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Vídeo | Aprendiendo a volar desde un nido de buitre negro
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Vídeo | Aprendiendo a volar desde un nido de buitre negro

Tras permanecer tres meses en el nido, llega el momento decisivo para los jóvenes buitres. Es hora de vencer el miedo, extender las alas y empezar a surcar el aire

Foto: Buitre negro en su nido. (Carlos de Hita)
Buitre negro en su nido. (Carlos de Hita)

Lleva ya tres meses en el nido, con el plumaje todavía intacto, y muchas ganas de empezar a volar. Desde su plataforma, el pollo de buitre negro solo espera oír el batido de las alas de alguno de sus padres: anuncio de comida. Pero esto se puede retrasar horas, incluso días, y al joven solo le queda esperar. En las últimas semanas no ha conocido nada más que el calor. Calor bajo un sol abrasador, en el viento reseco, en los sonidos que le rodean: las estridencias ásperas de las chicharras, los zumbidos de los moscardones en el nido, las voces, monótonas hasta el aburrimiento, de tórtolas y torcaces.

De pronto, la actitud del joven buitre cambia; parece inquieto y no para de girar lateralmente la cabeza para echar rápidas ojeadas al cielo. Se oye, al fin, un bufido en el aire, seguido de un aletazo. Uno de los dos adultos aterriza en el nido y del buche empiezan a salir enormes cantidades de carne, carroña podrida y ya semidigerida, que pasan sin tocar el suelo al pico del hijo hambriento. Hasta medio kilo de carne, incluyendo trozos con huesos, puede comer de una sentada un ave de este tamaño.

Y, de nuevo, la espera, hasta quién sabe cuándo. Pero la atmósfera caliente es una máquina térmica y de repente se levanta un fuerte viento que hace temblar la plataforma del nido. El joven buitre se encoge al principio, hasta que se da cuenta de que los de su especie viven en el viento, dominan el viento. Y despliega las alas, se apoya en las ráfagas, aprende a aletear, a flotar en el aire.

Lleva ya tres meses en el nido, con el plumaje todavía intacto, y muchas ganas de empezar a volar. Desde su plataforma, el pollo de buitre negro solo espera oír el batido de las alas de alguno de sus padres: anuncio de comida. Pero esto se puede retrasar horas, incluso días, y al joven solo le queda esperar. En las últimas semanas no ha conocido nada más que el calor. Calor bajo un sol abrasador, en el viento reseco, en los sonidos que le rodean: las estridencias ásperas de las chicharras, los zumbidos de los moscardones en el nido, las voces, monótonas hasta el aburrimiento, de tórtolas y torcaces.

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