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La cuadrilla de la kipá o esa juventud que aplaude una guerra sin final
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Tambores de guerra en manos de niños

La cuadrilla de la kipá o esa juventud que aplaude una guerra sin final

Las cifras de muertos crecen en Gaza, con la invasión terrestre en el horizonte y los cohetes sobrevolando Israel

Foto: Jóvenes aplauden y celebran a los reservistas en el aeropuerto de Ben Gurión.(Fermín Torrano)
Jóvenes aplauden y celebran a los reservistas en el aeropuerto de Ben Gurión.(Fermín Torrano)

Yair y David no saben cómo pegar sin que les duela la mano, pero contenerse no es una opción. Cada vez que sus dedos golpean el pilar recubierto de metal a la salida del aeropuerto de Tel Aviv, más gente canta el himno de Israel, ahogando el murmullo de los viajeros y el traqueteo de las maletas.

Son menores de edad, no muy altos, y están en la tercera línea de cabezas, donde los focos de televisión no iluminan sus rostros. Sin quererlo, se han convertido en los líderes de un grupo de jóvenes —numeroso y piadoso, o eso apuntan las kipás que portan sobre sus cabezas y los tirabuzones que llevan algunos— encargado de recibir a los reservistas que regresan para luchar en la tierra prometida. A David y Yair nadie los ha elegido, pero tienen el poder y la autoridad de tocar los tambores improvisados de la guerra.

—¿Por qué venís aquí?

—Por solidaridad, ¡necesitamos soldados! — grita Noa, otra adolescente, de 16 años, ante la mirada de sus amigas—. Quieren echarnos de nuestra tierra y tenemos que defendernos.

placeholder Las chicas a un lado, los chicos al otro en el aeropuerto de Ben Gurión. No reciben a familiares propios, sino a los reservistas. (Fermín Torrano)
Las chicas a un lado, los chicos al otro en el aeropuerto de Ben Gurión. No reciben a familiares propios, sino a los reservistas. (Fermín Torrano)

La soflama continúa llena de eslóganes, entre risas, globos con la enseña nacional, reparto de gominolas y éxtasis colectivo. Ellas triplican a los chicos y se colocan en grupos separados. Unos frente a otros, ondeando la bandera azul y blanca con la estrella de seis puntas en el centro. Juntos forman un pasillo para los recién aterrizados, a unos pocos metros del busto de Ben-Gurión. El que fuera primer presidente israelí, y encargado de firmar la declaración de independencia en 1948, da nombre al aeropuerto de Tel Aviv. Fue bajo su mandato cuando las milicias se unificaron en las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) y expulsaron a gran parte de la población palestina.

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Ahora el mundo mira a esos soldados para saber cómo y cuándo llegará el asalto sobre la Franja, tras informar a la población del norte de Gaza que este fin de semana debían abandonar sus casas. Según las primeras informaciones, alrededor de medio millón de gazatíes habría huido hacia el sur, aglomerándose los portadores de pasaportes extranjeros en el paso fronterizo de Rafah, con la esperanza de poder salir a Egipto y refugiarse en el Sinaí. El Cairo teme la llegada de un millón de refugiados.

Sin chalecos y con promesas incumplidas

Para Tel Aviv los problemas son muy diferentes, por más que lo nieguen las autoridades. La falta de chalecos, fusiles y munición impide el despliegue de toda la fuerza, un aprieto que no responde al aumento repentino de soldados. El periódico Israel Hayom denunció el pasado mayo la falta de placas balísticas, escasez que obligó a las unidades a rotar el material para llevar a cabo las misiones.

Las críticas contra el primer ministro Benjamín Netanyahu se multiplican por la promesa rota de la seguridad, y muchos ciudadanos se acuerdan también de otra que hizo en 2019. Fue en una visita a la base militar de Sirkin. Allí aseguró que las Fuerzas Armadas estarían listas para "el día que se dé la orden" y ejecutar así "un ataque demoledor". Las expectativas internas no se han cumplido y ni siquiera ha empezado la operación terrestre que obligará a las IDF a desempeñar un combate urbano en una ratonera de callejuelas y galerías subterráneas.

Foto: El material que llevaban un combatiente de Hamás abatido cerca de Sderot. (DPA/Ilia Yefimovich)

"Gaza es un campo de batalla inusualmente complejo", explica Michael Knights, en un artículo reciente del think tank estadounidense Washington Institute. "La ciudad tiene unos sesenta edificios de seis pisos o más, en comparación con casi ninguno en la batalla de Mosul de 2016-17 y en la batalla de Raqqa de 2017. Hamás también ha invertido enormes esfuerzos en la construcción de túneles militares bajo la Franja, ampliando el espacio potencial de batalla hasta un punto desconocido. En conjunto, tomar todas las aglomeraciones urbanas de Gaza supondría una operación equivalente a un combate del tamaño de Mosul Occidental más uno o dos combates del tamaño de Raqqa".

Una complejidad que no parece detener los planes de Israel, más bien lo contrario. En las últimas horas, se ha hecho viral, tanto en redes sociales como en canales de televisión, un vídeo de las IDF limpiando un asentamiento ocupado por los milicianos de Hamás.

Algo poco común en la TV nacional. "Mira, mira", dice Kira, señalando con el dedo la pantalla del ordenador. "Ese con sangre en la espalda es un terrorista. Es la primera vez veo algo así en mi vida, nunca muestran estas cosas". Ella ofrece desde hace unos días su edificio de tres plantas en Tel Aviv para que familias que han perdido todo en los kibutz del sur puedan alojarse. Y aunque nunca fue favorable al actual Gobierno, le sorprende la lenta reacción tras el ataque: "No entiendo qué han estado haciendo. Todo ha sido un caos desde el inicio, nadie sabía dónde pedir ayuda o a quién dirigirse".

¿Un principio sin final?

De nuevo en el aeropuerto, el ambiente sube de temperatura con el paso de los minutos. Los jóvenes saltan, gritan, lanzan globos y suben al piso superior para intercambiar cánticos en un "hola fondo norte, hola fondo sur", en hebreo. Parece una grada de fútbol, aunque sin árbitro para pitar el final.

Tras la visita el sábado de Ursula von der Leyen y Roberta Metsola a Tel Aviv, presidentas de la Comisión y Parlamento Europeo, queda claro que no será Europa. La postura estadounidense, tampoco deja margen para la reclamada "proporcionalidad", una semana después del ataque más mortífero en la historia de Israel. Según declaró al New York Times el general retirado Yaakov Amidror, "no hay un solo miembro del gabinete [del Gobierno israelí] que no esté de acuerdo en que Hamás debe ser reducido a cenizas".

placeholder Los jóvenes que se siguen congregando en el aeropuerto. (Fermín Torrano)
Los jóvenes que se siguen congregando en el aeropuerto. (Fermín Torrano)

De eso y de los 1.400 muertos en las poblaciones fronterizas con Gaza se habla en cada hotel, en cada bar, en cada esquina. También en Ben-Gurión, donde los que llegan inmortalizan con el móvil su paseíllo. "Grábame con la bandera, por favor", pide un adulto de camisa blanca, patillas frondosas y kipá negra, vitoreado por los chicos y chicas a su alrededor.

Son días como estos, en lugares como este, cuando se escribe la nueva historia de Israel. Donde el individuo se convierte en turba y las dudas quedan sepultadas bajo el sentimiento nacional.

Mientras exista un corazón ardiente,

donde palpite pura el alma hebrea

y haya ojos que miren a Oriente,

y en Sion se concentre una idea.

Nuestra Esperanza no estará perdida.

Nuestra Esperanza eterna y sacrosanta

de volver a la Tierra Prometida,

donde David fundó la Ciudad Santa.

Lo cantan al unísono, dando botes, la misma semana que Hamás ha hecho una llamada a la Yihad Global y un joven degüella a un profesor en Francia al grito de consignas islamistas, al mismo tiempo que corre por las redes un vídeo antiguo en el que un hombre palestino empuja a su hijo a lanzar piedras contra militares de Israel.

Hay quien piensa todavía que borrar del mapa un territorio equivale a erradicar una ideología, una identidad o una religión. La cuadrilla de la kipá pone el sudor y las lágrimas, los habitantes de la Franja y los militares que la invadirán sumarán la sangre. Netanyahu asegura ver el inicio, pero pocos intuyen el final.

Yair y David no saben cómo pegar sin que les duela la mano, pero contenerse no es una opción. Cada vez que sus dedos golpean el pilar recubierto de metal a la salida del aeropuerto de Tel Aviv, más gente canta el himno de Israel, ahogando el murmullo de los viajeros y el traqueteo de las maletas.

Israel Conflicto árabe-israelí
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