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Las guerras del hambre: consecuencias de las sanciones comerciales rusas
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ANÁLISIS DEL 'ÓRDAGO' DE PUTIN

Las guerras del hambre: consecuencias de las sanciones comerciales rusas

Putin ha lanzado un órdago con su veto a las importaciones de alimento de la UE y EEUU . Europa pierde, y mucho. Pero también la ciudadanía rusa

Foto: Vladímir Putin, en una imagen de archivo. (Efe)
Vladímir Putin, en una imagen de archivo. (Efe)

Durante las últimas semanas hemos presenciado un intercambio de sanciones comerciales mutuas entre Rusia y la UE y Estados Unidos. Las sanciones occidentales hacia Moscú comenzaron de forma tímida allá por el mes de marzo, en los albures del Maidán y con la anexión de Crimea a la Federación Rusa y sin otros objetivos concretos que los de amedrentar a Putin en su estrategia en Ucrania. La ineficacia de estas medidas ha quedado patente dado los derroteros por los que ha transcurrido el conflicto, en el que Rusia ha continuado apoyando a los rebeldes prorrusos, si bien desde posiciones discretas.

No ha sido hasta el derribo del avión de Malaysia Airlines MH7 en el que fallecieron 298 pasajeros cuando la UE y Estados Unidos decidieron endurecer las sanciones atacando a sectores estratégicos rusos tales como la industria militar o la energética y al sistema financiero. Con la adopción de estas potentes medidas se pretendía dar un golpe en la mesa y variar la hoja de ruta seguida por Moscú. El aislamiento financiero ruso puede provocar el estancamiento de la economía rusa y la devaluación del rublo, así como la ausencia de acceso al crédito de los bancos rusos, especialmente los afectados directamente por las sanciones norteamericanas Gazprombank y Vneshconombank. La ausencia de tecnología enfocada a la explotación energética, así como el bloqueo comercial de la producción de empresas como las de las firmas energéticas Rosneft y OAO Novatek, puede llevar al estancamiento de su producción y, por ende, de ingresos. Estos fueron los ases que tanto Estados Unidos el 16 de julio como la Unión Europea el 31 pusieron sobre la mesa.

Mientras esto acontecía, Rusia respondió con un sutil bloqueo agroalimentario como fuente de presión sobre otros países, siempre teniendo buen cuidado de no contravenir las normas de la Organización Mundial del Comercio. Lo hizo bajo diversas 'excusas': así, durante el mes de julio las autoridades rusas han localizado antibióticos en la carne de pollo norteamericana, contaminantes en los lácteos ucranianos y pesticidas en la comida rápida de empresas como McDonalds, Burger King o KFC. También tacharon de baja calidad a las frutas y hortalizas procedentes de Moldavia y de Polonia, así como a los cereales ucranianos. Sospechosamente, todas estas prohibiciones coinciden, bien con aquellos países que han potenciado la imposición de sanciones a Rusia, bien con la firma de acuerdos comerciales con la Unión Europea, como es el caso de Moldavia (el 90% de sus exportaciones va con dirección a Rusia).

Sin embargo, no ha sido hasta el día 6 de agosto, cuando Putin ha lanzado su órdago. Un bloqueo alimentario en toda regla a aquellos productos agroalimentarios, carne y pescado procedentes de los países que han apoyado las sanciones contra Rusia, Unión Europea, Estados Unidos, Canadá, Australia y Noruega. Además, se está planteando una prohibición sobre los vuelos que atraviesen Siberia, medida que incrementará los precios en los trayectos Europa-Asia, pero que también le supondrá a Rusia millones de dólares en tasas de tránsito. Una prohibición sistemática que nadie se había atrevido a pronosticar. De nuevo, la Unión Europea, la que saldrá más perjudicada de este embargo, ha subestimado la capacidad de reacción rusa.

Efectivamente, tanto con la imposición de las sanciones a Rusia, como con las impuestas por Rusia Europa pierde, y pierde mucho. En un mundo globalizado, interconectado económicamente, lo que suceda en una economía indefectiblemente repercutirá en la de al lado y esto no iba a ser distinto en el caso de las relaciones UE-Rusia. Cualquier tipo de medida que se tome de un lado y de otro tendrá un impacto de doble dirección. Si con las sanciones de la UE en materia financiera, energética y militar ya parecía que Europa se tiraba piedras contra su propio tejado, con las sanciones rusas ha recibido la puntilla.

El Fondo Monetario Internacional ha estimado que el impacto de las sanciones en la zona euro será de entre 3 a 5 décimas sobre el crecimiento de la economía. Ya se ha notado en la caída de las exportaciones a Rusia, que en apenas cinco meses, de enero a mayo, se han reducido en un 16,5%. Pero acercándonos a lo concreto, Europa exportó en torno a 12.000 M€ en 2013 frente a los 813 M€ de Estados Unidos, y es el segundo proveedor de Rusia de frutas y verduras (24%), lácteos y huevos (15%) y carnes (14%). Por lo tanto, a pesar de que esto sólo representa el 5,3% del total de sus exportaciones al exterior, parece claro que junto con las sanciones del 31 de julio tendrá repercusiones importantes, en mayor o menor grado, en las economías europeas.

Por aportar algunos datos significativos: Alemania vendió 36 billones de euros en bienes a Rusia en 2013, casi un tercio del total de la UE. Sin embargo, sus exportaciones a Rusia cayeron un 14% en los primeros cuatro meses del año y algunos grupos empresariales han advertido de la pérdida de 25.000 puestos de trabajo de manera inminente, por no hablar de temor a un corte de suministros energéticos el próximo invierno. De ahí la cláusula alemana de revisión de las sanciones dentro de tres meses, a comienzos del mes de noviembre.

Del mismo modo, diversas empresas europeas han comenzado ya a notar el efecto de las sanciones, como el Royal Bank of Scotland, BP -con un 20% participado de la petrolera rusa Rosneff sancionada por Estados Unidos-, Societé General y Deutsche Bank -con caídas de negocio del 19,5% y el 22,4% en sus inversiones en Rusia-; la petrolera francesa TOTAL -que tiene una participación del 18% en la rusa Novatek y que ha suspendido otras ampliaciones de inversión-; o las españolas Repsol y Técnicas Reunidas, que ya cuentan con caídas acumuladas en la bolsa del 3,57% y el 8,85% respectivamente. A estos ejemplos habrá que sumar los causados por las sanciones rusas. España sería el quinto país afectado con unas pérdidas que, de mantenerse la prohibición, podrían superar los 330 M€, en torno al 1,8% de las exportaciones del sector españolas.

Una de las ganadoras de esta crisis podría ser América Latina, liderada por Brasil y México. Efectivamente, la búsqueda por parte de Rusia de mercados alternativos de la industria agroalimentaria y de las materias primas le ha llevado a aproximar posiciones con estos países. Estas buenas relaciones ya quedaron de manifiesto durante el Mundial de Fútbol, cuando Putin recogió el testigo para el próximo campeonato que se celebrará en Rusia en 2018 y aprovechó para reunirse con diversos líderes latinoamericanos con los que cerró varios acuerdos comerciales en los sectores automovilísticos y de nuevas tecnologías. Ahora la propuesta comercial se extiende al sector agroalimentario, donde Putin busca el reemplazo de los productos prohibidos. Así, Brasil, principal exportador de carne procesada del mundo, aparece como prioritario en la lista y ya podría sustituir a las carnes procedentes de Alemania, Francia, Canadá o Dinamarca. También México podría proporcionar tanto cítricos como cárnicos. Y en general América Latina aparece como la potencial proveedora rusa de frutas y hortalizas, sustituyendo a las que importaba de los países sancionados.

Pero, además de por regiones, hay actores particulares que ganan y pierden en toda esta batalla comercial. Así, en Rusia, de un lado pierden las clases medias y altas, que eran aquellas que podían acceder a los productos de mayor calidad europeos. Pero también la ciudadanía rusa en general, puesto que parece inevitable un incremento del precio de los alimentos de alrededor del 20-25% y una subida de los tipos de interés y de la tasa de inflación en cinco décimas, lo que la situaría en el 7,5%, muy por encima del objetivo del 5% para este año. Gana el lobby agrícola ruso, que se verá obligado a incrementar su producción y a modernizarse, para lo cual contará con importantes apoyos gubernamentales. Sin embargo, esto no será suficiente para mantener el suministro de productos agroalimentarios, que comenzará a fallar a comienzos del invierno, debido a la ausencia de logística de almacenaje de productos frescos en Rusia.

En la Unión Europea, a priori, pierden los agricultores, pero no tanto, ya que la Unión Europea tiene previstas compensaciones a las empresas agrícolas europeas estipuladas por la PAC. Compensaciones que ya han sido solicitadas por las economías más afectadas por el deterioro de las relaciones con Rusia, de momento Polonia y Finlandia.

En definitiva, lo que podemos extraer de este conjunto de sanciones comerciales es que finalmente la economía global se verá afectada y los flujos comerciales tendrán una geometría variable, con Rusia volcándose en América Latina, China, Irán, etc., y Europa exportando más hacia Estados Unidos. Sin embargo, eso no resolverá el conflicto. El pulso que está echando Rusia a los países occidentales, sin embargo, no acaba más que empezar. Seguramente veamos una segunda parte de estas 'guerras del hambre' a medida que se aproxime el invierno, hacia el mes de noviembre, cuando en Europa empiecen a temer por la provisión del gas y en Rusia, por la ausencia de determinados productos frescos y el encarecimiento de los mismos. Y mientras, en Ucrania, continua el conflicto.

*Ruth Ferrero-Turrión es investigadora senior ICEI-UCM y coeditora de Eurasianet.

Durante las últimas semanas hemos presenciado un intercambio de sanciones comerciales mutuas entre Rusia y la UE y Estados Unidos. Las sanciones occidentales hacia Moscú comenzaron de forma tímida allá por el mes de marzo, en los albures del Maidán y con la anexión de Crimea a la Federación Rusa y sin otros objetivos concretos que los de amedrentar a Putin en su estrategia en Ucrania. La ineficacia de estas medidas ha quedado patente dado los derroteros por los que ha transcurrido el conflicto, en el que Rusia ha continuado apoyando a los rebeldes prorrusos, si bien desde posiciones discretas.

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