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Cómo el matrimonio forzoso salvó al soldado de EEUU que desertó a Corea del Norte
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Charles jenkins y hitoma soga

Cómo el matrimonio forzoso salvó al soldado de EEUU que desertó a Corea del Norte

La experiencia de Soga y Jenkins, quien murió este lunes a los 77 años, es un relato oscuro que acabó convirtiéndose en la historia de amor más surrealista de la Guerra Fría

Foto: Charles Jenkins junto a su esposa Hitomi Soga antes de viajar a Japón, el 17 de julio de 2004. (Reuters)
Charles Jenkins junto a su esposa Hitomi Soga antes de viajar a Japón, el 17 de julio de 2004. (Reuters)

Cada noche, antes de dormirse, Charles Jenkins se giraba hacia Hitomi Soga, la mujer con la que el régimen de Corea del Norte le había obligado a casarse, para besarla tres veces. "Oyasumi", decía Jenkins en japonés, el idioma natal de su esposa. "Goodnight", respondía ella en inglés. "Lo hacíamos para no olvidar nunca quiénes eramos en realidad y de dónde veníamos", escribió el estadounidense en sus memorias.

El sargento Jenkins cruzó en 1965 las alambradas de la Zona Desmilitarizada que separa las dos Coreas cuando estaba destinado en el lado surcoreano del Paralelo 38. Su idea era eludir un posible traslado a Vietnam. Esperaba llegar a Rusia y nunca creyó que el régimen de Pyonyang fuese a retenerle. Pasó casi 40 años en Corea del Norte, trabajando como actor en películas de propaganda antiestadounidense o como profesor de inglés en instituciones norcoreanas. En una de esas clases conoció a Soga, una de los japoneses secuestrados por agentes de Corea del Norte en los sesenta para que enseñaran su idioma y su cultura a espías norcoreanos.

La experiencia de Soga y Jenkins, quien murió este lunes a los 77 años, es un relato oscuro y surrealista que acabó convirtiéndose en una historia de amor. Retenidos en un país conocido por los campos de trabajo y las hambrunas, la pareja terminó unida por una de las prácticas del régimen menos conocida: el emparejamiento de prisioneros.

Jenkins cruzó a Corea del Norte una noche de enero de 1965. Tenía 24 años y su mayor temor era ser alcanzado por un bala perdida mientras patrullaba la frontera o, incluso peor, que le destinasen a Vietnam. Estaba deprimido y borracho. Sabía que desertar suponía un enorme riesgo, pero imaginaba que podría pedir asilo en la embajada de Rusia y regresar a su hogar, en Carolina del Norte, gracias a algún intercambio de prisioneros. "No entendía que el país en el que pretendía refugiarme durante un tiempo era, literalmente, una prisión gigantesca. Era tan ignorante que acabé cumpliendo una cadena perpetua", confesó al diario 'The Washington Post' en 2008.

placeholder Jenkins y Soga junto a sus hijas a su llegada a Sado, Japón. (Reuters)
Jenkins y Soga junto a sus hijas a su llegada a Sado, Japón. (Reuters)

Niños que serían espías

Jenkins fue encerrado en una austera habitación junto con otros tres estadounidenses que habían desertado desde 1962 -James "Joe" Dresnok, Larry Abshier, el primer militar de EEUU que desertó a Corea del Norte, y Jerry Parrish-. Los cuatro recibían palizas regularmente y eran obligados a estudiar las enseñanzas del líder Kim Il-Sung durante 10 horas diarias. "Los primeros quince años en Corea del Norte viví como un perro", explicó años después.

En 1972, el régimen concedió a los desertores la ciudadanía norcoreana y entregó una casa a cada uno, aunque la vigilancia permanente y las torturas continuaron. Los estadounidenses enseñaban inglés en academias militares y en la Universidad de Estudios Extranjeros de Pyongyang y les obligaron a actuar en decenas de películas propagandísticas, lo que les convirtió en 'estrellas'. Finalmente, los cuatro fueron emparejados con mujeres prisioneras, todas extranjeras, y obligados a casarse. Para Jenkins, el objetivo del régimen estaba claro: Corea del Norte estaba creando un programa de"reproducción de espías", niños con apariencia occidental que serían entrenados para actuar como agentes secretos en el extranjero.

Foto: Soldados norcoreanos plantan ábroles y cavan trincheras (Reuters)

Soga era una enfermera del 19 años cuando fue secuestrada por agentes norcoreanos en la isla de Sado, en la costa oeste de Japón, en 1978. Fue obligada a casarse con Jenkins dos años después. No tenían nada en común, salvo su odio visceral hacia Corea del Norte. Y, sin embargo, lentamente fueron enamorándose. Durante 22 años, conocieron algo parecido a la felicidad, según el estadounidense, y se sentían mutuamente agradecidos. Tuvieron dos hijas, Mika y Brinda, y, al final, la nacionalidad de Soga 'regaló' a su marido un futuro que no podría haber soñado.

Soga fue puesta en libertad en 2002, poco después de la visita a Pyongyang del entonces primer ministro de Japón, Junichiro Koizumi, para recabar información sobre sus compatriotas secuestrados. La mujer regresó a Japón junto a dos parejas de secuestrados, cuyos hijos recibieron finalmente la autorización del régimen para reunirse con sus padres tras una segunda visita de Koizumi a Corea del Norte dos años más tarde.

El regreso de Jenkins y las dos hijas de la pareja se retrasó por el temor del exsargento a ser arrestado por las autoridades de EEUU a su llegada a Japón. Finalmente, en julio de 2004 Jenkins llegó al país de su esposa y fue juzgado por deserción por un tribunal militar de Estados Unidos. Su edad, mala salud y el tiempo transcurrido desde que se produjeron los hechos influyeron en la levedad de la pena que se le impuso, 30 días de confinamiento y baja deshonrosa. Tras cumplir la pena, pasó sus últimos años de vida con su familia japonesa en la isla de Sado.

Cada noche, antes de dormirse, Charles Jenkins se giraba hacia Hitomi Soga, la mujer con la que el régimen de Corea del Norte le había obligado a casarse, para besarla tres veces. "Oyasumi", decía Jenkins en japonés, el idioma natal de su esposa. "Goodnight", respondía ella en inglés. "Lo hacíamos para no olvidar nunca quiénes eramos en realidad y de dónde veníamos", escribió el estadounidense en sus memorias.

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