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"Tendremos que reconstruir Europa como en 1945. Requiere dinero y deuda a largo plazo"
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entrevista a Jean-Pierre Chevènement

"Tendremos que reconstruir Europa como en 1945. Requiere dinero y deuda a largo plazo"

Chevènement fue ministro de Investigación e Industria, de Educación y de Defensa en la presidencia de Mitterrand y, después, asumió la cartera de Interior con Lionel Jospin

Foto: Jean-Pierre Chevènement.
Jean-Pierre Chevènement.

Jean-Pierre Chevènement, con 81 años cumplidos, es una de las grandes figuras de la política francesa y, por ende, europea, uno de los últimos representantes de una época de gigantes, de Charles de Gaulle a François Mitterrand, que reconstruyeron Europa tras la II Guerra mundial y trataron de convertirla, además, en un sujeto político para poder contar algo en el mundo. Él mismo encarna esta fase de penurias que lograron transformarse en éxito: de niño sufrió con extrema dureza la II Guerra Mundial, y luego fue gracias a la República francesa que pudo estudiar y hasta licenciarse en la prestigiosa Escuela Nacional de la Administración (ENA), donde se forma la élite del funcionariado, en una historia de meritocracia vivida en carne propia que fortaleció sus valores republicanos.

Chevènement fue ministro de Investigación e Industria, de Educación y de Defensa durante la presidencia de Mitterrand y, posteriormente, asumió la cartera de Interior con Lionel Jospin durante la presidencia de Jacques Chirac. A pesar de que su trayectoria está vinculada a la izquierda —primero, en el Partido Socialista, y después en el polo republicano que trató de construir—, su figura es muy respetada en todo el arco político, sobre todo porque ha dado sobradas pruebas de independencia de criterio, más allá de las batallas partidistas, hasta el punto de dimitir en hasta tres ocasiones como ministro por desacuerdos con la política del Gobierno.

En 2012, el presidente François Hollande le nombró representante especial de Francia para Rusia, puesto en el que fue confirmado por el actual presidente, Emmanuel Macron.

PREGUNTA. Usted sostiene que ciertas élites políticas no son capaces de pensar de otra manera porque han sido educados en este sistema y ahora sus respuestas a la pandemia llegan con enorme retraso. ¿Cómo ha sido posible?

RESPUESTA. Esta pandemia revela las dependencias y fragilidades que hemos dejado acumular durante tres décadas de mundialización. Naturalmente, estas dependencias y sus fragilidades son el resultado de la aplicación de la filosofía económica de Friedrich Hayek y Milton Friedman, que consideraban que se debía permitir a cada actor individual optimizar sus cálculos económicos y que ello resultaría en el mayor crecimiento posible a nivel mundial. Esta visión economicista, ahora mismo, está mostrando sus límites. El aspecto estratégico ha sido totalmente desatendido y la preocupación sobre la legítima seguridad que sustenta el pacto entre el Estado y los ciudadanos ha sido ignorada. En el ámbito de la salud es evidente, pero también en energía, agricultura y defensa. Y no es ajeno a ello que se haya permitido a la mitad de la industria deslocalizarse al otro lado del mundo.

P. ¿Sucede así en todos los países por igual?

R. No exactamente. Es más cierto para Francia, para Reino Unido y, quizás, España. Sin embargo, España ha permitido que se cree una dependencia excesiva, por ejemplo, en el ámbito del turismo o la construcción. Ningún país puede basar su futuro en especializaciones demasiado estrechas. Y depende de cada Estado hacer todo lo posible para preservar su tejido industrial o reconstruirlo cuando lo ha dejado deshilacharse. Es el sentido de la declaración que ha hecho Thierry Breton, comisario europeo de Mercado Interior, que ha subrayado la importancia de que cada Estado salve su propio ecosistema.

P. ¿Y qué les impide cambiar de marco mental?

R. Durante 30 años, las jóvenes generaciones han sido educadas en el culto a una cierta doxa liberal, por no decir ultraliberal. Nuestras élites se han comportado como si las naciones no tuviesen ya ninguna importancia, como si vivieran en un universo plano, donde los obstáculos y las fronteras hubiesen desaparecido. Los valores del patriotismo, del servicio público, del civismo, han disminuido mucho. Se ha extendido el hiperindividualismo, y ensayistas estadounidenses como Christopher Lasch han podido hablar de la secesión de las élites porque estas ya no estaban realmente preocupadas por el destino de las capas populares. Ha habido una verdadera ruptura de la solidaridad.

P. ¿Todavía se puede revertir?

R. Sería necesaria una revolución cultural para que las élites vuelvan a hacer propio un cierto número de valores de solidaridad. Cada país debe hacer su examen de conciencia. Nuestras élites deben dejar de concebir el mundo solo en función de su solo interés egoísta. No planteemos un bloque elitista y un bloque populista. Pensemos el futuro sobre la base de un bloque interclasista, que reúna tanto a élites conscientes de sus responsabilidades como a capas populares, que, naturalmente, deben tener un horizonte más amplio que la mera protesta del día a día.

placeholder El presidente de Francia, Emmanuel Macron. (EFE)
El presidente de Francia, Emmanuel Macron. (EFE)

P. El presidente de la República francesa, Emmanuel Macron, ha afirmado que esta crisis "nos enseña que ciertos bienes, ciertos productos, ciertos materiales, el carácter estratégico, imponen tener una soberanía europea. Producir más en suelo nacional para reducir nuestra dependencia y así equiparnos a largo plazo". Como exministro de Industria, ¿qué opina de esta declaración?

R. Me complace ver que aboga por una reapropiación por parte del Estado de sus responsabilidades. Está enteramente en su papel, porque el presidente de la República, tal como fue concebido en nuestra Constitución por el general De Gaulle, es el garante del interés general, a largo plazo, de larga duración. Por tanto, esta corrección de tiro no debe ser menor o circunstancial, y es fundamental para que podamos salir en un estado no demasiado malo de la crisis que se ha abatido sobre nosotros. El presidente se refiere tanto a la producción en suelo nacional como a la soberanía europea. Creo que aquí estamos en el centro de una cuestión fundamental: ¿qué puede imponer Europa? ¿Tiene la capacidad de hacerlo? La Comisión Europea, que generalmente solo da su opinión basada en la competencia, ¿puede ahora definir una política industrial para toda Europa?

P. ¿Cree que puede?

R. Creo que no sería pedirle demasiado si puede hacerlo para industrias clave, como por ejemplo la industria automotriz, para la fabricación de baterías eléctricas, ya que actualmente dependemos de China. Debe ser capaz de hacerlo en el ámbito digital y sostener las pocas empresas europeas que están presentes en este sector. Es de una importancia decisiva, y es lo que ha precisado Breton: que en territorio nacional fabriquemos, por ejemplo, los respiradores y las sustancias medicinales que ahora son fabricados al 80% por China. Las empresas deben pensar en reubicar sus cadenas de valor y producción para poner fin a fragilidades insoportables. Es toda una reconstrucción, un poco como después de 1945. Una reconstrucción de nuestro tejido industrial y nuestras capacidades tecnológicas. Requerirá mucho dinero. Y ahí es donde entra en juego la necesaria solidaridad europea. Europa debe ser capaz de endeudarse a muy largo plazo.

P. ¿Cómo hacerlo?

R. Podemos imaginar mecanismos de mutualización financiera en proporción a la riqueza y la población de cada Estado. Para hacer frente a una pandemia mundial, la solidaridad europea debe manifestarse. En cualquier caso, la dirección trazada por Macron es evidentemente una ruptura con el pensamiento de la mundialización liberal que ha prevalecido durante 30 años. Ahora hace falta que sigan los hechos. Necesitamos recrear un verdadero Ministerio de Industria.

P. El ministro de Economía francés, Bruno Le Maire, ha advertido de que estamos en un momento crítico de la construcción europea y que si somos únicamente “una suma de naciones que solo piensan en sí mismas, el proyecto europeo morirá". ¿Qué opina?

R. Creo que es un diagnóstico bastante acertado. Europa debe manifestar una capacidad de solidaridad que hasta ahora no ha sabido demostrar. Recordemos la forma en que se gestionó la crisis del euro. La intervención del Fondo Europeo de Solidaridad, siempre rehén de planes de restricción y austeridad, que han costado muy caros a todos los países implicados. No podemos repetir esta experiencia, debemos avanzar hacia una fuerte mutualización, y si esto no es posible, entonces tendremos que saber extraer las consecuencias si se demuestra claramente que los países del norte de Europa —pienso en los Países Bajos, Alemania, Finlandia y Austria— rechazan toda perspectiva de mutualización. No para abandonar la idea europea, sino para introducir flexibilidad en el funcionamiento del euro y convertirlo en una moneda común en lugar de una moneda única.

Foto: EC.
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P. Recientemente, el economista Bruno Colmant, del Banco Degroof Petercam, recalcó que la respuesta europea a la crisis de 2008 fue de contracción, al focalizarse en el cumplimiento de los déficits y la deuda, cuando convenía “una política keynesiana expansiva”, lo que le lleva a advertir de que “el euro se ha convertido en una prisión”. ¿Comparte esta opinión? ¿Es razonable que la viabilidad económica de países como España o Francia dependa de la política monetaria exigida por Alemania y otros países?

R. El señor Colmant no hace más que recordarnos lo que sucedió: una política de contracción presupuestaria que ha llevado al estancamiento económico a largo plazo. Se puede decir que Europa apenas ha salido de la crisis de 2008. O, al menos, que su crecimiento se ha roto de forma duradera durante los últimos 10 años. La aplicación de los mismos remedios llevaría a una degradación de Europa. Necesitamos ser capaces de pensar en una deuda a muy largo plazo con mecanismos de deuda perpetua. Necesitamos establecer mecanismos de solidaridad financiera que den a Europa un contenido político.

De lo contrario, en efecto, si Alemania impone su ordoliberalismo (es decir, la reducción a cero de los déficits presupuestarios y la reducción del ratio de deuda al 60%) estaremos abocados al desastre. Ha llegado el momento de una ruptura clara y franca. Este problema debe plantearse políticamente, como ya lo ha sido por iniciativa de España e Italia, con el apoyo de Francia y algunos otros países.

No podemos estar satisfechos con el actual Mecanismo Europeo de Solidaridad, cuya aplicación se basa en políticas extremadamente restrictivas. No es serio, debemos inventar un remedio que esté a la altura del desastre imprevisto que es la pandemia de coronavirus.

P. Edward Luce, redactor jefe del 'Financial Times' en EEUU, sostiene que la reelección de Donald Trump significaría un cambio permanente en la república estadounidense, y desde el comienzo de la crisis de Covid-19 su popularidad no ha hecho más que aumentar. Dado el desprecio de gran parte de la Administración Trump hacia Europa, ¿debería Europa cuestionar sus alianzas? ¿Debería actualizarse la idea del general De Gaulle de una Europa del Atlántico a los Urales?

R. Ante un acontecimiento importante que nos recuerda el sentido trágico de la vida, debemos mantener la calma. EEUU, como todos los países, está siendo atacado por el coronavirus y tiende a dar preferencia a los remedios que lo conciernen y, como cada país, hay que evitar el sálvese quien pueda.

Esto se aplica a Europa, y en particular a nuestros países, que deberían tomar la iniciativa de una especie de gran New Deal a escala mundial, lo que los estadounidenses fueron capaces de hacer en las décadas de 1930 y 1940. Europa podría invitar a EEUU y a China a cooperar con ella para ayudar a los países africanos o a los países del subcontinente indio, que están particularmente afectados. Es la humanidad en su conjunto la que tiene que hacer frente a la situación. Si me refiero a Europa es porque no debemos ver cómo se amplía una desastrosa brecha entre los países ricos del norte y los menos ricos, del sur. Es necesario pensar en Europa como un tercer actor a nivel mundial. De lo contrario, caeremos en la dependencia de China y EEUU, como se puede ver en el campo de la salud con respecto a China o en la extraterritorialidad del derecho americano, que EEUU impone gracias al papel del dólar, la única moneda mundial. Por tanto, lo que debe promoverse es la reconstrucción de las relaciones económicas internacionales, incluido el sistema monetario.

P. ¿Cómo?

R. Para hacer del euro una moneda de reserva mundial y liberarnos de la excesiva tutela del dólar, la Europa de los Veintisiete no es suficiente. Debemos reconstruir los lazos con Reino Unido y deducir otros nuevos con Rusia. Rusia es un país europeo y Europa, si quiere tener una voz en el mundo de mañana, debe reunir todos los pueblos de Europa, desde el Atlántico hasta el Pacífico. Así que, naturalmente, esto significa que debemos ser capaces de definir una arquitectura de seguridad a nivel europeo. Eso es lo que el presidente Macron ha propuesto. No podemos imaginar una nueva guerra en Europa. No vamos a embarcarnos en una nueva carrera armamentística.

Debemos resolver los problemas de Ucrania, debemos asegurarnos de que Ucrania pueda tener un estatus de neutralidad garantizado por todas las grandes potencias. Y luego crear una cooperación con Rusia en todas las tecnologías de vanguardia, porque Rusia es un gran país científico.

Y déjenme añadir unas últimas palabras, antes de terminar: mis pensamientos van al pueblo español, que ha sido severamente afectado. Después de Italia, es el pueblo de Europa más castigado. Naturalmente, Francia sigue a corta distancia. Todos estamos en el mismo barco y debemos ser capaces de hacer triunfar esta idea de solidaridad, aquellos que la compartan establecerán los límites de la Europa del mañana.

Jean-Pierre Chevènement, con 81 años cumplidos, es una de las grandes figuras de la política francesa y, por ende, europea, uno de los últimos representantes de una época de gigantes, de Charles de Gaulle a François Mitterrand, que reconstruyeron Europa tras la II Guerra mundial y trataron de convertirla, además, en un sujeto político para poder contar algo en el mundo. Él mismo encarna esta fase de penurias que lograron transformarse en éxito: de niño sufrió con extrema dureza la II Guerra Mundial, y luego fue gracias a la República francesa que pudo estudiar y hasta licenciarse en la prestigiosa Escuela Nacional de la Administración (ENA), donde se forma la élite del funcionariado, en una historia de meritocracia vivida en carne propia que fortaleció sus valores republicanos.

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