Las 'sectas del hambre' en Congo: las iglesias protestantes que agravan la malnutrición
La prohibiciones de iglesias fundamentalistas protestantes agravan la lacra de la malnutrición en la región de Kivu Norte del Congo, una de las más pobres y conflictivas
Durante toda una semana, Antoinette* caminó con su hija Sarah a la espalda hasta llegar al centro de salud de Kibabi, en Kivu Norte, esa región oriental de Congo plagada aún de grupos armados, el legado de las dos guerras que sacudieron el país africano entre 1996 y 2003. Esta madre de 25 años tuvo que tragarse su miedo cuando cargó a su hija y emprendió sola un trayecto de 60 kilómetros por pistas rurales del territorio de Masisi, donde acechan milicianos y bandidos. Lo hizo pidiendo a la gente de las aldeas que les dieran cobijo de noche a ella y a su niña, que ahora yace sobre una cama de hospital. Sarah está muy enferma. Cuesta creer que tiene cinco años: parece un bebé. Su talla y su peso son los de una niña de dos años, un retraso que le debe a la malnutrición aguda severa que padece. Su madre decidió arriesgarse a atravesar sola la región cuando vio que la niña tenía siempre los pies muy hinchados. Un síntoma de lo que los expertos llaman edema nutricional. La marca del hambre pertinaz.
La cría no se tiene en pie, y cuando la enfermera intenta incorporarla sobre sus piernas de piel y hueso rompe a llorar desconsolada mientras Antoinette trata de calmarla. Esta madre que obviamente quiere a su hija dice, sin embargo, que “nunca le daría carne”. Ni carne, ni leche, ni pescado, ni huevos, nada de origen animal. “Todos los animales están contaminados”, afirma, y luego explica que su iglesia “lo prohíbe”: “Si pruebas la carne, no entras en el paraíso”.
"Todos los animales están contaminados. Si pruebas la carne, no entras en el paraíso”, dice la madre de Sarah
La madre de Sarah es seguidora de una secta fundamentalista protestante que, sin cifras oficiales, cuenta con numerosos adeptos en el territorio de Masisi, según trabajadores humanitarios de la región. Son creacionistas y milenaristas, creen que la Humanidad desciende de Adán y Eva, que Jesucristo volverá a la Tierra para reinar durante mil años y se consideran a sí mismos los continuadores de la “Iglesia de los Apóstoles”. Sus adeptos la llaman, por su nombre en francés, iglesia de la “Tempérance” (la templanza, el control de uno mismo). Esa secta se rige por una interpretación literal de la Biblia, especialmente del Antiguo Testamento, y obliga a sus fieles a adoptar una “dieta edénica”; la que creen que mantenían Adán y Eva en el paraíso antes de cometer el pecado original: fruta, verdura y legumbres. Son veganos estrictos y cualquier producto de origen animal, no sólo la carne y el pescado, sino también los lácteos y los huevos, son para ellos “impuros”.
El resultado es que en un lugar donde, según los datos de la ONG italiana Cooperazione Internazionale (COOPI), la malnutrición infantil podría afectar hasta al 76% de los niños (70% malnutrición crónica y 6% malnutrición aguda), la religión constituye “un factor de peso”, que contribuye a agravar una enfermedad causada ante todo por la miseria en la que viven los habitantes de la zona, explica Emmanuel Kasole, médico del centro de salud de Kibabi. Estos datos de niños que viven en un estado perpetuo de nutrición insuficiente en el territorio de Masisi son muy superiores a los del conjunto de Congo, que deplora un ya muy elevado 43% de malnutrición infantil crónica.
La ONG italiana ha calculado estos porcentajes de malnutrición en Masisi extrapolando las cifras extraídas de diversas encuestas nutricionales efectuadas durante los más de cuatro años que lleva gestionando en la zona sucesivos proyectos de atención sanitaria gratuita, financiados por ECHO, la agencia humanitaria de la Unión Europea. Este programa de cooperación ofrece apoyo a centros sanitarios estatales como el de Kibabi, con especial énfasis en dos lacras en las que Congo sigue ocupando uno de los puestos de cola: la mortalidad materna e infantil, esta última muy ligada a la malnutrición. De acuerdo con Unicef, de cada 1.000 niños nacidos vivos en la República Democrática del Congo, 104 mueren antes de cumplir cinco años. Congo es el quinto país del mundo que registra los peores datos de mortalidad infantil y forma parte del club de seis estados que concentran el 50% de todas las muertes de niños de menos de un lustro en el mundo. La mayor parte de estos fallecimientos se deben a infecciones respiratorias agudas, enfermedades diarreicas, malaria, sarampión y VIH/sida. En todas estas patologías la malnutrición es un factor agravante.
Niños enfermos de “todo”
En una sala pediátrica del centro de salud de Kibabi, Justine Namwangu, nutricionista de COOPI, y el doctor Kasole examinan a Sarah, la niña cuya madre profesa la fe de la Tempérance. “Estos niños lo cogen todo, desde las diarreas a las infecciones respiratorias. Cuando tienen malaria, su pronóstico es malo, eso por no hablar del retraso cognitivo y en el crecimiento que conlleva la malnutrición crónica”, recalca la profesional. Los hospitales y centros de salud incluidos en el proyecto de la ONG han tratado, según datos de la organización, a más de 1.500 niños con malnutrición aguda solo entre abril de 2016 y enero de este año.
En la misma habitación, otra mujer espera también con su niño malnutrido en brazos. Cuando se le pregunta su religión, responde: “Soy adventista”. Se refiere a los Adventistas del Séptimo Día, otra iglesia protestante con restricciones alimentarias, si bien no tan radicales como las de la secta de la madre de Sarah. En realidad, ambas iglesias tienen un origen común: la Tempérance es una escisión de los Adventistas.
El movimiento adventista nació en Estados Unidos en el siglo XIX y llegó a la región de los Grandes Lagos de África en los años 20 del siglo pasado de la mano de misioneros norteamericanos. En la vecina Ruanda, esta iglesia está conociendo una gran expansión en los últimos años. Solo en mayo de 2016, al término de una campaña de proselitismo de sólo dos semanas, más de 95.000 ruandeses se bautizaron en esa fe. Dado que la mayor parte de la población del territorio de Masisi pertenece a la etnia hutu y son de origen y habla ruandesa, la influencia de esta iglesia protestante en el país vecino se deja notar también en esta región del este de Congo.
El Adventismo y la Tempérance comparten muchos de sus postulados y a su profetisa: Ellen G. White, una norteamericana que vivió entre 1825 y 1917 y que decía tener visiones que atribuía a revelaciones divinas. Una interpretación más plausible desde el punto de vista científico determinó después que White probablemente sufría alucinaciones provocadas por las secuelas neurológicas que le quedaron por una pedrada recibida en la cara en su niñez que la dejó en coma durante varias semanas.
Siguiendo los preceptos de esa profetisa, muchos adventistas son vegetarianos, aunque su religión no les obliga a ello; sólo lo recomienda. Quienes comen productos de origen animal deben observar ciertas limitaciones que, si bien en EEUU o en otro país desarrollado pueden no tener impacto alguno en la salud, en Congo contribuyen a empobrecer la dieta ya deficitaria de poblaciones como la de Masisi, que a menudo se alimentan de poco más que patatas y col.
Basándose en una interpretación al pie de la letra del Levítico, uno de los libros del Antiguo Testamento, los adventistas omnívoros solo pueden comer pescado con aletas y escamas y animales rumiantes que tengan la pezuña hendida como la de las vacas, ovejas y cabras. El cerdo está vetado. En el caso del pescado, en esta región de Congo prácticamente solo hay uno que reúna esas condiciones, explica Justine, la nutricionista: la tilapia, aquí casi un artículo de lujo. El pescado que se encuentra en los mercados de Masisi es un tipo de alevín sin aletas ni escamas, que los adventistas no pueden comer, ni mucho menos los seguidores de la Tempérance. Como muchas iglesias protestantes en Congo, los Adventistas del 7º Día imponen además a sus fieles la entrega del diezmo, por el que los fieles deben donar a la iglesia la décima parte de sus ingresos o de su producción agrícola.
“Existen aspectos negativos ligados a la religión que influyen en la salud de los niños [en Masisi]. En concreto, aquellos dogmas que apartan a las gentes de sus culturas de origen y que han venido a perturbar la nutrición tradicional de la zona. En EEUU que una persona no ingiera proteína animal puede no ser peligroso; aquí es bien distinto dada la pobreza de la población. En especial los niños necesitan proteínas de buena calidad para desarrollarse de forma adecuada. Yo mismo he asistido a sesiones de sensibilización en las que cuando se informaba a los padres de la importancia de ofrecer una alimentación lo más variada posible a sus hijos, muchos de ellos decían que no podían comer carne ni ingerir proteínas animales”, explica a El Confidencial el doctor Vincker Lushombo, coordinador médico del proyecto de cooperación de COOPI-ECHO.
Cuando estos padres se niegan a dar carne ni leche a sus hijos, la estrategia de la ONG es tratar de enseñarles cuáles son las combinaciones de alimentos con los que pueden compensar la peor calidad de las proteínas vegetales. El problema es que en algunas zonas del Masisi, explica Justine, alimentos como la soja, los cacahuetes, las legumbres y otros productos que, bien combinados, pueden paliar las carencias de una dieta vegana “no se cultivan, por lo que hay que comprarlos”. Esto los hace inaccesibles para muchas familias. En Masisi pocas familias tienen tierras; si un pobre las tiene, normalmente se trata de una parcela diminuta, y muchos habitantes viven de trabajos precarios en las minas de coltán y casiterita, entre otros minerales en los que la región es rica. Eso por no aludir a los miles de desplazados internos y refugiados ruandeses que malviven, sin apenas nada, en la región.
Justin, enfermero en el hospital de la cercana ciudad de Rubaya, es seguidor de la iglesia de la Tempérance. Sostiene que “no es necesario ingerir proteína animal porque las verduras también tienen proteínas”. Luego se contradice al sostener que la razón por la que él y sus correligionarios no pueden comer carne es porque los animales están “medicalizados” al tiempo que defiende que las personas sí deben tomar medicinas modernas y acceder a las vacunas. Este enfermero niega que la dieta vegana de su iglesia perjudique a los niños y dice que las madres de la Tempérance saben “cómo combinar las verduras para obtener proteínas de buena calidad”.
"Quien come carne no entra en el paraíso"
No es el caso de Antoinette, la madre de Sarah, que “no sabe nada de nutrición ni cómo combinar los alimentos vegetales para garantizar un aporte proteico suficiente”, confirma Justine, la nutricionista de la ONG. La joven madre dice que le daba a su hija “arroz y verduras” y su único argumento para justificar la dieta vegana de la niña es que “quien come carne, no entra en el paraíso”. Según los médicos del cercano hospital de Rubaya, el 80% de las mujeres que llegan a ese centro sanitario son analfabetas.
La paradoja es que gracias también a esa ignorancia los niños cuyos padres son adeptos de esa secta pueden acceder a un tratamiento adecuado, pues sus progenitores seguramente desconocen que el producto terapéutico de alto valor nutricional con el que se alimenta a los niños con malnutrición aguda incluye entre sus ingredientes la leche de vaca en polvo. “Las madres no hacen preguntas y nosotros ponemos por encima de todo salvar la vida del niño. Es casi lo mismo que cuando se presentan aquí Testigos de Jehová con un hijo tan malnutrido que precisa una transfusión de sangre. Cuando los padres se niegan, para salvar al niño no nos queda más remedio que convencerlos para que acepten”, afirma el doctor Vincker.
Gracias a esa leche terapéutica enriquecida, Sarah tiene una oportunidad. Sin embargo, puede que le queden secuelas que no se limitan solo a una talla baja para su edad. Porque los niños que “padecen malnutrición crónica y que no son tratados antes de los dos años, no llegan a alcanzar de adultos el cociente intelectual que deberían haber tenido”, recalca Alain Tchamba, el coordinador de nutrición de la ONG COOPI en Congo. Con sus capacidades intelectuales mermadas, estos niños suelen tener un rendimiento escolar bajo, aunque quién sabe si Sarah pondrá alguna vez los pies en una escuela. En Masisi, solo cuatro de cada diez niñas llegan a sentarse en un banco de colegio.
*Los nombres de la madre y la niña son ficticios.
Durante toda una semana, Antoinette* caminó con su hija Sarah a la espalda hasta llegar al centro de salud de Kibabi, en Kivu Norte, esa región oriental de Congo plagada aún de grupos armados, el legado de las dos guerras que sacudieron el país africano entre 1996 y 2003. Esta madre de 25 años tuvo que tragarse su miedo cuando cargó a su hija y emprendió sola un trayecto de 60 kilómetros por pistas rurales del territorio de Masisi, donde acechan milicianos y bandidos. Lo hizo pidiendo a la gente de las aldeas que les dieran cobijo de noche a ella y a su niña, que ahora yace sobre una cama de hospital. Sarah está muy enferma. Cuesta creer que tiene cinco años: parece un bebé. Su talla y su peso son los de una niña de dos años, un retraso que le debe a la malnutrición aguda severa que padece. Su madre decidió arriesgarse a atravesar sola la región cuando vio que la niña tenía siempre los pies muy hinchados. Un síntoma de lo que los expertos llaman edema nutricional. La marca del hambre pertinaz.
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