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Las increíbles historias de un náufrago, un empresario y un príncipe que colonizaron el mar
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Islas abandonadas, o creadas

Las increíbles historias de un náufrago, un empresario y un príncipe que colonizaron el mar

Budelli, la Isla de las Rosas y Sealand son la 'locura' de tres hombres que decidieron vivir en total soledad o crear en plataformas marítimas estados independientes

Foto: Mauro Morandi, en Budelli. (EFE)
Mauro Morandi, en Budelli. (EFE)

Mauro Morandi, nacido en 1939, profesor de educación física de la ciudad de Módena, salió junto a unos amigos en 1989 en su barco para navegar hasta la Polinesia y descubrió que el paraíso que buscaba estaba mucho más cerca. Los más de 16.000 kilómetros que tenía previsto hacer con su catamarán se quedaron, tras una parada técnica de su embarcación, en unas cuantas millas náuticas cuando llegó a la isla de Budelli, en el archipiélago de la Maddalena en Cerdeña, y descubrió que su lugar en el mundo no estaba lejos de su casa. “Todo el mundo tiene un lugar, el mío era este. Acabé, por las playas coralinas de la isla, en el único lugar del Mediterráneo que es prácticamente idéntico a la Polinesia que andaba buscando”, ha declarado recientemente él en algunas de sus numerosas entrevistas.

Al desembarcar decide hablar con el único habitante y guardián del islote que le explica que en dos días deja el puesto. “Su mujer estaba allí deprimida por la cantidad de jaleo que ocurría en Budelli en los meses de verano y la absoluta soledad y tristeza de los meses de invierno. A mí me pareció un gran lugar y le pedí quedarme con su puesto”, explica Mauro en una entrevista en LifeGate.

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Empieza así una nueva vida en una piedra flotante donde restaura un viejo puesto militar de la II Guerra Mundial. Olvida sus numerosas deudas y su vida de la Península y se dedica a trabajar y subsistir con su adelantada pensión en una isla privada, propiedad de una sociedad italo-suiza, en la que su única tarea es mantener un cierto orden para que se construya allí un hotel de lujo.

La sociedad quiebra y un nuevo inversor, un neozelandés, compra el islote hasta que entiende que ha comprado una roca y no un negocio porque las leyes italianas cambian e impiden cualquier tipo de construcción allí. Mauro queda entonces como el único habitante de una tierra de nadie.

Su vida y su mente dan en esos años un giro que se va consolidando con años de soledad de un náufrago: “Me considero un ambientalista. Me escapé de la sociedad porque la sociedad actual no ama la naturaleza, sino que la usa como le place. Intento salvaguardar este lugar. Nunca podría volver a entrar en este mundo de consumidores que a ustedes les gusta”, declara hace unos años.

placeholder Mauro Morandi, en la isla de Budelli. (EFE)
Mauro Morandi, en la isla de Budelli. (EFE)

Su escasa compañía viene de vez en cuando de la visita de algunos amigos que le traen la compra y los turistas que aparecen por allí como apareció él ya hace muchos años. Vive con unos gatos y gallinas y aprende a usar su entorno para sobrevivir: “Me curo con esta planta de aloe: la como y me alarga la vida. Las sopas de ortiga, espárragos y achicoria son mi plato favorito. En invierno también tengo setas, pero si no llueve no crecen. En primavera también preparo tortillas con huevos de gaviota. Hasta hace unos años podía ir a pescar, pero ahora ya no tengo el bote y la lubina se ha convertido en un raro privilegio. Como muy poca carne”, declara él en 2016, cuando empiezan sus problemas porque su casa ha sido incluida en el Parque Nacional del Archipiélago de Cerdeña.

Para entonces, el hombre que vive retirado del mundo ha descubierto una forma de tener compañía: las redes sociales. Mauro se convierte en una celebridad en Instagram y Facebook. Acumula miles de seguidores que siguen sus aventuras de náufrago y hasta consigue una pareja, Caterina, una profesora de dibujo napolitana a la que conoce a través de las redes. La noticia de que pueden desalojarle se convierte en viral y se produce una multitudinaria primera recogida de firmas en la web Change.org para evitar el desalojo.

Finalmente, cinco años después, Mauro ha debido abandonar la que ha sido su solitaria casa por 32 años. “Me ofrecí a quedarme y trabajar como guardia hasta gratis. Son 20 años que lucho contra los que quieren echarme, me han tocado las pelotas”, dijo justo antes de su desalojo. Por su edad, 81 años, las leyes italianas prohíben que le puedan contratar como guardián. Él, finalmente, ha encontrado una casa que le ha dado el director de parque en otra isla vecina, la Maddalena, donde a tenor de sus comentarios en redes sociales parece encontrarse bien mientras espera que le dejen morir en su isla: “Me han dicho que cuando acaben los trabajos en la casa me pueden dejar volver a Budelli”, ha dicho en su cuenta de Facebook junto a un poema de Salvatore Quasimodo que dice: “Todos están solos en el corazón de la tierra atravesada por un rayo de sol: y es de repente noche”.

La Isla de las Rosas

Mauro no es el único emilio-romaño con soñar en vivir en una isla desierta. En 1968, el boloñés Giorgio Rosa hizo algo más que vivir en una isla desierta, decidió crearla. Su historia, recogida en una película con muchas licencias titulada 'La Isla de las Rosas' que se puede ver en Netflix, es sencillamente fantasía hecha realidad.

Rosa, de ahí el nombre de la isla, ingeniero mecánico, decidió levantar una plataforma artificial frente a la costa italiana de Rímini, a 11,6 kilómetros, ya en entonces aguas internacionales, que el 1 de mayo de 1968 proclamó como el que fuera estado independiente más pequeño y con menos habitantes que hubiera en el planeta: 400 metros cuadrados, tres habitantes oficiales, lengua oficial el esperanto, bandera con tres rosas sobre fondo blanco, seis ministerios, entre los que había Presidencia, Economía, Interior, Industria y Comercio y Exteriores, como himno la obertura de Richard Wagner del Holandés Errante y hasta una moneda y sellos que nunca llegaron a estamparse.

En 1968, el boloñés Giorgio Rosa hizo algo más que vivir en una isla desierta, decidió crearla

El proyecto nace como una atracción turística que pretendía crear un hotel, bares y tiendas en una plataforma en medio de aguas internacionales. Las autoridades, desde el primer momento, trataron de impedir el proyecto, pero se toparon con el problema de que era legalmente inabordable, al no localizarse en territorio italiano. “No debo respetar ninguna regla porque mi plataforma está fuera de las aguas territoriales italianas”, responde entonces Rosa, que tenía todo milimétricamente estudiado.

La idea empieza entonces a salir en la prensa italiana. Algunos hablan de que se puede tratar de una base oculta de misiles rusos y otros de una especie de Las Vegas donde se permitiría la prostitución, el juego y el sexo libre. Eso acaba generando una enorme atracción de cientos de barcas que comienzan a acercarse a ver una obra aún no acabada.

Finalmente, Giorgio Rosa inaugura su plataforma el 1 de mayo y la declara un Estado independiente que llama Insulo de la Rozoj. En la plataforma hay agua potable, tras cavar un pozo con una profundidad de 280 metros, y existe un bar, una tienda de suvenires, una oficina postal y una banca. El escándalo en la clase política italiana crece y se decide el 25 de junio ocupar la plataforma con militares que se topan con el problema de que el único “soldado” de la Isla de las Rosas, el guardián que duerme allí, no puede ser tocado porque carecen de jurisdicción para ello.

El caso salta a los periódicos de todo el mundo, generando una enorme simpatía y son muchas las personas que escriben a Giorgio Rosa para pedirle la nacionalidad o comprar un trozo de terreno. El 7 de junio de 1960 un tribunal de Boloña dicta que se debe destruir la plataforma. Finalmente, entre el 11 y 13 de febrero de 1969, la plataforma es demolida con dos toneladas de explosivos. El país que soñó un emprendedor se hunde en medio del mar.

El Principado de Sealand

Un caso parecido al de la Isla de las Rosas es el microestado de Sealand. Bandera roja y negra con franja vertical blanca en el centro, esta antigua plataforma antiaérea defensiva de la II Guerra Mundial situada en aguas internacionales del Mar del Norte, a diez kilómetros de la costa de Suffolk, sí ha conseguido aguantar los envites del Reino Unido y mantenerse como uno de los más extraños ¿microestados? del planeta.

Aquí la historia es más enrevesada aún. El 2 de septiembre de 1967, Paddy Roy Bates, exmilitar y locutor británico de radios piratas, decide ocupar la plataforma desde la que, entre otras cosas, pensó que podía continuar su actividad. El problema es que unos días antes, el 14 de agosto, se promulga una ley de delitos de radiodifusión marina que impedían que su emisora siguiera funcionando. ¿Y qué hizo el bueno de Roy? Decidió crear en aquellas aguas territoriales un estado del que él sería el rey. Un documento de los servicios secretos británicos lo calificó de “una Cuba frente a la costa de Inglaterra”, como recoge un artículo de la BBC.

placeholder Principado de Sealand.
Principado de Sealand.

Sealand cumplió a rajatabla con todo lo que se espera de un país. Roy, su mujer y sus tres hijos, junto a otras 47 personas entre amigos y personal de mantenimiento, se mudaron allí. “No funcionaba nada. Comenzamos con velas y luego pasamos a lámparas contra huracanes y generadores de bombeo. Lo bueno es que todo está seco. Si no supieras que estás en medio del mar, nunca podrías decirlo”, explica el actual príncipe, Michael I, hijo de Roy I, que en la actualidad tiene además un negocio de berberechos que exporta a España.

Sealand tiene equipo de fútbol, himno, moneda, el dólar de Sealand, con el retrato de la señora Bates, princesa Joan, y ha emitido cerca de 500 pasaportes.

Un documento de los servicios secretos británicos calificó Sealand de “una Cuba frente a la costa de Inglaterra”

Sin embargo, en 1978, el país sufrió un intento de golpe de estado protagonizado por mercenarios alemanes y holandeses que intentaron tomar la plataforma. Todos los atacantes fueron capturados por miembros armados de la familia Bates. Se produjo entonces una negociación en la que intervino el embajador alemán para que liberaran a los rehenes, algo que la familia Bates califica como un reconocimiento diplomático. “Esto hizo que el embajador alemán y a una delegación oficial llegada de Londres en helicóptero mantuviera con nosotros negociaciones para la liberación. Al negociar con nosotros, nos dieron un reconocimiento 'de facto'”, explica el actual jefe de estado de la plataforma.

La realidad es que Sealand se mantiene hoy activa. El Gobierno británico valoró hacer algo parecido al italiano, tomar la isla por la fuerza, pero lo desestimó por el posible coste de vidas y el complejo marco jurídico. El microestado se financia con la venta de sellos, monedas (muy valoradas entre coleccionistas) o camisetas. Solo se puede ir allí por invitación expresa del Príncipe y, aún hoy, cada día recibe más de 100 emails de ciudadanos de todo el mundo que piden su ciudadanía.

Mauro Morandi, nacido en 1939, profesor de educación física de la ciudad de Módena, salió junto a unos amigos en 1989 en su barco para navegar hasta la Polinesia y descubrió que el paraíso que buscaba estaba mucho más cerca. Los más de 16.000 kilómetros que tenía previsto hacer con su catamarán se quedaron, tras una parada técnica de su embarcación, en unas cuantas millas náuticas cuando llegó a la isla de Budelli, en el archipiélago de la Maddalena en Cerdeña, y descubrió que su lugar en el mundo no estaba lejos de su casa. “Todo el mundo tiene un lugar, el mío era este. Acabé, por las playas coralinas de la isla, en el único lugar del Mediterráneo que es prácticamente idéntico a la Polinesia que andaba buscando”, ha declarado recientemente él en algunas de sus numerosas entrevistas.