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Ya no nos quedará París: el covid-19 fuerza a la ciudad por antonomasia a reinventarse
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Ni terrazas apretadas ni colas en el Louvre

Ya no nos quedará París: el covid-19 fuerza a la ciudad por antonomasia a reinventarse

La crisis sanitaria ha despojado a París de todos sus epítetos: ruidosa, ajetreada, opulenta, mágica. Es quizá el ejemplo de ciudad perfecta para ser víctima del coronavirus

Foto: Una pantalla reproduce mensajes sobre el coronavirus frente a la torre Eiffel. (Reuters)
Una pantalla reproduce mensajes sobre el coronavirus frente a la torre Eiffel. (Reuters)

Al gorjeo de las palomas, eco indiscutible de la vida parisina, se suma el canturreo de gorriones, ruiseñores y otras especies hasta ahora silenciadas por el trajín ineludible de la capital francesa. El pasado 17 de marzo, la ciudad echó el cerrojo: cafés, bares y restaurantes cerraron sus puertas, el transporte público fue reducido al mínimo necesario, las 'boutiques' y los centros comerciales bajaron las persianas hasta nuevo aviso. Al mismo tiempo, 600.000 personas, es decir, un cuarto de su población, huyeron de la capital hacia las zonas rurales. Desde entonces, una nueva fauna se ha ido apropiando poco a poco de los jardines desiertos, las calzadas vacías, los balcones abandonados, y los patios interiores poco o nada frecuentados.

París ha sido despojada de sus epítetos: ruidosa, ajetreada, opulenta, mágica. Este lunes 11 de mayo, comenzará, bajo estrictas restricciones, el fin del confinamiento y la reconstrucción de una ciudad desgastada no solo por una pandemia, sino por una sucesión de eventos que difícilmente pueden ser ignorados u olvidados.

La crisis sanitaria desatada por el covid-19 se esboza como un golpe fatal para una ciudad vapuleada: los atentados terroristas del 13 de noviembre de 2015; las manifestaciones y revueltas protagonizadas por los chalecos amarillos que marcaron la agenda política y social a lo largo del 2019; el trágico incendio que destruyó la cubierta de Notre-Dame en abril del pasado año; sin olvidar la ola de calor que con 45.9 grados superó el récord histórico de la ciudad el pasado mes de junio; ni la reciente huelga del transporte público contra la reforma de las pensiones, el paro más largo desde 1986; engrosan la lista de nefastos sucesos que, a lo largo del último lustro, han ido desfigurando el ícono parisino y minando la moral de sus habitantes.

Foto: Una mujer, frente a la torre Eiffel. (EFE)

Hasta ahora, haciendo prueba de resilencia, París se ha repuesto, con mayor o menor dificultad, de cada batacazo. Pero, ¿podrá sobrevivir a las estrictas normas de distanciamiento social de la era post covid-19? ¿Qué será de las míticas terrazas parisinas donde el roce de las rodillas y los codazos entre los clientes son el pan nuestro de cada día? ¿Qué pasará con los míticos barcos que navegan por las aguas del Sena desbordados de turistas venidos de todo el mundo? ¿Cómo sobrevivirán los cines y teatros? ¿Cuándo reabrirá sus puertas el museo del Louvre, la Ópera de París, o la Torre Eiffel, emblemas de la ciudad y, sobre todo, de su turismo? Interrogantes sin respuesta que desembocan en una constatación irrefutable: la ciudad de la luz deberá reinventarse.

En la antesala del inicio del desconfinamiento, el sábado 9 de mayo, París amanece bajo un tímido sol, a media tarde los termómetros alcanzan los 22 grados, sin embargo, “es como un día de lluvia en pleno invierno”, suspira una joven heladera que atiende entusiasmada a sus raros clientes en pleno barrio latino, epicentro turístico.

placeholder Una mujer camina en el distrito financiero de La Defense. (Reuters)
Una mujer camina en el distrito financiero de La Defense. (Reuters)

“Decidimos cerrar el pasado 17 de marzo, cuando el Gobierno decretó el confinamiento, y no hemos abierto hasta este mismo viernes. En un día como hoy, tendríamos una larga cola de clientes: turistas, vecinos... Pero hay que aceptar que vivimos una nueva realidad. No sabemos ni cómo, ni cuándo, volveremos a la normalidad, ¡si volvemos, claro!”, exclama mientras busca con la mirada a potenciales clientes, una ardua tarea en una avenida casi desierta. “Esperemos que a partir del lunes, con la vuelta al trabajo, tengamos un poco más de ajetreo”, lanza con una media sonrisa detrás de su tenderete.

París, zona roja

Este lunes, bajo la insignia de “zona roja”, distintivo que establece un desconfinamiento especialmente estricto al considerar que el virus todavía circula libremente, los parisinos están llamados a iniciar la desescalada. Comercios, boutiques, guarderías y colegios reabrirán sus puertas bajo condiciones específicas; los ciudadanos podrán desplazarse sin justificación alguna y reunirse, tanto en público como en privado, siempre que no se supere un máximo de 10 personas; el metro retomará el 75% de su actividad, si bien en las horas punta –entre las 6:30 y 9:30 horas, y entre las 16:00 y las 19:00 horas- solo podrán acceder aquellos que justifiquen un desplazamiento por motivo “imperioso” y será obligatorio el uso de mascarillas para acceder a cualquier forma de transporte público.

Foto: El presidente francés, Emmanuel Macron. (Reuters)

Así pues, conseguir una mascarilla, imposible hasta hace tan solo unos días, se convirtió en el objetivo de muchos durante este último fin de semana de confinamiento. Farmacias, kioscos y estancos han puesto a la venta mascarillas y guantes, otro producto estrella que había desaparecido de las estanterías de los supermercados parisinos. Las mascarillas reutilizables (hasta 30 lavados) fabricadas en Francia ascienden a 6,5 euros la unidad. Una suma nada desdeñable para un objeto indispensable en tiempos de pandemia. Vaticinando posibles críticas, el Ayuntamiento de París ha prometido la distribución de 2,2 millones de mascarillas gratuitas: una por persona y seis por cada hogar.

Epicentro de la mortalidad

A fecha de 9 de mayo, según los datos de Open Stats Coronavirus, el número de víctimas mortales desde el inicio de la pandemia en la región Île-de-France asciende a 6.451, 1.575 de entre ellas habrían fallecido en París. Actualmente, la víspera de la desescalada, más de 1.800 personas continúan ingresadas en un hospital de la capital, según las cifras de las autoridades locales. En este contexto, y ante la posibilidad de un repunte en el número de contagios, “a partir de ahora en la región de Île-de-France, hay que llevar máscaras en el espacio público”, insistió, este domingo 10 de mayo, Valérie Pécresse, presidenta de la región, en una entrevista concedida a Europe 1.

Sin embargo, el uso de mascarillas, si bien es un elemento de protección indiscutible, no es obligatorio en el espacio público y, lamentablemente, en las aceras parisinas su porte no es unánime. ¿Cambiará esta realidad a partir de este lunes 11 de mayo? Frente a los olvidadizos, perezosos o poco concienciados, son muchos los establecimientos que ya han colgado el cartel de “uso indispensable de mascarillas” para atravesar sus puertas, siguiendo así los pasos de las estaciones de metro, donde un nuevo rótulo establece el uso, ahora sí obligatorio, de este objeto barrera.

placeholder Distribución de desinfectante en una estación de metro de París. (EFE)
Distribución de desinfectante en una estación de metro de París. (EFE)

“Esperemos que la gente se conciencie rápidamente de lo importante que es llevar la mascarilla y respetar el distanciamiento social. Todavía no hemos empezado y yo ya ando preocupado, tengo la impresión de que muchos se toman las medidas a la ligera, como si París pudiese volver a la normalidad mañana mismo”, dice preocupado un bodeguero parisino que, hasta ahora, ha sobrellevado el confinamiento con una buena noticia: sus ventas se han multiplicado en los dos últimos meses. “Al final, lo que nos queda es una buena comida y una buena botella de vino, y eso nos los podemos permitir mientras estamos tranquilamente encerrados en nuestra casa. ¡A un francés, sobre todo, no le quites un buen vino!”, añade señalando la puerta de su pequeño establecimiento donde tres personas hacen cola para evitar amontonarse en su interior. Aquí la distancia mínima se exige y se respeta.

Tengo la impresión de que muchos se toman las medidas a la ligera, como si París pudiese volver a la normalidad mañana mismo

Gracias a las panaderías que se han mantenido en pie de guerra durante los dos últimos meses, los 'croissants' y 'pains au chocolat' continúan marcando el olor de la ciudad a primera hora de la mañana. Pero es imposible disfrutarlos en una terraza bajo el sol de primavera que, ironías del destino, se ha dejado ver más que nunca en el cielo parisino desde el inicio de la crisis sanitaria. Los restaurantes, bares y cafés continuarán cerrados hasta nueva orden. Los jardines y parques, lugares de tentación en esta época del año, donde las reuniones en torno a un picnic –'baguette' y queso camembert incluidos- se inscriben en el día a día, tampoco reabrirán sus puertas.

Ni los parisinos quieren el confinamiento de París

Los parisinos se verán privados de actividades esenciales para sobrellevar la soledad que, para muchos, es intrínseca a la ciudad de la luz, conocida por sus precios desorbitados, obligando a muchos a vivir en espacios muy pequeños o poco luminosos. Esta realidad podría explicar porqué el 25% de los habitantes de París abandonaron la ciudad al inicio del confinamiento: muchos extranjeros y originarios de otras provincias optaron por volver a sus hogares; el 11% de los parisinos, aquellos con más recursos económicos, decidieron viajar a sus segundas viviendas para confinarse en mejores condiciones, según las cifras del Insee.

“Un París desierto y entumecido... Cómo un mes de encierro cambió el rostro de la capital”, con este titular el diario Le Monde resumía, el 17 de abril, cómo el confinamiento ha ido apolillando la ciudad. Sirva como ejemplo: entre el 30 de marzo y el 5 de abril, los residuos locales se redujeron un 32% en comparación con la colecta habitual y el consumo eléctrico descendió un 34%; 25.400 restaurantes cerraron; 9 de cada 10 hoteles cesaron su actividad; y el 72% de los comercios tuvo que echar el cierre.

Foto: Mercado chino en Guangzhou, China. (EFE)
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Ante este escenario, la crisis económica que se avecina salpicará a muchos y diversos sectores. Sin duda, el turismo pagará caro este último golpe que algunos vaticinan como un nocaut para la capital francesa. Según un reciente estudio del gabinete In Extenso, la hostelería no recuperará su nivel anterior a la pandemia hasta, en el mejor de los casos, el año 2022. “La experiencia de crisis anteriores nos ha demostrado que se necesitan entre 24 y 36 meses para volver a una situación anterior. Pero la crisis actual es mucho más brutal”, advierte Olivier Petit, especialista en Turismo, Cultura y Hotelería en el seno del organismo.

Esta vez, París necesitará más que su resilencia no solo para reponerse, sino para pensar y construir una nueva realidad. En este sentido, por ejemplo, la Alcaldía de París ha anunciado la creación de 50 km de carriles temporales para las bicicletas, temiendo que los usuarios apuesten por circular en sus coches para evitar el transporte público.

El recurso masivo a los automóviles a partir de este lunes preocupa especialmente a la alcaldesa parisina: “Una afluencia masiva de vehículos aumentaría el nivel de contaminación atmosférica (…) Además, varios estudios han demostrado que la contaminación por partículas ha acelerado la propagación del coronavirus”, insiste Anne Hidalgo en Le Journal du Dimanche, defendiendo así la hipotética puesta en marcha de un sistema de tráfico alterno y la creación de nuevas zonas peatonales a partir de este lunes. Quizás, los trinos y canturreos matinales que acompaña desde hace casi dos meses las mañanas en París, sobreviva a la era poscoronavirus, pasando a formar parte del nuevo atractivo de una ciudad obligada a reinventarse.

Al gorjeo de las palomas, eco indiscutible de la vida parisina, se suma el canturreo de gorriones, ruiseñores y otras especies hasta ahora silenciadas por el trajín ineludible de la capital francesa. El pasado 17 de marzo, la ciudad echó el cerrojo: cafés, bares y restaurantes cerraron sus puertas, el transporte público fue reducido al mínimo necesario, las 'boutiques' y los centros comerciales bajaron las persianas hasta nuevo aviso. Al mismo tiempo, 600.000 personas, es decir, un cuarto de su población, huyeron de la capital hacia las zonas rurales. Desde entonces, una nueva fauna se ha ido apropiando poco a poco de los jardines desiertos, las calzadas vacías, los balcones abandonados, y los patios interiores poco o nada frecuentados.

París Chalecos amarillos Anne Hidalgo Museo del Louvre Torre eiffel