La crisis de Hong Kong despierta temores de ruina: "Mis ingresos han bajado un 80%"
Hong Kong lleva dos meses de protestas continuadas y no hay síntomas de que la tensión entre la ciudad autónoma y China se calmen
Hong Kong lleva dos meses de protestas continuadas y no hay síntomas de que la tensión entre la ciudad autónoma y China se calmen. Durante los últimos días, la violencia se ha recrudecido. La policía antidisturbios recurre cada vez más al uso de las porras y los gases, mientras crece la osadía de los cientos de miles de manifestantes, quienes llegaron a retener y golpear a dos personas -acusadas de ser policías infiltrados- durante las protestas que colapsaron el aeropuerto internacional del centro financiero asiático la semana pasada.
Entre el gobierno chino y los activistas hongkoneses hay una ciudad de más de siete millones de habitantes que viven su momento de mayor incertidumbre desde que los británicos devolvieron Hong Kong a Pekín en 1997.
En el barrio costero de Aberdeen apenas queda un puñado de las célebres casas flotantes que antaño eran ocupadas por familias de pescadores. Hoy son un reclamo turístico a la sombra de los imponentes rascacielos que flanquean el paseo marítimo. Allí, Eli Lam se gana la vida a sus 48 años enseñando a cocinar algunos platos locales en el barrio. La mayoría de sus clientes son turistas. Esta hongkonesa de 48 años es símbolo de los sentimientos encontrados que vive la ciudad. Una sensación de no pertenecer a ninguno de los bandos en conflicto y, sin embargo, sufrir los efectos colaterales de la tensión política.
"Es difícil para mí tomar partido porque estoy en una edad en la que puedo empatizar con ambos lados", explica para defender tanto los reclamos de los manifestantes como a fuerzas de seguridad "que están tratando de hacer su trabajo y sin ellos, Hong Kong probablemente estaría mucho peor".
Efectos colaterales
Las protestas, intermitentes pero cada vez más intensas, comenzaron como una reacción a una polémica ley de extradición impulsada por el gobierno de Hong Kong y han evolucionado en una ofensiva de activistas contra el gobierno autónomo por lo que consideran una rendición ante Beijing, que veía con buenos ojos esta ley.
"Estoy sufriendo las consecuencias de acciones en las que no participo. Los ingresos de mi negocio han bajado hasta un 50% en julio y un 80% en agosto y no veo ninguna previsión de mejora en los próximos meses. Todavía me siento segura en Hong Kong, pero creo que los que ven el conflicto desde fuera tienen una idea muy diferente. Los medios de comunicación sin duda han creado una visión sensacionalista", profundiza la mujer con gesto preocupado.
"Puedo ver cómo afecta a las personas que están en una situación financiera peor que yo y odiaría ver que comienzan a perder sus empleos"
Como le ha sucedido a buena parte de la población promedio de Hong Kong, Eli ha tenido que adaptarse a las circunstancias. Tuvo que reducir sus gastos a la mitad, dejar de llamar a la mujer que le ayudaba con la casa, privarse de tomar algo en la calle y no usar el taxi. "Ir de compras, ni pensarlo". Todo indicios de cómo el gasto privado se ralentiza ante la crisis y podría acabar afectando a los minoristas.
"Realmente puedo ver cómo este efecto se extiende a las personas que están en una situación financiera peor que yo y odiaría ver que comienzan a perder sus empleos o negocios", avisa.
Amenaza a la libertad
El transporte público de Hong Kong es barato y funciona muy bien. La línea de metro llega hasta las puertas de la Universidad de Hong Kong, donde Martín, un hombre de 40 años que llegó a China hace más de una década, da clases de lengua española. Llegó a la ciudad hace más de una década, por lo que analiza la compleja sociedad hongkonesa con todos sus matices.
"Como suele ocurrir, la situación no es tan simple como la describen los partidarios del gobierno ni sus opositores: ni todos los manifestantes son unos sediciosos violentos al servicio de intereses extranjeros, ni todos los que defienden al gobierno o la policía son acérrimos partidarios de que Hong Kong pase a formar plenamente parte de China lo antes posible", asegura este profesor.
Sin embargo, no está de acuerdo con un sector de la oposición que parece estar liderando unas protestas cada vez más violentas y dañinas para la población en general. "Al ser un movimiento sin liderazgo claro, es difícil saber qué pretenden conseguir exactamente mediante esta estrategia, pero dudo que vaya a traer ningún beneficio para Hong Kong", concluye.
Nubes de incertidumbre
Hong Kong es célebre por su imagen de metrópoli financiera y elitista. Su mercado de valores es uno de los más importantes del mundo y entidades bancarias de todos los continentes tienen sede en la ciudad. En el barrio de Central, los precios de los alquileres de oficinas son los más altos del mundo. Allí trabaja Mei Szeto, una joven de 37 años asesora financiera de uno de los bancos más grandes de Hong Kong y una de las dos millones de manifestantes que tomaron las calles en las protestas de junio.
"Nunca había visto nada igual. Podías ver perfectamente la cara de indignación de muchas de las personas allí presentes. Para muchos fue su primera manifestación y no estoy hablando de los jóvenes sino de personas mayores que no habían sentido la necesidad de protestar y salir a la calle con anterioridad", relata.
Al lunes siguiente, en la oficina de Mei no se hablaba de otra cosa. Tanto ella como sus compañeros de trabajo estaban muy emocionados de ver cómo Hong Kong se movilizaba para defender su democracia y libertades. Pero también sintieron miedo. Miedo de que las cosas vayan a peor y que China intervenga enviando a los militares o imponiendo la ley marcial. Por eso, la joven ejecutiva ha comprado provisiones para varias semanas ante el temor de que la crisis acabe afectando al abastecimiento de los supermercados.
"Esta crisis está afectando a la economía de la ciudad. En nuestro caso, los números también dependen de otros factores internacionales, pero obviamente es una situación que nadie quiere que se prolongue en el tiempo", asegura.
Hong Kong lleva dos meses de protestas continuadas y no hay síntomas de que la tensión entre la ciudad autónoma y China se calmen. Durante los últimos días, la violencia se ha recrudecido. La policía antidisturbios recurre cada vez más al uso de las porras y los gases, mientras crece la osadía de los cientos de miles de manifestantes, quienes llegaron a retener y golpear a dos personas -acusadas de ser policías infiltrados- durante las protestas que colapsaron el aeropuerto internacional del centro financiero asiático la semana pasada.