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Aprender a vivir después de ser entrenado para morir
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menores 'mártires' se rehabilitan en pakistán

Aprender a vivir después de ser entrenado para morir

El centro de rehabilitación Mishal, en el valle de Swat (Pakistán), brinda una oportunidad a cientos de adolescentes cuyo destino era morir matando

Foto: Un niño sostiene un arma de juguete en una manifestación protalibán en Pakistán (Reuters).
Un niño sostiene un arma de juguete en una manifestación protalibán en Pakistán (Reuters).

A primera vista parece un cuartel militar, pero detrás de sus muros y del alambre de espino germina la semilla de la esperanza y el futuro.El centro de rehabilitación Mishal, en el valle de Swat, brinda una segunda oportunidad a cientos de adolescentes cuyo destino era morir sacrificados antes de llegar a la edad adulta. No sólo iban a morir, sino también a matar a decenas de personas. Un día estos chicos serían elegidos para una misión suicida: con un cinturón de explosivos adosado al cuerpo caminarían, lentamente, para no levantar sospecha, hacia un puesto de control militar y harían estallar los explosivos, segando la vida de aquellos que encontraran a su paso.

Mohamed fue rescatado por el Ejército de uno de los campos de entrenamiento para terroristas suicidas del grupo paquistaní Tehrik-e-Taliban (TTP) en el valle de Swat. Sin embargo, cada noche, regresa a su mente la misma pesadilla.Este adolescente de 14 años fue secuestrado en marzo de 2009 por unos desconocidos armados a la salida del colegio en la localidad de Mingora, capital de Swat, que estuvo bajo control de los insurgentes desde 2007 a julio de 2009, cuando los militares lograron expulsarlos tras lanzar una operación a gran escala en todo el valle. “Unos tipos que empuñaban un kalashnikov se acercaron a mí y me amenazaron con matarme si no me unía a ellos”, explica Mohamed, que detalla que en el campamento le obligaron a trabajar como cocinero y cavando agujeros en la carretera mientras recibía “asiduas palizas”.

Su mirada, sin brillo, contrasta con su tez suave, con un incipiente bigote. Cada vez que recupera de la memoria aquella estancia en el infierno, su voz se atasca. “No había manera de escapar. Me lavaron el cerebro y me convencieron de que atacara al Ejército paquistaní porque era cómplice de Estados Unidos”. Mohamed fue adoctrinado en la disciplina talibán y recibió entrenamiento en combate y manejo de armas. En el campamento había otros 50 reclutas adolescentes de entre 14 y 17 años. “Primero nos obligaban a recitar el Corán durante muchas horas al día sin darnos nada de comida o bebida. Un mulá nos explicó que la Yihad es matar a los enemigos del Islam y que los miembros de las fuerzas de seguridad y del Ejército eran unos infieles, y por ello, había que matarlos”, declara el chico.

Un chico camina hacia la escuela en Karachi (Reuters).Mohamed fue sometido a un adoctrinamiento intensivo. Sus instructores lo formaron con métodos de guerra convencional para combatir contra las tropas extranjeras en Afganistán. Le enseñaron a utilizar lanzamisiles y rifles kalashnikov y a colocar minas. Durante los entrenamientos se proyectaban vídeos sobre la lucha armada de los milicianos palestinos, la guerrilla libanesa Hizbulá o la insurgencia en la Cachemira ocupada. Al muchacho le convencieron de que debía realizar ataques suicidas por el bien del Islam. “Estaba trastornado. Yo quería abrazar el shahadat [martirio] para ir al Firdaus [cielo musulmán] y encontrarme con el Profeta Mahoma”, manifiesta el muchacho.

Los que llevaban más tiempo eran enviados a las áreas tribales de Pakistán y el vecino Afganistán para actuar como vigías y detectar un convoy del Ejército o de la OTAN para atacarlo. Otros tuvieron que recorrer los pueblos donde habían vivido una vez, “en busca de más jóvenes reclutas”, recuerda Mohamed. “Lo único que todos teníamos en común era la creencia en la justicia de matar”, asevera el exrecluta, antes de agregar que todos esperaban la muerte antes de llegar a la edad adulta.

Ahora Mohamed intenta superar aquel trauma en la escuela Mishal. El adolescente asiste a las terapias que lleva un grupo de psicólogos y psiquiatras, y va a clases de urdu, computadorasy religión.Una vez al mes, recibe la visita de sus padres.

Obligados al suicidio

Dilshad Khan, otro joven que se salvó del martirio, está sentado en frente de supsicólogo. Cuando habla hace espavientos con las manos y repite todo el tiempo el gesto de agarrarse las muñecas.Dilshan era un chico de la calle en Karachi. Una noche,unos desconocidos lo drogaron, clavándole una inyección, y se lo llevaron a la fuerza en una furgoneta hasta un centro de reclutamiento talibán en el valle de Swat. El campamento pertenecía al grupo insurgente Jahangir, aliado del TTP.El adolescente, de 15 años, fue hallado por los soldados en una escuela abandonada en Mingora, agazapado, temblando de miedoy cubriéndose con unas viejas mantas.“Queríanobligarme a suicidarme, pero no pude hacerlo. Entonces, Yusef [su mentor] me pegó una paliza de muerte, pero logré escaparme”, recuerda con dolor.

'Querían obligarme a suicidarme, pero no pude hacerlo. Entonces, Yusef [su mentor] me pegó una paliza de muerte', cuenta Kahn

Durante los seis meses que permaneció en el campo de entrenamiento recibió tortura psicológica y física.“Sin que supiéramospor qué, por las noches entraban en los barracones, de forma arbitraria cogían a alguno y le ataban las manos a la espalda y vendaban los ojos. Después, le encerraban en un cuarto oscuro hasta la mañana siguiente”, describe el muchacho. En varias ocasiones, a Dilshan le adosaron al cuerpo un chaleco de explosivos y le dijeron que había sido escogido para una misión suicida. Al final resultaba ser falso. “Una vez, me tuvieron durante horas con el chaleco puesto, mientras me decían que rezara a Allah porque iba a ser mi último día en la Tierra”.Afortunadamente, el Ejército lo rescatóy se lo llevó al centro Barikot, también en Mingora. Cuando salga, Dilshan buscará trabajo como mecánico y después una esposa para casarse.

La vida, mejor opción

Este centro de rehabilitación, gestionado por el Ejército paquistaní, abrió sus puertas en septiembre del 2010 para ayudar a cientos de jóvenes que iban a convertirse en terroristas suicidas. Aquí, los psicólogos y terapeutas les enseñan a que la vida es mejor opción que la muerte. “Las terapias consisten en un conocimiento real sobre el Islam, comportamientos sociales y tratamiento psicólogico para convertirse en mejores personas. Son jóvenes que están psíquicamente trastornados y necesitan una buena disciplina para recuperar la normalidad”, explica el psicólogo Faisal Montash.

Muchos niños, continua el doctor Montash, se sintieron atraídos por “la arrogancia de los combatientes islámicos de pelo largo”. Otrosfueron llevados a la fuerza por los insurgentes que reclamaban reclutas y dinero a los aldeanos. Algunos, incluso, “fueron vendidos por sus padres por 25.000 rupias (casi 300 dólares)”, que es el precio que pagaba el TTP por un adolescente sano. La extrema pobreza en la que viven los paquistaníes lleva a muchos jóvenes a pagar con su vida para salvar a la familia.

Para la mayoría de ellos, Mishal o Barikot son la primera escuelaa la que han asistido. Aulas con pupitres y una pizarra para dar clases. Un campo con canchas para jugar al voleibol y al cricket. Una sala con ordenadores para aprender informática y un comedor para hacer tres comidas al día. Ahora estos ex reclutas suicidas tienen un futuro. El día de mañana estos chicos será electricistas, carpinteros, mecánicos, se casarán y formarán una familia.

Unos niños recitan el Corán cerca de Karachi (Reuters).Influencia talibán

Según la Agencia de Inteligencia paquistaní (ISI, en sus siglas en inglés), más de 5.000menores -de entre 10 y 17 años-que estudian en las madrazas (escuelas coránicas) han recibido entrenamiento para convertirse en suicidas.La falta de recursos económicos de los padres en las zonas rurales, unida a la influencia de los talibanes, obliga a muchos niños a estudiar en seminarios islámicos y ser extremistas radicales. “Los menores reclutados en las escuelas coránicas del Pakistán ruralhan sido secuestrados a punta de kalashnikov en las aldeas o separados de sus padres a cambio de pequeñas cantidades de dinero -en algunos casos, apenas 15 dólares- con la promesa de que sus hijos recibirían una educación islámica”, insiste el ISI.

La talibanización es un fenómeno que se extiende como un cáncer en las conflictivas áreas tribales fronterizas.Los talibanes paquistaníes admiten abiertamente estar reclutando a menores para misiones suicidas, describiendo a los niños como "utensilios de Dios". Los menores presentan varias ventajas sobre los adultosdesde el punto de vista operativo. Pueden pasar los controles policiales con más facilidad y aproximarse al objetivo sin que las víctimas sospechen. Los terroristas más jóvenes son adoctrinados con menor esfuerzo y no es complicado despojarles del sentimiento de compasión.

Si algo no falta en Pakistán son potenciales reclutas. Un tercio de los 80 millones de los niños menores de 16 años vive bajo el umbral de la pobreza. Niños abandonados en las calles de ciudades como Karachi, Rawalpindi o Lahore son acogidos por grupos radicales y enviados a las madrazas, donde reciben una estricta educación religiosa.

A primera vista parece un cuartel militar, pero detrás de sus muros y del alambre de espino germina la semilla de la esperanza y el futuro.El centro de rehabilitación Mishal, en el valle de Swat, brinda una segunda oportunidad a cientos de adolescentes cuyo destino era morir sacrificados antes de llegar a la edad adulta. No sólo iban a morir, sino también a matar a decenas de personas. Un día estos chicos serían elegidos para una misión suicida: con un cinturón de explosivos adosado al cuerpo caminarían, lentamente, para no levantar sospecha, hacia un puesto de control militar y harían estallar los explosivos, segando la vida de aquellos que encontraran a su paso.

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