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'Camilistas', no estáis solos: ¡Dios salve a la reina consorte!
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Oda a la nueva reina

'Camilistas', no estáis solos: ¡Dios salve a la reina consorte!

En una institución donde lo único que vale es haber nacido dentro, ella sí se ha ganado su título a pulso. Tomarse el trabajo en serio, pero no a uno mismo, es la mejor forma de mantenerse cuerdo

Foto: La nueva reina consorte, Camila. (Reuters/Hannah McKay)
La nueva reina consorte, Camila. (Reuters/Hannah McKay)

Siempre tuve predilección por Camila. Es algo que sigue causando sorpresa en las reuniones con amigos o un motivo para perder seguidores en Twitter. Pero lo digo alto y claro: me declaro 'camilista'. Nunca se trató de defender a las causas perdidas, sino de intentar entender a una mujer a la que condenaron al ostracismo. Diana era y será la eterna princesa del pueblo. Pero igual Camila —ahora de 75 años— fue siempre la verdadera víctima.

Si le hubieran dejado casarse con Carlos desde el primer momento, la Historia habría sido muy distinta. Pero no la consideraron 'apropiada'. Como en España no se consideró en su momento apropiada a Isabel Sartorius, el primer gran amor del actual monarca, por ser hija de unos padres divorciados, algo tremendamente 'coherente' en una España que intentaba modernizarse tras una larga dictadura.

placeholder El rey Carlos junto a Camila en Westminster. (Reuters)
El rey Carlos junto a Camila en Westminster. (Reuters)

Camila no era apropiada y Carlos acabó siendo el malo de la película por hacer exactamente lo que estos días tanto ensalzan de Isabel II: anteponer la Corona a todo. La histórica abdicación de su tío abuelo Eduardo VIII para casarse con la 'socialité' americana divorciada Wallis Simpson era un fantasma demasiado presente en Palacio, por lo que Carlos quiso hacer lo correcto casándose con la que se consideraba 'candidata perfecta', Diana, una mujer 13 años menor, con la que no tenía nada en común, y con la que apenas se vio 12 veces antes de darse el 'sí, quiero'.

Y ahí fue cuando comenzó el ostracismo de Camila, un entierro social que ha durado décadas. Aun sin haber vivido ni ella ni los suyos escándalos que se acerquen siquiera a otros protagonizados por los de sangre real (el príncipe Andrés, entre otros), estaba condenada a la sombra. Aun siendo quizá la única persona que comprende y hace reír a Carlos III, estaba condenada a la sombra. Aun habiendo guardado toda su vida silencio, estaba condenada a la sombra. Pero ha llegado el momento de darle su sitio. Camila es ahora reina consorte. Y en una institución en que lo único que vale es haber nacido dentro, se puede decir que ella sí se ha ganado su título a pulso.

Foto: El féretro de la reina Isabel II. (Reuters/Ben Stansall)

Constaté por primera vez que las cosas no habían evolucionado en lo referido a la “eterna amante”, “la mujer más odiada del Reino Unido”, cuando llegué a la corresponsalía en Londres en agosto de 2007. Ni siquiera el día de su 60 cumpleaños, Camilla pudo soplar feliz las velas. El mismo verano de su aniversario, se cumplían los 10 años de la muerte de Lady Di. Su círculo más íntimo asegura que fue su 'annus horribilis'. Tan solo pensar en cómo actuar en los actos oficiales la ponía enferma.

No dormía, no comía. La presión la llevó hasta límites insospechados. En Palacio, tampoco sabían cómo afrontar la situación. Si acudía a los servicios religiosos celebrados en honor de la pluscuamperfecta Diana, los británicos podrían enfurecer. Si no acudía, se podría considerar su ausencia como un acto de cobardía. Una vez más, Camila acabó optando por el ostracismo, para que nada de lo que hiciera o dijera pudiera herir sensibilidades. Mientras famosos, cantantes y aristócratas acudían a la misa, ella fue fotografiada en Escocia, sola en el campo, recogiendo setas.

placeholder El entonces príncipe Carlos, junto a Camila en un viaje a Bogotá. (EFE)
El entonces príncipe Carlos, junto a Camila en un viaje a Bogotá. (EFE)

Y eso que para entonces ya era formalmente la mujer del entonces príncipe de Gales. Tras más de 30 años de romance (que se dice pronto), Camila y Carlos contrajeron matrimonio el 9 de abril de 2005. El camino no fue nada fácil. Cuando sir Michael Peat llegó al Palacio de Buckingham en 2002 para asumir el cargo de secretario privado del entonces heredero, le asignaron una agenda clara: la reina Isabel II quería cortar esa relación porque restaba valor al trabajo del primogénito.

La pareja ya compartía prácticamente casa. Pero Camila seguía siendo una figura en el limbo. Y no definir su papel era incómodo para la imagen de un hombre destinado no solo a ser rey, sino a ser máxima autoridad de la Iglesia de Inglaterra.

Foto: El nuevo rey de Inglaterra, Carlos III. (EFE/Neil Hall)
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Peat no tardó en darse cuenta de que las órdenes de la soberana iban a ser imposibles de cumplir. La solución era justamente la contraria, había que oficializar la relación. Pero para eso no solo se necesitaba el permiso de la reina, sino también del Estado (en su momento, el que fuera primer ministro, Stanley Baldwin, fue de los más críticos con Eduardo VIII y Wallis Simpson, forzando finalmente su abdicación), la Iglesia y el propio pueblo.

Finalmente, se optó por una sencilla ceremonia civil con la bendición luego del arzobispo de Canterbury. Por supuesto, nada de subirse al famoso balcón de Palacio. Camila tuvo que esperar a la boda de Guillermo y Catalina en 2011 para salir por primera vez al emblemático escenario.

A diferencia de Lady Di, al casarse con Carlos no adquirió nunca el título de princesa el día de su boda. Fue la propia novia —se entiende que con el beneplácito de la monarca— la que prefirió quedarse con el título de duquesa de Cornualles. Los expertos ensalzaron ese gesto como signo de inteligencia. Por aquel entonc,es tan solo el 32% de los británicos aprobaba aquel enlace, por lo que haber arrebatado el título de princesa de Gales a la siempre amada e idealizada Diana habría sido una provocación innecesaria a jugar en su contra.

placeholder Un admirador de Diana, rememorando el 25 aniversario de su muerte. (Reuters)
Un admirador de Diana, rememorando el 25 aniversario de su muerte. (Reuters)

Cuando la hija del comandante Bruce Shand entró oficialmente a ser miembro de la familia real, tenía ya 58 años. No fue fácil. Unirse a la realeza es un poco como mudarse a un pueblo remoto. Nadie te considera local durante una generación o dos, o al menos hasta que llegue el siguiente forastero. Aunque como dicen los actores de Hollywood, es más fácil permanecer normal cuando te acercas a los delirios de la vida de una celebridad en edad adulta que si sucede desde que eres un bebé, como Carlos, o siendo una adolescente, como le pasó a Diana.

Camila tuvo que hacer la transición sin contar además con ningún apoyo. No tenía el visto bueno de la soberana y ni mucho menos el cariño de sus súbditos. Es más, la popularidad de la pareja cayó a sus cuotas más bajas cuando se dio el 'sí, quiero'. Entonces, en Palacio se diseñó un elaborado plan para mostrarla en público tan solo en contadas ocasiones. De nuevo en la sombra.

Foto: El príncipe Carlos y la duquesa de Cornualles, en una imagen de archivo. (Reuters/Pool/Richard Pohle)

La duquesa tuvo que aprender cómo hablar y cómo callar. Una lástima, porque ingenio no le falta. “¿Sabía que su tatarabuelo el rey Eduardo VII fue amante de mi bisabuela Alice Keppel?”, fue lo primero que le dijo a Carlos cuando se conocieron. Tiene la voz grave de un exfumador reacio, lo que profundiza su risa. Su humor entra en la categoría de ginebra 'extra seco'.

Cuando se metió en La Firma, la entonces duquesa de Cornualles tuvo que intentar ganarse, si no el cariño, al menos el respeto de un pueblo que jamás le dio la oportunidad de conocerla. Sus insaciables esfuerzos por agradar la llevaron a seguir a rajatabla un meticuloso programa elaborado por asesores de imagen. Quizá lo único que pudo mantener fue su melena, ese característico corte a lo Farrah Fawcett en 'Los ángeles de Charlie'.

Jacqui Meakin es la responsable de su armario. No hay que olvidar que Camila era un ama de casa que utilizaba los topes de seguridad para mantener atados los cordones porque no tenía paciencia para hacerse el lazo. Solo un ejemplo de que su preocupación por la estética era nula, por lo que trabajar en su estilismo ha sido todo un reto.

placeholder Carlos y Camilla, en Ascot. (EFE)
Carlos y Camilla, en Ascot. (EFE)

No es por quitar valía a los expertos, pero ha sido precisamente a través de las fotos en que se ha visto más natural con las que se ha ido ganando, muy poco a poco, la simpatía de la calle. Y la clave de todo es que jamás ha intentado copiar a Diana. “Lo siento, tenéis que fotografiar un viejo murciélago esta mañana”, dijo a los fotógrafos de 'Vogue' en el reportaje que se publicó a principios de este año. Tomarse el trabajo en serio, pero no a uno mismo, es la mejor forma de mantenerse cuerdo, especialmente en una era carolina cada vez más republicana.

Sus amigos creen que el secreto de su éxito se basa en que es capaz de hacerse indispensable para aquellos a los que quiere tener cerca. Y eso no quita para que sepa cómo dar a cada uno su espacio. A la hora de disfrutar de sus dos hijos —fruto de su primer matrimonio— y sus cinco nietos, prefiere refugiarse en Raymill House, la casa de campo que adquirió tras su divorcio en Wiltshire y que se negó a vender tras contraer matrimonio con el entonces heredero al trono.

Foto: Foto: Reuters/Tom Nicholson.

A diferencia de Carlos —y la propia Diana—, Camila tuvo una infancia tremendamente feliz. Lo que su biógrafo Gyles Brandreth llamó una versión aristocrática de la infancia de Enid Blyton: ponis, fiestas y atención de los padres. Y eso quedó plasmado en su personalidad. Lady Di infundió al clan Windsor hermosos genes. Pero Camila trajo consigo una herencia genética de salud emocional.

Había absorbido además la agonía que le infligieron las aventuras de su primer marido, por lo que minimizó el efecto que su aventura tuvo sobre Diana. Pero Lady Di jamás logró superarlo.

Cuando Diana encontró las cartas de amor entre Camila y Carlos, se las mostró a un periodista: sus apodos cariñosos el uno para el otro eran Fred y Gladys, de su amor compartido por la comedia de la década de 1950 'The Goon Show'. Lo que mostraban aquellas misivas era que Carlos necesitaba desesperadamente en su vida más risas y menos dramas.

La complicidad de la pareja se ve en los actos públicos. Cuando 'The Times' se hizo eco de la buena química en su primer viaje oficial a la India en 2006, el rotativo recibió cartas de lectores tremendamente ofendidos que seguían refiriéndose al entonces heredero como “adúltero”. En aquel momento, solo 21% de los británicos se mostraba feliz con la idea de ver convertida a Camila en reina. La última encuesta publicada por YouGov esta semana revela que el 53% cree que hará un buen trabajo en su nuevo puesto.

La aceptación de ver a Camila convertida en reina ha pasado del 21 al 53%

En los últimos años, logró ganarse poco a poco al pueblo y a la misma prensa que tan feroz había sido con ella. Y consiguió además la tarea más compleja de todas, ganarse a la propia Isabel II. Uno de los mayores gestos de confianza por parte de la soberana fue cuando autorizó en 2013 el primer viaje oficial en solitario de Camila al extranjero representando a la Corona. Se trató de dos días en París. “Es mi primero y puede que sea el último”, confesó entre bromas la duquesa de Cornualles en 'petit comité', sin poder ocultar sus nervios. Toda la prensa coincidió luego en que había sido un éxito rotundo. “Fue un pequeño viaje al otro lado del Canal, pero un enorme paso adelante para Camila”, rezaban los titulares.

Ese mismo año, tan solo un día después de su 65 cumpleaños, el príncipe Carlos presidió en Sri Lanka la reunión de jefes de Gobierno de la Commonwealth representando por primera vez a Isabel II. En la cena de gala, Camila apareció con una tiara de diamantes muy especial para la familia real. Se trataba de la misma tiara que en tantas ocasiones lució la reina madre. El gesto de la monarca hablaba por sí solo.

placeholder El entonces príncipe Carlos y Camila, durante un viaje a Jordania en 2021. (Reuters)
El entonces príncipe Carlos y Camila, durante un viaje a Jordania en 2021. (Reuters)

En la recepción por el Día Internacional de la Mujer celebrada en marzo en Clarence House, la entonces residencia oficial Carlos y Camila, ella se salió del guion durante su discurso para dirigir unas palabras a Emerald Fennell, la actriz que la interpreta en la controvertida serie de Netflix 'The Crown'. “Es tranquilizador saber que, si tuviera problemas en algún momento, mi 'alter ego' ficticio está aquí para tomar el control”, dijo, provocando las risas en la audiencia. La inteligencia y genialidad mostradas en esa pequeña anécdota reflejan mucho la personalidad de la actual reina consorte.

No se puede decir que Camila salga bien parada en la serie. Todo lo contrario. Hacía tiempo que los británicos se habían olvidado de la turbulenta historia del heredero con su amante. Tenían ya bastante con el 'Megxit' y los escándalos protagonizados por el príncipe Andrés. Con Camila, las cosas estaban tranquilas, pero la serie ha venido a recordar los episodios más polémicos de su vida.

Desde Buckingham Palace, han mostrado en más de una ocasión su malestar con la ficción. Y, sin embargo, ella, convertida de nuevo en uno de los personajes más odiados, no solo invitó a la actriz que la interpreta a la recepción, sino que además tuvo un guiño con ella. Magistral.

Ha llegado la hora de sacar a Camila del ostracismo. Se ha ganado a pulso su sitio. Y es el momento de reconocérselo. 'Camilistas', no estáis solos. Defended con orgullo la causa.

Siempre tuve predilección por Camila. Es algo que sigue causando sorpresa en las reuniones con amigos o un motivo para perder seguidores en Twitter. Pero lo digo alto y claro: me declaro 'camilista'. Nunca se trató de defender a las causas perdidas, sino de intentar entender a una mujer a la que condenaron al ostracismo. Diana era y será la eterna princesa del pueblo. Pero igual Camila —ahora de 75 años— fue siempre la verdadera víctima.

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