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Revolución imposible en Hong Kong: "Las protestas pacíficas no sirven para nada"
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"ES CUESTIÓN DE TIEMPO QUE ALGUIEN MUERA"

Revolución imposible en Hong Kong: "Las protestas pacíficas no sirven para nada"

Entrevistamos a manifestantes, policías y políticos para entender qué sucede en Hong Kong y atisbar cómo puede evolucionar su mayor crisis política en muchos años

El pasado 21 de julio, como cualquier otro domingo, Calvin So colgó su delantal poco antes de las diez de la noche. Este joven de 23 años se cambió la chaquetilla de cocinero y, ataviado con los pantalones del trabajo y una camiseta gris, salió del centro comercial en el que está empleado para regresar a su casa en el barrio hongkonés de Yuen Long. Fue entonces cuando se encontró con una muchedumbre enfurecida. “Había un centenar de hombres vestidos con camisas blancas y armados con varas de bambú. Sin mediar palabra, 20 o 30 se abalanzaron sobre mí y comenzaron a darme una paliza”, recuerda en en el lugar en el que fue atacado.

Ese nutrido grupo de matones locales estaba esperando la llegada de los manifestantes prodemocracia que, después de haber provocado disturbios en el centro de la excolonia británica, se había organizado por las redes sociales para acudir a Yuen Long. Se trata de un distrito habitado mayoritariamente por ciudadanos prochinos que rechazan el movimiento surgido para protestar contra la propuesta de ley de extradición, retirada el pasado día 7, y que ahora exige amnistía para los procesados y la adopción del sufragio universal para elegir al jefe del Ejecutivo local.

A Calvin So lo confundieron con un manifestante prodemocracia porque vestía una camiseta oscura. Le propinaron tal paliza que estuvo tres días ingresado en el hospital y todavía tiene marcas en la espalda y dolores en la pierna. Su incidente fue la chispa que encendió uno de los episodios más violentos de los cien días de protestas que vive Hong Kong desde la multitudinaria manifestación pacífica del 9 de junio.

Foto: Huelga de estudiantes en Hong Kong. (EFE)

Los manifestantes llegaron poco después a la estación del metro, y allí se produjo una terrible batalla campal que se saldó con medio centenar de heridos. La Policía solo apareció al final y, en un principio, no practicó ningún arresto. El suceso agudizó la fractura social que asola el centro financiero de Asia y recrudeció la violencia de los enfrentamientos.

"Las protestas pacíficas no sirven"

“Al principio, solo veía las protestas en televisión y por Internet. Hasta entonces, únicamente había participado en la gran manifestación pacífica que reunió a dos millones de personas el 16 de junio. Pero, a partir de la paliza que me dieron, me he implicado mucho más. He descubierto que las protestas pacíficas no sirven de nada. Y algo tenemos que hacer para evitar que China destruya Hong Kong”, comenta So. A modo de protesta, ahora el joven siempre se mueve tapado por una mascarilla quirúrgica que evita su identificación y se salta las barreras del metro para viajar sin pagar. “Nunca antes lo hice, pero no puedo ser cómplice con mi dinero de una empresa que colabora con el Gobierno para dificultar las protestas”, justifica. Cerca, una pintada muestra el logotipo de MTR -la empresa que gestiona el metro- modificado ligeramente para que incluya la hoz y el martillo del Partido Comunista.

"He descubierto que las protestas pacíficas no sirven de nada. Y algo tenemos que hacer para evitar que China destruya Hong Kong”, comenta So

So es uno de los muchos ciudadanos preocupados por la inevitable integración de Hong Kong en China, país al que fue devuelto en 1997 bajo el modelo ‘un país, dos sistemas’. Según la Declaración Sino-Británica firmada en 1984, Pekín respetaría durante 50 años la singularidad de la ciudad, capitalista y con una legislación particular que otorga a su población derechos y libertades desconocidos en la China continental. Puede que 2047 parezca una fecha lejana, pero muchos ya ven demasiadas injerencias chinas en Hong Kong.

“El problema es la dictadura del Partido Comunista”, dispara Woody Tam, un estudiante de 24 años que acude al frente de batalla siempre que tiene ocasión. Es uno de los manifestantes más radicales, y muestra con orgullo los guantes quemados que utiliza para desactivar los proyectiles de gas lacrimógeno que dispara la Policía. Pide ser retratado en el exiguo piso que alquila ataviado con la máscara de gas y las gafas protectoras con las que acude a los enfrentamientos, en los que él se encarga de arrancar vallas para crear barricadas.

placeholder Un policía interesándose por el estado salud de un manifestante. (Z. Aldama)
Un policía interesándose por el estado salud de un manifestante. (Z. Aldama)

Tam subraya que, a diferencia del Movimiento de los Paraguas de 2014, el actual es horizontal, orgánico, y no está liderado por nadie en concreto. “Nos organizamos a través de la app de Telegram y el foro LIHKG -que ha recibido ya varios ataques informáticos-. Cada cual aporta lo que puede. Es un poco caótico, pero nos protege ante la posibilidad de que el Gobierno descabece el movimiento”, añade, en referencia a las detenciones de líderes estudiantiles como Joshua Wong. También incide en la estrategia ‘be water’, que adopta la famosa táctica de Bruce Lee para ser flexible y dejarse llevar por la corriente. “Somos fluidos como el agua, pero también duros como el hielo”. Atacan en un lugar, y, cuando la Policía repele sus acciones, se dispersan rápidamente para asaltar otro.

Kenny Tai y Kibby Leung, de 25 y 22 años respectivamente, son pareja y acuden juntos a las manifestaciones. Pero evitan el frente y se consideran moderados. Ambos participaron en las protestas de hace un lustro, que consideran el germen de las actuales. “Recuerdo que, en 2008, cuando se celebraron los Juegos Olímpicos en Pekín, yo me sentía orgulloso de ser chino. Celebraba las medallas y los logros del país. Pero el Movimiento de los Paraguas me dio conciencia política. Poco a poco, fui viendo a China de otra forma, y ahora odio al Gobierno”, cuenta él.

Foto: Policías chinos arrestan a una mujer en las protestas en Hong Kong este martes. (Reuters)

Ella asiente. Kibby nació en 1997, poco después de la devolución de Hong Kong a China, y reconoce que existe una gran brecha generacional que la enfrenta a sus padres. “Ellos apoyan la propuesta de ley de extradición y que se emplee mano dura para arrestar a los manifestantes. Pero no saben que yo soy una de ellos”, comenta con una sonrisa tímida. Ambos salen de casa con vestimenta normal y se cambian en la calle para adoptar el 'uniforme' negro de los manifestantes.

“La gente mayor tiene miedo de perder lo que tiene. Muchos recuerdan Tiananmen y creen que China puede responder de la misma forma. Pero a nosotros nos preocupa lo que va a pasar en el futuro, cuando ellos ya estén muertos. No queremos vivir a merced de Pekín, y esta lucha ha creado un sentimiento de camaradería que nos ha devuelto la esperanza en lograr un cambio”, añade Kenny.

Los inmigrantes chinos... ¿el problema?

Tam nació en China, pero comparte sus sentimientos. “Vine con mi madre cuanto tenía un año. Me he criado aquí y creo que este es mi hogar. Ahora temo que Hong Kong deje de ser el Hong Kong que he conocido. Temo que dejemos de tener libertad de expresión, como sucede en China, y que nuestra identidad se diluya como sucede en Tíbet o Xinjiang”, explica. “Pensé en emigrar, pero no podemos dar la espalda a la responsabilidad que tenemos”.

No obstante, Tam reconoce que el conflicto no es solo político. También es económico. “Es una lucha contra un sistema injusto en el que unos pocos concentran toda la riqueza y los recursos. Cada vez hay menos oportunidades laborales para nosotros, y la presión que ejerce China a este respecto es doble: por un lado, los ricos adquieren propiedades que incrementan los precios de la vivienda hasta niveles inalcanzables para la mayoría; por otro lado, cada día vienen 150 chinos a quedarse en Hong Kong, aumentando la presión demográfica y agotando los recursos de la ciudad. Necesitamos lograr la soberanía para poder decidir sobre este tipo de asuntos”, apostilla.

placeholder Un manifestante hongkonés en su casa. (Z. Aldama)
Un manifestante hongkonés en su casa. (Z. Aldama)

Alex Law también aboga por la independencia de Hong Kong. A sus 28 años, este cristiano participa como voluntario de primeros auxilios y acude a las manifestaciones para ayudar a sus compañeros cuando son rociados con espray de pimienta, inhalan gases lacrimógenos, o reciben el disparo de una bala de goma. “Desde la devolución a China, nuestra dependencia de ese país se ha disparado. La economía ahora se vuelca en exceso en el turismo y hay demasiados inmigrantes chinos. Por otro lado, el sistema político continúa siendo corrupto y el pueblo no tiene capacidad para elegir a su líder”, critica.

Law tiene también palabras duras para la Policía, a la que acusa de excederse en el uso de la fuerza: “Ha perdido su humanidad y es únicamente un arma del Gobierno, que a su vez está supeditado al régimen chino. Al principio, los policías solo disparaban gas lacrimógeno después de lanzar advertencias -con unas banderas de colores que muestran a los manifestantes-, pero ahora utilizan balas de goma sin previo aviso y los Raptors -el grupo de elite- golpean a cualquiera porque la falta de identificativos les proporciona inmunidad”.

Law, que no tiene formación médica pero es autodidacta y aprende de los compañeros que sí son médicos o enfermeros, se mantiene a cierta distancia del frente durante las protestas. “Antes de la manifestación nos reunimos para analizar los riesgos y cómo actuar. Luego, estamos en segunda línea y patrullamos desde las aceras para ver si alguien nos necesita. Limpiamos ojos y piel, curamos heridas, y alertamos a los servicios de emergencia en casos muy graves”, explica. Este periodista fue atendido por los compañeros de Law y tratado con solución salina cuando un policía lo roció con espray de pimienta.

El voluntario, además, cree que hay policías chinos infiltrados entre los hongkoneses. “Tienen su propio estilo, diferente al del manual del SAS que utilizan los agentes locales, otras posturas, e incluso hablan cantonés con acento. Deberían morir todos, incluso sus familiares”, exclama Law. Según avanza la conversación, también se radicaliza su discurso. “Creo que es necesario que haya algún mártir, que alguien muera, para que el movimiento pase a una nueva etapa”, sentencia.

Foto: Un policía hongkonense durante las protestas. (EFE)

Paladin Cheng, irredento partidario de la independencia de Hong Kong ha sido amenazado en varias ocasiones por dejar clara su preferencia con la bandera que porta siempre en las manifestaciones. Él también cree que es solo cuestión de tiempo que alguien muera a manos de la Policía. Y añade que, en su opinión, a partir de ese momento, el movimiento escalará hasta convertirse en lo que denomina “un genocidio”. Es, dice, la única forma de lograr que el mundo se involucre y salga al rescate.

"¡Nos van a hacer más pobres!"

Pero esa visión trágica no es la que impera. Si bien una creciente parte de la población, sobre todo la más joven, apuesta por métodos violentos y la consecución de la independencia para lograr la ‘liberación de Hong Kong’, un grupo incluso más numeroso -pero mucho más silencioso- busca vías intermedias que permitan encajar la idiosincrasia de Hong Kong dentro de China. “Si Pekín se siente con la confianza suficiente, en 2047 decidirá mantener el modelo ‘un país, dos sistemas’. No creo que nos obliguen a abandonar el capitalismo para abrazar el socialismo de la noche a la mañana. No es algo que le interese al Gobierno”, opina Jeremy Ng, un empresario que advierte de que soliviantar al régimen chino solo logrará que la ciudad acentúe su declive económico. “¡Menuda revolución, que nos va a hacer más pobres!”, se lamenta.

Por su parte, Junius Ho, uno de los diputados prochinos más odiados por los manifestantes, subraya que “China ha respetado los acuerdos a los que llegó y no ha interferido en la autonomía de Hong Kong”, y concuerda en señalar que las revueltas solo lograrán dañar la economía del centro financiero, “cuya fuerza es ya inferior a la de Shenzhen”. Ho señala los planes que Pekín tiene para el ‘gran área de la bahía’, “un plan que integrará Hong Kong dentro de un grupo de ciudades que van a crecer muy rápido”, y advierte de que no estar ahí “es dar la espalda al futuro”.

placeholder Foto: Z. Aldama
Foto: Z. Aldama

El polémico parlamentario, acusado de estar en connivencia con las mafias prochinas durante el suceso de Yuen Long, cree que el Gobierno ha sido excesivamente indulgente con los manifestantes violentos, a los que califica de terroristas. “La gestión de los disturbios se ha caracterizado por su contención. Buen ejemplo de ello es la retirada que protagonizaron los policías cuando el Parlamento fue asaltado, porque temieron que se produjese un baño de sangre. En otros países se habría cortado de raíz, y creo que una respuesta más contundente habría servido para evitar que las protestas se eternicen”.

No lo tiene tan claro Kent Lau, a quien le parece que la Autoridad se ha excedido en algunos casos. Sabe de qué habla, porque él es policía. Accede a ser entrevistado después de muchas dudas y solo utilizando un nombre falso. A su lado está Billie Wong, su mujer, que sí apoyan las cinco demandas de los manifestantes.

Foto: Dos votantes sinoamericanos en un colegio electoral en San Francisco, en 2004. (Reuters)

“Yo no puedo estar de acuerdo con esa amnistía, porque creo en el Estado de Derecho y en que se haga respetar la ley. Pero tampoco me parece correcto que el Gobierno utilice a la Policía para solucionar un problema político que se debe debatir en el Parlamento”, apunta Lau. “Antes nosotros éramos un Cuerpo respetado y querido. Ahora nunca digo que soy policía, sino vigilante de seguridad. Nuestros hijos reciben amenazas en la escuela -incluso se ha publicado un manual para evitar ese ‘bullying’-, los amigos nos eliminan de grupos de WhatsApp, y la moral está por los suelos. Temo que la violencia se desborde y que la situación termine resultando incontrolable”, señala.

Wong asiente en silencio. Reconoce que la situación incluso afecta a su relación de pareja, y que las discusiones en casa son constantes. Él está convencido de que en 2047 Hong Kong será una ciudad china más. Ella cree que las manifestaciones han logrado que la gente deje de resignarse a ese futuro. Ambos reconocen que su hijo, de 14 años, intercede para que no se tiren de los pelos. “Él dispara, yo le lanzo ladrillos”, ríe Wong tratando de rebajar una tensión que, según todos los entrevistados, continuará viva durante mucho tiempo.

El pasado 21 de julio, como cualquier otro domingo, Calvin So colgó su delantal poco antes de las diez de la noche. Este joven de 23 años se cambió la chaquetilla de cocinero y, ataviado con los pantalones del trabajo y una camiseta gris, salió del centro comercial en el que está empleado para regresar a su casa en el barrio hongkonés de Yuen Long. Fue entonces cuando se encontró con una muchedumbre enfurecida. “Había un centenar de hombres vestidos con camisas blancas y armados con varas de bambú. Sin mediar palabra, 20 o 30 se abalanzaron sobre mí y comenzaron a darme una paliza”, recuerda en en el lugar en el que fue atacado.

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