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A las puertas de Mosul, la ciudad prohibida
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la capital DE LOS YIHADISTAS DEL ISIS EN IRAK

A las puertas de Mosul, la ciudad prohibida

El puesto a la entrada de Tahrir es el último reducto de los kurdos apostadas en la carretera que se adentra en territorio enemigo. Los dominios del ISIS.

Una sombra deambula en círculos en un tramo de carretera vacía delimitado por hombres armados a cada uno de sus extremos. “¡Quítate de ahí!”, grita una voz desde el lado norte. “Queremos pasar”, responde la mujer, con media cara tapada por un vendaje que le cubre un ojo. Desde este lado alegan que no se puede. Desde la tierra de nadie, la sombra replica arrancando un compromiso que caducará en minutos. “Puedes pasar tú”, chilla el mayor Baderhan Hayimusa, responsable de los peshmergas kurdos que custodian la entrada a Mosul desde el barrio nororiental de Tahrir, “tu hijo con el coche, no”.

Mosul está cerrada. “Antes esta carretera estaba abierta”, alecciona el capitán Ali Khanam, “desde que murió uno de nuestros oficiales hace unos días (por el disparo de un francotirador), no permitimos que nadie cruce el checkpoint”. Nadie es nadie: ni salen los vecinos, ni entran los peshmerga, por eso el mayor Hayimusa se muestra ufano tras el gesto finalmente rechazado por la herida. “No nos fiamos”, apunta, “ellos (los milicianos del Estado Islámico de Irak y Siria, ISIS en siglas en inglés) podrían venir aquí vestidos como civiles, deambulando libremente, y echar un vistazo a lo que quisiesen, pero nosotros no podemos entrar”. Mosul está cerrada porque, a 500 metros de la última posición de los yihadistas, cualquiera puede ser un espía.

El puesto a la entrada de Tahrir es el último reducto de las fuerzas kurdas apostadas en la carretera que se adentra en territorio enemigo y el más cercano. Desde que el pasado 10 de junio milicianos de ISIS tomaran la segunda ciudad más grande de Irak, los hombres a las órdenes del Gobierno Regional Kurdo se han quedado con las posiciones antes compartidas con los soldados iraquíes que pusieron pies en polvorosa a los primeros tiros que anticipaban la irrupción de los radicales escindidos de Al Qaeda.

placeholder Milicianos del Estado Islámico  de Irak y Siria celebran la toma de Mosul (Reuters).

“El 6 de junio empezaron los tiroteos entre el ISIS y el Ejército iraquí”, explica el capitán Omar Muhammad Ali, “algunas pequeñas unidades iraquíes dentro de la ciudad abandonaron”. En la solapa del uniforme el capitán luce la insignia que resume sus lealtades, sin medias tintas: “Ejército del Kurdistán”. “Este sitio era, desde 2004, un checkpoint común”, continúa, “ambos (fuerzas kurdas y soldados regulares) estábamos aquí, pero cuando ellos se marcharon, nosotros nos quedamos”. Unos 60.000 hombres, calcula, se desvanecieron.

La espantada de los efectivos de Bagdad en Mosul y otras ciudades paralela al avance de los radicales en el norte de Irak ha permitido a la región autónoma dirigida por el presidente kurdo, Masud Barzani, hacerse con la práctica totalidad de las áreas en disputa entre Erbil y Bagdad. Pero mientras en la petrolífera Kirkuk los peshmergas han traspasado los límites de la ciudad hasta incorporar ese avispero étnico a su territorio, en Mosul la consigna, en boca del responsable en Tahrir, es cristalina: “Tenemos órdenes de no movernos”.

La espantada de los efectivos de Bagdad en Mosul y otras ciudades paralela al avance de los radicales en el norte de Irak ha permitido a la región autónoma kurda hacerse con la práctica totalidad de las áreas en disputa entre Erbil y Bagdad

“El armamento que tenemos es sólo para defendernos: kalashnikovs, RPG…”, enumera Muhammad Ali, “pero nos respalda más equipamiento”. Ni rastro en los alrededores de la garita de la parafernalia mostrada en otros frentes. No hay tanques, ni trincheras y los únicos vehículos militares que se observan son los que desvela el teleobjetivo: un par de humvees calcinados a mitad de camino y otro custodiado por los hombres al otro lado de los 500 metros más desoladores del lugar.

“Sólo hay que obedecer las normas de ISIS”

A unos pocos kilómetros en una imposible línea recta y una eternidad a la redonda, el paso cercano al distrito de Qazah, en la carretera a Erbil, ofrece una estampa radicalmente opuesta a la de Tahrir (liberación, en árabe). La entrada oriental a Mosul queda a unos cinco kilómetros por los que transitan coches en un sentido y otro. La tarea de los cuatro hombres allí destacados es revisar la documentación de todo el que sale y contar los litros de gasolina que porta quien entra para asegurarse de que no lleva más de los 20 permitidos.

placeholder El cadáver de un militar iraquí en una calle de Mosul tras caer la ciudad en manos del ISIS (Efe).

La escasez de combustible ha empezado a hacer mella entre quienes se han quedado en la ciudad bajo dominio yihadista, que acuden en masa a colapsar las gasolineras desde allí hasta Erbil. La caída en desgracia de Mosul, hogar de unos dos millones de personas de las que unas 500.000 huyeron en los días posteriores a la arremetida de los radicales, según Naciones Unidas, está ahogando la economía de los pueblos ya miserables de los alrededores.

En Bartela, una villa cristiana de mayoría asiria católica, el párroco Behnam Lallo asegura que sólo unas pocas familias con parientes en el pueblo han llegado como refugiados desde Mosul. Los vecinos, sin embargo, siguen entrando a la ciudad para adquirir comida y otros productos de primera necesidad. “Gente que tiene tiendas (en Bartela) va a Mosul a comprar”, asegura. ¿Y es posible entrar? “Sólo hay que obedecer las reglas de ISIS: no fumar, no llevar símbolos religiosos”.

La concesión del sacerdote choca con el humor de los uniformados kurdos, que bromean, pitillo tras pitillo, en pantomima belicista. “¿Quieres ir a Mosul?”, exhorta uno de ellos para responder a la pregunta retórica con la imitación de una ráfaga de fusil automático.

“Lucharemos hasta la última gota de sangre”

De vuelta a Tahrir, no hay espacio para chistes. El capitán Ali Khanam, al mando de una de las cuatro unidades desplegadas en la zona, recuerda cómo el capitán Asaad murió en sus brazos después de un disparo. “El general vino a revisar las posiciones y nos pidió comprobar otros checkpoints”, cuenta, “(los milicianos de ISIS) estaban activos, un francotirador le hirió en el pecho”.

“Sabían que venía el general, por eso atacaron”, resuelve Khanam, “nosotros no disparamos a menos que ellos disparen”. La situación en el frente noroeste, sin embargo, se ha complicado conforme el ISIS continúa su avance en las provincias de Nínive y Al Anbar. Este mismo domingo, sus combatientes han logrado rendir la localidad de Tel Afar, donde conviven chiíes y suníes a unos 50 kilómetros de Mosul, después de que los últimos efectivos del Ejército iraquí se retirasen a territorio controlado por las tropas del Kurdistán tras una semana de enfrentamientos, según la agencia kurda Rudaw.

“Hasta el momento no tenemos permiso para atacar”, insiste el mayor Hayimusa, “estamos protegiendo toda esta frontera, la última tierra kurda”. “Ahora, todos los territorios kurdos están bajo control de los peshmergas”, se enorgullece, “estamos listos para luchar hasta la última gota de nuestra sangre”.

Una sombra deambula en círculos en un tramo de carretera vacía delimitado por hombres armados a cada uno de sus extremos. “¡Quítate de ahí!”, grita una voz desde el lado norte. “Queremos pasar”, responde la mujer, con media cara tapada por un vendaje que le cubre un ojo. Desde este lado alegan que no se puede. Desde la tierra de nadie, la sombra replica arrancando un compromiso que caducará en minutos. “Puedes pasar tú”, chilla el mayor Baderhan Hayimusa, responsable de los peshmergas kurdos que custodian la entrada a Mosul desde el barrio nororiental de Tahrir, “tu hijo con el coche, no”.

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