La “ropa del blanco muerto”: el negocio multimillonario de las prendas que tú donas
Sólo una pequeña parte se distribuye gratis, mientras que el resto se vende, un tercio en África. Los beneficios de este comercio podrían rondar los 5.000 millones de euros anuales
En los mercados de Zimbabue y de otros países de África, a los montones de prendas usadas llegadas casi siempre de Occidente le llaman “la ropa del blanco muerto”. Una expresión que quizás alude a los tiempos no tan lejanos en que, en Occidente y en las colonias europeas en el continente africano, las prendas de vestir que uno poseía sólo se donaban a la Iglesia o “a los pobres” cuando su propietario ya nunca más las iba a necesitar. Con una excepción, la vestimenta con la que se enterraba al finado, algo que a menudo se solucionaba con el mismo traje con el que muerto se había casado, si es que unas hechuras bien conservadas aún lo permitían.
Mucho han cambiado las cosas desde aquella época. Sobre todo en los últimos 30 años cuando, según un estudio de la Universidad de Cambridge, el consumo de ropa se ha multiplicado por cuatro en los países occidentales al tiempo que se instauraba el concepto de “fast fashion” (moda rápida); es decir, comprar al amparo de unos precios bajos hijos de la deslocalización y de la baja calidad, usar unos meses, tirar y volver a comprar. Un patrón de consumo que ha generado una cantidad ingente de ropa desechada que, en muchas ocasiones, va a parar a uno de esos contenedores que pueblan las calles de nuestras ciudades y que en teoría están destinados a recoger ropa y calzado para distribuir entre los más necesitados, o al menos eso cree la mayor parte de personas que deposita en ellos las prendas descartadas.
La realidad es mucho más complicada de lo que suponen los donantes. Según una investigación del programa "Reporteros" de la cadena France 24, sólo el 2% de la ropa de segunda mano que se dona en Occidente se distribuye entre los necesitados, mientras que el resto se convierte en una mercancía que entra en un circuito internacional de compra-venta que genera unos beneficios multimillonarios. Un tercio de esas prendas acaba en mercadillos o tiendas del continente africano convertida en “ropa del blanco muerto”. De acuerdo con cálculos citados en el documental francés y basados en la división estadística de comercio de Naciones Unidas, UN Comtrade, el comercio de ropa y calzado usados procedentes de donaciones de europeos y norteamericanos genera cada año alrededor de 5.000 millones de euros.
En España, a pesar de que la última crisis provocó una caída de un 11% en el consumo familiar de ropa, el gasto medio por habitante en prendas de vestir fue en 2014 de 508 euros anuales. Cada español se deshace de unos 7 kilos de ropa usada al año, de acuerdo con un informe de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU). El grueso de esta ropa simplemente se tira a la basura pero otra parte se dona a través de los contenedores callejeros, punto de partida de una actividad económica cuyos beneficios revierten en las empresas y organizaciones que gestionan la recogida de las prendas, así como en las instituciones oficiales, normalmente los ayuntamientos, que conceden las licencias para instalar los contenedores en la vía pública o bien recogen la ropa directamente.
Eso cuando la actividad se ejerce legalmente, pues en nuestras ciudades han proliferado los contenedores que con rótulos que aluden a un supuesto fin social -“Cooperación y Desarrollo”, “Ayuda y Acción” o denominaciones similares- simplemente se apropian de la ropa ilegalmente para venderla. En 2013, la OCU denunció que de 16 contenedores inspeccionados en la ciudad de Madrid sólo dos tenían licencia. Un fraude muy lucrativo pues con esta actividad ilegal se puede obtener hasta 4 euros por prenda, 350 por tonelada o 3.500 euros anuales por contenedor, según OCU. En la primera mitad de 2012, por citar un ejemplo, el Ayuntamiento de la capital retiró 776 de estos contenedores clandestinos.
“Flaco favor” a organizaciones con fin social
“Los contenedores ‘pirata’ hacen un flaco favor al conjunto de entidades que nos dedicamos de manera seria a la reutilización de textil, y que además lo hacemos con un fin social, como Cáritas o Roba Amiga”, afirman desde la Fundación Humana España. Humana es una de las entidades sin ánimo de lucro que más contenedores tiene en España, si no la que más. Todos, 5.172 en 2016, según su última memoria, tienen licencia, pero ello no le ha ahorrado críticas por beneficiarse del negocio de la ropa donada, unas críticas y una denominación -la de “negocio”- que esta fundación rechaza aludiendo en su lugar a la “generación de recursos” destinados “en su totalidad” a sufragar el trabajo de la organización en España y sus proyectos de ayuda internacional al desarrollo en países como Congo.
En el Magreb se concentra un número elevado de fábricas de clasificación a las que va a parar buena parte de la ropa donada en Europa
En 2016, Humana recogió 17.983 toneladas de ropa en España y obtuvo gracias a su venta el grueso de los más de 21 millones de euros de sus ingresos ese año. “El 100%” de estos beneficios, afirman desde esta organización, se dedica “a los fines sociales de la fundación”.
“Nuestras cuentas son públicas, disponibles en nuestra web y están auditadas por una entidad externa de prestigio. Estamos registrados en el Registro de Fundaciones Asistenciales del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Algunos de nuestros proyectos de cooperación cuentan con el respaldo de la Comisión Europea o la Agencia Española de Cooperación Internacional al Desarrollo (AECID) y cada año más de 100.000 personas de los países del Sur se ven involucradas en nuestros programas de cooperación”, zanjan desde esta fundación, cuya matriz internacional fue vinculada a finales de los años 90 con la secta danesa Tvind, unos vínculos que, desde Humana España, aseguran son “falsos” y “sin fundamento”.
Empresas con fachada “humanitaria”
Junto a las entidades sin ánimo de lucro como Humana que gestionan los contenedores hay otras para las que se trata simplemente de un negocio. Un negocio legal, pues tienen licencia para explotar los contenedores pero que plantea dudas éticas dado que los beneficios que obtienen de un producto donado ni siquiera revierten en proyectos humanitarios. Es lo que sucede en Madrid desde 2015, cuando el Ayuntamiento, aún en manos del Partido Popular, no incluyó en el pliego de condiciones del concurso de los contenedores el que la adjudicataria fuera una entidad sin ánimo de lucro. El Consistorio madrileño simplemente atribuyó la licencia a la compañía que más dinero ofreció: 3.200 euros por contenedor, es decir, más de 600.000 euros anuales, una cantidad ofertada por la empresa Ecotextile Solidarity.
Como sucede a veces con las compañías con ánimo de lucro que se benefician legalmente de la buena voluntad de los donantes de ropa, el objetivo fundamentalmente comercial de esta empresa se disimula con el término “solidarity” (solidaridad) de su nombre. También con una supuesta actividad ecológica y “humanitaria” de la que se ofrecen pocos detalles. En la web de Ecotextile se alude por ejemplo a cómo el reciclaje de ropa hace que el planeta esté “más limpio” y a un “convenio de colaboración” del que no se ofrecen cifras con “Askan Wi”, una pequeña ONG con sede en Valencia a la que -como confirmó por teléfono quien se presentó como su presidente a este diario- Ecotextile Solidarity ha donado “ropa y dinero” con destino a colegios de Senegal.
Cuando El Confidencial trató de recabar datos y cifras concretas llamando a la empresa, una empleada se limitó a pedir un teléfono de contacto al que no han llamado, antes de negarse, visiblemente alterada, a ofrecer ningún dato sobre dicho convenio de colaboración ni tampoco sobre la empresa ni su propietario, aludiendo a que éste “no concede entrevistas”.
¿Dónde va la ropa?
Entre los pocos datos que se han publicado de Ecotextile Solidarity se encuentra el origen magrebí de su propietario. Y es precisamente en el Magreb donde se concentra un número muy elevado de fábricas de clasificación a las que va a parar buena parte de la ropa donada en Europa. Allí se separan las prendas inutilizables, las deterioradas -que se envían a países como India y Pakistán para ser transformadas en productos como alfombras de baño- y las que se destinan a la reventa. Según la investigación de France 24, sólo en Túnez hay 53 de estas fábricas.
Doce países africanos han prohibido la importación de ropa usada al considerar que este comercio lastra el desarrollo del textil local
Algunas de las prendas, las de mejor calidad, sobre todo las de marca, hacen el viaje de vuelta a Europa, pues estas fábricas las venden a comerciantes europeos que trabajan en el sector del “vintage”, la ropa de segunda mano considerada “estilosa”. Las prendas de “segunda categoría” se destinan al mercado tunecino y el resto termina prensado y embalado en enormes fardos cuyo destino son los países de África Subsahariana, última parada de un tercio de los 8 millones de toneladas de ropa donada que salen cada año de Europa y Estados Unidos para acabar en mercados como el de Gambela, en Kinshasa, la capital de la República Democrática del Congo.
“La ropa de segunda mano llega a Kinshasa en fardos de 50, 100, 150 o 300 kilogramos y entra en Congo por barco en contenedores a través de los puertos de Matadi y Boma. Una vez en Kinshasa, el precio varía según el peso y el tipo de prenda (pantalones, camisetas, sábanas, etcétera). La bala de 50 kg cuesta 200 dólares (169 euros). Los fardos se compran al por mayor y luego los comerciantes venden la ropa por unidades”, explica Jethro, un treintañero congoleño que adquiere “a menudo” zapatos y cuya esposa compra “ropa para el hogar como mantas” por ser “de buena calidad”. Una particularidad es que el comprador de estos fardos no sabe cómo son las prendas que contienen. Las adquiere a ciegas, sabedor sólo de que la bala contiene pantalones, faldas, o el tipo de artículo de su elección.
Jethro trabaja para una ONG occidental que no tiene nada que ver con el comercio de ropa usada. Su mujer es también una profesional y ambos se ganan bien la vida con su trabajo. No son pobres ni necesitan que nadie les done ropa. Como muchos de los congoleños que adquieren estas prendas pertenecen a la incipiente clase media del país, si bien el propio Jethro precisa que “el 70% de los congoleños” compra ropa de segunda mano, aunque los más desfavorecidos sólo pueden pagar las peores prendas. Este joven congoleño no cree que la mayoría de compradores “se interese por saber de dónde viene la ropa”.
Como en otros países africanos, el hundimiento o la inexistencia de las industrias textiles locales explica en parte el éxito de este comercio. Muchas veces estas prendas son las únicas disponibles en los mercados de algunos países de África. En el caso de Congo, la violencia que ha sacudido el país prácticamente desde su independencia, agudizada en las últimas décadas, ha provocado que lo que fue una brillante industria textil hasta los 90 prácticamente haya desaparecido.
Algo “indigno”
Desde Humana España confirman que “en comunidades rurales de países como Mozambique o Guinea-Bissau, por ejemplo, [la ropa usada] es la única alternativa que tiene gran parte de la población local para acceder a prendas en buen estado a precios bajos. Se trata de zonas en las que no hay industria textil alguna o la que hay es precaria”.
La otra cara de la moneda es la defendida por los doce países del continente que han prohibido la importación de ropa usada al considerar que este comercio lastra el desarrollo del textil local. Uno de los últimos ha sido Ruanda, un país cuya renta per cápita creció un 5,2% anualmente entre 2005 y 2016, según datos oficiales y cuyo presidente, Paul Kagame, ha anunciado que su país eliminará gradualmente la importación de ropa usada de Occidente para promover una industria textil “Made in Ruanda”.
Como primer paso, Kigali ha impuesto aranceles a este producto con origen en Europa y Estados Unidos, una decisión que no ha gustado mucho a la Administración Trump, que ha amenazado con retirar a los productos ruandeses la exención de aranceles de la que disfrutaban en virtud de la Ley de Crecimiento y Oportunidades para África (AGOA en sus siglas en inglés). La andanada no ha amedrentado a Kagame. La razón es que el presidente ruandés considera “indigno” que sus compatriotas vistan la “ropa del blanco muerto”.
En los mercados de Zimbabue y de otros países de África, a los montones de prendas usadas llegadas casi siempre de Occidente le llaman “la ropa del blanco muerto”. Una expresión que quizás alude a los tiempos no tan lejanos en que, en Occidente y en las colonias europeas en el continente africano, las prendas de vestir que uno poseía sólo se donaban a la Iglesia o “a los pobres” cuando su propietario ya nunca más las iba a necesitar. Con una excepción, la vestimenta con la que se enterraba al finado, algo que a menudo se solucionaba con el mismo traje con el que muerto se había casado, si es que unas hechuras bien conservadas aún lo permitían.
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