El futuro de nuestros mares, en juego: por qué necesitan más protección (e inversión)
Ante la aparición de actividades como la minería oceánica, Deutsche Bank considera necesario definir un nuevo marco de objetivos que incluya la biodiversidad y la mitigación del cambio climático
Nuestros océanos son los pulmones del planeta. El aire que respiramos, el agua que bebemos... Todo nos une a ellos. Almacenan 50 veces más dióxido de carbono que la atmósfera y producen más de la mitad del oxígeno del planeta. Cubren el 71% de la tierra, absorbiendo el 93% del calor y regulando el clima. Son indispensables para nuestra supervivencia y, sin embargo, su salud está en juego: a día de hoy, la pesca industrial acapara, al menos, el 55% de su superficie; el 33% de las poblaciones de peces está sobreexplotado y la mitad de los arrecifes de coral del mundo han sido destruidos, según un informe de Deutsche Bank.
En este escenario, ¿quién los protege? Durante mucho tiempo, cada país legislaba la franja de mar que rodeaba su costa; el resto era territorio libre y propiedad de todos. Hablamos de alta mar, y abarca algunos de los ecosistemas más importantes y más críticamente amenazados del mundo. Aun así, no fue hasta finales del siglo XX cuando se dio un primer paso: la ONU aprobó en 1982 la Convención de los Derechos del Mar para resolver algunas cuestiones relacionadas con el uso de los océanos y su soberanía: se establecieron límites territoriales, zonas económicas y mecanismos para la resolución de posibles conflictos, entre otras cosas.
Pero este marco normativo no soluciona el problema de la gobernanza en aguas internacionales y deja demasiados cabos suelos, según afirma Markus Müller, Chief Investment Officer ESG & Global Head Chief Investment Office de Deutsche Bank, en el informe 'La economía de los océanos: una redefinición de la cadena de valor'. “Fue revolucionario cuando se negoció pero ya no responde a las necesidades actuales”. Un ejemplo estaría en la minería oceánica, un tema muy complejo y del que todavía no se conocen las consecuencias a largo plazo ni la magnitud de los recursos existentes actualmente en los océanos.
Tras más de 15 años tratando de sacar adelante este escrito, Müller afirma que debemos tener paciencia, ya que la reforma de la gobernanza de los océanos es difícil y llevará tiempo: "Hemos tardado casi 20 años en intentar negociar un acuerdo a nivel de la Organización Mundial del Comercio para librarnos de los perniciosos subsidios a la pesca. Y hemos dedicado casi el mismo tiempo a debatir sobre cómo proteger la biodiversidad en alta mar sin que se haya alcanzado aún un acuerdo (...). Ahora, es de suma importancia que integremos las necesidades de los océanos en un nuevo marco de objetivos medioambientales acordados por los Gobiernos que sea transversal y que incluya la biodiversidad y la mitigación del cambio climático".
Menos inversión que en la vida terrestre
Si nos fijamos en el valor de sus activos, con 24 billones de dólares (23.500 millones de euros) los océanos son la octava economía mundial. El mercado laboral de la ‘blue economy’ también arroja datos impactantes: el turismo costero comprende el sector más grande, con 2,8 millones de empleados, y el valor añadido bruto por empleado es de casi 54.000 euros. En España este dato es de especial relevancia, ya que hasta un 18,40% de la población activa depende de esta economía.
El peso en la economía global es claro, pero ¿invertimos para seguir avanzando, salvando el ecosistema y explotando esta industria? Según Deutsche Bank, no lo suficiente: el número de acciones llevadas a cabo en la vida terrestre es cuatro veces superior al de las actividades que tienen que ver con la vida submarina, a pesar de todas las necesidades y oportunidades que rodean el sector.
"Deberemos ser precavidos y evitar inversiones en actividades potencialmente destructivas como la minería en los fondos marinos"
En este escenario, según Müller, el sector financiero mundial desempeñará un papel importante a la hora de marcar el rumbo: “La implicación del sector financiero es diversa, tanto por su escala como por su alcance. Desde pequeños proyectos locales, a menudo de sensibilización ambiental, hasta una financiación mucho mayor de multinacionales de grandes campos como la energía o la pesca, que pueden tener consecuencias negativas”. Es por ello que los bancos, según él, tienen que tener especial cuidado a la hora de proporcionar esta financiación: “Allí donde los efectos perjudiciales estén claros, habrá que promover que las inversiones se desplacen a ámbitos positivos para el clima y la naturaleza. En aquellos casos en que dispongamos de poca información, deberemos ser precavidos y contar con argumentos sólidos para evitar inversiones en actividades potencialmente destructivas como la minería en los fondos marinos”.
Por este motivo, Müller opina que, para fomentar estas acciones, debemos aprobar leyes que garanticen que "los inversores institucionales, como pensiones o seguros, gestores de activos o la propia banca, tomen en consideración la naturaleza y la biodiversidad a la hora de decidir qué créditos conceder". También es importante, según él, que las Administraciones apoyen con subsidios positivos las inversiones que regeneran los océanos. “Nuestra forma de pensar debe confluir con la de las comunidades indígenas y locales a medida que aprendamos a cómo hacer frente a algunos de los mayores desafíos para la humanidad (...). No nos queda otra que actuar, y los mercados de capitales tienen mucho que decir”, concluye Müller.
Nuestros océanos son los pulmones del planeta. El aire que respiramos, el agua que bebemos... Todo nos une a ellos. Almacenan 50 veces más dióxido de carbono que la atmósfera y producen más de la mitad del oxígeno del planeta. Cubren el 71% de la tierra, absorbiendo el 93% del calor y regulando el clima. Son indispensables para nuestra supervivencia y, sin embargo, su salud está en juego: a día de hoy, la pesca industrial acapara, al menos, el 55% de su superficie; el 33% de las poblaciones de peces está sobreexplotado y la mitad de los arrecifes de coral del mundo han sido destruidos, según un informe de Deutsche Bank.