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Bagdad, dentro de una ciudad blindada que espera el ataque de los yihadistas
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¿CÓMO UNOS MILES DERROTARON A UN EJÉRCITO?

Bagdad, dentro de una ciudad blindada que espera el ataque de los yihadistas

La guerra asoma a no más de 25 kilómetros. La capital de Irak es el objetivo final del Estado Islámico (antiguo ISIS) que siguen avanzando desde el norte

Foto: Un miembro de las fuerzas especiales iraquíes desplegado en las calles de Bagdad el pasado 18 de junio. (Reuters)
Un miembro de las fuerzas especiales iraquíes desplegado en las calles de Bagdad el pasado 18 de junio. (Reuters)

La guerra asoma a no más de 25 kilómetros, pero en las calles de Bagdad la vida bulle a 45 grados centígrados. La capital de Irak es el objetivo final del los combatientes del Estado Islámico (antiguo ISIS) que siguen avanzando desde el norte hacia la ciudad. El calor que derrite el asfalto, unido a los muros de hormigón que bloquean avenidas o parten vecindarios por la mitad, no anima demasiado a transitarla. A ello se une un tráfico infernal generado por los cientos de puestos de control que se han instalado por toda la capital para asegurarla.

Uno de los flancos más ultraprotegidos es el aeropuerto internacional de Bagdad, donde hay desplegados, además de las fuerzas de seguridad, voluntarios chiíes que han tomado las armas. Tras la fatwa (edicto religioso) del gran ayatolá Ali Sistani, que llamó a la movilización popular contra el Estado Islámico y las milicias suníes que combaten a su lado, unos tres millones de voluntarios, entre los que están en el frente y reservistas, apoyan al Ejército iraquí en sus operaciones en Bagdad, Tikrit, Saladino, Diyala, Samarra.

Los planes del Ejército para la defensa de Bagdad no han impedido dos atentados suicidas consecutivos en menos de 48 horas. Es la prueba de que los hombres del autoproclamado califa Ibrahim han penetrado en la blindada capital iraquí

Hay informes militares que apuntan que los combatientes yihadistas tienen como objetivo invadir la capital desde varios ejes. En los planes de ocupación estaría incluida la participación de células durmientes de insurgentes que se encuentran en la periferia de Bagdad. “La seguridad se ha incrementado el doble desde la toma de Mosul por el Estado Islámico”, indica a El Confidencial Galib al Zamili, miembro del Consejo Local de Bagdad.

Entre las nuevas medidas de seguridad está el reforzamiento de los puestos de control con fuerzas de élite SWAT y más equipamiento militar. “Cualquier edificio gubernamental es objetivo de los terroristas. Debemos proteger la ciudad desde fuera y desde dentro”, advierte Al Zamili. “Tenemos hombres y armas suficientes para proteger Bagdad, ya que no sólo contamos con las fuerzas de seguridad, sino con toda la población, que también tiene sus propias armas”.

Los terroristas ya están en la ciudad

Sin embargo, las fuertes medidas de seguridad y los planes del Ejército para la defensa de Bagdad no han impedido dos atentados suicidas consecutivos, en menos de 48 horas. Es la prueba de que los hombres de Abu Bakar al Baghdadi (el autoproclamado califa Ibrahim) han penetrado en la blindada capital iraquí.

Un atacante suicida se hizo estallar en un mercado popular donde los combatientes chiíes van a compran su vestimenta militar. Poco después, un kamikaze que conducía un vehículo repleto de explosivos detonó la carga en un puesto de control a hora punta del día en el barrio de Kadhimiya, de mayoría chií. La explosión se llevó por delante a siete personas, cuatro de ellos policías. Otras 14 resultaron heridas. El objetivo del ataque, según fuentes policiales, era el santuario de Kadhimiya, lugar sagrado de los chiitas, que se encontraba a menos de un kilómetro del check-point.

La derrota abrumadora del Ejército iraquí en Mosul se explica, entre otras cosas, por la corrupción. Existe un término en árabe, 'fadaiya', que se utiliza como sinónimo de soborno que le paga el soldado al capitán de la compañía para ausentarse de su puesto

A pesar de que los iraquíes, como la inmensa mayoría de los árabes, dejan el destino en las manos de Dios, nadie se atreve a pronosticar una victoria del Ejército iraquí si los combatientes del Estado Islámico llegaran a entrar en Bagdad. “Estamos acostumbrados a la guerra. Llevamos más de treinta años de guerra tras guerra. Nadie sabe lo que va a pasar. El futuro está en manos de Dios”, exclama Um Fadi, una mujer de mediana edad que regatea con un verdulero en un puesto del mercado de Bab Muadan, un barrio chií en el oeste de Bagdad.

Muchas de las frutas y verduras, especialmente las que llegan desde Mosul o Erbil, se han encarecido notablemente debido al coste adicional del transporte. Todos los camiones tienen que venir por carreteras alternativas o secundarias debido a que las generales están cortadas y hay puestos de control tanto de las fuerzas iraquíes como de los peshmerga (las fuerzas kurdas) o del Estado Islámico.

Si bien a primera vista la bulliciosa capital de Irak parece que sigue funcionando a ritmo completo, las operaciones militares en el norte del país afectan al día a día. La estación de autobuses del Norte que hace el recorrido Samarra-Tikrit-Biyi-Mosul está prácticamente vacío. Los únicos autobuses que hacen este recorrido, que ahora dura once horas cuando antes eran cinco, operan entre las 5.00 y las 11.00 am. Después del mediodía ya no salen los autobuses por una mera cuestión de seguridad.

¿Cómo unos miles de yihadistas vencieron a un ejército?

Muchos culpan a la mala gestión del Gobierno de Bagdad por la vulnerabilidad. “Antes apoyaba a Al Maliki (el primer ministro). Y le voté a la Coalición de Estado de Derecho (el bloque del líder iraquí) en elecciones generales de mayo. Al Maliki es responsable del revés de Mosul y de los miles de muertos y desaparecidos. Él es el jefe del Gobierno, director general de la Inteligencia militar y jefe de las Fuerzas Armadas, y hay que procesarle porque es el máximo responsable de la caída de Mosul (la segunda ciudad del país)”, declara, acalorado, Falah, un funcionario gubernamental.

Existen otros factores más determinantes que la negligencia del primer ministro para explicar la abrumadora derrota del Ejército iraquí en Mosul, entre ellos la corrupción en la institución militar. Existe un término en árabe, fadaiya, que se utiliza como sinónimo de soborno que le paga el soldado al capitán de la compañía para ausentarse de su puesto.

‘Las tropas de EEUU salieron de Irak sin armar al Ejército. Sin dejar aviones de combate ni equipamiento moderno’, critica Wafeq al Hachemi, prestigioso politólogo

Esta práctica está tan extendida entre los militares que un comandante de división puede sacarse un sobresueldo de hasta 5.000 dólares si hace la vista gorda, ya que cada soldado le da la mitad de su salario, que asciende a 1000 dólares. “Cuando el Estado Islámico llegó a Mosul, muchos soldados no estaban en sus puestos, sino tranquilamente con sus familias en casa y no pudieron defender la ciudad”, asegura Falah.

Mientras, el doctor Wafeq al Hachemi, prestigioso politólogo, justifica las derrotas militares del Ejército iraquí con la falta de equipamiento militar. “Las tropas de EEUU salieron de Irak sin armar al Ejército. Sin dejar aviones de combate ni equipamiento moderno”, critica este analista político. “Hay un acuerdo militar que no ha sido activado. El Departamento de Estado de EEUU nos había prometido aviones de combate Apache y M-16 y no ha llegado nada”, insiste Al Hachemi antes de agregar que, en cambio, Rusia “nos ha enviado cinco aviones Sukhoi SU-25, comprados de segunda mano".

La inestabilidad política también está afectando a la economía del país. “Irak tiene la mayor reserva de petróleo del mundo, 143.000 millones de barriles, y el crecimiento económico ha descendido un 68% por la crisis que atraviesa”, alerta Al Hachemi. “El factor de seguridad es la principal causa que impide la inversión de empresas multinacionales”, zanja.

La guerra asoma a no más de 25 kilómetros, pero en las calles de Bagdad la vida bulle a 45 grados centígrados. La capital de Irak es el objetivo final del los combatientes del Estado Islámico (antiguo ISIS) que siguen avanzando desde el norte hacia la ciudad. El calor que derrite el asfalto, unido a los muros de hormigón que bloquean avenidas o parten vecindarios por la mitad, no anima demasiado a transitarla. A ello se une un tráfico infernal generado por los cientos de puestos de control que se han instalado por toda la capital para asegurarla.

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