Las guerras secretas de Bin Zayed, el poderoso jeque de la 'Esparta del desierto'
El príncipe heredero de Emiratos Árabes Unidos, Mohamed Bin Zayed, tiene tal influencia en la Casa Blanca que está transformando la geopolítica de alianzas de la región. Recuerden su nombre
El pasado 26 de junio, las tropas gubernamentales libias lanzaron un ataque sorpresa contra la montañosa localidad de Gheryan, uno de los puestos de mando desde el que las fuerzas del general rebelde Jalifa Haftar dirigían su asedio contra Trípoli. Tras tomar la base, los combatientes gubernamentales se encontraron con algo inesperado: cuatro misiles antitanque estadounidenses Javelin y varios drones de combate Wing Loong de fabricación china. ¿Qué hacían allí?
El suministrador fue Emiratos Árabes Unidos, uno de los principales valedores internacionales de Haftar. El Departamento de Estado de EEUU determinó rápidamente que los Javelin habían sido vendidos al Gobierno emiratí en 2008 y transferidos sin permiso a sus aliados libios. Washington prometió exigir responsabilidades. Pero nada ha sucedido.
Este incidente ilustra a la perfección el papel que los Emiratos juega en toda esta región: decisivo, con consecuencias profundas, sin sujeción a las normas internacionales, pero casi desconocido. Y todo ello bajo el mando del príncipe heredero Mohamed Bin Zayed, a quien un reciente artículo del New York Times denominaba “el gobernante más poderoso del mundo árabe”.
Discreto y brutal
Mientras Arabia Saudí y el príncipe Mohamed Bin Salman acaparan toda la atención, Emiratos opera discretamente en los mismos teatros pero sin apenas publicidad. Durante la reciente crisis del Golfo Pérsico, el ministro de Exteriores de Irán acusó de tratar de provocar una guerra a un supuesto ‘Equipo B’ internacional compuesto por [John] Bolton, Benjamin Netanyahu, Bin Salman y Bin Zayed. Para muchos, era la primera vez que oían el nombre del emiratí.
Mohamed Bin Zayed, de 58 años, es el gobernante de facto no solo de su reino natal de Abu Dhabi, sino de toda la confederación emiratí, desde que su medio hermano y líder nominal, el jeque Jalifa Bin Zayed, sufriese un infarto cerebral en 2014 que le ha mantenido casi incapacitado para la vida pública. En estos años ha jugado un papel fundamental a la hora de potenciar el papel diplomático y militar de los Emiratos, absolutamente desproporcionado para el tamaño y el PIB de este pequeño estado de apenas 83.600 kilómetros cuadrados, al tiempo que afianzaba su poder interno encarcelando a los disidentes en su país.
Algunos funcionarios estadounidenses describen los EAU como “una pequeña Esparta” en el desierto, sobre todo desde que hace una década Erik Prince, el fundador de la desaparecida empresa de contratistas militares Blackwater, ayudase a profesionalizar el ejército emiratí y a crear una poderosa guardia pretoriana con mercenarios colombianos y sudafricanos.
Aunque los datos sobre el gasto militar de los Emiratos no son públicos, el Instituto Internacional de Investigación sobre la Paz de Estocolmo (SIPRI) estima que es el 15º país del mundo que más invierte en defensa y el segundo de Oriente Medio, así como el tercer mayor comprador de armas del mundo. Todo ello siguiendo los dictados de Bin Zayed.
Mentor del príncipe saudí
En el Golfo, las opiniones sobre él varían. “Es muy querido entre los emiratíes, porque reparte muchos billetes, pero fuera le odian. Muchos le ven como otro Bin Salman: un déspota”, explica a El Confidencial una experta arabista residente en la región.
En realidad, muchos le han descrito como un mentor para el joven príncipe saudí, a quien casi dobla en edad. Las relaciones entre ambos son excelentes, hasta el punto de que cuando el Rey Salman de Arabia Saudí montó en cólera tras conocer el papel que había jugado su hijo en el brutal asesinato del periodista disidente Jamal Khashoggi, fue Bin Zayed quien intervino ante el monarca saudí para que las aguas volviesen a su cause.
Bin Zayed, además, ostenta el dudoso honor de ser el único líder internacional que aparece mencionado por nombre en el informe del fiscal especial Robert Mueller sobre la interfencia rusa en las elecciones estadounidenses de 2016. Su papel habría sido ayudar a orquestar una reunión en las Islas Seychelles en enero de 2017 entre Kirill Dimitriev, un inversor ruso cercano a Vladimir Putin, y Prince, que pretendía erigirse en enlace con la recién inaugurada Administración Trump.
“Dmitriev es un ciudadano ruso que fue nombrado director del fondo soberano de Rusia (RDIF), cuando fue fundado en 2011. Dmitriev le reporta directamente a Putin y frecuentemente se refiere a Putin como su 'jefe'. El RDIF ha invertido en varios proyectos con los fondos soberanos de los EAU. Dmitriev ha interactuado regularmente con [George] Nader, un alto asesor del príncipe heredero de los EAU Mohamed Bin Zayed”, se lee en el documento de Mueller.
Influencia en la Casa Blanca
Por pura coincidencia, la misma semana de la publicación del informe Mueller, Bin Zayed fue incluido en la lista de las 100 Personas Más Influyentes de la revista Time. No faltan motivos: sus fuerzas militares operan en Somalia, Libia, el norte del Sinaí y Egipto, y han formado parte de la expedición militar contra los rebeldes huthíes en Yemen. También han apoyado operaciones estadounidenses en lugares como Kosovo, Afganistán o la primera guerra de Irak.
“Bajo la Administración Trump, su influencia en Washington parece mayor que nunca. Tiene conexión directa con el presidente Trump, quien ha adoptado frecuentement la visión del príncipe acerca de Qatar, Libia y Arabia Saudí, incluso por encima del consejo de funcionarios gubernamentales o del personal de seguridad nacional [de EEUU]”, afirma el New York Times en su artículo.
Otra anécdota permite hacerse una idea de cómo se las gasta Bin Zayed. Cuando el Secretario de Estado Mike Pompeo visitó los Emiratos el pasado enero, el príncipe, al escuchar las dificultades que EEUU estaba teniendo con los líderes talibanes en las negociaciones de paz, le propuso crear una fuerza mercenaria de elite para llevar a cabo una campaña de asesinatos selectivos y eliminar uno a uno a los elementos más conflictivos. Así, dijo Bin Zayed, se evitaría que el país volviese a caer en manos de los “barbudos malvados y atrasados”. Según los asistentes al encuentro, Pompeo quedó visiblemente impactado por la propuesta, pero no dijo nada.
Odio al islamista
Además de su carácter despiadado, este episodio pone de manifiesto otro elemento clave en la personalidad del emiratí: su odio descarnado hacia los islamistas, que ha sido el principio rector de gran parte de la política exterior de los EAU en los últimos años. Es el motivo por el que Bin Zayed respaldó el golpe de estado en Egipto en 2013 contra el Gobierno del islamista Mohamed Morsi. También por eso las fuerzas emiratíes apoyan ahora a Haftar en contra los sucesivos ejecutivos de unidad nacional en Trípoli porque, consideran, los Hermanos Musulmanes tenían demasiado poder. Y a diferencia de Arabia Saudí y Qatar, los Emiratos se han negado a apoyar a organizaciones islamistas en la guerra de Siria.
Otra de sus obsesiones personales es Irán: los Emiratos han participado en una devastadora campaña militar en Yemen y en el bloqueo a Qatar para contener la expansión de la influencia iraní en la zona, y ahora parecen dispuestos a formar parte de la operación contra Teherán, lleve a donde lleve. Eso les ha llevado incluso a forjar una alianza no solo con Arabia Saudí y Egipto, sino también con Israel, de quien no solo están adquiriendo tecnología militar, sino con quien han puesto en marcha planes para apoyar a los movimientos kurdos en Siria e Irak como muro de contención contra la otra gran potencia de la zona de la que todos recelan, Turquía.
La hostilidad hacia Irán hizo que Bin Zayed se sintiese personalmente traicionado por la Administración Obama cuando ésta anunció el acuerdo nuclear en 2015. Por eso, cuando Donald Trump ganó las elecciones en 2016, el emiratí vio una ventana de oportunidad para forjar lazos con el nuevo presidente. La reunión en las Seychelles, aparentemente, era un doble intento no solo de afianzar el contacto con Trump sino también de tender puentes entre éste y una Rusia a la que Bin Zayed ve como un elemento necesario para resolver las crisis de Siria y Libia.
La segunda parte resultó fallida, pero no hay duda del éxito de la primera: Trump decidió designar a los Hermanos Musulmanes como una organización terrorista tras escuchar la opinión de Bin Zayed al respecto, y según el Wall Street Journal, su cambio de posición respecto al mariscal Haftar -a quien Trump decidió llamar en abril para hablar de la “visión compartida” de ambos- se produjo tras un encuentro secreto con el emiratí y el líder egipcio Abdel Fatah Al Sisi, quienes presionaron al presidente estadounidense en ese sentido.
Un estratega de otra liga
Esto supone nada menos que un realineamiento por parte de EEUU para ajustarse a los intereses de los Emiratos, con quienes se habían producido encontronazos en los últimos años. “Hay tres grandes ejemplos en los que los EAU han seguido un camino diferente de la política exterior de EEUU”, explicaba el periodista David Kirkpatrick en una reciente entrevista en la Radio Pública Nacional. “Uno es la Primavera Árabe, que EEUU apoyó de forma ostensible".
El segundo es Libia: EEUU ha apoyado a un gobierno de la ONU para intentar encontrar una resolución no violenta entre todas las facciones en competición. Los EAU se han opuesto a ese proceso y han respaldado militarmente a un peón en Libia que ahora lucha contra ese gobierno de la ONU. Y el tercer gran ejemplo es Qatar, otra pequeña monarquía árabe y otro aliado de EEUU, y donde también hay una base militar estadounidense, como la hay en los Emiratos”, señaló.
A la hora de influir en Washington, Bin Zayed juega en su propia liga
Pero esta actitud independiente también empieza a tener consecuencias. El Gobierno de Trípoli acusó la semana pasada a la aviación emiratí de ser la responsable del ataque aéreo que acabó con la vida de más de 50 personas en un centro de detención de inmigrantes en la capital de Libia. Y tras cuatro años de guerra, los Emiratos han empezado a retirar sus tropas de Yemen, conscientes de que la intervención, pese a haber causado la mayor catástrofe humanitaria de nuestra época, está tan lejos de triunfar como el primer día.
Pese a todo ello, Bin Zayed parece seguir contando con el favor incondicional de Trump. “Mohamed Bin Zayed tiene una forma extraordinaria de explicarles a los estadounidenses sus propios intereses pero haciendo que parezca un buen consejo sobre la región”, dice Ben Rhodes, el antiguo asesor adjunto de seguridad nacional de Obama, en el perfil del NYT. “A la hora de influir en Washington, Bin Zayed juega en su propia liga”. Recuerden su nombre.
El pasado 26 de junio, las tropas gubernamentales libias lanzaron un ataque sorpresa contra la montañosa localidad de Gheryan, uno de los puestos de mando desde el que las fuerzas del general rebelde Jalifa Haftar dirigían su asedio contra Trípoli. Tras tomar la base, los combatientes gubernamentales se encontraron con algo inesperado: cuatro misiles antitanque estadounidenses Javelin y varios drones de combate Wing Loong de fabricación china. ¿Qué hacían allí?