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Las minas nazis que aún siguen matando
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DESDE LOS 80 LOS ARTEFACTOS HAN PROVOCADO 700 MUERTOS Y 7.600 HERIDOS EN EGIPTO

Las minas nazis que aún siguen matando

Poco puede cambiar un paisaje inalterable durante siglos en 71 años. El desierto de El Alamein permanece hoy como un enorme museo viviente al aire libre.

Foto: Las minas nazis que aún siguen matando
Las minas nazis que aún siguen matando

Poco puede cambiar un paisaje inalterable durante siglos en 71 años. El desierto de El Alamein permanece hoy como un enorme museo viviente al aire libre. Lo que entonces era poco más que un apeadero de ferrocarril con un puñado de casas, hoy ha sido poblado con un par de hoteles de lujo y varios cementerios que recuerdan a las víctimas de la Segunda Guerra Mundial, según su nacionalidad. Un superficial atrezzo para una extensa llanura que, décadas después de la crucial batalla, presenta aparentemente un mismo aspecto pero bajo el que aún se esconde un reguero de muerte.

Las arenas de El Alamein fueron las últimas que pisaron las tropas del mariscal alemán Erwin Rommel en su avance por el norte de África. Los Aliados se atrincheraron en esta pequeña posición pegada al Mediterráneo, a varias decenas de kilómetros de las impracticables montañas de la depresión de Qatara, para contener el avance enemigo. Las Afrika Corps amenazaban ya Alejandría y el Canal de Suez al oeste y El Cairo, bajo mandato británico, al sur. 

Desbordado ante el genio militar de Rommel, el célebre Zorro del Desierto, Winston Churchill desplegó al general Bernard Montgomery y sus tropas en Egipto para comenzar la reconquista del territorio africano. El Octavo Ejército británico, apoyado por otras tropas como las neozelandesas y australianas, necesitó el doble de tanques y de hombres para infligir la primera gran derrota al enemigo. “Hasta entonces no conocíamos la victoria y después ya no supimos lo que fue la derrota”, dijo entonces Churchill. Más de 85.000 víctimas entre muertos y heridos fue el precio de una batalla que se libró cuerpo a cuerpo en medio de un terreno infestado por las minas que ambos iban colocando para asegurar sus posiciones.

La huella de la batalla

Frente a un cartel que alerta del peligro de los explosivos, Dawud Masri recuerda ahora la guerra. A sus 83 años, era entonces sólo un chiquillo que se dedicaba a “vender a los ingleses plátanos y naranjas a cambio de cigarrillos”. El frente alemán se alejaba en el desierto, por lo que relaciona los campos de minas con la llegada de los soldados británicos. El vestigio envenenado de la Segunda Guerra Mundial no ha podido con él pero asegura que, hasta la fecha, los explosivos subterráneos  se han cobrado la vida de 13 de sus familiares.

La ONU sólo comenzó a contabilizar las víctimas a principios de la década de los ochenta. Desde entonces 697 personas han muerto y unas 7.613 han resultado heridas, la mayoría civiles, tras toparse con una de estas minas. “Están por todas partes, cuando llueve incluso quedan al descubierto”, explica Dawud. 

Se calcula que esta batalla dejó unos 17 millones de minas, aunque el general Effat Adib asegura que el número es mucho mayor. El militar, especializado en armamento, lidera a un equipo de artificieros que limpia el desierto de esta amenaza. “Retirar estas minas es el trabajo más peligroso que podemos tener, ya que no existen mapas y no sabemos dónde podemos pisar”, sostiene. En medio del desierto, el Ejército expone una muestra de estas reliquias.

“El 75% son restos de explosivos y entre el otro 25%, el 22,5% son minas antitanque y sólo el 2,5% minas antipersona”, afirma el secretario de Estado del Ministerio de Cooperación Internacional, Fathy el Shazhly. Sin embargo, esta pequeña cantidad es la que se ha llevado la vida de cientos y ha dejado mutilados a otros miles. “La mayoría de las víctimas son hombres adultos, que sienten que pueden sortear el peligro, y alejan a sus mujeres y a los niños de los terrenos minados”, expone.

Apoyo a las víctimas

La limpieza del terreno es sólo la primera de las prioridades para el Gobierno egipcio, que esta semana ha celebrado el desminado de cerca de 11.000 hectáreas. Según sus cálculos, los trabajos deberían finalizar en 2016. Aunque el baile de cifras genera más confusión que certezas y las previsiones parecen poco asumibles. Las autoridades planean construir viviendas en alguna de estas zonas, mientras distintas compañías esperan para conseguir concesiones en un lugar rico en recursos naturales, como gas o petróleo, según explican desde el Ministerio de Cooperación.  

El plan cuenta con un presupuesto de 20 millones de dólares. “Destinamos unos 10 u 11 millones para el desminado. El resto se dirige al desarrollo de la zona, el apoyo a las víctimas, ayudas para sus prótesis y para fomentar la educación sobre el peligro de las minas”, afirma Rania Hedeya, del Programa para el Desarrollo de las Naciones Unidas. El Gobierno egipcio firmó en 2006 este protocolo, en el que Alemania, Italia -cuyas ayudas aún no han llegado- y Reino Unido participan con pequeñas cantidades.

Quienes regaron el terreno de minas han dejado que el problema lo solucionen otros, pese a que el secretario de Estado de Cooperación, insiste en que no debería tratarse de una “labor de caridad, sino de una obligación moral”. Siete décadas después de una contienda en la que Egipto sólo participó como convidado de piedra, el país se ve obligado a irrumpir por fin en la batalla de El Alamein. Aunque ahora que las guerras no son como las de antes, aquí el enemigo y el frente también se difuminan bajo las arenas del desierto.

Poco puede cambiar un paisaje inalterable durante siglos en 71 años. El desierto de El Alamein permanece hoy como un enorme museo viviente al aire libre. Lo que entonces era poco más que un apeadero de ferrocarril con un puñado de casas, hoy ha sido poblado con un par de hoteles de lujo y varios cementerios que recuerdan a las víctimas de la Segunda Guerra Mundial, según su nacionalidad. Un superficial atrezzo para una extensa llanura que, décadas después de la crucial batalla, presenta aparentemente un mismo aspecto pero bajo el que aún se esconde un reguero de muerte.