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Roma, como nunca la habías visto: el coronavirus vacía la Ciudad Eterna
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EL CIERRE DE TODO UN PAÍS

Roma, como nunca la habías visto: el coronavirus vacía la Ciudad Eterna

A Roma, el coronavirus le cayó del norte, de los periódicos, la televisión y hasta del cielo, pues El Vaticano ya confirmó un caso de contagio en la casa de Dios y ha echado el candado

Foto: El Vaticano, completamente vacío. (J. B.)
El Vaticano, completamente vacío. (J. B.)

Viernes, 6 de marzo. La señora Huan te recibe en su restaurante chino del barrio de Prati, cerca del Vaticano, como si por la puerta entrara un milagro. Se despereza junto al camarero de origen bangladesí con el que contempla la pecera —lo único vivo que hay en aquella estancia—, mira su enorme sala vacía y abre las manos como si en vez de ofrecer una mesa ofreciera un sacrificio a los dioses. ¿Sigue sin venir nadie? Y ella, sacudiendo la cabeza con resignación, responde, “no hay clientes, no ganamos dinero”, y se va a la cocina. Así pasa cada día desde que la señora Huan puso la televisión y descubrió que ella simboliza la zona cero del virus. Porque la señora Huan es china y vive en Italia, lo que hoy, para todo el mundo, significa ser una especie de probeta de hospital que va esparciendo virus por todas partes.

Martes, 12 de marzo. El señor Giuseppe, el marido chino de la señora Huan, autobautizado así porque dice que su nombre es impronunciable, pega un cartel en la puerta que anuncia: “El restaurante estará cerrado hasta el 22 de marzo por vacaciones”.

Foto: Foto de archivo de la cárcel de Sollicciano, Florencia (EFE)

A Roma, el coronavirus le cayó del norte, de los periódicos, la televisión y hasta del cielo. El Vaticano ya confirmó un caso de contagio en la casa de Dios y hasta el 3 de abril, como todos, ha echado el candado. La Ciudad Eterna se sintió entonces menos eterna en estos días en que primero, el miércoles pasado, se decidió cerrar las clases y después, este lunes, se decidió mejor cerrarlo todo para no discriminar a nadie.

placeholder Ni un alma en El Coliseo. (J. B.)
Ni un alma en El Coliseo. (J. B.)

Todo ha ido sucediendo paso a paso. De algunas mascarillas en las caras en algunas personas hace cinco días se ha pasado a las largas filas de ayer en los supermercados, como el Simply Market de la calle Augusto Riboty, para comprar suministros con los que superar el apocalipsis. Cada cliente se sitúa a un metro del otro, con pinturas que indican la separación obligatoria en el suelo, mientras por megafonía recuerdan que es obligatorio usar guantes y no tocarse. Incluso la puerta automática de la tienda se ha desactivado y un encargado la abre y la cierra manualmente, dando paso de 10 en 10 a los compradores, mientras el resto espera en una cola que sale a la calle. Dentro, algunos productos, como el jabón de manos y algunas pastas y arroces, se han terminado.

Nadie se toca

Cerca, en la farmacia Marchetti, los farmacéuticos, con sus guantes y máscaras, se afanan en desinfectar con 'spray' la sala previa al mostrador para eliminar los virus invisibles que pululan por el aire. Los clientes, en una larga fila, se colocan entre las cintas adhesivas pegadas en el suelo con la separación obligatoria de un metro, y se desinfectan las manos antes de llegar a la caja y solicitar sus medicamentos tras una cinta protectora que los separa otro metro del mostrador. No es que no se toquen las personas por ley, es porque no se alcanzan.

Pero al menos estos comercios siguen abiertos; otros, más sensibles a la 'recomendación' de no tocarse, como las clínicas de fisioterapia, han cerrado: “Hemos decidido por precaución estar cerrados al menos esta semana y después vemos cómo anda la situación. La semana que viene evaluaremos si retornamos al trabajo”, dice Antonella, osteópata de la clínica Equilibro Interiore.

Los masajistas, por el uso de sus manos, son un sector evidente en crisis, pero peor es para los manifestantes profesionales, que están directamente prohibidos. El decreto del Gobierno italiano del lunes por la noche, entre otras cosas, prohíbe las reuniones multitudinarias al aire libre. La última quizá se vivió esa misma mañana, unas horas antes, en la plaza del Campidoglio. La escena era cómica.

Foto: Foto: EFE

Un grupo de manifestantes protestaba contra los recortes. Uno de los líderes hablaba con el megáfono a una platea sentada en los escalones. “No somos ni 30”, decía uno de los sindicalistas. “Qué ni 30, no llegamos ni a 20. Qué fracaso, no debíamos de haber convocado”, le respondía su compañero. El resto de los manifestantes, 13 personas, permanecen sentados en los escalones y separados prudentemente mientras la mayoría revisa sus teléfonos móviles. “Con esta crisis han quedado señalados los que apostaban por demoler la sanidad pública y dividir las regiones”, suelta el 'speaker' ante el silencio de todos. El coronavirus se ha cargado una de las tradiciones romanas más arraigadas: protestar en las calles.

Una estampa increíble

Eso, junto a la tristeza de sentirse maldito por un virus invisible, ha generado un inesperado silencio. Las calles se vaciaron de esa muchedumbre de miles de turistas que, pasara lo que pasara, hasta que regresó esta 'peste', deambulaba siempre por la capital mundial de la historia y del arte. Algunas estampas vividas estas jornadas previas han sido impactantes por falta de costumbre. Las escaleras de la plaza de España sin apenas nadie sentado en sus escalones; la 'Piedad' de Miguel Ángel (hasta que San Pedro permaneció abierta) sin cientos de personas acribillándola a selfis; un hueco donde sentarse frente a la Fontana de Trevi… El autóctono ha tenido la sensación de haber reconquistado gracias al virus algunos espacios perdidos hace décadas, pero el coste es alto para una ciudad que vive del turismo.

“El 100% de los grupos que teníamos en marzo ha cancelado. En abril, ya tenemos muchas cancelaciones”, explica Alberto Rodríguez, guía turístico y director de la empresa local EnRoma.com, que lleva días en que su principal labor es hacer reembolsos. Esta empresa de artesanía turística, con más de 17 años de experiencia y nueve trabajadores, ha recibido anulaciones en masa de grupos de Argentina, México y España. ¿Cuándo empezaron las anulaciones? “De pronto, el 23 de febrero las noticias comenzaron a hablar del virus en el norte de Italia y nos afectó, pero el cierre de las escuelas fue la puntilla”.

En casi 20 años trabajando en esta ciudad, ¿habías visto algo así? “Nunca. La crisis económica rebajó las llegadas, pero no fue de un día para otro que cancelaban todo. Podemos aguantar tres meses en esta situación, a partir de ahí, si la alarma se mantiene, estaremos en problemas”, señala Alberto. Dos días después de esa charla, el domingo 8 de marzo, me escribe un wasap en el que dice: “Acaban de cerrar el Coliseo sin aviso y están echando a todos los que están dentro. Oficialmente, todo se para. Es una hecatombe”.

Foto: Un agente pide la documentación a un conductor en Milán. (EFE)

El silencio atruena cuando se está acostumbrado al ruido. Roma es, era, ruido a todas horas, y ahora sus gentes no saben cómo gestionar sus miedos y sus cuentas del banco. “No vendo nada. Nada de nada. Esto es una ruina”, explica Hussen tras la barra de la camioneta de venta de bebidas y alimentos Il Capriccio, aparcada justo frente a la plaza de San Pedro.

Hacia un desastre irremediable

En otra famosa plaza, Navona, está Rubel, también bangladesí, que lleva un puesto de venta de periódicos, bebidas y suvenires. “Han caído las ventas en picado. Ni siquiera vendo ya los periódicos que antes venían a comprar las personas mayores. Aquí los tengo todos. Es un desastre”, dice señalando la pila de diarios que precisamente llevan en portada la alarma del coronavirus en grande. Entonces, uno gira la cabeza hacia la ovalada plaza salpicada con las fuentes de Bernini y ve que las terrazas de los restaurantes están casi vacías, observa que solo unas decenas de personas rodean las fuentes y escucha el lamento de los eternos captadores de clientes. “Les daremos de comer a las gaviotas”, bromea Carlo, uno de ellos.

placeholder Rubel, en su quiosco. (J. B.)
Rubel, en su quiosco. (J. B.)

No muy lejos, en la plaza del Panteón, la estampa es parecida. Toda Roma parece estos días más grande, como si la hubieran estirado, y se descubren espacios de cemento donde antes había piernas y brazos. En el cercano hotel Pantheon, el recepcionista afirma que “estamos teniendo algunas cancelaciones, pero menos que en otras partes”. Lo dice con un cierto orgullo de ser más inmune a esa infección que el resto.

El turismo es el gran dañado de esta crisis. No solo el que llega, también el que sale. Italia se ha quedado estas últimas semanas casi aislada del resto del mundo ante el goteo de prohibiciones de múltiples países a sus vuelos o llegadas de connacionales. “El problema es que no tenemos liquidez para hacer los reembolsos. Los clientes nos piden las devoluciones, nosotros las hacemos, pero muchas compañías y hoteles tardan meses en pagarnos. Para la pequeña empresa, si esta situación se mantiene, será un desastre”, explica Marco Cortellessa, director de la agencia de viajes Kami Nari. “En nuestro sector, ya ha habido despidos, vacaciones forzosas, cierres o no renovaciones de contratos”, afirma.

La Justicia también está reajustándose. “Nos han mandado directivas de funcionamiento. Los casos penales más graves, donde se enjuician delitos de prisión o revisión de prisión, se mantienen, pero otros menos graves quedan suspendidos. Un estafador, por ejemplo, puede ver cómo su juicio se aplaza unas semanas hasta previo aviso”, explica la abogada penalista Sonia Cattai.

Foto: Foto: Z. Aldama.

La ciudad es un reguero de lamentos y de precauciones. La mayoría de comercios de los barrios permanecen abiertos, sabedores también de que los miedos se reacomodan. La peor parte es para todo el centro histórico, donde solo hay censados algo más de 100.000 romanos que conviven con decenas de miles de turistas que de pronto han desaparecido. Es toda una ciudad a merced de un virus.

Pero ayer era el primer día, el 'shock', y los próximos días todo se irá normalizando. Los precavidos y los hipocondriacos, los valientes y los irresponsables, todos comparten ciudad. El turismo, el comercio, las pensiones, las hipotecas o los juzgados están en medio de este caos que necesita tiempo. Se aprende sobre la marcha, se improvisa, porque todos, absolutamente todos, somos novatos en cierre de ciudades por virus.

Viernes, 6 de marzo. La señora Huan te recibe en su restaurante chino del barrio de Prati, cerca del Vaticano, como si por la puerta entrara un milagro. Se despereza junto al camarero de origen bangladesí con el que contempla la pecera —lo único vivo que hay en aquella estancia—, mira su enorme sala vacía y abre las manos como si en vez de ofrecer una mesa ofreciera un sacrificio a los dioses. ¿Sigue sin venir nadie? Y ella, sacudiendo la cabeza con resignación, responde, “no hay clientes, no ganamos dinero”, y se va a la cocina. Así pasa cada día desde que la señora Huan puso la televisión y descubrió que ella simboliza la zona cero del virus. Porque la señora Huan es china y vive en Italia, lo que hoy, para todo el mundo, significa ser una especie de probeta de hospital que va esparciendo virus por todas partes.

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