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Yihadistas con ébola o cómo el terror a un "gran atentado" ha regresado a Occidente
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LOS 'LOBOS SOLITARIOS' SON LA PRINCIPAL AMENAZA

Yihadistas con ébola o cómo el terror a un "gran atentado" ha regresado a Occidente

Virus letales, redes eléctricas, terroristas disfrazados de inmigrantes mexicanos... El exitoso marketing del EI devuelve a Occidente a la paranoia de hace una década

Foto: Dos militares caminan por Times Square el día en que el Gobierno de Irak aseguró que el Estado Islámico planea atentados en EEUU y París (Reuters).
Dos militares caminan por Times Square el día en que el Gobierno de Irak aseguró que el Estado Islámico planea atentados en EEUU y París (Reuters).

Desde el 11 de septiembre de 2001, los estadounidenses nunca se habían sentido tan inseguros como se sienten hoy. Lo dicen las últimas encuestas de opinión, que confirman que la paranoia está de vuelta. Proliferan especulaciones, descripciones detalladas sobre atentados improbables, mientras las filtraciones del espionaje y el tremendismo electoralista acechan en cada esquina mediática. Y la alarma se extiende hasta Europa, aunque no haya alcanzado aún los mismos decibelios.

En las últimas semanas se ha hablado, por ejemplo, de yihadistas del Estado Islámico (EI) utilizando el virus del ébola como arma biológica: contagiándose a propósito en Liberia y esparciendo después sus fluidos por el mundo. La idea ha sido desarrollada con detalle, y totalmente en serio, por un militar experto en terrorismo biológico, el capitán Al Shimkus, profesor del US Naval War College.

En Beverly Hills (Los Angeles), el presidente del comité educativo argumentó la semana pasada en contra de la idea de construir una línea de metro que circule por debajo del barrio. Dijo que excavar un túnel bajo el instituto local sería como “empujar un carrito de bebé hacia una autopista en hora punta”, ya que los terroristas lo utilizarían para hacer volar por los aires a cientos de adolescentes de las familias adineradas que allí habitan. Días antes, el primer ministro iraquí comentaba en privado que el Estado Islámico buscaba atentar en los subterráneos de París o Nueva York. Horas después, la Casa Blanca vino a desmintirlo.

Entre las hipótesis que más preocupan, tres han ganado seguidores en las últimas semanas. El temor a que los yihadistas entren por la frontera con México camuflados como inmigrantes sólo se eclipsa ante el pánico a que el Estado Islámico consiga introducir una bomba nuclear por mar, en barco, o tumbe la red eléctrica. El Chicago Tribune mezclaba la semana pasada todos los ingredientes en un cóctel del terror e informaba de que “si el Estado Islámico consigue un aparato nuclear electromagnético y lo mete en América, podría colapsar nuestra red eléctrica y devolvernos a la Edad Media”.

El marketing del terror

El Washington Examiner iba más lejos y citaba fuentes de seguridad para plantear un escenario apocalíptico en el que nueve de cada diez habitantes estadounidenses perecerían. “La inadecuada seguridad de la red eléctrica y una frontera porosa, unido a los frágiles sistemas de transmisión, hacen que sea un objetivo para el Estado Islámico”, decía Peter Pry, experto en seguridad nacional. “Si nos quedamos sin electricidad durante un año, nueve de cada diez americanos podrían morir”, remataba Frank Gaffney, fundador y presidente del Centro de Políticas de Seguridad de Washington.

Aprovechando un terreno abonado, los combatientes del Estado Islámico difunden en Internet todo lo que se les pasa por la cabeza para atemorizar a la población occidental, sin olvidarse de alimentar los miedos de los propios expertos de seguridad citados por medios anglosajones, a quienes leen con fruición. Inspirándose unos en otros, retroalimentan la paranoia, se dan ideas y engordan la serpiente.

La estrategia funciona y los asesinos del Estado Islámico consiguen difundir hoy sus mensajes mejor que cualquier líder político o religioso, especialmente desde las decapitaciones de James Foley y Steven Sotloff, que se convirtieron en las noticias más devoradas por los estadounidenses desde 2009, según los registros de audiencias.

Sentado frente a su ordenador, un yihadista puede teclear mensajes que acaban a las portadas de los diarios más prestigiosos del mundo, como cuando el pasado mes animaron a sus seguidores a matar occidentales, elevando la alarma en EEUU y media Europa. “Si no podéis encontrar explosivos y munición, entonces aislar al americano no creyente, al francés o a cualquiera de sus aliados. Golpead su cabeza con una piedra, cortar su garganta con un cuchillo, atropellarlo con un coche, tirarlo desde una altura, estrangularlo o envenenarlo”, decían en un audio, regodeándose como acostumbran en los detalles macabros.

El marketing del terror que despliega el EI está consiguiendo devolvernos al clima de los años posteriores al 11-S, en lo que el periodista Josh Marshall ha bautizado como “la vuelta a la política del terror”. El Secretario de Defensa de EEUU, el demócrata Chuck Hagel, habla por ejemplo de una “amenaza inminente a todos los intereses que tenemos”. Y el vicepresidente Joe Biden promete perseguir a los yihadistas “hasta las puertas del infierno”.

En el Partido Republicano el tono se eleva y se aprovecha para mezclar nuevas y viejas amenazas en la licuadora del miedo. Para el gobernador de Texas, el conservador Rick Perry, los terroristas entrarán por la frontera con México, una especulación que no está basada en ninguna indicación de Inteligencia concreta, según él mismo admite. El problema, reconocen en privado algunos asesores políticos, es que nadie se puede permitirse el lujo de parecer blandito ante los terroristas o de contextualizar la amenaza. El 11-S dio una lección que nadie olvida en Washington: en asuntos de terrorismo, mejor exagerar que quedarse corto. Por si acaso.

Por una vez, tranquiliza escuchar a expertos en yihadismo y a responsables policiales. Para empezar, recuerdan, el Estado Islámico está ahora obligado aconcentrar sus esfuerzos en los frentes de Siria e Iraq. Por ello, y aunque nadie descarta un nuevo atentado, la situación no es comparable a los años del auge de Al Qaida. “Ahora estamos mucho mejor organizados y equipados en todos los sentidos, empezando por la frontera. Tenemos relaciones con todos nuestros aliados, por lo que somos infinitamente más eficaces para coordinarnos. La transformación de la seguridad desde el 11 S es sencillamente espectacular”, dice el director del FBI, James Corney.

La capital europea se blinda

En Europa, la policía ha redoblado la vigilancia, para protegerse sobre todo de los miles de yihadistas que viajan con pasaportes de países occidentales. En Bélgica, el Fiscal General, Jean-Pascal Thoreau, lo admitía recientemente ante los medios. “Estamos colaborando con los servicios de seguridad y consiguiendo realizar varias operaciones y arrestos significativos”, dijo.

Una fuente anónima del Departamento de Seguridad Interior belga a El Confidencial que la gran presencia internacional de instituciones hace que “el país y la ciudad puedan ser un objetivo específico”. Y desde el Centro para la Seguridad y la Inteligencia Estratégica europea (ESISC) aseguran que sería “casi imposible una organización elaborada, a larga escala, con un comando sobre el terreno”, viniendo a descartar un gran atentado al estilo del 11-S en Nueva York o del 11-M en Madrid. Lo anterior porque “los yihadistas son plenamente conscientes del incremento en la capacidad de la inteligencia (el espionaje) y de la excelente cooperación entre Occidente y alguno de los países musulmanes” dice Claude Moniquet, el co-director de ESISC.

Aunque Bélgica alberga las principales instituciones de la UE y la sede de la OTAN, la mayor preocupación son los lobos solitarios nacionales. Individuos con entrenamiento militar o excombatientes procedentes de los conflictos de Irak y Siria que regresan al país para desarrollar células terroristas, actuar por su cuenta o para utilizar Bélgica como puente hacia otros destinos.

Jean-Pascal Thoreau asegura que el Gobierno “presta especial atención” a este movimiento y que “los servicios de seguridad han realizado varios operaciones para arrestar a algunos de ellos”. En los últimos meses, hasta 400 ciudadanos belgas habrían viajado a Siria para enrolarse en las filas del yihadismo internacional y, muy posiblemente, del Estado Islámico. Al menos, 90 de ellos estarían ya de vuelta en el país y, ante la gravedad del problema, los departamentos policiales y de inteligencia admiten que están “preocupados”.

El aeropuerto de Charleroi, al sur de Bruselas, es ya un escenario donde la soterrada guerra anti-terrorista se combate abiertamente. Hace unos días un sirio de 24 años fue detenido en el aeródromo, procedente de Grecia y con destino a un país escandinavo, por supuesta pertenencia a un grupo terrorista. Portaba documentos sobre la guerra en Siria y es el segundo presunto yihadista capturado en menos de mes y medio en las mismas instalaciones. El primero viajaba con una memoria USB que contenía decenas de vídeos con asesinatos perpetrados a lo largo de este conflicto. Víctimas que no cayeron en Occidente, sino en las calles Alepo o en los polvorientos desiertos de Irak.

Desde el 11 de septiembre de 2001, los estadounidenses nunca se habían sentido tan inseguros como se sienten hoy. Lo dicen las últimas encuestas de opinión, que confirman que la paranoia está de vuelta. Proliferan especulaciones, descripciones detalladas sobre atentados improbables, mientras las filtraciones del espionaje y el tremendismo electoralista acechan en cada esquina mediática. Y la alarma se extiende hasta Europa, aunque no haya alcanzado aún los mismos decibelios.

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