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La violencia siria irrumpe en el eslabón más frágil de Oriente Próximo
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EL ATENTADO DE BEIRUT DEVUELVE A LÍBANO EL FANTASMA DE LA GUERRA CIVIL

La violencia siria irrumpe en el eslabón más frágil de Oriente Próximo

Todavía humeaba el coche bomba que acabó este viernes con la vida de ocho personas en Beirut cuando las miradas ya se habían desplazado más allá

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La violencia siria irrumpe en el eslabón más frágil de Oriente Próximo

Todavía humeaba el coche bomba que acabó este viernes con la vida de ocho personas en Beirut cuando las miradas ya se habían desplazado más allá de la frontera libanesa. El ex primer ministro y líder opositor, Saad Hariri, culpó directamente al presidente sirio, Bachar al Assad. Poco después Damasco y el partido milicia chií Hezbolá, el grupo libanés más cercano al régimen sirio, condenaron el atentado y llamaron a la unidad del país.

Según los expertos el ataque tenía como objetivo acabar con el jefe de los servicios de inteligencia de la policía libanesa. Y junto a él, se llevó por delante a otras siete personas y dejó cerca de un centenar de heridos. Wisam al Hasan dirigió las pesquisas que se saldaron con la detención del ministro de Información libanés, Michel Samaha, acusado de colaborar con Siria para perpetrar atentados contra la población suní en Líbano. Hasan halló además pruebas que inculpaban a Siria y a Hezbolá de haber colaborado en el atentado mortal de 2005 contra el ex primer ministro Rafiq Hariri.

El magnicidio provocó una avalancha de movilizaciones para propiciar la retirada de las tropas sirias, que se produjo meses después. Las tropas de Damasco permanecieron en Líbano durante tres décadas, influyendo de forma determinante en los asuntos internos del país. Pero su retirada dio paso a una cadena de atentados sectarios, que se prolongó hasta 2008, perpetrados fundamentalmente contra las fuerzas antisirias.

El padre de Bachar al Assad, Hafez al Assad, ordenó a su Ejército entrar en Líbano en 1975 para intentar frenar la guerra civil que había comenzado en aquel país. Pero el destacamento pronto se convirtió en una potencia ocupante. Bajo el pretexto de la defensa de la población chií, Siria bombardeó las posiciones cristianas, que después tomaron la ofensiva apoyadas por Israel, provocando una masacre en los campos de refugiados palestinos de Sabra y Shatila. Al terminar la guerra, en 1990, Líbano era un país militarizado, bajo la presencia de las tropas de la ONU, el Ejército israelí y el sirio, convirtiéndose en un campo de operaciones en el que se dirimían los intereses de Oriente Próximo.

Suníes, chiíes, cristianos y drusos lograron llegar a un frágil acuerdo que permitía un reparto equitativo del poder político y una quebradiza convivencia. Aunque el siempre incipiente Líbano todavía tuvo que sortear un nuevo conflicto en 2006, cuando Israel bombardeó los centros operativos de Hezbolá en Beirut y al sur del país. La milicia -armada y financiada por Siria e Irán- logró salir airosa del ataque, que fracasó en su intento por desarticular al movimiento chií.

Falsa neutralidad

Cuando las protestas contra el régimen sirio cristalizaron en una guerra abierta, volvieron a saltar las alarmas en Beirut. El Gobierno libanés adoptó una postura de neutralidad, pero las diferentes facciones fueron tomando posición. Los musulmanes suníes se pusieron del lado de los rebeldes; los chiíes –encabezados por Hezbolá- tomaron partido por Al Assad; mientras que los cristianos, que tradicionalmente han buscado respaldo más allá de la región, se han mostrado divididos, intentando que su situación no se viera deteriorada.

El conflicto sirio reavivó en Líbano las diferencias pasadas entre movimientos prosirios y antisirios. Y el lugar elegido para perpetrar el atentado -frente a la sede del partido cristiano de la Falange, uno de los más férreos detractores de Damasco- ahondó en esos traumas. Durante los últimos meses la violencia siria había sacudido territorio libanés con combates esporádicos al norte del país, pero nunca había llegado de forma tan directa al corazón de sus heridas.

Pese al rechazo de Damasco en asumir cualquier tipo de responsabilidad sobre lo sucedido, distintos analistas señalan que se trata de un mensaje del régimen sirio para advertir que todavía puede influir en Líbano y, por tanto, seguir agitando la región. Mientras las facciones políticas y la población libanesa asisten con espanto a que la violencia sectaria vuelva a instalarse en su territorio.

Los bombardeos desde la frontera siria han llegado a Turquía, que se halla prácticamente inmerso en el conflicto entre Damasco y los rebeldes. El éxodo de refugiados también ha afectado a Jordania e Irak. Los países del Golfo esperan ansiosos la caída de Al Assad, mientras que Irán sigue contando con Siria como aliado en su constante amenaza contra Israel. Son muchos los intereses que se manejan en la región y hasta ahora sólo un país devastado. Fruto o no de la casualidad, ha sido el pequeño y débil Líbano quien se ha visto de nuevo salpicado.

Todavía humeaba el coche bomba que acabó este viernes con la vida de ocho personas en Beirut cuando las miradas ya se habían desplazado más allá de la frontera libanesa. El ex primer ministro y líder opositor, Saad Hariri, culpó directamente al presidente sirio, Bachar al Assad. Poco después Damasco y el partido milicia chií Hezbolá, el grupo libanés más cercano al régimen sirio, condenaron el atentado y llamaron a la unidad del país.