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Tres historias de amor y vejez contra el cliché: "Me miraron mal por volver a estar con alguien"
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"Lo peor es la soledad"

Tres historias de amor y vejez contra el cliché: "Me miraron mal por volver a estar con alguien"

Fidel (94 años) no ha olvidado a su gran amor y le escribe cartas a diario. Isabel (88) hizo frente a las críticas y salió con distintos hombres tras enviudar. María (70) se ha vuelto a enamorar: la pandemia la unió más a su vecino

Foto: Fidel lee una de sus cartas. (L.B.)
Fidel lee una de sus cartas. (L.B.)

Nunca es tarde para sentir mariposas en el estómago. Tampoco la edad es motivo para renunciar a una vida en compañía. Únicamente en la Comunidad de Madrid hay más de 276.400 personas mayores de 65 años que viven solas. Muchas lo hacen tras quedarse viudas; otras, después de una separación. Algunas, por elección propia. Pero hay quienes aún buscan encontrar (o reencontrar) esa complicidad que traen consigo el amor, la convivencia y la costumbre. Querer huir de la soledad a la que a veces quedan condenadas con los años les lleva, en ocasiones, a abrir sus horizontes y rehacer su vida en pareja.

Con motivo del día de San Valentín, tres personas con maneras distintas de entender el amor y atracción en la tercera edad hablan desde su experiencia sobre la importancia de volver a querer y compartir momentos. O, simplemente, de no renunciar nunca a divertirse.

Fidel y Cecilia: cartas contra el olvido

Hay una persona en Getafe que no siempre reconoce a Fidel: su mujer. Hace cuatro años que Cecilia enfermó de Alzheimer. Tras seis décadas juntos, por primera vez tenían que separarse. Ella empezó a vivir en una residencia de ancianos de Madrid, ciudad a la que se mudaron con sus dos hijos después de casi toda una vida en Ávila (Castilla y León). Fidel tiene ahora 95 años, pero habla con soltura y recuerda a la perfección cada momento juntos, cada fecha que nombra en sus historias o cada rincón que avistó en su juventud. Él y Cecilia se conocieron en la treintena, cuando trabajaba como cartero y ella servía en la casa de una familia adinerada. "La saqué a bailar y lo tuve claro", recuerda con una media sonrisa.

placeholder Fidel escribe cartas casi a diario a su mujer, Cecilia, que padece alzhéimer desde hace cuatro y se aloja en una residencia. (L.B.)
Fidel escribe cartas casi a diario a su mujer, Cecilia, que padece alzhéimer desde hace cuatro y se aloja en una residencia. (L.B.)

Como ocurre con algunos oficios, Fidel también se llevaba el suyo a casa. Le gustaba escribir cartas a la gente: a su mujer, a sus amigos, sus hijos... Aún lo hace, e incluso se las dedica a las trabajadoras del centro de día al que asiste varias veces por semana: el Ricardo de la Vega, en pleno centro de Getafe y gestionado por la Comunidad de Madrid para mejorar la calidad de vida en mayores o prevenir la dependencia. Un día, en un arrebato, hasta envió una postal navideña a la Zarzuela: "¡Nos respondieron a los cuatro días!", cuenta enorgullecido, a la vez que muestra una tarjeta con una foto y el sello de la Familia Real. Si usa el plural no es por casualidad, y es que todas sus misivas las firma de la misma manera.

placeholder Todas las cartas que escribe Fidel las firma con su nombre y el de su mujer. (L.B.)
Todas las cartas que escribe Fidel las firma con su nombre y el de su mujer. (L.B.)

"¡Yo no estoy viudo!", se defiende para explicar por qué cada carta que escribe lleva también el nombre de su mujer. Cecilia ya no puede hablar, solo hace algunos gestos como asentir o negar con la cabeza. Así que todo lo que le ha redactado alguna vez no se lo entrega, sino que lo recita de memoria. En una de esas visitas a la residencia de su mujer, reconoce haber sido tremendamente feliz: "Antes de perder el habla casi por completo le preguntaron que quién era yo. Me miró de reojo, giró la cabeza y dijo: '¡Mi marido!". Esos momentos de lucidez no son frecuentes, pero Fidel recuerda cada uno de ellos.

María y Fernando: amor en la puerta de al lado

La de María y Fernando fue una historia inesperada. Los dos son vecinos de Madrid y hace tiempo que vivían puerta con puerta, pero rara vez habían hablado. Con la irrupción de la pandemia, que alejó a casi todos de sus seres queridos, ellos se acercaron. María estuvo casada 30 años con otro hombre, y a su lado pasó muchos de los momentos "más felices" de su vida, como ella misma reconoce. Sin embargo, todo cambió en la recta final. "Se volvió adicto al juego y la relación se enturbió". Aguantó y aguantó, hasta tirar la toalla. A diferencia de otras mujeres de la tercera edad (tiene 70 años) ella gozaba de independencia económica, y cree que eso le ayudó mucho a poder decir basta: "Mi marido es un buen hombre, pero la ludopatía es una enfermedad. No pude más".

placeholder María al aire libre mientras lee un libro. (Cedida)
María al aire libre mientras lee un libro. (Cedida)

Con el confinamiento, conoció a Fernando. Todo empezó como algo inocente, una casualidad. "El primer año fuimos solo amigos: él venía a casa y tomábamos una cerveza, o yo llamaba a su puerta y escuchábamos música juntos". A veces sospechaba que Fernando quería dar otro paso, pero no estaba convencida. Aunque al final, surgió el amor. A día de hoy continúan juntos, pero María y Fernando no son sus nombres reales. Este testimonio ha pedido mantenerse en el anonimato por razones personales. Pero hubo un motivo muy concreto por el que ella se decidió a hablar.

"Si he accedido a hablar es para que la gente de la tercera edad no piense que su vida está condenada a limitarse"

"Después de lo que he vivido, de volver a sentir ilusión y notar que hay alguien que me entiende, lo que quiero es que otras como yo sepan que también pueden rehacer su vida, tengan la edad que tengan". Con este objetivo, María no dudó en contar su historia: "La gente mayor tiene que dejar de pensar que su vida está condenada solo a ponerse límites". Ya no hay planes de futuro, ni mucho menos te planteas tener hijos, cuenta. Las cosas cambian. Pero ella se reconoce más feliz y, "afortunadamente", no vivió grandes contratiempos al explicar a su entorno que había vuelto a enamorarse. La noticia encajó bien en su familia y entre sus amigas, que como ella acostumbran a llevar "una vida activa". "Hago voluntariados en Cruz Roja, adoro la música, salir de ruta... Creo que por eso también mi entorno es más abierto", deduce. Sin embargo, no todas tienen la misma suerte.

Isabel y el amor propio: más allá de las mariposas

A sus 88 años, Isabel nunca ha renunciado a pasárselo bien. Su marido murió hace dos décadas y desde entonces ella ha tenido "muchos pretendientes", como los llama. No todos lograron convencerla. El primero en hacerlo fue Fali. Ese no es su nombre de pila, pero sí el mote por el que todos en el barrio lo conocen. Incluso la propia Isabel o su familia dudan de cómo se llamaría en realidad. Pero hay algo que sí recuerda cuando se le pregunta: "Sí, me miraron mal por volver a estar con alguien. Pero me da exactamente igual". A diferencia de otras historias aquí narradas, lo que mueve a Isabel no siempre han sido las mariposas en el estómago: "Estar con gente me ayuda a sentirme menos sola".

Aunque no todo es color de rosa. Con Fali la cosa no fue bien y terminaron distanciándose. Pero la vida le guardaba otras sorpresas. "Antonio era un hombre muy bueno y apañado. Un día me invitó a la Feria de Málaga". A la que fue su segunda pareja la conocía desde hacía tiempo. Siempre vivieron en la misma zona y, aunque ella nunca se había fijado en él de esa forma, las circunstancias cambiaron. Con el tiempo se fueron a vivir juntos y esa fue su relación más duradera tras perder a su marido. Tres años después, Antonio también falleció.

Foto: José Andrés Fernandes Pires, en una imagen cedida.

"Convivir con alguien de nuevo me vino bien. Me gustaba cómo me miraba, lo fino y atento que era. Al final, una también busca sentir menos soledad en su propia casa", reconoce. Desde entonces no ha vuelto a compartir su vida con nadie. No porque crea que esta pérdida no la podrá superar, sino porque ahora siente que ella misma se sobra y se basta. "¡Con lo tranquila que estoy!", exclama, entre risas. Guarda buen recuerdo de todos los hombres que han pasado por su vida y hace caso omiso de quienes la han podido criticar por atreverse a rehacerla en la vejez: "Mis amigas no han querido rehacer su vida, pero yo he sido más feliz".

Nunca es tarde para sentir mariposas en el estómago. Tampoco la edad es motivo para renunciar a una vida en compañía. Únicamente en la Comunidad de Madrid hay más de 276.400 personas mayores de 65 años que viven solas. Muchas lo hacen tras quedarse viudas; otras, después de una separación. Algunas, por elección propia. Pero hay quienes aún buscan encontrar (o reencontrar) esa complicidad que traen consigo el amor, la convivencia y la costumbre. Querer huir de la soledad a la que a veces quedan condenadas con los años les lleva, en ocasiones, a abrir sus horizontes y rehacer su vida en pareja.

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