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Barra libre en el Pentágono: Trump lleva la adicción al gasto militar a nuevas cotas
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Edad de oro de las industrias de defensa

Barra libre en el Pentágono: Trump lleva la adicción al gasto militar a nuevas cotas

El Pentágono es un Estado dentro de un Estado; un país aparte con un PIB comparable al de Suiza y una fuerza de trabajo que lo convierte en el primer empleador del mundo

Foto: Un desfile militar en 2016. (EFE)
Un desfile militar en 2016. (EFE)

Más que un ministerio, el Pentágono es un Estado dentro de un Estado; un país aparte con un PIB comparable al de Suiza, 1,3 millones de habitantes, una fuerza de trabajo que lo convierte en el primer empleador del mundo y un liderazgo opaco e intocable. El viejo matrimonio de intereses corporativo-militares goza de plena salud, como reflejan las prioridades de contratación de la Administración Trump y el número de antiguos ejecutivos que ahora toman decisiones estratégicas. Nunca la puerta giratoria había girado tanto ni tan rápido.

"Cuando, en su discurso de despedida en 1961, el presidente Dwight D. Eisenhower advirtió de los peligros de la 'influencia injustificada' del 'complejo militar-industrial', jamás habría soñado que existiría una corporación armamentista con el tamaño y el peso político de Lockheed Martin (el mayor contratista militar del país)", escribe William D. Hartung, director de Seguridad y Armas del' think tank' Center for International Policy. "En un buen año, [Lockheed Martin] recibe hasta 50.000 millones de dólares en contratos públicos, una suma más grande que el presupuesto operativo del Departamento de Estado".

Foto: Un caza de combate Lockheed Martin F-35 en una feria armamentística en Berlín. (Reuters)

Su competidora Raytheon no se queda atrás: el año pasado se hizo con el contrato para desarrollar y mantener la flota de cazas F-35, un programa que costará, a lo largo de los años, cerca de 1,0 billón (1,0 'trillión') de dólares. Y todo pese a las razones para dudar de su efectividad. Un ejemplo de la adicción norteamericana al gasto en defensa, cuyos detalles suelen quedar ocultos al escrutinio público.

El Departamento de Defensa había logrado evitar auditorías hasta 2017, cuando un ejército de más de 1.200 auditores visitaron 600 localizaciones, revisaron 40.000 documentos y probaron unos 90.000 productos de defensa. El proceso costó más de 400 millones de dólares, y arrojó un resultado negativo, como reconoció el propio director financiero del Pentágono, David Norquist. "No aprobamos. Esa es la cruda verdad. Tenemos problemas y los vamos a solucionar". Aclarar las discrepancias contables del mamut militar, según la agencia Reuters, podría llevar años.

'Barra libre' de dólares

"Los contratistas quieren que el Gobierno acepte cualquier coste o precio que ofrezcan, con poca revisión o instrumentos contra el abuso del precio, independientemente del tipo de contrato o del nivel de competencia", declaró J. David Cox, presidente de la Federación Americana de Empleados Gubernamentales.

Uno de los motivos de esta aparente barra libre de gasto, según Cox y Hartung, es la profunda ramificación del sector privado y de sus 'lobbies' en el Departamento de Defensa. Una presencia tradicional que durante la Administración Trump ha alcanzado nuevas cotas.

En su tercer año de Gobierno, Donald Trump ya ha dado cargos a casi tantos 'lobistas' como George W. Bush y Barack Obama juntos

"Tengo que estar seguro de que el zorro no volverá al gallinero", declaró el fallecido senador John McCain en 2017, durante la comparecencia ante el Congreso de Patrick Shanahan. Este ejecutivo de Boeing, que había dedicado 31 años de su vida a la mayor empresa aeronáutica de Estados Unidos, se disponía a ocupar la vicesecretaría de Defensa. Cargo en el que sería confirmado.

Shanahan, que luego fue secretario de Defensa en funciones tras la renuncia del general James Mattis, no es el único alto cargo que venía del mundo corporativo. Lisa Hershman, vicejefa de gestión del Pentágono, hizo su carrera en firmas y consultoras de tecnología militar. Trabajó en General Electric, Icon Transportation, Brightpoint, Avent o Scrum Alliance, antes de jurar su puesto en 2018.

Ellen Lord, responsable de sostenibilidad y adquisiciones del ministerio, pasó 15 años en Textron, un conglomerado que fabrica, entre otros productos, aviones, helicópteros y dispositivos electrónicos de defensa. John Rood estuvo diez años en la cúpula de Raytheon y luego en Lockheed Martin. Era vicepresidente de esta última cuando le ofrecieron llevar las políticas del Pentágono.

placeholder El secretario de Defensa estadounidense, Mark Esper. (Reuters)
El secretario de Defensa estadounidense, Mark Esper. (Reuters)

Por encima de todos, el secretario de Defensa, Mark Esper, fue lobbista jefe de Raytheon; la misma corporación a la que pertenecía Charles Faulkner, expulsado del Departamento de Estado por beneficiar a su antigua casa en una gran venta de armamento a Arabia Saudí, según The Wall Street Journal.

Como apunta una investigación de la agencia Associated Press, Donald Trump, en su tercer año de Gobierno, ya ha dado cargos a casi tantos lobbistas como George W. Bush y Barack Obama juntos.

La puerta giratoria no sólo funciona en un sentido. También hay burócratas y uniformados que pasan del Gobierno a los consejos de administración. Según el centro de análisis sin ánimo de lucro POGO (Proyecto de Vigilancia del Gobierno), sólo el año pasado 645 funcionarios cambiaron su empleo en un ministerio por un puesto de consultor o ejecutivo en las 20 mayores armamentistas de EEUU.

Despilfarro compartido

No es una cuestión partidista. Si hay algo en Washington que tiene el apoyo de las dos bancadas es el gasto en defensa. La Cámara de Representantes, controlada por los demócratas, aprobó en julio 738.000 millones de dólares de presupuesto militar para 2020, un 25% más que lo gastado por la Administración Obama en 2016. Una cantidad superior al resto de las partidas (sanidad, educación, carreteras) juntas.

Foto: Foto: Reuters Opinión

Los analistas de mercado ya anticipaban una edad dorada del sector en 2017, poco después de que Trump ocupase la presidencia, cargase la retórica beligerante contra Irán y ofreciese un cheque en blanco al estamento castrense. Su primer jefe del Pentágono, el general James Mattis, reconoció su sorpresa: "Guau, no me puedo creer que consiguiéramos todo lo que queríamos".

La racha sigue. El lunes 16 de septiembre, la Bolsa de Wall Street sufrió una caída general, con dos excepciones: las petroleras, beneficiadas por el aumento de precios consecuencia del ataque al suministro saudí, y las empresas armamentistas. L3 Harris y Raytheon subieron en torno a un 3%; Northrup Grumman y Lockheed Martin dos puntos cada una. Horas antes el presidente Trump había declarado en Twitter que estaba "cargado y listo" para atacar al régimen iraní.

La administración, que ha reforzado las sanciones contra Irán, estudia una gama de opciones, incluida la militar, para responder al ataque al suministro de crudo saudí. Al final, como apunta The Washington Post, "los miles de millones de dólares gastados en armas estadounidenses no protegieron las localizaciones petroleras saudíes más importantes de un ataque devastador".

Más que un ministerio, el Pentágono es un Estado dentro de un Estado; un país aparte con un PIB comparable al de Suiza, 1,3 millones de habitantes, una fuerza de trabajo que lo convierte en el primer empleador del mundo y un liderazgo opaco e intocable. El viejo matrimonio de intereses corporativo-militares goza de plena salud, como reflejan las prioridades de contratación de la Administración Trump y el número de antiguos ejecutivos que ahora toman decisiones estratégicas. Nunca la puerta giratoria había girado tanto ni tan rápido.

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