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La roca en medio del Mediterráneo de la que todos los inmigrantes quieren huir
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Escapar de este país de la UE

La roca en medio del Mediterráneo de la que todos los inmigrantes quieren huir

En números, Italia recibe muchas más personas. En porcentaje de población, Malta, país de 440.000 habitantes, es el estado europeo que soporta mayor cantidad de inmigración ilegal

Foto: Inmigrantes tunecinos en aguas maltesas. (Reuters)
Inmigrantes tunecinos en aguas maltesas. (Reuters)

"Llevábamos tres días en alta mar en una barca de plástico. Salimos de Libia. No teníamos ni comida, ni agua, ni medicinas. No hacíamos ni nuestras necesidades. Entonces de noche escuchamos un helicóptero y vimos una luz. Luego a la mañana siguiente llegó un barco. Éramos 75 personas. Nos llevaron a bordo. Nos dieron comida, agua y nos dejaron usar el baño. El capitán nos preguntó dónde queríamos ir, nos dijo que nos llevaba donde le pidiéramos. Todos queríamos ir a Europa, a Italia o España. Ninguno sabíamos lo que era Malta, nadie conocía este lugar cuando acabamos aquí", explica Mahmoud Abdlah Abobaken, un sudanés de 24 años que está sentado sobre una piedra en un rotonda junto al centro de acogida de Hal Far.

En la entrada del centro, donde una fila de hombres espera para pasar el control de seguridad y acceder a las barracas donde viven, se observan aún los cristales rotos y las negras huellas de las llamas. Todo ardió una noche en Malta y todo, en esta isla mínima colapsada de inmigrantes, parece estar al límite para que pueda volver a arder.

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La noche del 20 de octubre los inmigrantes, alojados y mantenidos en este centro del Gobierno, prendieron fuego a coches de funcionarios y parte de las instalaciones. Parece que la causa fue que a dos adolescentes de 16 y 17 años de Sudán y Nigeria y un joven de 20 años de Chad les fue negada la entrada por llegar borrachos por la noche a un centro de ayuda en el que se les exigen cumplir algunas normas. Prendió la mecha rápido entre el resto del grupo de parias desesperados y en la tranquila Malta el humo llegó a todas partes. ¿Por qué lo hicisteis? "La gente está enfadada, quiere salir de aquí", explica un eritreo que pide no desvelar su nombre.

Cien de aquellos inmigrantes fueron detenidos y llevados ante la Justicia. Pero ni siquiera hay espacio para detener a más nadie. "Los centros de acogida están saturados y a la gente que está en los centros de detención no se les da la libertad porque no hay cuartos donde meterlos luego. Pasan en custodia policial más tiempo del debido en sitios con condiciones de vida muy bajas. Eso está generando frustración", explica Katrine Camilleri, directora del religioso Jesuit Refugee Service Malta, una de las instituciones que más ayuda presta a los extranjeros encerrados en el laberinto de esta piedra flotante.

placeholder El centro de Hal Far. (Javier Brandoli)
El centro de Hal Far. (Javier Brandoli)

"Viven algo hacinados. No tienen actividades. Hay una televisión para 200 personas. Juegan con una pelota al fútbol pero no tienen ni libros para leer", explica Rita Bonello, directora de comunicación de los Jesuitas. Así pasan los días que se convierten en semanas y las semanas que se hacen meses de un montón de personas que no sabrían señalar donde están en un mapa y que ni siquiera saben decir en el idioma del país que se quieren ir.

"Nadie me protege"

"La gente no sabe las normas y por eso tienen problemas. Hay que firmar tres veces por semana, lunes, miércoles y viernes, o te echan. Nos dan comida y cena y 138 euros al mes. Yo estoy ahora enfermo y he ido a por las medicinas (enseña una bolsa con una caja), pero cuando me ponga bien quiero irme a Francia o Alemania", cuenta Mahmoud. ¿Cuánto pagó por subir al barco? "A los sudaneses nos costaba 2.000 dinares libios (1.280 euros), pero porque nosotros trabajamos un tiempo primero en Libia. A los etíopes, somalíes o gente de Bangladesh les cobran en dólares porque ellos según llegan a Libia salen para Europa". ¿Volverías a tu país? "No puedo, allí hay guerra, pero aquí nadie me ayuda. No puedo perfeccionar mi inglés, ni nadie me protege", responde. Le dan alojamiento, comida y hasta una pequeña manutención mensual y, sin embargo, él se siente totalmente desamparado. "Uno espera otra cosa cuando se sube a esa barca". Las expectativas son altas antes de partir, nadie se juega la vida por una sopa y un colchón. No saben dónde se suben ni saben dónde llegan. Este año según cifras de la UE han muerto o desaparecido 1097 inmigrantes en el Mediterráneo.

placeholder Migrantes rescatados del mar desembarcan en Malta. (Reuters)
Migrantes rescatados del mar desembarcan en Malta. (Reuters)

Como Mahmoud en esa rotonda hay otros diez cuerpos doblados, sin hablar y mirando una pantalla que es su único enganche a la otra vida, a la de antes de no saber situarse en el mapa. "Hablo con un primo que está en Italia y me entretengo leyendo", explica Paulos, un etíope. El inmigrante siempre necesita un teléfono, escena que muchos europeos critican porque les parece un objeto de lujo para alguien que es pobre, pero en esa pantalla y ese teclado está en realidad su pasaporte, su familia, su maleta y ese Linkedin de los indocumentados que es el boca a boca. "Funcionan como una comunidad, entre ellos se ayudan", asevera la doctora Kamilleri.

Brotes xenófobos en la pequeña roca

En el otro lado, entre los malteses, comenzaron algunos brotes xenofóbos, el miedo y la sensación de que los extraños apretaron demasiado su pequeña roca. No parece, al menos en muchos, un problema de racismo sino de matemáticas. Malta es la primera puerta de las rutas de los traficantes de personas que lleva a Europa en esta parte del Mare Nostrum. El paso previo al continente desde la ansiada Italia, un mal menor. El informe de la UE del 10 de diciembre sobre migración señala que en lo que va de 2019 han desembarcado en Malta 3.405 personas, por las 1.194 personas que lo hicieron en ese mismo periodo en 2018. El incremento es del 185%.

En Italia, en ese mismo periodo, ha habido 11.097 desembarcos, lo que supone un 52% menos. Ambos países sufren una migración de vasos comunicantes: si una sube, la otra baja. En números, Italia recibe muchas más personas. En porcentaje de población, Malta, país de 440.000 habitantes, es el estado europeo que soporta mayor cantidad de inmigración ilegal.

Malta es el estado europeo que soporta mayor cantidad de inmigración ilegal

"Cuando a principios del milenio llegaron las primeras barcas con inmigrantes todo el mundo, especialmente las comunidades católicas, se volcaron en ayudarlos. Jesús fue un inmigrante, era parte del deber de la Iglesia. El problema hoy es de números. Son ya un 1% de la población. Tengo respeto por alguien que se juega la vida en el mar, pero la isla está saturada", explica Costantino Misfud, miembro de una asociación católica de la catolicísima Malta.

Lidia y Sandro son uno de los muy pocos matrimonios mixtos que existen en la isla. Ella es keniana y él maltés. Venden el domingo artesanías y textiles africanos que ella elabora en el mercadillo del puerto de Marsaxlokk. Simpáticos y alegres, ambos tienen la misma opinión: "Honestamente no caben más inmigrantes. No hay dinero ni espacio para todos. Los únicos trabajos que tienen son los que no quieren los malteses. Muchos van y vienen de Italia cada tres meses". ¿Ha cambiado algo tras los disturbios de hace unas semanas? "Eso es algo que aquí no pasaba. La gente cuando llegaron los primeros barcos se volcó en ayudar, pero ahora son demasiados para una isla pequeña", opinan una inmigrante y el marido de una inmigrante.

Foto: Fotografía tomada en Bengazi, Libia, en julio de 2019. (Reuters)

Y es que en Malta ha ocurrido lo mismo que en todos los lugares. Es fácil observar que el servicio de recogida de basuras es una de las especializaciones profesionales "made in Africa". En las obras, limpiando en hoteles, fregando platos... Ahí nunca sobra la inmigración en ningún lugar. Pero no hay para todos, la tarta es pequeña y el racismo salpica ante cualquier extranjero, también los latinoamericanos.

De Venezuela y Colombia

"Llevo 19 años viviendo en Malta y por primera vez el otro día una mujer me dijo que me fuera a mi país" cuenta Silvia Quiroga, una ecuatoriana con nacionalidad ya maltesa. La migración llega ya a todas partes y de todas partes, también a un isla perdida del Mediterráneo desde el Caribe. "Yo soy traductora oficial y ayudo a muchos latinoamericanos que vienen aquí a vivir con la traducción de sus papeles. Ahora vienen de Venezuela y Colombia especialmente", señala. Ya no son tan bienvenidos, sin estridencias, con la calma maltesa, pero con el creciente miedo a que la isla que es su patria deje de pertenecerles un poco por los vicios y costumbres de los otros.

placeholder Lidia y Sandro. Ella keniana, él maltés. (Javier Brandoli)
Lidia y Sandro. Ella keniana, él maltés. (Javier Brandoli)

Malta empieza a tener sus nacionalidades migrantes especializadas en oficios y a tener guetos en el enorme barrio que es la isla. Los balcánicos que controlan el pequeño crimen y la noche, los pescadores asiáticos, la prostitución rubia y latina, la recogida de basura de los de tez negra... Rumores de una isla estrecha, 27 por 14 kilómetros, donde todos son vecinos de todos y sin embargo no se conocen. "Hay un problema de racismo. Vivimos en una roca en la que ambas comunidades, inmigrantes y malteses, viven completamente separados. Crecen los miedos y estereotipos por ambas partes", señala la directora del centro de ayuda de los Jesuitas.

Los balcánicos controlan el pequeño crimen y la noche, los pescadores son asiáticos, la prostitución rubia y latina, la recogida de basura de los africanos...

Esa brecha es fácil de encontrar en un exacto lugar: Albert Town, al este de la isla. Junto al muelle 7, donde las barcazas de inmigrantes se acumulaban abandonadas hasta hace poco, está Akil, o un nombre parecido a este que pronuncia dos veces, sentado en el suelo, fumando con tranquilidad y con la mirada perdida y desesperada de quien sabe que hoy tampoco pasará nada en su vida. Habla las palabras justas en inglés para haber pasado los diversos controles del centro de detención de la Policía. "Soy egipcio". ¿Cuánto tiempo llevas aquí? "Siete meses. Vine por la guerra", suelta como muletilla importante para obtener el estatus de refugiado. Todos saben que deben huir de algo y no deben poder regresar a su casa para tener los papeles. ¿Trabajas? ¿Quieres irte a otro país? ¿Dónde vives? Y todas esas preguntas no es capaz de contestarlas porque no es capaz de entenderlas. Baja la mirada y fuma, fuma triste. Akil es otro que cayó en Malta subido a un bote como si lo lanzaran desde el cielo. Soñaba con Francia, quizá, porque habla francés, pero terminó aquí y pasó a ser otro de esos cientos de inmigrantes que se ven por las calles de este barrio que no sabe dónde carajo se encuentra.

Guetos y parias

Pero el gueto crece, los veteranos se asientan y comienzan a abrir su propios negocios. Uno concurrido es una barraca convertida en bar en el mismo muelle. Es el centro de reunión de los parias del barrio. ¿Quién es el dueño? "El de la camiseta blanca", contesta un hombre de piel gris en la puerta. Por el aspecto parece sudanés. "Sí, soy el dueño, pero no puedo hablar. ¿Ves que tengo el bar lleno y no puedo hablar?", contesta.

placeholder Pescadores inmigrantes en Malta. (Javier Brandoli)
Pescadores inmigrantes en Malta. (Javier Brandoli)

Efectivamente el bar esta lleno y efectivamente podría y no quiere hablar con un periodista. Hay dos salas: en una unos ocho hombres juegan al billar y fuman en torno a una mesa y en la otra hay una decena de hombres que beben té y miran sus teléfonos móviles sentados en semicírculo en sillas de plástico. "Vine a Europa en 2011, pero yo estoy aquí como turista, tengo mis papeles (los enseña orgulloso). Soy refugiado de guerra. Vengo de Italia con el permiso de 'soggiorno'", dice Izekor, nigeriano. El permiso de 'soggiorno' es el permiso de residencia que obtienen los extracomunitarios en Italia y que les permite viajar tres meses por espacio Schengen sin restricciones. Hay un puente aéreo entre Malta e Italia por este motivo.

Infierno italiano

Muchos descubren que el purgatorio maltés es mejor que el infierno en este caso italiano. Necesitan salir de la "prisión" para darse cuenta. Izekor vive con ocho personas en una casa a las afueras de Roma. ¿Y trabajas allí? "Sí, hago mis cosas... a veces". Y el a veces es mendigar a la puerta de un supermercado o vender bolsos falsificados. ¿Querrías regresar a tu tierra? "No puedo. Estuve en la cárcel y deserté del ejército. Si vuelvo a Nigeria me meten en prisión. No tengo ya patria".

"Algunos quieren volver a sus casas pero no lo hacen porque sería un decepción para sus familias. También tenemos inmigrantes que regresan a Malta, tras dormir en las calles y malvivir en otras ciudades europeas, porque aquí tienen más ayudas. Pero para la mayoría de los que están aquí en sus cabezas siguen en un viaje. Creen que hay una vida mejor en otro lugar", concluye Camilleri. Esa vida que sueñan sin conocer está justo al otro lado del mar.

A las siete de la mañana del miércoles 4 de diciembre despega de Malta el económico vuelo de Ryanair destino a Roma. Hay un nutrido grupo de africanos dentro. Tras una hora y medio de vuelo toma tierra en el aeropuerto de Fiumicino. Se abren las puertas y dos agentes de policía esperan en el pasillo. Piden la identificación a todas las personas de piel negra que hay en el vuelo. Dos horas y 40 kilómetros después veo a Mike, un nigeriano que se gana la vida barriendo las calles de la sucia Roma. Limpia las aceras por una limosna y malvive en una casa hacinada de las afueras. Él es un triunfador, él sí consiguió huir de la roca.

"Llevábamos tres días en alta mar en una barca de plástico. Salimos de Libia. No teníamos ni comida, ni agua, ni medicinas. No hacíamos ni nuestras necesidades. Entonces de noche escuchamos un helicóptero y vimos una luz. Luego a la mañana siguiente llegó un barco. Éramos 75 personas. Nos llevaron a bordo. Nos dieron comida, agua y nos dejaron usar el baño. El capitán nos preguntó dónde queríamos ir, nos dijo que nos llevaba donde le pidiéramos. Todos queríamos ir a Europa, a Italia o España. Ninguno sabíamos lo que era Malta, nadie conocía este lugar cuando acabamos aquí", explica Mahmoud Abdlah Abobaken, un sudanés de 24 años que está sentado sobre una piedra en un rotonda junto al centro de acogida de Hal Far.

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