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¿Puede Europa permitirse que se marchite la única flor de la primavera árabe en Túnez?
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¿Puede Europa permitirse que se marchite la única flor de la primavera árabe en Túnez?

Los europeos no pueden permitirse el lujo de sentarse y esperar tranquilamente a que se resuelva la crisis desatada por el golpe constitucional del presidente Kais Saied

Foto: Partidarios del presidente Kais Saied celebran el golpe constitucional. (EFE)
Partidarios del presidente Kais Saied celebran el golpe constitucional. (EFE)

En la noche del 25 de julio —el Día de la República de Túnez, nada menos— el presidente Kais Saied dio un brusco golpe de timón la política tunecina, tomando una serie de medidas que han sido ampliamente consideradas como un golpe constitucional. En un discurso a la nación, el profesor de derecho convertido en político populista invocó el artículo 80, que brinda al jefe de Estado medidas extraordinarias para enfrentar una “amenaza inminente” para el país. Al mismo tiempo, Saied aprovechó su papel de facto como árbitro de la constitución, ya que actualmente no hay un Tribunal Constitucional en funciones, para declararse fiscal general, destituir al primer ministro, Hichem Mechichi, suspender el parlamento de Túnez y despojar a los parlamentarios de la inmunidad.

Las ramificaciones políticas de esta decisión todavía se están extendiendo por la joven república, pero los europeos no pueden permitirse el lujo de sentarse y esperar tranquilamente, como lo han hecho en otras ocasiones turbulentas en la región. Es necesario que actúen para proteger la democracia de Túnez, transformando las numerosas crisis que ha atravesado el país en algo positivo que vuelva a unir a su dividida clase política. La alternativa es renunciar por completo a ejercer la influencia europea mientras el país norafricano cae en el hoyo excavado por su presidente.

Foto: Manifestaciones en Túnez en favor del presidente Said. (Reuters)

A pesar de los claros peligros políticos de las acciones de Saied, la respuesta inicial de muchos tunecinos fue de júbilo. La gente salió a las calles, tocando el claxon y lanzando fuegos artificiales, aliviada de que la clase política de Túnez, fuente de tanta desesperación e ira pública desde la revolución del país en 2011, hubiera perdido el control. Ese mismo día se habían producido disturbios en todo el país, un fenómeno cada vez más habitual provocado por años de mala gestión económica y una respuesta fallida a la crisis del covid-19. Entre las víctimas de la ira popular estuvieron incluidas las sedes locales de los partidos políticos más grandes del país —incluido la formación democrática islámica Ennahda, cuyo líder, Rachid Ghannouchi, es el presidente del parlamento—, las cuales fueron saqueadas e incendiadas.

Las imágenes de tunecinos aplaudiendo el derrocamiento del primer ministro y el parlamento del país suponen un peligroso reflejo de la propia contrarrevolución de Egipto en 2013, en la que el ejército egipcio explotó un movimiento de protesta en curso para derrocar al Gobierno democráticamente elegido del presidente islamista Mohamed Mursi.

placeholder El presidente tunecino, Kais Saied. (Reuters)
El presidente tunecino, Kais Saied. (Reuters)

Si bien el anuncio de Saied supuso todo un shock, pocos fueron los que se sorprendieron. Hace dos meses se filtró un documento de su oficina en el que se detalla exactamente el mismo plan que acabó llevando a cabo. Desde que ascendió al poder en octubre de 2019, el mandatario ha intentado dirigir Túnez como un sistema presidencial con el pretexto de que fue elegido con más votos de los que recibió todo el parlamento. El presidente también ha realizado movimientos constitucionalmente dudosos con anterioridad. Irónicamente, el ahora depuesto primer ministro (que anteriormente era asesor de Saied) fue nombrado por él mismo a través de maquinaciones parlamentarias. Además, hace un par de meses, el jefe de Estado intentó asumir el control exclusivo de los servicios de seguridad, con dudoso éxito.

Lo que sucedió la semana pasada no fue, por lo tanto, un esfuerzo real por evitar una amenaza inminente para Túnez. Sin embargo, tampoco fue un golpe bien planeado para aprovechar el descontento local para tomar el poder absoluto y deshacerse de la oposición política, como sucedió en Egipto. En realidad, fue una táctica política mal pensada, agresiva y torpe para librarse de un Ejecutivo molesto para Saied. Una cuyas consecuencias no han sido las que él esperaba.

A medida que avanzaba la noche en la que el presidente tomó la drástica decisión, la falta de cooperación institucional hizo que el presidente se viera obligado a depender de sus seguidores en las calles para llevarla a cabo. El ministerio del Interior —que estaba bajo la autoridad del primer ministro y aún no seguía las órdenes presidenciales— les impidió saquear la sede de Ennahda. Esto llevó a Saied a intentar nombrar al jefe de su guardia presidencial como nuevo líder del ministerio. Por otra parte, los intentos de los militares de detener una sesión de emergencia del parlamento también fracasaron.

Foto: Protesta de trabajadores públicos en Túnez, el pasado 6 de febrero. (Foto: Reuters)

En medio de este caos, el principal efecto del golpe constitucional de Saeid ha sido el agravamiento de las ya de por sí profundas divisiones políticas de Túnez. Sin embargo, como lo demuestran los esfuerzos de los ministerios y el parlamento para seguir funcionando con normalidad, el sistema de gobernanza de Túnez está demostrando ser más resistente de lo que muchos observadores podrían haber esperado. Además, a diferencia de otros episodios similares en países cercanos, hay pocas razones para creer que la desordenada geopolítica de la región jugó un papel real en este golpe, a pesar de que Egipto, los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita aclamaron el anuncio de Saied como una victoria contra los Hermanos Musulmanes.

Sin embargo, una crisis constitucional prolongada es lo último que necesita Túnez en este momento. Los intentos del Gobierno de gestionar la variante delta del covid-19 han sido deficientes, en gran parte porque las diferentes oficinas del estado han pasado la pandemia trabajando unas contra otras. Una nueva batalla entre los poderes legislativo y ejecutivo del país conducirá a la economía y a las esperanzas de un rescate del Fondo Monetario Internacional hacia el desastre. Además, parece inevitable que Saied responda a la resistancia del parlamento y el primer ministro utilizando a los militares para tratar de ponerlos bajo arresto domiciliario (según el plan original filtrado), dada su inclinación por la autocracia y su falta de fe en la negociación con rivales políticos.

Europa no puede simplemente esperar a que se desarrolle la dinámica interna antes de elegir a qué lado respalda. No solo es probable que no surja ningún bando claramente ganador, sino que, si no se controla, la dinámica actual en Túnez también exacerbará la actual doble crisis económica y pandémica y herirá de muerte la democracia del país. La inacción europea solo ayudará a derrumbar el oasis de estabilidad tunecino.

Renunciar a la influencia europea en Túnez también conduciría inevitablemente a que otras potencias regionales intenten explotar la situación en el patio trasero de Europa, como se ha podido ver, dolorosamente, en Libia.

Para evitar esto, Europa debe instar a Saied a que salga del agujero que él mismo ha cavado y proporcionarle una salida que le permita salvar las apariencias. Esta salida debe ser una que premie la democracia en Túnez por encima de cualquier individuo en particular. Los estados miembros clave de la UE podrían lograr esto proponiendo un diálogo nacional renovado que trace una hoja de ruta para salir del caos constitucional. Paralelamente, los comités consensuados entre el Gobierno, el parlamento y la presidencia podrían reunirse para hacerse cargo de la respuesta del covid-19 y asegurar un plan de recuperación económica.

Un diálogo nacional salvó la transición de Túnez en 2014 y los partidos volvieron a plantear la idea a principios de este año en respuesta al empeoramiento del estancamiento político y económico. Este último intento fue derribado por Saied, quien veía la medida como una amenaza a su presidencia, pero el contexto es muy diferente ahora. Además, los proyectos de recuperación económica y sanitaria son temas en los que los europeos pueden brindar apoyo técnico significativo e incentivos políticos que podrían aumentar las posibilidades de éxito. Si se maneja con destreza, esta crisis puede proporcionar, con la ayuda europea, la oportunidad de abordar problemas políticos y económicos que antes eran insolubles, impulsando así la transición de Túnez a la democracia.

* Análisis publicado originalmente en inglés por el European Council on Foreign Relations bajo el título Tunisia coup: What Europeans can do to save North Africa’s only democracy

En la noche del 25 de julio —el Día de la República de Túnez, nada menos— el presidente Kais Saied dio un brusco golpe de timón la política tunecina, tomando una serie de medidas que han sido ampliamente consideradas como un golpe constitucional. En un discurso a la nación, el profesor de derecho convertido en político populista invocó el artículo 80, que brinda al jefe de Estado medidas extraordinarias para enfrentar una “amenaza inminente” para el país. Al mismo tiempo, Saied aprovechó su papel de facto como árbitro de la constitución, ya que actualmente no hay un Tribunal Constitucional en funciones, para declararse fiscal general, destituir al primer ministro, Hichem Mechichi, suspender el parlamento de Túnez y despojar a los parlamentarios de la inmunidad.

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