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La normalización de la ultraderecha en Europa
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SE ASUME QUE YA ES PARTE DE LA POLÍTICA EUROPEA

La normalización de la ultraderecha en Europa

La extrema derecha se afianza en la Unión Europea, con la crisis económica y la llegada de refugiados y migrantes como telón de fondo

Foto: El vicecanciller austríaco, Heinz-Christian Strache, bebe a la salud del FPÖ. (EFE)
El vicecanciller austríaco, Heinz-Christian Strache, bebe a la salud del FPÖ. (EFE)

Ni el populismo, ni la extrema derecha, ni el euro-escepticismo son algo nuevo. Hace veinte años, llegó a la coalición de gobierno de Austria el carismático y seductor, a la par que filonazi y xenófobo, Jörg Haider. El líder del Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) no tenía problemas en decir lo que pensaba. Por ejemplo, que un antiguo combatiente de las SS no es “un criminal, sino un soldado que cumplió con su deber por su patria durante la guerra” o que “en el Tercer Reich había una política de empleo ordenada”.

La llegada de Haider al poder creó un terremoto político y diplomático. La Unión Europea impuso sanciones a Austria por las posiciones de extrema derecha de su gobierno, contrarias a los valores fundamentales de la UE. Israel, ante el tono antisemita de las declaraciones del entonces líder del FPÖ, cerró su embajada en Viena. Haider, que consideraba una conspiración contra las ideas que defendía -muy en la línea de la "caza de brujas" de la que periódicamente se queja Donald Trump-, terminó por perder el favor de los austriacos.

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Austria asumirá la presidencia de la UE en julio, con una coalición entre conservadores y ultraderecha. (Reuters)

Mucho ha llovido desde entonces. El vicecanciller austriaco, Heinz-Christian Strache, ha logrado devolver al FPÖ al gobierno tras lograr un 26 % de los votos en las elecciones de octubre de 2017. Todo, pese a unas fotos de su juventud vistiendo un uniforme de una asociación neonazi. Las imágenes no solo no pusieron fin a su carrera, sino que ni siquiera fueron un tema de campaña. Lo que en otro contexto hubiera supuesto el ostracismo, se toleró. Y eso sí que es una novedad.

Strache no es, como quizás podía pensarse en su día de Haider, un accidente o una peculiaridad: la extrema derecha gana terreno y se afianza en la Unión Europea. Los casos como España, en los que ni la dureza de la crisis económica, ni la llegada de migrantes ha propiciado la aparición de una fuerza de extrema derecha que capitalice la frustración ciudadana, son una excepción antes que la regla.

placeholder Matteo Salvini, líder de la xenófoba Lega y duro opositor a la UE. (Reuters)
Matteo Salvini, líder de la xenófoba Lega y duro opositor a la UE. (Reuters)

La crisis de refugiados de 2015 ha acrecentado el rechazo de la población hacia los migrantes y, muy particularmente, a los musulmanes. Y la crisis económica provocó una pérdida de la calidad de vida, el aumento de las desigualdades y una profunda desconfianza hacia los poderes tradicionales, que en términos electorales se ha traducido en una pérdida de apoyo a fuerzas asentadas durante las décadas del bipartidismo, para abrir paso a otros partidos disruptores, a menudo a caballo de un discurso populista y posiciones más radicales.

En apenas tres semanas una coalición con una fuerza de ultra derecha asumirá la presidencia rotatoria de la Unión Europea, cuando arranque la presidencia semestral de Austria. Cuando en 2017 el joven canciller conservador Sebastian Kurz decidió volver a tender la mano -además de importantes ministerios como Interior y Exteriores- al FPÖ. Y esta vez, no hubo más que algún comentario en los pasillos de Bruselas. Se acepta, con impotencia, que los tiempos han cambiado y que la ultraderecha es ya parte del paisaje político europeo.

placeholder Viktor Orban, inspiración de los ultras populistas en buena parte de Europa. (Reuters)
Viktor Orban, inspiración de los ultras populistas en buena parte de Europa. (Reuters)

La extrema derecha está presente toda la geografía europea. En el sur de Europa, donde Matteo Salvini (La Lega) se ha convertido en viceprimer ministro de Italia y responsable de Interior; en el norte, con los “Verdaderos Fineses” o los “Suecos Demócratas”; en el este, con Viktor Orban reelegido en Hungría; en el oeste, con Marine Le Pen acariciando El Elíseo; y en el centro, con AFD en el Bundestag por primera vez desde la II Guerra Mundial.

Aunque muchos confían en que los ultras se moderarán una vez lleguen al poder, hay motivos para el pesimismo: la deriva autoritaria emprendida por Hungría y Polonia -que mantienen un pulso con la UE a costa de la degradación de ambas democracias-, la influencia del presidente ruso, Vladimir Putin, en el este de Europa o la inspiración que supone Donald Trump desde el otro lado del Atlántico. La tensión no es menor y el presidente Emmanuel Macron no ha dudado en hablar de una "guerra" contra el nacionalismo.

¿Estamos asistiendo al "despertar de una mayoría silenciosa que rechaza a las élites y su burbuja, encabezado por Trump”? Así lo cree el polémico embajador estadounidense en Berlín, Richard Grenell, quien no ha ocultado su deseo de respaldar el auge de una derecha dura en Europa. El propio Trump tampoco ha ocultado su simpatía por Salvini, Le Pen, el holandés Geert Wilders y similares. Ni su deseo de fragmentar la UE, a la que considera más un rival de EEUU que un socio.

placeholder La francesa Marine Le Pen, el checo Tomio Okamura y el holandés Geert Wilders. (EFE)
La francesa Marine Le Pen, el checo Tomio Okamura y el holandés Geert Wilders. (EFE)

Lo que está claro es que el peligro no es solo que la extrema derecha llegue a los gobiernos y emprenda derivas tan contrarias a los fundamentos democráticos como la que lleva a cabo Orban en Hungría o el Partido Ley y Justicia de Jarosław Kaczyński. El riesgo, que ya se deja sentir en la política continental, es que las fuerzas conservadoras se ven arrastradas a posiciones más extremas para tratar de parar el ascenso de sus competidores ultras, que apelan a los sentimientos xenófobos, anti-islámicos, conservadores, triviales y nacionalistas bajo grandes palabras como "libertad" o "democracia directa".

La migración, ha reconodido esta semana la canciller alemana Angela Merkel, es y será central en la política europea. Y las fuerzas tradicionales y los europeístas ya esperan con temor las próximas elecciones europeas, que se celebrarán en un año. Actualmente, las fuerzas eurófobas, populistas y ultras se reparten en dos grupos en el Parlamento Europeo. Parece una paradoja, pero la Eurocámara se ha convertido en un escaparate y en un foro donde tejer estrechas alianzas entre eurófobos. Todo un caballo de Troya, al que cada vez más europeos abrirían la puerta.

Ni el populismo, ni la extrema derecha, ni el euro-escepticismo son algo nuevo. Hace veinte años, llegó a la coalición de gobierno de Austria el carismático y seductor, a la par que filonazi y xenófobo, Jörg Haider. El líder del Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) no tenía problemas en decir lo que pensaba. Por ejemplo, que un antiguo combatiente de las SS no es “un criminal, sino un soldado que cumplió con su deber por su patria durante la guerra” o que “en el Tercer Reich había una política de empleo ordenada”.

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