Podesta, el guardián de la élite progresista que puede coronar a Clinton
Competitivo, calculador y terco. Como jefe de campaña, ha sido un capitán firme en aguas revueltas. Emergió en los noventa como responsable de contener los escándalos de la Administración Clinton
John Podesta vive en el centro del poder y en los márgenes de la opinión pública, disimulado pero feroz como una araña que guarda el acceso a la cumbre. El jefe de campaña de Hillary Clinton es afilado cual ganzúa, en sentido físico y mental. Su perfil de pájaro desgarbado esconde una mente veloz, o así lo entienden, porque le confían las llaves, los hombres y mujeres más poderosos de la izquierda estadounidense.
Podesta emergió a principios de los años noventa como responsable de contener los escándalos de la Administración Clinton. Desde entonces, ha sido su jefe de gabinete, ha contribuido a la agenda demócrata con su 'think tank', estuvo a cargo de la transición al Gobierno Obama en 2008, luego fue su asesor en los momentos críticos de 2014, y en 2015 aceptó la responsabilidad de colocar a Hillary en la Casa Blanca.
Los 'emails' revelan una competición interna entre el bando financiero del partido, ligado a Wall Street, y el ala izquierda. A tenor de los nombramientos de Obama, vencieron los primeros
Nacido en Chicago hace 67 años, de padre italiano y madre griega, Podesta se ha ganado fama de señor competitivo, calculador y terco. Es capaz de correr 16 kilómetros en una hora y 26 minutos y de pilotar un entramado político sin que le tiemblen las manos. “Usa el poder de una manera que resulta demasiado para los pusilánimes demócratas”, declaró su amigo Paul Begala, antiguo asesor del presidente Bill Clinton.
El operar de esta eminencia gris ha visto la luz en los últimos días gracias a Wikileaks; el portal de filtraciones dice tener en torno a 50.000 'emails' de la cuenta personal de John Podesta. Los mensajes publicados hasta ahora retratan cómo funciona, en torno a él, la élite progresista, compuesta de banqueros, medios y titanes de la tecnología.
Por ejemplo: en octubre de 2008, un mes antes de las elecciones, el entonces ejecutivo de Citigroup Michael Froman envió un 'email' a Podesta con tres listas de gente recomendada para formar la potencial Administración Obama. Por suerte o porque se le hizo caso, Froman acertó con los secretarios de Justicia, Seguridad Nacional, Defensa, Educación, Sanidad y Asuntos de Veteranos; también con el jefe de gabinete.
"Una ventana al alma del Partido Demócrata"
Los 'emails' revelan una competición interna entre el bando financiero del partido, ligado a Wall Street y a los años de bonanza clintoniana, y el ala izquierda, representada por la senadora Elizabeth Warren. A tenor de los nombramientos de Obama, vencieron los primeros. Su Gobierno, entre otras medidas tachadas como ligeras o permisivas con el sector, eludió juzgar a ninguno de los responsables de la crisis de las 'subprime'.
Por el servidor de Podesta desfilan aspirantes demócratas al Congreso, donantes millonarios, ejecutivos de bancos y figuras clave de Silicon Valley, como la responsable financiera de Facebook, Sheryl Sanders. Unos ofrecen consejo para mejorar la imagen de Hillary, o reuniones suntuosas en Martha’s Vineyard, o favores a cambio de conseguir un empleo al sobrino de turno, una beca o un hueco en cenas de Estado.
Los 'emails' son “una ventana al alma del Partido Demócrata y a los sueños y pensamientos de la clase ante la que el partido responde”, escribe Thomas Frank, autor de ‘Escucha, progre: o ¿qué le ha pasado al Partido del Pueblo?’. “Piensan que son, no una clase, sino los iluminados; la gente a la que se tiene que responder pero que no tiene por qué dar explicaciones”.
El equipo de Podesta es perfeccionista a la hora de lidiar con los medios; cada estrategia de respuesta a un escándalo está milimétricamente medida. Los comunicados, las palabras. Gran atención merecen los discursos que Hillary Clinton pronunció ante grandes bancos y multinacionales en los últimos años. Fragmentos que podrían ser perjudiciales en campaña, dado su apoyo al tratado de libre comercio que hoy rechaza, o las referencias amigables al desprestigiado sector financiero.
La campaña de Clinton no negó ni confirmó la autenticidad de los correos, pero acusó a Rusia de robarlos y pasárselos a Wikileaks para dañar a la candidata.
Podesta tiene acceso ilimitado a la oreja real. Cuando Hillary venció a Bernie Sanders en las primarias de Carolina del Sur, desactivando, técnicamente, la amenaza del socialista, los dos se tomaron un whisky escocés en el avión de campaña. “Esto no ha terminado, ni de lejos”, habría dicho Podesta, según 'Time'. “No te duermas en los laureles”. Antes de que el avión aterrizase en Tennessee, ya habían vuelto al trabajo.
“Como jefe [de campaña], ha sido un capitán firme en aguas revueltas”, dice a El Confidencial Patrick Maney, profesor del Boston College especializado en la historia de la Administración Clinton. “Probablemente sea también responsable de la muy detallada plataforma progresista de Hillary, a la cual casi no se ha prestado atención. Es un asesor poco habitual con buenos instintos políticos y programáticos”.
Su figura traslúcida está en todas partes y en ninguna. Es un truco mental: que cada cual vea en Podesta lo que desee ver; mientras, él da luz verde o corta el paso, confecciona listas de políticas, revisa discursos, contrata o despide, criba la estrategia, y cuando habla, sus palabras desfilan atropelladas, como si quisieran alcanzar al pensamiento.
Su hermano, lobista y coleccionista de arte, le prestó un cuadro que Podesta luce en el despacho. En él aparecen dos personas encorvadas, con cuchillo y tenedor, sobre un cuerpo tendido en una mesa. Cuando alguien le pregunta a Podesta por el cuadro, este responde: “Es mejor ser el hombre del tenedor que el hombre de la mesa”.
John Podesta vive en el centro del poder y en los márgenes de la opinión pública, disimulado pero feroz como una araña que guarda el acceso a la cumbre. El jefe de campaña de Hillary Clinton es afilado cual ganzúa, en sentido físico y mental. Su perfil de pájaro desgarbado esconde una mente veloz, o así lo entienden, porque le confían las llaves, los hombres y mujeres más poderosos de la izquierda estadounidense.
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