Simonyan), "la mayoría de los comentaristas en Moscú han sido críticos con Lukashenko", escribe Anders Åslund, economista y analista de Rusia, Ucrania y países posoviéticos, en The Atlantic Council. "De una forma poco común, sorprendentemente no están coordinados, y esto sugiere que no hay una política clara del Kremlin hacia Lukashenko. Aunque es imposible descartar una intervención militar rusa, hay muchas buenas razones para intuir que no ocurrirá”.

La primera es que Putin no soporta a Luskashenko. Tal y como recuerda Åslund, Putin es tan frío ante las cámaras como emocional en sus intuiciones. Y ve las costuras al líder bielorruso, quien ataca o elogia siempre según sus intereses. Las apelaciones al pasado conjunto entre Rusia y Bielorrusia de Lukashenko, corrientes hace unos años, las hacía para seguir beneficiándose del petróleo barato ruso, al igual que gestos tan excéntricos como el de dejar tres sacos de patatas de su huerta en el hotel en el que se había hospedado para salvar un acuerdo con Moscú.

Por supuesto, también ha habido sombras en su relación que alimentan las suspicacias de Putin. El año pasado, Lukashenko aseguró que la Segunda Guerra Mundial “no fue nuestra guerra”, una declaración que puede ser vista como un insulto en Rusia, donde la celebración de las victorias soviéticas en la Guerra del 39-45 se considera casi como una religión. Además, antes de las elecciones y para tratar de encontrar un chivo expiatorio lla policía bielorrusa detuvo a mercenarios rusos acusando a Moscú de ayudar a sus rivales.

placeholder Alexander Lukashenko en un mitin en Minsk. (Reuters)
Alexander Lukashenko en un mitin en Minsk. (Reuters)

Otro factor para que Putin rechace el envío de "hombres verdes" es el decreciente apoyo nacional a Lukashenko. “Esto contrasta con la situación en Ucrania en 2014. En el momento de la intervención militar rusa todavía había bastante apoyo ucraniano a las políticas prorrusas del presidente expulsado Viktor Yanukovych”, recalca Aslund. “Putin ve esto como un asunto interno de Lukashenko”, decía por su parte Tatiana Stanovaya, fundadora de R. Political, una consultora de riesgo político ruso, al Financial Times. “Si esto fuera sobre Lukashenko contra Occidente, entonces sería otra historia distinta y el Kremlin estaría diciendo otra cosa”.

La situación no pinta bien para el líder bielorruso de 65 años: trabajadores desertando de sus fábricas; embajadores en países cercanos criticando la violencia de la policía estatal; militares quitándose sus uniformes para unirse a los manifestantes. Europa parece estar asistiendo ante la caída de la última dictadura del continente. Ayuda también que la oposición bielorrusa, con Svetlana Tikhanovskaya a la cabeza, tan solo tiene tres demandas: que Lukashenko se vaya, la apertura de cárceles para sacar a los más de 7.000 detenidos estos días por la represión policial y la celebración de nuevos comicios.

"Si miramos hacia atrás, el Kremlin estaría más tranquilo si no hubiera invadido Ucrania. ¿Por qué repetir el mismo error pero en una situación peor?"

“Hasta el momento, no hay eslóganes contra Putin ni contra Rusia. [...] Cualquier intervención militar rusa en la Bielorrusia actual chocaría probablemente contra la oposición y le costaría demasiadas vidas y dinero a Rusia. Si miramos hacia atrás, probablemente el Kremlin estaría más tranquilo si no hubiera invadido el este de Ucrania. ¿Por qué repetir el mismo error en unas circunstancias mucho más adversas?”, afirmaba el analista sueco.

En ese sentido, en vez de recurrir a Ucrania, es mejor atender a lo que ocurrió hace dos años en Armenia en la última revolución de colores posoviética. En plenas protestas contra el gobierno armenio, Rusia decidió no intervenir militarmente. Los manifestantes consiguieron el propósito de un cambio de líder, pero las relaciones con Rusia se mantuvieron intactas y Putin se lleva bien con el nuevo primer ministro, Nikol Pashinyan. Además, Armenia sigue en la Unión Económica de Eurasia y en la Organización del Tratado para la Seguridad Colectiva.

Sin embargo, aunque la intervención rusa parece poco probable y el fin de Lukashenko cada vez más cerca, el futuro de Bielorrusia sigue siendo incierto. El equipo de la candidata opositora Svetlana Tikhanovskaya está intentando conseguir el apoyo de la Unión Europea para que sea reconocida presidenta. Desde Lituania, donde se ha refugiado por seguridad después de los comicios de hace una semana, Tikhanovskaya se ha ofrecido en redes sociales para liderar la transición democrática y la repetición de elecciones.

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La OTAN, por su parte, ha dicho que está “monitoreando” la situación de cerca, pero negó que estuviera aumentando su presencia cerca de las fronteras bielorrusas. Por su parte, Emmanuel Macron lanzó este domingo un llamamiento para que la Unión Europea actúe en apoyo de los manifestantes. "La Unión Europea debe seguir movilizándose junto a los cientos de miles de bielorrusos que se manifiestan pacíficamente para que se respeten sus derechos, su libertad y su soberanía", escribió el presidente francés en su cuenta de Twitter.

Tan solo el 22% de los rusos creen que la victoria de Lukashenko fuera cierta, según una encuesta realizada la semana pasada por la casa de encuestas estatal VCIOM, mientras que el 89% consideraba que lo que estaba ocurriendo en Bielorrusia era importante para Rusia. Además, aunque no estuvo incluido en la encuesta, los analistas recuerdan que una acción militar tendría mucho menos apoyo entre los rusos que la invasión y anexión de Crimea en 2014.

Ante los abucheos de los trabajadores de las fábricas, Lukashenko dijo este lunes que no habrá más elecciones hasta que no le maten. Posiblemente, ante una declaración tan tajante, Putin arquee una ceja, pues en sus manos está acabar con el mandato de Lukashenko. O al menos dejar que caiga como una torre de jenga. “El Kremlin probablemente pueda trabajar con cualquier nuevo líder bielorruso al igual que lo ha hecho de forma exitosa con Pashinyan en Armenia”, escribe Åslund en las últimas líneas de su artículo. “El régimen de Putin tiene una ventaja comparativa en su habilidad de infiltrarse y manipular, que cuesta mucho menos que una intervención militar. ¿Por qué ser tan descarado?”.

Si la caída de las dictaduras en el siglo XXI tuviera una banda sonora, se parecería mucho a lo que se está escuchando estos días en Bielorrusia: un hilo musical en el plató de una televisión estatal vacía porque 600 de sus trabajadores se han unido a la huelga general contra Lukashenko; aplausos a los soldados que se dejan abrazar por los opositores; gritos de “vete, vete” de trabajadores de fábricas estatales contra el propio dictador que acude a dar un discurso; palabras nerviosas de un líder desquiciado que, ante unos pocos miles de funcionarios obligados a estar allí, habla de sí mismo en tercera persona: “Si destruyen a Lukashenko será el principio del fin”.

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