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¿Supondrá el cambio climático el fin del vino español?
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Será necesario un cambio de variedades

¿Supondrá el cambio climático el fin del vino español?

El constante aumento de las temperaturas a nivel global pone en peligro uno de nuestros principales orgullos. Las áreas más al sur de Europa serán las principales afectadas

Foto: Foto: Unsplash/@zburival.
Foto: Unsplash/@zburival.

Todo lo que hacemos, cada una de las partes de la conocida como 'actividad humana', tiene consecuencias. ¿Acaso creíamos que los millones de toneladas de asfalto que hacen nuestras carreteras, o las 989.000 vacas que criamos, o los rascacielos o los pueblos.... no tienen una repercusión en el medioambiente? La ciencia ha explicado en múltiples ocasiones cómo el CO2 que emitimos a la atmósfera junto con el resto de gases de efecto invernadero, como el metano, son capaces de retener la radiación que, sin su presencia, sería reflejada al espacio. En cambio, lo que ocurre es que la longitud de onda de esos 'reflejos' es atrapada por esas moléculas, lo que hace que se calienten y, por tanto, que calienten al resto de moléculas que las rodean.

Que está ocurriendo no es ningún misterio. Cada vez hay más fenómenos climáticos extremos, inviernos más fríos y veranos mucho más cálidos, un proceso de desertificación de áreas que antaño eran fértiles, más tifones y huracanes, mayores sequías y peores inundaciones, el deshielo de partes de los polos que no habían vuelto a estar en estado líquido desde hacía miles de años y, sobre todo, un aumento de la temperatura media global. La estadística también confirma el cambio climático.

"El vino es como el canario de las minas de carbón en lo que a los impactos del cambio climático en la agricultura se refiere"

Pero las consecuencias para nosotros, al menos de momento, son relativamente 'leves'. Tal vez al propietario de una de las casas a pie de playa de la localidad valenciana de Oliva le preocupa que el nivel del mar pueda subir 30 cm, pero el resto de nosotros lo vemos como un fenómeno alejado de nuestras vidas cotidianas. Pero esto puede cambiar, sobre todo en nuestro país, debido a una consecuencia de la crisis climática que pone en peligro, en su totalidad, uno de nuestros bienes más preciados: el vino.

La vid y la uva son una planta y un fruto de lo más particulares. No crecen en cualquier sitio y, para que el fruto sea 'perfecto' deben darse unas condiciones de lo más particulares. Es famoso, por ejemplo, que la vendimia se hace en días muy particulares, cuando las temperaturas han cumplido unos parámetros muy especiales. Si se debe hacer a las 2 de la madrugada, se hace. Lo que sea necesario por un buen vino.

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Foto: Unsplash/@utielanias.

Pero el aumento de las temperaturas, así como el cambio en los patrones de lluvia y las posibles sequías que trae consigo la crisis climática, pone en latitudes europeas tan meridionales como la nuestra en serio peligro el cultivo de la vid y, por tanto, la producción de vino. En cambio, permite que en áreas más septentrionales (véase Dinamarca o Alemania) sea posible, en un futuro cercano, la producción de buenos vinos autóctonos.

Esto es lo que defiende un estudio dirigido por Ignacio Morales Castilla, de la Universidad de Alcalá; y por Elizabeth Wolkovich, de la Universidad de la Columbia Británica, en Canadá. En él, los investigadores explican que, si la temperatura media del planeta aumenta dos grados centígrados (cosa que se prevé que ocurra), hasta un 56% de las regiones que hoy en día son aptas para cultivar esta planta desaparecerían.

Foto: La falta de lluvia remata las cosechas. Imagen cedida por Sofía Acebes García.

Los investigadores proponen que si reorganizamos dónde se cultivan ciertas variedades de uva en el planeta, podríamos conseguir reducir a la mitad la pérdida de cultivos debida al calentamiento global de dos grados (que solo se perdiese un 24%); y en el hipotético caso de que aumentase en 4 grados la temperatura media, reducir las pérdidas un tercio.

Uno de los autores del estudio, Benjamin Cook, de la Universidad de Columbia y del Goddard Institute for Space Studies de la NASA, explica que "en determinados aspectos, el vino es como el canario de las minas de carbón en lo que a los impactos del cambio climático en la agricultura se refiere. Esto se debe a que las uvas son extraordinariamente sensibles".

Foto: Foto: Unsplash/@gozhanet

Con una temperatura de dos grados y sin tomar ningún tipo de medidas para evitarlo, se estima que el 56% de las áreas en las que se produce vino del mundo no serán viables. Pero si se toman medidas, tan solo un 24% se perderán. De todos modos, los científicos consideran que las áreas más frías del mundo donde se elabora este producto, como Alemania, Nueva Zelanda y el norte de la costa del Pacífico de Estados Unidos, no sufrirán demasiado con un cambio de dos grados.

De hecho, se convertirían en áreas capaces de cultivar otro tipo de uvas, como la garnacha, mientras que las que cultivan ahora (como la 'pinot noir', a la que le gusta más el frío) podrían moverse hacia el norte, a zonas en las que hoy en día no es posible cultivar la vid. Por otra parte, las áreas del mundo más calientes en las que se produce vino actualmente (España, Italia y Australia) serán las más afectadas, dado que ya hoy su cultivo está limitado a las variedades de uva más 'calientes'.

Esto nos deja solo con dos opciones: o nos ponemos manos a la obra y conseguimos limitar, como se estipuló en el Acuerdo de París, el calentamiento global a los 2 ºC o llevamos a cabo un proceso de ingeniería genética para conseguir uvas capaces de aguantar altísimas temperaturas (las que nos esperan). Pero por este camino que vamos, una cosa está clara: el vino español toca a su fin.

Todo lo que hacemos, cada una de las partes de la conocida como 'actividad humana', tiene consecuencias. ¿Acaso creíamos que los millones de toneladas de asfalto que hacen nuestras carreteras, o las 989.000 vacas que criamos, o los rascacielos o los pueblos.... no tienen una repercusión en el medioambiente? La ciencia ha explicado en múltiples ocasiones cómo el CO2 que emitimos a la atmósfera junto con el resto de gases de efecto invernadero, como el metano, son capaces de retener la radiación que, sin su presencia, sería reflejada al espacio. En cambio, lo que ocurre es que la longitud de onda de esos 'reflejos' es atrapada por esas moléculas, lo que hace que se calienten y, por tanto, que calienten al resto de moléculas que las rodean.

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