Usted solo conoce una versión de lo que pasa en Estados Unidos. Tiene que conocer la otra
La población se ha dividido en dos bloques muy distanciados en EEUU. O, en lugar de bloques, pensemos mejor en dos grupos de espectadores, cada uno en su sala de cine
Existe un grave problema a la hora de comprender Estados Unidos tanto desde dentro como desde fuera. La población se ha dividido en dos bloques muy distanciados. O, en lugar de bloques, pensemos mejor en dos grupos de espectadores, cada uno en su sala de cine. Dos salas de cine que proyectan películas distintas sobre el mismo tema. Por ejemplo: en la sala 1 se proyecta una película sobre la heroica lucha contra el racismo y la brutalidad policial. Hay caras multicolores y radiantes y villanos de uniforme. En la sala 2, en cambio, la película va de cómo los jóvenes negros prenden fuego a las ciudades y golpean a señoras mayores con bates de béisbol, bendecidos por la cobardía de los demócratas.
La cuestión es que, en las grandes ciudades de EEUU, que es donde están los principales periódicos y televisiones, solo se ve la película que se proyecta en la sala 1. La de la lucha por los derechos civiles. Y dado que los corresponsales y observadores de fuera ven y leen estos medios, rápidamente adoptan su visión, y la película de los derechos civiles tiene una audiencia mucho mayor. Entonces, tanto en las ciudades estadounidenses como en el resto del mundo, se ignora la otra versión, la que se proyecta en la sala 2. La película de la turba que incendia, saquea y brutaliza.
Antes de continuar, aclaremos que aquí no se trata de hacer una equivalencia entre las dos salas. No todo en la vida tiene que ser simétrico. La virtud no siempre está en el punto medio. Una película puede ser más juiciosa o más cercana a la realidad que la otra. Pero ese es otro debate. Lo que importa ahora es que, para explicar lo que sucede en un país, los medios de comunicación tienen que reflejar ambas películas, no solo una. Porque, si nos olvidamos de la sala 2, luego la realidad nos coge por sorpresa: los estadounidenses eligen a un presidente extraño y marcan un rumbo que no entendemos. ¿Qué ha pasado? Muy fácil: nos hemos quedado en la sala 1.
La otra gran película americana
Uno tiene derecho a pasar toda la vida en la misma sala de cine. Confirmar las ideas propias es muy agradable: tu vida y tus creencias se ven justificadas. Sientes la camaradería de los otros espectadores, a quienes felicitas por pertenecer, como tú mismo, a la mitad de la humanidad iluminada y buena. Pero si queremos corroborar o desmentir, o al menos relativizar, lo que vemos en la sala 1, tenemos que ver también lo que pasa en la sala 2.
¿Y dónde está la sala 2? En Estados Unidos, solo hay un gran canal de televisión conservador, Fox News. En él se concentran los sueños, prejuicios y proyectos de la derecha, sus opiniones, sus globos sonda. Es un canal representativo. Si uno compara la proporción de estadounidenses que apoyan a Donald Trump (45%), vemos que coincide casi exactamente con la proporción que dice confiar en Fox (43%). El vínculo es tan estrecho que, a veces, los ángulos que tocan sus presentadores y comentaristas se convierten en decretos de Donald Trump. La Fox es la sala 2.
“La nación ha estado envuelta en llamas este fin de semana”, comenzó su programa el presentador Tucker Carlson, de Fox News, el 1 de junio. “Nadie en un puesto de responsablidad movió un dedo para salvar EEUU. Se acobardaron. Se pusieron abiertamente del lado de los destructores. En muchos casos, los alentaron. Luego, negarán haberlo hecho. Ya lo están negando ahora. Pero usted sabe la verdad porque vio cómo sucedía. Es así como colapsan las naciones”, dijo Carlson.
El caos, la destrucción, las incansables mentiras desde arriba. Es demasiado. Los americanos están estupefactos y tienen miedo
Una puntualización: las ciudades donde se han dado las protestas más numerosas y los disturbios más graves son ciudades demócratas. Mineápolis, donde fue asesinado George Floyd a manos de un policía blanco, solo ha tenido alcaldes demócratas desde 1979. Atlanta es demócrata, como lo son Nueva York, Washington, Los Ángeles o Louisville, donde se produjeron varios tiroteos. Los republicanos pueden criticar sin exponerse mucho. La inestabilidad no se ha dado en sus feudos.
“Es difícil pensar con claridad sobre nada de lo que está sucediendo”, sigue Carlson. “El caos, la destrucción, las incansables mentiras desde arriba. Es demasiado. Los estadounidenses están estupefactos y tienen miedo. Pero, sobre todo, están llenos de furia, más enfadados de lo que han estado nunca”, continúa. “La peor gente de nuestra sociedad ha tomado el control. No hicieron nada para construir este país. Ahora, lo están destrozando. Nos están empujando hacia el suicidio colectivo”.
Hagamos otra pausa. Aquí hay que señalar dos cosas. La primera es que, desde el principio de su programa, Carlson identifica las protestas, que en realidad han sido mayoritariamente pacíficas, con los disturbios violentos. Está confundiendo la parte por el todo, como si las marchas solo hubieran consistido en incendios y destrucción. Tampoco se detiene sobre el caso que inició todo, el homicidio de Floyd, al que se refiere como “la muerte de un hombre bajo custodia policial”. Ni siquiera lo nombra.
Y lo segundo, ¿a quién culpa? ¿A quién se refiere cuando dice “la peor gente de nuestra sociedad”, los que “no hicieron nada para construir este país”? Los registros policiales de los últimos días prueban que la inmensa mayoría de los detenidos en Mineápolis, por ejemplo, eran de allí. No venían de fuera. Si “no hicieron nada para construir este país“ no es porque fueran extranjeros que acabasen de llegar. Carlson están hablando de ciudadanos estadounidenses.
“No somos animales, somos estadounidenses“, dice Carlson, y se pregunta qué podemos hacer frente al odio y la anarquía. “Debemos empezar por ser duramente honestos sobre lo que está ocurriendo ahora mismo. La verdad es nuestra defensa, y es la última esperanza de nuestro país“, dice. “Planeamos utilizar esta hora para crear un registro de este momento actual, para enseñarles qué está pasando realmente en su país. Sentimos la obligación de hacerlo antes de que los hechos sean manipulados por la propaganda de los mentirosos o de que las imágenes sean borradas para siempre de internet”.
Carlson muestra la imagen de una tienda de su barrio, en Washington DC. La tienda, nos dice, es propiedad de los Kim, una familia de inmigrantes coreanos “reverenciada por su decencia y trabajo duro”. Carlson dice que está cerca de su casa, que los vecinos compran allí el café por la mañana y que los niños van a por golosinas después del colegio. “Los Kim no hablan de política. Los Kim nunca han hecho daño a nadie”. Luego vemos la tienda vandalizada y a un hombre de rodillas. Es el señor Kim, “intentando salvar lo que se ha pasado la vida construyendo”.
El presentador solo está calentando. Las imágenes y los vídeos que acompañan su monólogo son cada vez más gráficos. “En Rochester, Nueva York, un grupo de ocho hombres destrozó las ventanas de una joyería. La pareja que vivía encima salió a enfrentarse a ellos. Ambos fueron salvajemente apalizados con una escalerilla y un palo de madera”. Y es cierto. El marido grita: “¡Dejad en paz a mi mujer!”, mientras un grupo de personas da una paliza a la señora.
El arte de decir algo sin decirlo
Otro vídeo muesta a un hombre golpeado por una turba. Lo tiran al suelo y le dan patadas en las costillas. Se oyen gritos y risotadas. El vídeo fue grabado en Columbia, Carolina del Sur. “En Dallas”, sigue Carlson, “un hombre armado con lo que parece una espada hizo lo que pudo para defender su negocio de los saqueadores. La turba le golpeó en la cabeza con una roca y un monopatín. Es difícil de mirar”. Y lo es. El señor aparece tirado en el suelo, con las extremidades dobladas de forma antinatural, como un trasto viejo, como si estuviese muerto.
Hay más. Un coche atacado con barras de hierro en medio de la autopista. Un reportero apaleado en directo mientras cubría las protestas en Alabama o un señor de Portland, Oregon, que fue pateado mientras agarraba una bandera estadounidense. “El hombre jamás soltó la bandera, por cierto", aclara Carlson.
Los vídeos tienen algo en común. Además de ser extremadamente gráficos y violentos, en ellos todas las víctimas son blancas y todos los atacantes son negros. Carlson no lo especifica en ningún momento, pero ya nos ha dicho que los sublevados son “lo peor de nuestra sociedad“ y que “no hicieron nada para construir este país“.
En Estados Unidos existe la expresión 'dog whistle politics', o 'política del silbato para perros'. El arte de decir algo sin decirlo. Mensajes que, como los silbatos para perros, tienen infrasonidos que la mayoría de la gente no capta, pero que están ahí. Tienen un subtexto, un código que determinados oídos sí pueden interpretar y entender.
Tucker Carlson podría haber alternado esos vídeos, que son efectivamente parte de la realidad que ahora mismo vive este país, con otros vídeos violentos donde los atacantes son blancos. Tal es el caso de muchos de los vídeos de violencia policial gratuita. En ocasiones, contra periodistas o contra manifestantes que se mostraban cooperativos y que se habían echado disciplinadamente al suelo para luego ser rociados, sin motivo, con espray pimienta. Podía haber puesto imágenes de golpes sin provocación o del todoterreno policial que acelera en una multitud. Podía haber hablado de los grupos ultraderechistas blancos, desplegados en las ciudades con sus rifles de asalto y sus planes de traer una segunda guerra civil.
Pero Carlson está contando una historia: ya nos ha dado a entender que las protestas son todas así, violentas, salvajes, destructivas, y los atacantes, esos 'animales' que nunca han aportado nada a la sociedad estadounidense, resultan ser todos negros. ¿Es una casualidad o está Carlson excitando los prejuicios raciales de la audiencia? ¿Se limita a contar su versión o está enviándonos un ultrasonido?
El presentador sigue enumerando incidentes, palizas, saqueos, profanación de monumentos históricos, hasta que para, dice, por respeto a la audiencia: “No hemos mostrado todo el material que tenemos. Hay mucho. Parte del material es demasiado traumático y, honestamente, demasiado incendiario. Entendemos que la televisión es un medio emocional, y no queremos empeorar la cosas”.
Entonces nos manda otro mensaje, otra clave. “Algunos demócratas han apoyado abiertamente lo que está ocurriendo. Realmente no tienen mucha elección. Esos que desvalijan la tienda de Rolex son sus votantes. Estos disturbios son efectivamente el mayor mitin que ha habido hasta la fecha de Joe Biden para presidente”.
Este comentario también tiene varios niveles. Los afroamericanos, como los que llevan 10 minutos apalizando gente y quemando cosas delante de nuestros ojos, votan demócrata en todas las elecciones presidenciales desde mediados de los años sesenta. Y con una proporción superior, siempre, al 85% de sus votos. Carlson nunca dice "son negros", pero nos lo recuerda de muchas maneras.
El presentador sigue y sigue. Solo hemos cubierto un tercio de su monólogo, que dura 26 minutos. Y es uno de muchos. Este fue el primero en el que cubrió las protestas y donde se encargó de establecer el tono que seguiría en los días siguientes. Cada uno tenía un foco preciso. Los disturbios y los prejuicios raciales, según Carlson, eran un instrumento más de los demócratas para atacar a Trump y ocupar el poder. Los gestos de la policía, como clavar la rodilla en señal de rechazo a la brutalidad y su sesgo racista, son una rendición, dijo en otro monólogo.
El resto de comunicadores estrella de Fox, como Sean Hannity o Laura Ingraham, han estado contando la misma historia con sus propios estilos de visceralidad. “Estos actos de violencia son parte de un esfuerzo coordinado para llegar a derrocar al Gobierno de Estados Unidos“, declaró, sin aportar ninguna prueba, Laura Ingraham. “Está bien financiado y bien organizado en las redes sociales“.
Esta es, a muy grandes rasgos, la película que está viendo el 40% de Estados Unidos. Un segmento demográfico mayoritariamente blanco, rural y algo más envejecido. Un segmento que ha ido perdiendo capacidad adquisitiva en los últimos 30 años y que ha ido escorándose cada vez más al bando republicano. Sus percepciones son muy distintas de las que provienen de las otras grandes televisiones. Hemos visto la cuestión de las protestas y la injusticia racial, pero la misma dinámica se puede aplicar a cualquier otra cosa que ocurra, a cualquier noticia de actualidad.
Uno puede alegar que, ahora mismo, son las protestas lo que cuentan, y no lo que piensen una familia evangélica de Wisconsin o un minero retirado de Kentucky. Y añadir que esos grandes medios progresistas de Nueva York y Washington son mucho más responsables y rigurosos con la actualidad que Tucker Carlson. Pero, en este momento, la persona que controla Estados Unidos y cuyas decisiones pueden afectarnos a todos durante generaciones piensa más como Carlson que como 'The New York Times'. Uno puede intentar acercarse a los mecanismos de su pensamiento, a su forma de ver el mundo, para luego estar algo mejor prevenido y poder entender sus decisiones. O puede quedarse para siempre en la sala 1.
Existe un grave problema a la hora de comprender Estados Unidos tanto desde dentro como desde fuera. La población se ha dividido en dos bloques muy distanciados. O, en lugar de bloques, pensemos mejor en dos grupos de espectadores, cada uno en su sala de cine. Dos salas de cine que proyectan películas distintas sobre el mismo tema. Por ejemplo: en la sala 1 se proyecta una película sobre la heroica lucha contra el racismo y la brutalidad policial. Hay caras multicolores y radiantes y villanos de uniforme. En la sala 2, en cambio, la película va de cómo los jóvenes negros prenden fuego a las ciudades y golpean a señoras mayores con bates de béisbol, bendecidos por la cobardía de los demócratas.
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