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El sacerdote que medió en la entrega de armas de ETA quiere recuperar niños robados por Rusia
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¿Gesto de distensión entre Rusia y Ucrania?

El sacerdote que medió en la entrega de armas de ETA quiere recuperar niños robados por Rusia

El Vaticano está intentando mediar entre Ucrania y Rusia. Por el momento, sin éxito, por lo que se han centrado en temas humanitarios, como la devolución de los 19.000 niños ucranianos

Foto: Cardenal Matteo Zuppi, enviado del papa Francisco. (Reuters/Maxim Shemetov)
Cardenal Matteo Zuppi, enviado del papa Francisco. (Reuters/Maxim Shemetov)
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Hace ahora 500 días, el papa Francisco, a bordo de un Fiat blanco, atravesaba el portón de entrada a la embajada de Rusia ante la Santa Sede, en la via de la Conciliazione para pedir al embajador que le hiciera saber al presidente Vladímir Putin que había que parar "la locura de la guerra". Unas horas antes, en la madrugada del 24 de febrero, las tropas rusas habían invadido Ucrania y el tablero geopolítico internacional saltaba por los aires mientras el mundo entero contenía la respiración. Es evidente que, a pesar de los argumentos que el Papa le dio al diplomático durante la media hora que duró el encuentro, ninguno enterneció al nuevo zar.

Sin embargo, Francisco no cejó en su intento de mediación, y puso en marcha la afamada diplomacia de la Secretaría de Estado —a la que añadió su peculiar estilo argentino, no siempre en guante de seda—, y hoy no es descabellado afirmar que la vía vaticana ha hecho más progresos en su tarea de mediación y mantenimiento de cauces de diálogo con las partes que las de China, los países africanos o el intento del presidente de Brasil, Lula da Silva, quien también susurra en nombre de Francisco en los oídos de todo tipo de tiranos cuando es preciso.

Foto: El presidente chino, Xi Jinping, y su homólogo ruso, Vladímir Putin, en una recepción en el Kremlin, el 21 de marzo. (Reuters/Pavel Brykin)

De hecho, ha sido gracias a la intermediación de la Santa Sede que se produjo un intercambio de más de 3.000 prisioneros entre ambos países, e incluso el Papa se ofreció a viajar "de inmediato" a Rusia y Ucrania. Pero, de un Moscú que avanzaba en el frente y sometía a un implacable cerco a las ciudades con las que se topaba, nunca llegó la invitación, y Francisco desechó viajar únicamente a Kiev, algo que molestó al presidente Volodímir Zelenski, quien no ha ocultado su disgusto con el pontífice argentino por lo que considera una injustificable "equidistancia" papal.

Y así se lo diría en la audiencia que ambos mantuvieron en el Vaticano a mediados de mayo: "Le pedí condenar los crímenes en Ucrania. Porque no puede haber igualdad entre víctima y agresor. También hablé de nuestra Fórmula de la Paz como el único algoritmo para lograr una paz justa. Le propuse unirse a su implementación", señaló Zelenski en su cuenta de Twitter. A esas alturas, incluso entre la Iglesia grecocatólica de Ucrania, se veía al Papa como filorruso y no se olvidaban de que, aunque sus condenas a la invasión rusa han sido inequívocas, no dejó de criticar a la OTAN por "ir a ladrar" a las puertas de Rusia con su anunciada ampliación hacia el este.

Foto: Rueda de prensa del secretario general de la OTAN tras la reunión entre Turquía, Suecia y Finlandia. (EFE / Olivier Matthys)

Y, a pesar de esos desaires, Francisco siguió adelante con el plan fijado y el 20 de mayo, una semana después de que Zelenski le hiciese la cobra y rechazase su mediación, el Vaticano anunciaba una misión de paz que "contribuya a reducir las tensiones en el conflicto en Ucrania". Pero ya no la lideraría la Secretaría de Estado, instancia equivalente a un Ministerio de Exteriores. El peso de las negociaciones recaería en el cardenal italiano Matteo Zuppi, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana y que aparece en todas las quinielas papales para suceder como Papa a Jorge Mario Bergoglio.

Mes y medio después, Zuppi ha estado ya en Kiev y en Moscú. En la capital ucraniana fue recibido por Zelenski y el lenguaje no verbal de las imágenes difundidas seguía mostrando las mismas reservas del presidente. En Moscú no le recibió Putin (no estaba previsto), pero allí permaneció dos días en una apretada agenda de la que, a su regreso, ya ha dado cuenta al Papa… y al embajador de Ucrania ante el Vaticano. Porque se perciben avances con Rusia, y en dos campos destacados: uno de cara a la repatriación de los al menos 19.000 niños ucranianos retenidos por Rusia, petición explícita que le había hecho Zelenski en su audiencia en el Vaticano. Y, la otra, en el deshielo en las relaciones entre el Vaticano y el Patriarcado de Moscú, la Iglesia ortodoxa rusa que ha bendecido la invasión y reivindicado la figura de Putin como un salvador de los auténticos valores cristianos frente a un Occidente "degenerado".

Foto: El arzobispo alemán Georg Gänswein, exsecretario de Benedicto XVI, en 2016. (Stefano Rellandini/Reuters)

Más comedido en sus comentarios, lo acaba de reconocer el propio Zuppi, al señalar a su regreso de Moscú que la prioridad es "trabajar ahora por los más desfavorecidos, como los niños, y ver si podemos poner en marcha el mecanismo para ellos y ayudar a la parte humanitaria. Los niños deben poder regresar a Ucrania. Así que el siguiente paso será, en primer lugar, examinar a los niños y, a continuación, ver cómo recuperarlos, empezando por los más frágiles". Alguna esperanza de ello encontró el cardenal italiano, experto en resolución de conflictos, en la reunión que mantuvo con María Lvova-Belova, la comisionada de Putin para los Derechos de la Infancia en Rusia. "Estoy segura de que el amor y la misericordia cristianos ayudarán en el diálogo y la comprensión recíproca", señaló la dirigente en su canal de Telegram.

El factor religioso

Y, justamente en ese aspecto, el religioso, Zuppi ha encontrado también significativos avances. Con una población mayoritariamente ortodoxa, inmediatamente vino a abrazar, con idéntico ardor guerrero, esa cruzada espiritual el jefe de la Iglesia ortodoxa, el patriarca Kirill. Tan entusiasta se mostró con la invasión de Ucrania que, en mayo de 2022, Francisco le espetó, en una conversación mantenida vía Zoom: "No se convierta en el monaguillo de Putin". Tras la reunión histórica que ambos habían mantenido en La Habana en 2016, esa crítica —al estilo Bergoglio— desbarató el camino andado entre ambas confesiones y las relaciones sufrieron un duro revés. "Hablé con Kirill durante 40 minutos", contaría —también sin filtros el Papa al Corriere della Sera—. Durante los primeros 20, añadió, el patriarca ruso le leyó en un papel "todas las justificaciones de la guerra".

El trabajo de los fontaneros religiosos de ambas confesiones consiguieron pegar los trozos rotos de aquella relación entre ambos jerarcas, y Kirill, con un ojo puesto en el desarrollo de la guerra, aflojó en su papel de agraviado. Y no fue casual que, en pleno caos por el tarantiniano intento de asonada del Grupo Wagner, él mismo encabezase el 29 de junio la delegación de la Iglesia ortodoxa que se reunió con Zuppi en la sede del Patriarcado de Moscú, donde dedicó grandes elogios a la Comunidad de Sant'Egidio, una organización de laicos católicos a la que pertenece Zuppi, que ha sido su consejero principal, y conocida como la ONU del Trastévere por su dilatada experiencia en la mediación internacional.

El enviado del Papa salió del encuentro también con buenas vibraciones. Unida a las noticias que llegaban del campo de batalla, la sensación era que tal vez Putin ahora estuviese más abierto a escuchar desde la esfera religiosa rusa palabras que hablasen de distensión y gestos humanitarios. Como devolver a los niños retenidos en territorios ocupados por Moscú, muchos de ellos huérfanos que estaban en orfanatos. Y Kirill, señalado también por sus pares dentro del mundo ortodoxo, está ahora en mucha mejor disposición a decírselas.

Foto: El papa Francisco (c) oficia la misa de Domingo de Resurrección en la plaza de San Pedro del Vaticano. (EFE/Fabio Frustaci)

Una semana antes de la visita a Moscú, la Comunidad de Sant'Egidio recibió en su sede del céntrico barrio romano a un enviado de Kirill. El papel de esta organización, fundada por Andrea Riccardi en 1968, cuenta con un sólido prestigio internacional y canales abiertos de diálogo tanto en Rusia como en Ucrania, donde ha distribuido más de 1.000 toneladas de ayuda alimentaria desde sus cuatro centros de almacenamiento. Riccardi y Zuppi jugaron un papel fundamental en los acuerdos de paz que acabaron en 1992 con la guerra civil en Mozambique (de hecho, se firmaron en Roma); lograron poner fin a 36 años de conflicto en Guatemala en 1996, y, junto con Nelson Mandela, consiguieron el alto el fuego en Burundi en 2003. Luego, Zuppi volaría solo y participaría en el desarme del IRA y supervisó, en Bayona, en 2017, la entrega de armas por parte de ETA. Su figura alta y un punto desgarbada apareció para la histórica foto. No lo sabían ni los obispos del País Vasco, que pusieron el grito en el cielo al sentirse ninguneados. El Vaticano —que sí lo sabía y desde 2014 conocía los planes de desarme de la banda terrorista, con la que mantenía canales de comunicación abiertos— negó que hubiese enviado a Zuppi. Porque, en realidad, no había sido una acción salida desde la Secretaría de Estado, sino desde la ONU del Trastévere, la diplomacia paralela de la Santa Sede donde mejor se mueve este señor Lobo.

Hace ahora 500 días, el papa Francisco, a bordo de un Fiat blanco, atravesaba el portón de entrada a la embajada de Rusia ante la Santa Sede, en la via de la Conciliazione para pedir al embajador que le hiciera saber al presidente Vladímir Putin que había que parar "la locura de la guerra". Unas horas antes, en la madrugada del 24 de febrero, las tropas rusas habían invadido Ucrania y el tablero geopolítico internacional saltaba por los aires mientras el mundo entero contenía la respiración. Es evidente que, a pesar de los argumentos que el Papa le dio al diplomático durante la media hora que duró el encuentro, ninguno enterneció al nuevo zar.

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