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Santander y los 10.000 M de beneficio: sacrificios y heridas para alcanzar el sueño de Emilio Botín
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Un camino turbulento

Santander y los 10.000 M de beneficio: sacrificios y heridas para alcanzar el sueño de Emilio Botín

Santander parece haber encarrilado un hito con el que soñó su anterior presidente. En el camino, sin embargo, son muchos los trasquilones que ha ido sufriendo la entidad

Foto: Sucursal de Banco Santander. (EFE/Andy Rain)
Sucursal de Banco Santander. (EFE/Andy Rain)
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Las señales de debilidad de la crisis financiera se venían manifestando desde hacía meses, pero Emilio Botín no renunciaba a su objetivo, convencido de que aquella crisis sería “como el catarro de un niño, que llega con gran fiebre, pero se pasa rápido”. Era el 21 de junio de 2008 y el presidente de Banco Santander insistía ante sus accionistas en que aquel año los beneficios de la entidad alcanzarían la cifra histórica de los 10.000 millones de euros.

Apenas tres meses después, con el mundo económico global aún bajo la conmoción del colapso de Lehman Brothers, Botín mostraría una vez más su convicción de que aquella meta era alcanzable, pero al término de aquel ejercicio las ganancias del banco se quedarían ligeramente por debajo de los 8.900 millones de euros, mientras que la partida que sí rebasaba la barrera de los 10.000 millones era la de las provisiones.

15 años después de aquello, Banco Santander parece estar al fin en disposición de alcanzar aquel viejo anhelo de su histórico presidente. Las ganancias de 8.143 millones de euros durante los nueve primeros meses del año, anunciadas este miércoles, superaron una vez más las expectativas, apuntalando los pronósticos de que la entidad española batirá con creces la simbólica cifra. De hecho, firmas como Bank of America auguran un resultado final en el entorno de los 10.900 millones de euros y, sin grandes ajustes en el horizonte —tal y como señaló la dirección de la entidad durante la presentación de los resultados—, parece difícil que esta vez se escape el objetivo.

Regresar a este punto no ha sido un camino sencillo. Si los últimos tres lustros han sido un periodo convulso para la banca europea en general, Santander puede dar fe de ello con motivos especiales. Aquel 2008 en que Emilio Botín veía factible el hito de los 10.000 millones pese al convulso contexto financiero, el grupo llevó a cabo una intensa actividad de expansión internacional (integración de Banco Real en Brasil, compra de Sovereign en Estados Unidos, adquisiciones en Reino Unido), siguiendo la dinámica de años anteriores, y una masiva ampliación de capital por valor de 7.200 millones de euros, que por momentos parecieron situar el banco español en una posición envidiable para lidiar con los avatares de la crisis —en 2009, su cotización ajustada por dividendos llegó a rozar máximos históricos—.

Pero a medida que las heridas del pinchazo inmobiliario de España se hicieron patentes y la crisis del euro forzó al BCE a una sucesión de medidas extraordinarias que pusieron en jaque la rentabilidad de la banca, quedó en evidencia que el que había presumido de ser el mayor banco de la eurozona y séptimo del mundo por capitalización y la tercera marca financiera más fuerte a nivel global, según Brand Finance (en la edición de 2010), no era inmune a los problemas, ni mucho menos. Las cifras de 2012, con un beneficio de apenas 2.200 millones de euros y una rentabilidad del capital del 2,91% (en 2007 había llegado a rozar el 20%), fueron la manifestación palpable de los daños sufridos.

Ahora que Santander vuelve a tener a tiro la meta de los 10.000 millones de euros de ganancias, echar la vista atrás sirve para comprobar lo mucho que ha tenido que remar la entidad y las cicatrices que aún quedan de tan turbulento desempeño. El banco que avista esta meta es el resultado de múltiples acontecimientos acaecidos desde entonces, desde la designación como presidenta de Ana Botín, en septiembre de 2014, tras la muerte de su padre, a la compra de Banco Popular en junio de 2017 (con ampliación de capital incluida, por valor de 7.000 millones de euros), pasando por la absorción de su filial Banesto o por las contundentes medidas con las que se inició en su cargo la presidenta, al anunciar a inicios de 2015 otra ampliación por valor de 7.500 millones y un recorte del dividendo.

Foto: Ana Botín, presidenta de Santander. (EFE/Luis Tejido)

Santander es hoy un banco más grande, con más de 1,8 billones de euros en activos, prácticamente el doble que en 2007, pero peor valorado: su PER actual de unas 5,6 veces representa un 50% menos que el anterior a la crisis financiera, lo que implica que los más de 90.000 millones que llegó a capitalizar entonces (su récord, por encima de los 100.000 millones, lo registró en 2015) han quedado reducidos a poco más de 50.000, a pesar de los más de 21.000 millones obtenidos en las distintas ampliaciones. La rentabilidad del capital, que en el último trimestre ha superado por primera vez en más de una década el umbral del 12%, sigue lejos de las tasas de entonces.

Es obvio que el Santander de ahora muestra en sus cifras las fuertes transformaciones que ha experimentado todo el sector a lo largo de estos años, en los que primero tuvo que digerir las consecuencias de la crisis financiera e inmobiliaria, luego lidiar con la política de tipos de interés cero desarrollada por los bancos centrales internacionales y, más tarde, con el shock de la crisis pandémica.

Durante este tiempo, Ana Botín ha reformado a fondo la gestión del banco, la ha adaptado a los mejores estándares internacionales, ha revisado toda la estrategia internacional (saliendo de negocios poco rentables) y de alianzas y ha acelerado la transformación tecnológica, y todo al tiempo que recapitalizaba y saneaba el banco. Pero lo cierto es que la estructura global construida para hacer de este un banco más fiable no ha dado todavía los resultados esperados.

La entidad española ya no puede presumir de ser el banco de mayor capitalización de la eurozona (le ha superado el francés BNP) ni una de las mayores 20 entidades del mundo. Sus múltiplos actuales, por debajo de la media del sector europeo e incluso por debajo de su gran rival en España, BBVA (algo bastante inusual en los primeros años de mandato de Ana Botín), parecen demostrar que el mercado sigue mirando con cierto recelo las complejidades del modelo global de Santander.

Incluso, este miércoles, las cuentas récord del grupo fueron acogidas en un primer momento con recortes sobre el parqué (al cierre, lideró el Ibex, con un alza del 2,35%), mientras diversas casas de análisis ponían el foco en la mala evolución del negocio estadounidense y las sempiternas dudas sobre las supuestas estrecheces del capital.

De este modo, Santander puede mirar la meta de los 10.000 millones de beneficio como un reflejo obvio de la fuerte mejora experimentada en los últimos años, y que no solo se exhibe en la cifra de ganancias, sino en otras múltiples métricas, desde la rentabilidad a la eficiencia, que son también resultado de los esfuerzos realizados para mejorar en áreas como el capital o la digitalización, en que por momentos pareció haber quedado rezagado. Sin embargo, convencer a los inversores de que estos logros merecen un reconocimiento similar al que le brindaron hace ya tres lustros sigue mostrándose un objetivo aún más esquivo.

Las señales de debilidad de la crisis financiera se venían manifestando desde hacía meses, pero Emilio Botín no renunciaba a su objetivo, convencido de que aquella crisis sería “como el catarro de un niño, que llega con gran fiebre, pero se pasa rápido”. Era el 21 de junio de 2008 y el presidente de Banco Santander insistía ante sus accionistas en que aquel año los beneficios de la entidad alcanzarían la cifra histórica de los 10.000 millones de euros.

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