Es noticia
El 'dilema Danone': la decisión imposible de las empresas occidentales que operan en Rusia
  1. Mundo
Nacionalizaciones del Kremlin

El 'dilema Danone': la decisión imposible de las empresas occidentales que operan en Rusia

De las más de 3.350 empresas extranjeras que poseían activos en Rusia, menos de 300 han salido del país. Pero para aquellas que han decidido mantener sus negocios, los problemas no han hecho más que empezar

Foto: Planta de Donone en Chéjov (Moscú). (EFE/Maxim Shipenkov)
Planta de Donone en Chéjov (Moscú). (EFE/Maxim Shipenkov)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

A estas alturas a nadie se le escapa que lo que se vive entre Rusia y Occidente, como uno de los frentes en el enfrentamiento respecto a Ucrania, es en gran medida una guerra económica. Los líderes rusos no tienen empacho alguno en definirlo así —el propio Vladímir Putin lo ha llamado a veces Blitzkrieg económica, y el término cada vez se escucha más entre expertos y analistas europeos o estadounidenses. Sanciones, congelación de activos y nacionalizaciones de empresas forman parte del arsenal de este conflicto.

La invasión a Ucrania y los riesgos —para empezar, los reputacionales— a consecuencia de ella llevaron a cientos de empresas occidentales a anunciar su salida de Rusia, aunque no todas lo hicieron. La decisión no era sencilla: retirarse no solo implicaba abandonar un mercado en muchos casos importante, sino también la pérdida de las inversiones realizadas en el país. En muchos casos, además, el Kremlin dispuso de estas empresas de un modo ejemplarizante.

Foto: El logo de Apple sobre la bandera rusa (Dado Ruvic/Reuters)

Uno de los casos más reportados, por su simbolismo, es el de la empresa de comida rápida McDonald's, presente en Rusia desde la apertura de un primer establecimiento en la Plaza Pushkin de Moscú en 1990, en la época final de la perestroika. A los pocos días de la invasión, McDonald's ordenó el cierre "temporal" de sus 850 locales en el país, y dos meses y medio después anunció su salida definitiva del mercado ruso. "Es una decisión complicada que no tiene precedentes y que tiene profundas consecuencias", explicó el presidente ejecutivo, Chris Kempczinski, en un mensaje a trabajadores y proveedores. "Algunos podrían argumentar que brindar acceso a los alimentos y continuar empleando a decenas de miles de ciudadanos comunes es sin duda lo correcto. Pero es imposible ignorar la crisis humanitaria provocada por la guerra en Ucrania", añadió.

McDonald's logró vender sus propiedades a un hombre de negocios ruso que ya poseía varias franquicias de la marca, Alexander Govor, por unos 1.400 millones de dólares. Govor reacondicionó los locales y los relanzó bajo una nueva marca local, Vkusno & Tochka ("Sabroso y Punto"), con una disposición muy similar a la de los locales de comida rápida de la cadena estadounidense pero ya sin su icónica "M" amarilla, y con algunos otros cambios, como la retirada de las patatas fritas del menú. La inauguración fue alabada por las autoridades rusas como un ejemplo de que Rusia podía hacer frente a las sanciones y el sabotaje económico extranjero sin que eso supusiera una merma en la calidad de vida de sus ciudadanos.

Putin prohibió que los inversores de la lista de "países no amistosos" vendiesen o transfiriesen sus acciones en empresas estratégicas

Visto lo que sucedería después, los ejecutivos de McDonald's fueron afortunados al reaccionar tan rápido. En los meses siguientes, el gobierno ruso anunció una serie de medidas de represalia contra las compañías que se retiraban. Ya en agosto de 2022, Putin prohibió que los inversores de la lista de "países no amistosos" vendiesen o transfiriesen sus acciones en empresas estratégicas en los sectores financieros y energéticos. Cuatro meses después introdujo una nueva regulación que obligaba a las empresas que quisiesen abandonar el país a vender sus activos a un máximo de un 50% de su valor de mercado real. En marzo de 2023 se añadió el pago obligatorio de una compensación al Estado.

Ante esta disyuntiva, muchas otras firmas optaron por quedarse. Según cálculos de la Escuela de Economía de Kiev, de las más de 3.350 empresas extranjeras que poseían activos en Rusia, menos de 300 han salido del país, y unas 500 están en proceso de retirada. Pero para aquellas que han decidido mantener sus negocios en el país, los problemas no han hecho más que empezar.

Expropiaciones como represalia… o no

La verdadera escalada empezó a principios de mayo, cuando Rusia inició por decreto la nacionalización de empresas extranjeras, en concreto de la compañía eléctrica finlandesa Fortum y de la alemana Unipro JSC. "Este decreto es una respuesta a las acciones agresivas de naciones no amistosas, que intentan crear un marco regulatorio para la apropiación de activos rusos en el extranjero", declaró el portavoz del Kremlin Dimitri Peskov. El expresidente Dimitri Medvédev, como siempre sin pelos en la lengua, fue mucho más directo al asegurar que Rusia estaba siguiendo "el principio del ojo por ojo".

Estas expropiaciones eran una reacción directa a la intervención estatal de la empresa Gazprom Germania, la filial alemana del gigante energético ruso, y los activos de Rosneft en la refinería de Schwedt, puestos por el gobierno de Berlín bajo el control de una agencia federal de Alemania. Fortum y Unipro fueron entregadas a dos oligarcas rusos con importantes acciones en Rosneft.

Foto: Cartel de Gazprom. (EFE/Anatoly Maltsev)

Pero a finales de julio, el Kremlin dio otro salto de gigante al ordenar otras dos nacionalizaciones que difícilmente podían justificarse por razones estratégicas, geopolíticas o de seguridad nacional: la de la firma francesa Danone y la de Baltika, la filial local de la cervecera danesa Carlsberg, que por primera vez el gobierno ruso no intentó presentar como una respuesta a ningún tipo de acción occidental. El motivo parece haber sido la simple avaricia de algunos individuos cercanos al régimen ruso: la filial de Carlsberg ha ido a parar a manos de Taimuraz Bolloev, un viejo amigo de Putin desde la juventud de ambos en el San Petersburgo de los años 90, mientras que Danone ha sido entregada a Yakub Zakriev, un familiar del presidente checheno Ramzán Kadírov.

Ambas empresas, de hecho, habían iniciado los procedimientos para abandonar el país, pero el proceso habría sido saboteado por Dimitri Patrushev, el hijo del presidente del Consejo de Seguridad Nacional y halcón del régimen, Nikolai Patrushev, según fuentes cercanas a la decisión citadas por el diario Financial Times. Según este medio, estas expropiaciones "son el preludio de una mayor distribución de activos extranjeros entre los leales al régimen, según analistas e individuos que forman parte del sistema, que añaden que la intención del Kremlin es infligir daño a Occidente y recompensar a los partidarios de Putin con el botín".

"No sabemos por qué se ha elegido a Carlsberg y Danone. Estas compañías no solo habían trabajado e invertido en Rusia durante mucho tiempo, también eran reticentes a abandonar el país. Estas empresas jugaron un papel crucial en el desarrollo de la economía de consumo de Rusia, el mayor mercado de ambas hasta 2014", señala la publicación especializada en economía rusa The Bell. Rusia suponía respectivamente el 9% de los ingresos globales de Carlsberg y el 5% de los Danone. "El hecho de que Rusia haya elegido a estas empresas para su primera demostración de estas nuevas expropiaciones puede ser visto como una señal: si el Estado está dispuesto a incautar los activos de estas dos compañías, eso significa que ningún inversor extranjero está seguro", añade.

Una disyuntiva insoluble

A nadie se le escapa que uno de los principales objetivos de esta redistribución forzosa de riqueza hacia personas cercanas al régimen de Putin es reducir el descontento entre los oligarcas, los más afectados por la nueva situación, y conservar así su adhesión al Kremlin. "La capa intermedia de la estructura social de Rusia estará conformada por la redistribución de activos entre aquellos rusos pudientes obligados a enfocarse en el mercado doméstico por las sanciones internacionales", explica Ekaterina Kurbangaleeva, analista de la sede en Moscú del Fondo Carnegie. "A cambio de su lealtad, recibirán activos de alta calidad con un descuento significativo, lo que podría convertirles en un pilar del régimen y en una fuente de optimismo patriótico e incluso radicalismo", indica en un análisis sobre el proceso de nacionalizaciones en Rusia.

La realidad es que las empresas occidentales se han convertido en rehenes involuntarios del conflicto y carecen de buenas opciones. Según un estudio llevado a cabo por el diario Financial Times y publicado la semana pasada, las principales compañías de Europa han perdido al menos 100.000 millones de euros como consecuencia de este conflicto, sin contar los costes indirectos por la subida de los precios de la energía y las materias primas. Casi la mitad de estas pérdidas —40.600 millones— se concentraron en tres firmas energéticas, BP, Shell y TotalEnergies, que, sin embargo, pudieron compensarlas gracias a la subida de los precios de los hidrocarburos. Pero no es el caso de otros sectores afectados en profundidad, como la automoción, las finanzas o la banca.

"Las empresas occidentales se han convertido en rehenes involuntarios del conflicto y carecen de buenas opciones"

"Incluso si una empresa ha perdido mucho dinero al salir de Rusia, aquellos que se quedan se arriesgan a pérdidas mucho mayores", afirma Nabi Abdullaev, de la consultoría estratégica Control Risk, citado en el estudio del Financial Times. "Resulta que soltar amarras y salir corriendo era la mejor estrategia para las compañías que tenían que decidir qué hacer al principio de la guerra. Cuanto antes salieron, menos perdieron", indica.

Porque nada indica que estas expropiaciones vayan a detenerse aquí. Más bien, al contrario: muchos analistas y expertos creen que ya se ha cruzado la línea roja definitiva, que ya se ha abierto el camino con este ejemplo, y que otros oligarcas empezarán ahora a exigir compensaciones similares. La práctica de apropiarse por la fuerza de empresas productivas para beneficiar a individuos poderosos, tan frecuente en la Rusia de los años 90 y algo menos en una era Putin que aspiraba a atraer inversores internacionales, ha traspasado la frontera de lo nacional. A partir de ahora, aquellas empresas extranjeras que por conveniencia, oportunismo o razones burocráticas optaron por permanecer en Rusia podrían encontrarse no solo con sus propiedades requisadas de la noche a la mañana, sino con que ya es demasiado tarde para marcharse.

A estas alturas a nadie se le escapa que lo que se vive entre Rusia y Occidente, como uno de los frentes en el enfrentamiento respecto a Ucrania, es en gran medida una guerra económica. Los líderes rusos no tienen empacho alguno en definirlo así —el propio Vladímir Putin lo ha llamado a veces Blitzkrieg económica, y el término cada vez se escucha más entre expertos y analistas europeos o estadounidenses. Sanciones, congelación de activos y nacionalizaciones de empresas forman parte del arsenal de este conflicto.

Conflicto de Ucrania
El redactor recomienda