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Entre osos polares en el fin del mundo
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Crónicas de la vida salvaje

Entre osos polares en el fin del mundo

Lo más parecido a viajar a otro planeta es vivir un invierno en el Ártico. Después de una docena de viajes al Gran Norte, allí estaba de nuevo, tras el rastro del oso blanco

Foto: Una osa polar con sus crías. (Andoni Canela)
Una osa polar con sus crías. (Andoni Canela)

Amanece en el Ártico. Los blancos azulados de la nieve anuncian un día soleado. El sol se deja ver tímidamente. Apenas estará ahí unas cuatro horas antes de desaparecer en el horizonte. Acompaño a un cazador inuit en una salida de varios días en busca de focas.

Después de una hora navegando sobre el hielo marino, llegamos a una polynya. Las polynyas son zonas de aguas abiertas en la superficie helada. Mientras mi amigo se dedica a lo suyo (intentar cazar focas) yo alucino con las peculiaridades de este otro mundo. Mientras él está al acecho de las focas, yo ansío encontrarme con un oso polar. El gran oso blanco es precisamente un extraordinario cazador de focas.

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Foto: Andoni Canela

Estoy ubicado en un punto remoto de Nunavut, un territorio extremo e inaccesible en pleno océano Ártico canadiense. Los primeros días al caminar y conducir por la banquisa helada la sensación es de inseguridad y fragilidad. Me vienen dudas y me vence el miedo a que se puede romper en cualquier momento, sobre todo al contemplar esos lagos en medio del mar helado. Mi colega inuit me tranquiliza diciendo que no hay problema, que el hielo no se va a romper: que confíe en él porque sabe por dónde es más estable.

Vida bajo el hielo

Permanecemos quietos en mitad del paisaje helado, como acostumbro a hacer siempre que me adentro en la naturaleza a fotografiar animales salvajes. Aguardar, observar y escuchar: esa es la pauta a seguir. Pasan las horas. La espera se hace interminable.

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Foto: Andoni Canela

Una niebla generada por el cambio de temperatura del tímido sol que apenas calienta comienza a elevarse sobre la banquisa. Se escucha un 'splash' y una foca anillada saca la cabeza para respirar. Flotando inmóvil sobre el agua, mira constantemente a izquierda y derecha para detectar cualquier peligro. Permanece unos segundos respirando en el exterior y se sumerge de nuevo bajo el hielo. Las focas anilladas son la presa principal de los osos polares y deben permanecer muy alerta para sobrevivir.

El gran oso blanco

Han pasado ya unas horas cuando de repente descubro algo increíble. La pequeña laguna marina (la polynia) donde se encontraba la foca se está helando. Observo atentamente los cambios de color : primero de gris oscuro a gris claro, luego cobra un aspecto blanquecino antes de solidificar por completo. Es precisamente esa gama de grises la que interpretan los inuits para saber la consistencia y la solidez del hielo.

Miro el termómetro y marca -48 °C. Días después, al comprobar las estadísticas oficiales en ese punto, vi que marcaban exactamente esa temperatura. El mar se hiela delante de mis ojos. El sol se ha ido, pero las noches árticas no son tan oscuras como el lector pueda pensar. Siempre hay algo de luz que permite ver el paisaje.

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Foto: Andoni Canela

Miro con los prismáticos hacia el horizonte: una línea plana y blanca. Todo está helado. Allá a lo lejos logro divisar un punto blanco que se mueve. Es algo grande que camina hacia nosotros… ¡Un oso polar!

Avanza lentamente y, aunque estamos muy lejos, en un momento dado da media vuelta y retrocede asustado. Apenas logro hacerle un par de fotografías antes de que desaparezca. Como la población local puede cazar legalmente a los osos polares en esta zona, los animales temen nuestra presencia y huyen al detectar mínimamente a un ser humano.

Un futuro complicado

Unos años después vuelvo en busca del oso polar. Esta vez me muevo en todoterreno por la tundra del Parque Nacional de Wapusk (Canadá), donde los osos están protegidos. Pero la amenaza que sufren ahora es mucho más peligrosa que la de la caza de los inuits: debido a la crisis climática las temperaturas son cada vez más altas y su mundo, el mundo helado, está desapareciendo bajo sus pies.

Los osos polares aguardan en la bahía de Hudson a la espera de que el mar se hiele y se forme la banquisa polar. Cuando esto sucede pueden salir a la caza. Sin embargo, el aumento de las temperaturas debido al cambio climático está retrasando cada vez más este proceso, provocando que el hielo tarde más de lo habitual en aparecer. De ese modo los osos polares cuentan cada vez con menos superficie helada y esta desaparece antes. Por eso tienen muchas menos semanas para alimentarse. Los datos sobre la presencia de hielo en los últimos años son muy pesimistas y confirman el grave impacto del calentamiento global en la naturaleza del Ártico, donde el oso polar es una de las especies que se están viendo más afectadas.

Foto: Foto: Andoni Canela
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Andoni Canela

Falta poco para que acabe el otoño y nieva con intensidad desde primera hora. La niebla es tan espesa y la ventisca tan intensa que apenas tengo visibilidad. La temperatura es de -22 ºC, pero la sensación de frío por el fuerte viento es la peor que he tenido nunca.

Durante las últimas horas del día, soy testigo de un encuentro tan bello como frágil. Así son las cosas en este mundo de cristal. Bajo una nevada fina, una osa camina tranquilamente con sus dos cachorros hacia la playa. Los pequeños están muy bien alimentados y muestran un aspecto saludable, pero dos oseznos no son fáciles de mantener. No hay comida: ni en la tundra ni en la playa. La familia de osos necesita que el mar se hiele antes de que la madre acabe con sus reservas de grasa. El reloj del tiempo juega en su contra.

Amanece en el Ártico. Los blancos azulados de la nieve anuncian un día soleado. El sol se deja ver tímidamente. Apenas estará ahí unas cuatro horas antes de desaparecer en el horizonte. Acompaño a un cazador inuit en una salida de varios días en busca de focas.

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