A Tailandia le explota en las manos su adicción a las armas
En los primeros dos meses de 2020, Tailandia ha sufrido al menos dos tiroteos mortales muy mediáticos y otras tantas intentonas. Una cultura de las armas ha facilitado estos incidentes
Una noche de viernes en Bangkok, Somkiat conducía su coche con unas copas de más y vio un control de alcoholemia. Tomó un atajo para evitar a la policía y al girar la calle dos vehículos con sirenas y luces azules le cortaron el paso. En unos instantes aparecieron tres agentes y desenfundaron sus pistolas. Sin mediar palabra, le apuntaron y le obligaron a salir del coche. "¿Solo estás borracho? Disculpa, pensábamos que eras un narco", le dijo un oficial tras interrogarlo mientras lo controlaba a través de la mirilla de su pistola.
El incidente le hizo gracia a Somkiat, quien vio como algo normal verse encañonado. "Son policías, ¿acaso no es normal?".
No hubiera sido lo mismo si se hubiera topado con Nhat, un exagente y fanático de las armas que vive en una ciudad pequeña cerca de la frontera con Laos. A Nhat le encanta coleccionar y exhibir todo tipo de armas, pero sobre todo le apasiona montar campos de tiro improvisados con sus amigos. “Mi cuñado es francés y a veces lo llevo a disparar, pero se asusta cuando en el templo disparamos al aire”, bromea. Se trata de la costumbre local tailandesa de disparar al aire en lugares públicos, algo considerado de buena suerte. Las autoridades, no obstante, tuvieron que prohibir esta práctica ante las crecientes muertes por balas perdidas.
Ahora, este policía retirado ha suspendido temporalmente su ocio favorito de montar campos de tiro improvisados. Los ánimos están enrarecidos después de que, en la misma región en la que vive, un militar -alterado por una discusión financiera con su general- decidiera armarse hasta los dientes y provocar una masacre tiroteando a una treintena de personas en un centro comercial, a 150 kilómetros de Bangkok.
Un año negro para Tailandia
Tailandia es conocido como "el país de las sonrisas" y es considerado un lugar seguro por la mayoría de turistas. Sin embargo, lo que muchos viajeros desconocen es que parte de la ausencia de bocinazos en las carreteras no es por civismo, sino porque es muy habitual que algún conductor exaltado lleve una pistola y decida tomarse la justicia por su mano. Un porcentaje reseñable de las víctimas mortales por armas de fuego en Tailandia fueron tiroteadas simplemente por recriminarle alguna maniobra a otro conductor.
Tener licencia de armas no es solo fácil en Tailandia -basta con ser mayor de edad, pasar unas pruebas sencillas y pagar 30 dólares-, sino que además es un símbolo de poder y algo de lo que alardear. Existen muchas revistas especializadas que cubren la actualidad de pistolas y escopetas, y a los niños desde pequeños se les enseña a jugar con rifles de juguete.
Toda esta cultura de las armas está explotándole en las manos al país. Este enero, el país se vio conmocionado por el caso del 'asesino de la Yamaha Fino'. Montado en la escúter pequeña más vendida en el país, un hombre entró en una tienda de oro y abatió a tiros a dos adultos y un niño, además de herir a otras cuatro personas. Se hizo con unos 12.000 dólares, botín que no necesitaba: el asesino era un hombre de clase acomodada al mando de una importante escuela.
Pocos días después, un militar protagonizaría una masacre nunca antes vista en Tailandia, cuando mató a una treintena de personas en el centro comercial Terminal 21 de Nakhon Ratchasima. Ese fue sin duda el momento en que todo se vino abajo, y muchos temieron que otras personas trataran de replicar dicho crimen, algo que es habitual con los grandes casos mediáticos en Tailandia.
A la semana siguiente, se produjeron dos intentonas fallidas de tiroteadores detenidos antes de actuar. Pocos días después, un hombre que disparó su arma hasta 40 veces en el parque de la universidad más importante de Bangkok, con la fortuna de que no acertó a dar a nadie. "Este suceso no ha de tenerse en cuenta como un caso relacionado con las armas", afirmó de forma entrecortada el jefe de la policía en Tailandia, temeroso de que la cultura de las armas en su país se viera afectada. Otra víctima es lo poco que queda de un turismo muy resentido por la amenaza del coronavirus.
Y este mismo martes, tan solo diez días después de la masacre en Korat, un hombre entró en un centro comercial y se dirigió a la clínica de belleza donde trabajaba su mujer. Disparó a quemarropa y la mató allí mismo. La policía, si bien conoce su identidad, aún no ha logrado dar con él.
La cultura de las armas en tela de juicio
El ministerio del Interior estima que en Tailandia hay más de seis millones de armas. Pero el centro de estudios de Ginebra Small Arms afirma que además hay alrededor de 4,1 millones de pistolas y rifles ilegales. En total, una media de 16 armas por cada cien personas, excluyendo a los militares. Es el país con mayor número de armas por habitante de Asia. Por ello no es de extrañar que más del 60% de asesinatos sean a tiros, según cifras de la Organización Mundial de la Salud.
Y sin embargo, la cultura de las armas está enquistada en la sociedad. En un país donde los militares tienen más fuerza que el Gobierno y dictan quién es el primer ministro, la imagen de las pistolas, los rifles o los tanques es admirada y vista con buenos ojos.
Antes, si recriminabas la presencia de armas y la importancia del ejército se te tachaba de comunista o de odiar a tu país
Por ejemplo, en el Día de los Niños el Ejército hace jornadas gratuitas en las que invita a todos los menores a probar rifles de verdad, pistolas, tanques e incluso bazookas. Algunas de las imágenes más populares del Rey son enfundado en su traje militar y armado con subfusiles.
Oponerse a ello era, hasta hace poco, motivo de reprimenda por parte del primer ministro y exgeneral militar, Prayuth Chan-ocha. "Antes [de la masacre en Korat], si recriminabas la presencia de armas y la importancia del ejército se te tachaba de comunista o de odiar a tu país; han tenido que morir todas esas personas para que se replantee nuestro modelo de sociedad", opina el comentarista político Voranai Vajinika.
El ejército está en la punta de mira porque el autor de la masacre en Korat que se saldó con tres decenas de muertos fue perpetrada por un cabo con suficiente rango. La imagen de los militares se vio muy dañada hasta el punto en que quisieron desentenderse del tiroteo. "En el momento en que disparó contra otra persona, dejó de ser un militar y pasó a ser simplemente un criminal", trató de excusarse el general del ejército, Apirat Kongsompong. Es excusa les sirvió para mantenerse al margen y exculpar al cuerpo militar.
Una noche de viernes en Bangkok, Somkiat conducía su coche con unas copas de más y vio un control de alcoholemia. Tomó un atajo para evitar a la policía y al girar la calle dos vehículos con sirenas y luces azules le cortaron el paso. En unos instantes aparecieron tres agentes y desenfundaron sus pistolas. Sin mediar palabra, le apuntaron y le obligaron a salir del coche. "¿Solo estás borracho? Disculpa, pensábamos que eras un narco", le dijo un oficial tras interrogarlo mientras lo controlaba a través de la mirilla de su pistola.