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Cómo explicar la guerra de Gaza a tu hija de 4 años tras huir de Hamás: "No les mentimos nunca"
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"Manejamos la verdad a su nivel"

Cómo explicar la guerra de Gaza a tu hija de 4 años tras huir de Hamás: "No les mentimos nunca"

Galia Shofer huyó de su kibutz junto a su familia y reside de forma provisional desde hace dos meses en uno de los hoteles de lujo habilitados por el Gobierno para los desplazados. "No volveremos hasta que sea seguro", afirma

Foto: Galia Shofer, en la terraza del hotel donde se encuentra reubicada su familia. (A. Requeijo)
Galia Shofer, en la terraza del hotel donde se encuentra reubicada su familia. (A. Requeijo)
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Galia Shofer nunca arranca el coche sin atar el cinturón de seguridad a sus hijas de cuatro y cinco años de edad. Tampoco le gusta conducir a mucha velocidad si ellas van en el vehículo. Pero el día que tuvieron que salir a la carrera del kibutz, huyendo tras el ataque de Hamás, ordenó a las niñas que se sentaran en el suelo del asiento de atrás y no mirasen por la ventana bajo ningún concepto. "Ellas estaban felices, era como un juego, no sabían nada", recuerda. La escena que les ahorró fue un reguero de muertos en la carretera que obligaba a avanzar en zig zag durante muchos kilómetros para esquivar los cadáveres tendidos sobre el asfalto. Galia, de 38 años, es uno de los miles de israelíes realojados por las autoridades en hoteles, en algunos casos de lujo y en primera línea de playa. Dice que el Gobierno no les puede obligar a regresar a casa. "No volveremos hasta que sea seguro".

El hotel en el que vive ahora esta mujer israelí nacida en México está en Herzliya, en la costa mediterránea. Se trata de uno de los barrios más pudientes de Tel Aviv: es el lugar que eligen muchos países para establecer sus embajadas en Israel. Los primeros días tras la matanza estuvo en otro hotel en Netanya, pero su comunidad pidió permanecer junta en un mismo sitio. Se trata de los vecinos del kibutz Mesalfim, en el que hasta el 7 de octubre residían un millar de personas. 700 de sus vecinos fueron realojados en este hotel, del que piden no ofrecer más datos por seguridad. "Desde entonces estamos en comunidad. Mi familia nos quiere llevar a México, pero hay mucho poder en estar juntos, con los que vivimos lo mismo. Tenemos que decidir juntos si volver, cuándo y si nos vamos a sentir seguros, compartir nuestro enojo con el país y nuestros soldados", cuenta.

Su casa provisional es el típico hotel de primera línea de playa de una ciudad costera. Es temporada baja, pero sus instalaciones están repletas de gente. No es una escena normal de veraneo, los huéspedes no parecen turistas que van y vienen de darse un baño, sino que parecen estar esperando instrucciones. Hay muchas miradas perdidas, de tedio, y la bandera de Israel cuelga casi sin excepción de cada una de las habitaciones con vistas al mar. Se aprecia demasiada vida y bullicio en las zonas comunes y un filtro de seguridad en la entrada obliga a identificarse a todo aquel que quiera acceder al vestíbulo. En los pasillos hay ropa y cunas para los bebés, por si alguien las necesita. Grupos de decenas de niños se reparten en talleres de manualidades y música alrededor de la piscina bajo la supervisión de monitores. Galia trabajaba en la guardería de su kibutz y ahora hace lo propio en este hotel.

"Yo empiezo el día en el gimnasio —cuenta Galia—, hago mis ejercicios, bajamos a desayunar, las niñas se van a la guardería y yo bajo a trabajar con los bebés. Comemos y luego tienen clases de gimnasia olímpica, a una la he apuntado a clase de ninja, está feliz. Cuando hacía mejor tiempo, iban a la piscina". El realojo en el hotel lejos de sus casas ha obligado a establecer nuevas rutinas. Este negocio cerró por la temporada baja para hacer reformas y eso ha facilitado la ubicación de todas estas personas. El Gobierno hebreo cifra en 240.000 los desplazados internos del país a causa de la guerra en Gaza. La mayoría son desalojados de las localidades que rodean la Franja y del norte, en la frontera con Líbano, territorio de Hezbolá. Galia nunca se había preocupado de mirar a cuánto estaba su casa de Gaza, no fue hasta después de 7 de octubre cuando lo consultó en Google Maps: "La distancia exacta son 1.500 metros", dice.

Foto: Gidi posa para El Confidencial. (Alejandro Requeijo)

Pasado el shock inicial, le surgió la necesidad de abordar la situación con sus hijas. Son pequeñas, pero se dan cuenta de algunas cosas. ¿Cómo explicarle la guerra a unas niñas de cuatro y cinco años? "Nosotros no les mentimos nunca, pero sí manejamos la verdad a su nivel. Les dijimos que hay bombas en el kibutz, que estamos en lugar seguro y que cuando esté seguro vamos a volver. El sentimiento de un niño de que el mundo se va a acabar es mucho más extremo. Para nosotros, la sirena es seguridad. El color rojo nos cuida, el refugio nos cuida. Ellas saben que ahora hay soldados que están haciendo todo lo que pueden para asegurar nuestra casa y construir nuestra casa grande. El único lugar en el que puedes estar seguro y ser libre siendo judío es aquí en Israel".

Galia, junto con su marido y sus hijas, acude a terapia con una profesional en el hotel. Tomó la decisión de pedir ayuda después de que las menores empezasen a sufrir pesadillas: "La primera me dijo que los malos la agarraban a ella y a sus amigas". Eran los días en los que se decretó el parón de las acciones bélicas, hasta ahora el único, para propiciar una entrega de rehenes raptados por Hamás el día del atentado. "La segunda se despertó a media noche y me dijo que la secuestraban, se te parte el corazón", rememora esta madre. "Nos han recomendado que hablemos con los niños de todo. A cada una de mis hijas, les hice una charla de qué fue lo que pasó el 7 de octubre, para ver de qué se acuerdan. Lo más difícil fue que estuvieran en silencio en el refugio".

placeholder La guardería del hotel donde acuden los hijos de los desplazados (A. Requeijo)
La guardería del hotel donde acuden los hijos de los desplazados (A. Requeijo)

La situación en este hotel de Herzliya es similar a la que se vive en otros puntos del país en los que se ha reubicado a localidades enteras. Según informa la prensa local, 435 miembros del kibutz Re’im van a ser ubicados en dos bloques de apartamentos recién construidos en Tel Aviv, después de haber pasado 10 semanas en hoteles de Eilat, otra localidad eminentemente turística a orillas del Mar Rojo. Aceptar un traslado a zonas urbanas no es una decisión sencilla para ellos. Los habitantes en los kibutz buscan una vida rural en esas cooperativas agrícolas donde todo el mundo se conoce. Los vecinos votan si aceptan o no a nuevos residentes tras un examen socioeconómico y un periodo de prueba. En los kibutz se pagan los impuestos propios del Estado de Israel y los adicionales de la comunidad, pero el suelo es gratis.

Por eso se establecen filtros para evitar a quienes buscan una oportunidad inmobiliaria que altere la personalidad de estos pequeños vecindarios claves en la identidad fundacional de Israel. Todo eso habían superado Galia y su familia, quienes contaban ya con los planos para edificar su casa definitiva. Ni ella ni la comunidad tienen prisa por tomar la decisión de volver. Sus hijas actualmente están felices, no van al colegio y tienen muchas actividades en el hotel. "Ojalá no fuese yo el adulto responsable que tiene que tomar esa decisión", dice, sobre el regreso. Se debate entre el sentimiento de culpa de exponer a su familia al peligro otra vez y la ilusión por establecerse de una vez en un lugar.

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"No tenemos un plazo —añade— de cuándo volver, el país no nos puede obligar. Pueden decir mil cosas, pero no nos pueden obligar hasta que sintamos que es seguro. Uno de los motivos es que el colegio regional no está seguro, lo quieren reconstruir, entonces este año no va a ser. Mucha gente está diciendo que hasta septiembre no regresa. A veces nos pasa por la cabeza no volver. Yo llegué con 20 años y desde entonces he vivido en muchos lugares, soy una judía errante. Nos queremos asentar, buscamos dónde, y después de muchos lugares elegimos el kibutz". A estas vicisitudes se suma la desconfianza en el Ejército. El 7 de octubre se rompió algo en la relación entre las Fuerzas de Defensa de Israel y la sociedad hebrea.

Lo llaman "el ejército del pueblo" porque todo ciudadano israelí tiene que prestar el servicio militar —excepto los religiosos ultraortodoxos— y todo el país es reservista. El ataque de Hamás, entre otras cosas, rompió la sensación de invulnerabilidad con la que vivían. "Pensábamos que era seguro, tenemos la reja, tenemos la cúpula de hierro, estamos desarrollando un láser, hay inteligencia militar y al final no hubo nada. Siento muchas cosas. El optimista te dice que no va a volver a pasar, que vamos a aprender. ¿Les creo? ¿Arriesgaría a mi familia otra vez?".

Galia mandó este viernes una foto a sus amigos desde su casa en el kibutz. Es la primera vez que regresa desde el 7 de octubre. Acudió para limpiar y recoger algunos objetos personales. Su marido ya había estado antes. Todavía recuerda el día que tuvo que salir de allí, esquivando cuerpos en la carretera: "Eran imágenes como de fin del mundo. Cuando llegamos al primer retén de seguridad, a mí me dio mucha ansiedad, porque ya sabía que había terroristas que se habían disfrazado de soldados de Israel. Pensé, por favor, que sean de los nuestros. Ahí ya les preguntamos si podíamos subir a las niñas a las sillitas y nos dijeron que sí, y ahí ya mi marido empezó a conducir más rápido".

Galia Shofer nunca arranca el coche sin atar el cinturón de seguridad a sus hijas de cuatro y cinco años de edad. Tampoco le gusta conducir a mucha velocidad si ellas van en el vehículo. Pero el día que tuvieron que salir a la carrera del kibutz, huyendo tras el ataque de Hamás, ordenó a las niñas que se sentaran en el suelo del asiento de atrás y no mirasen por la ventana bajo ningún concepto. "Ellas estaban felices, era como un juego, no sabían nada", recuerda. La escena que les ahorró fue un reguero de muertos en la carretera que obligaba a avanzar en zig zag durante muchos kilómetros para esquivar los cadáveres tendidos sobre el asfalto. Galia, de 38 años, es uno de los miles de israelíes realojados por las autoridades en hoteles, en algunos casos de lujo y en primera línea de playa. Dice que el Gobierno no les puede obligar a regresar a casa. "No volveremos hasta que sea seguro".

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