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'El Laurel': el centro donde conviven jóvenes condenados por violencia intrafamiliar
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'El Laurel': el centro donde conviven jóvenes condenados por violencia intrafamiliar

El espacio de titularidad pública dispone de 48 plazas y tiene una tasa de reinserción del 95%. "Aquí no hacen milagros, pero nos brindan orden, objetivos y comprensión"

Foto: La puerta del centro de menores 'El Laurel'. (L.T.)
La puerta del centro de menores 'El Laurel'. (L.T.)

A Vanessa Rodríguez nunca se le olvidará el primer día que pisó el centro de ejecución de medidas judiciales de Colmenar Viejo, un sitio en el que ha estado viviendo 11 meses. Tenía 17 años, consumía drogas y varios episodios violentos en casa le hicieron tocar fondo: "Llevaba tiempo a la deriva, haciendo lo que me daba la gana, estaba sola con mi madre y ella no podía más conmigo", resume la joven. Dos denuncias por maltrato y coacciones, en un lapso de apenas tres semanas, bastaron para que la policía se personara en su domicilio y la condujera al centro de menores: "Le robé la cartera a mi madre, le arañé la cara y hasta amenacé con saltar por la ventana, estaba intratable”. Vanessa confiesa que la primera semana sintió que se ahogaba, tenía a su novio fuera y solo pensaba en salir, pero pronto se dio cuenta de que aquel sitio era una oportunidad para cambiar: “Aquí no hacen milagros, pero nos brindan orden, objetivos y comprensión". Y añade: "También nos obliga a alejarnos de los entornos tóxicos y centrarnos en nosotros mismos". Ha pasado un año, ya está en libertad y se esfuerza por encontrar un hueco en el sector del marketing. Tanto ella como los educadores reconocen que es otra.

Foto: Un joven en una fotografía de archivo. (EFE/ David Casasús)

Rodríguez formaba parte de la plantilla de jóvenes, de entre 14 y 19 años, que han pasado una temporada en el Centro de Ejecución de Medidas Judiciales 'l Laurel', ubicado en Madrid, concretamente en el denominado "Complejo valdelatas" de la carretera de Colmenar, que está especializado en violencia intrafamiliar. Su director, Juan Nebreda, detalla que disponen de 48 plazas y actualmente hay 45 inscritos cumpliendo una medida judicial allí: “Me ocupo de tareas de planificación con los muchachos, de coordinar los equipos técnicos y de realizar un seguimiento personal de cada persona”. Nebreda lleva 10 años en el cargo y destaca que los centros han evolucionado para bien: "Se hace camino al andar, y más en estas situaciones tan delicadas. Nosotros aprendemos a diario”. En la actualidad, la red de Centros de Ejecución de Medidas Judiciales cuenta con 264 plazas distribuidas en seis centros dependientes de la Comunidad de Madrid a través de la ARRMI (la Agencia de la CAM para la Reeducación y Reinserción del Menor Infractor).

placeholder Trabajadores del centro. (L.T.)
Trabajadores del centro. (L.T.)

'El Laurel' tiene varias particularidades que le diferencian del resto de centros de internamiento: goza del 95% de reinserción, la media de mujeres alcanza el 31% (duplica la media, que es del 15% en el resto), y la población de nacionalidad española es del 91% (superior a la media del 65% que concurre en todos los Centros de internamiento. Su titularidad es pública, siendo su gestión indirecta a través de un contrato administrativo de servicios. A lo largo del año pasado, la ARRMI atendió a 3.216 menores, en ejecución de 3.784 medidas judiciales. Un total de 466 jóvenes infractores participaron en acciones formativas de inserción social y laboral impulsadas por la Agencia. De ellos, 315 jóvenes firmaron un contrato de trabajo, lo que supuso un incremento respecto al 47% respecto a la registrada en 2020 (214 contrato se formalizaron entonces) debido a las consecuencias de la crisis del coronavirus. "Son datos muy esperanzadores", resume Lorenzo Pedroche, Director del Área de Coordinación de Centros desde hace 17 años.

El director Juan Nebreda destaca que la ley del menor ha agilizado la comunicación entre ellos y los jueces y fiscales

En 'El Laurel', además de la programación común en todos centros del ARRMI -prevención del riesgo; formación educativo-terapéutica y las actividades escolares, deportivas y de ocio- se ofrecen tres programas específicos. El primero está centrado en la intervención por maltrato familiar ascendente, con la participación de casi 700 menores y jóvenes desde su implantación en el 2007. El segundo es el de paternidad responsable (PARES), en el que participaron 3 internos durante el pasado curso, y va dirigido a menores varones que están cumpliendo una medida de internamiento y que reúnen la condición de padres.

Finalmente, hay un tercero especializado en violencia en la pareja (VIOPAR), que actualmente atiende solo a 2 internos. Para que todos estos programas funcionen, los educadores destacan que es imprescindible la relación fluida entre los profesionales de los juzgados y los del centro de menores. El director Juan Nebreda destaca que la ley del menor, instaurada en el año 2000, ha agilizado mucho el canal de comunicación entre ellos y los jueces y fiscales: “Gracias a ese cambio todo es menos opaco y facilita más el seguimiento personal de los chicos”.

En 'El Laurel' predomina el régimen semiabierto (un 75%) frente al cerrado (un 25%)

La Ley Orgánica de Responsabilidad Penal del Menor modificó la anterior, de 1992, se aplica a los infractores desde los 14 años hasta la mayoría de edad y permite justamente medidas alternativas como el internamiento en régimen abierto. Vanessa Rodríguez tiene claro que es positivo: "Esto no es una cárcel, nos permite reencontrar el buen camino sin que sea demasiado tarde". Actualmente, en 'El Laurel' predomina el régimen semiabierto (un 75%) frente al cerrado (un 25%), según datos oficiales de la Comunidad de Madrid. Juan Nebreda especifica el perfil medio: "Suele rondar los 16 años, y la mayoría son jóvenes que han cometido delitos relacionados con el maltrato y la violencia intrafamiliar".

Los demás casos se vinculan a delitos relacionados en el ámbito de la pareja, así como asesinatos y homicidio en grado de tentativa. La Comunidad de Madrid es la segunda región española con la tasa más baja de jóvenes condenados e infracciones penales cometidas por menores entre 14 y 17 años por cada 1.000 habitantes, según datos del INE. Dicha tasa es un 26,3% (menores condenados) y un 34,9% (infracciones penales cometidas) inferior a la media nacional.

No son cárceles

Conviene diferenciar estos centros del mundo penitenciario. Lorenzo Pedroche, director de la Agencia de la Comunidad de Madrid para la reinserción del menor, insiste en que no hay que tratar los centros como 'El Laurel' como si fueran cárceles y resume así sus características: "Hay poca pedagogía al respecto. Realmente se trata de infraestructuras que dan servicio al estamento judicial y cuyo objetivo final es lograr la reinserción social de estos menores". La subdirectora general de la Agencia, Eva Cádiz, ahonda en ello: "Entre los objetivos que tenemos está la de asegurar la reinserción laboral de estos jóvenes, intentar que encuentren su lugar en el mundo". Para lograrlo, hay equipos de docentes, de psicólogos y de educadores sociales trabajando a destajo y mano a mano.

Foto: Policía municipal de Madrid. Foto de archivo. (Policía Municipal de Madrid)

El trabajo que realizan los profesionales va enfocado a mejorar la conducta violenta y los pensamientos destructivos, así como la ansiedad y las adicciones, entre las cuales se encuentra la dependencia del móvil y las redes sociales: "Es uno de los principales problemas, los jóvenes están enganchados al móvil y aquí se les prohíbe usarlo". El equipo de docentes tiene claro que una de las claves es “conseguir que los jóvenes adquieran hábitos de disciplina, constancia y esfuerzo”.

Para facilitar el acceso al mundo laboral a los mayores de 16 años que cumplen condena judicial, hay más de 30 talleres prelaborales, de 15 especialidades diferentes, donde los chavales pueden encontrar su vocación o simplemente mantener una rutina y aplicarse en tareas concretas, como la jardinería, de carpintería o de cerámica. En 'El Laurel', los chavales están divididos en grupos de convivencia por edades y por madurez, concretamente en cuatro. En cuanto a las habitaciones, pueden ser individuales o compartidas entre dos. Los exinternos Suárez y Rodríguez reconocen que para ellos supuso una ayuda: "Tener a compañeros que están en una situación parecida hace que hagas piña y te sientas acompañado".

Lazos relacionales

Lorena Zardaín, psicóloga y actual coordinadora del equipo, detalla lo importante que es el entorno y lo mucho que puede influir en los chavales que tocan fondo: "Cuando entran aquí la mayoría llevan años arrastrando una relación problemática con la familia, por eso trabajamos mucho para mejorar las formas de comunicación entre padres e hijos". Hugo Suárez, de 17 años, interno por denuncias de maltrato a sus progenitores, lo confirma: "Te vas dejando llevar por la inercia, te encierras en ti mismo y piensas que las cosas mejorarán por sí solas, cuando realmente solo van a peor con el paso de los meses”. Para mejorar la relación, realizan encuentros con los educadores o psicólogos presentes: "La primera vez se me hizo incómodo y raro, es duro ver a tus padres a través de un cristal", resume Suárez.

"He aprendido a canalizar la rabia y a hablar las cosas en lugar de tragármelas"

Once meses después, el joven ha mejorado sustancialmente su forma de actuar y relacionarse, como él mismo lo explica: "He aprendido a canalizar la rabia y a hablar las cosas en lugar de tragármelas". Vanesa Rodríguez, otra excompañera, desliza que no solo importa la relación con los padres, sino también con los amigos: “Abandoné a mi grupo de siempre y me enredé con gente turbia que estaba tan perdida como yo, y cuando entré me di cuenta de quienes eran mis verdaderos amigos". Actualmente cursa un FP de estética y lleva una vida ordenada: "Todo es cuestión de voluntad".

Foto:  Centro Penitenciario de Álava, ubicado en la localidad de Nanclares de Oca. (EFE)

La psicóloga Zardaín explica que los entornos tóxicos entre jóvenes también agravan la situación: "Muchos se alejan de las amistades sanas y se juntan con personas que son perjudiciales y les conducen al pozo". La experta es optimista pero también realista, por eso recalca que, a menudo, los tiempos terapéuticos no coinciden con los judiciales: "La adaptación al centro no es fácil, supone un choque". Todo el equipo concuerda que la paciencia es un elemento clave tanto para los chavales como las familias, algo que no siempre resulta fácil aplicar.

Del mismo modo en que el ingreso puede resultar traumático, la salida no siempre es bien recibida entre los jóvenes, como explica Hugo Suárez, a quien le dio un ataque de ansiedad al salir la primera vez de 'El Laurel': “Cuando entras, quieres salir inmediatamente, pero cuando llevas ya unos meses allí, cuesta volver a la vida real porque sales de la burbuja en la que tienes un orden y un control asegurado".

Vanessa Rodríguez va más allá: "El miedo a recaer en la vida de antes está presente, por eso cuando sales y ves que todo depende de nosotros, a muchos nos entra el vértigo". El reto es enorme para todos, tanto para los jóvenes como para el equipo del centro, como recuerda el director, Juan Nebreda: "No es fácil, pero la recompensa es escuchar a los jóvenes tiempo después y ver que, aunque parecía imposible, han reconducido sus vidas". La psicóloga Zardaín, siempre sonriente, saca una conclusión: “Si algo hemos aprendido de la reinserción, es que puede resultar difícil, pero nunca es imposible”.

A Vanessa Rodríguez nunca se le olvidará el primer día que pisó el centro de ejecución de medidas judiciales de Colmenar Viejo, un sitio en el que ha estado viviendo 11 meses. Tenía 17 años, consumía drogas y varios episodios violentos en casa le hicieron tocar fondo: "Llevaba tiempo a la deriva, haciendo lo que me daba la gana, estaba sola con mi madre y ella no podía más conmigo", resume la joven. Dos denuncias por maltrato y coacciones, en un lapso de apenas tres semanas, bastaron para que la policía se personara en su domicilio y la condujera al centro de menores: "Le robé la cartera a mi madre, le arañé la cara y hasta amenacé con saltar por la ventana, estaba intratable”. Vanessa confiesa que la primera semana sintió que se ahogaba, tenía a su novio fuera y solo pensaba en salir, pero pronto se dio cuenta de que aquel sitio era una oportunidad para cambiar: “Aquí no hacen milagros, pero nos brindan orden, objetivos y comprensión". Y añade: "También nos obliga a alejarnos de los entornos tóxicos y centrarnos en nosotros mismos". Ha pasado un año, ya está en libertad y se esfuerza por encontrar un hueco en el sector del marketing. Tanto ella como los educadores reconocen que es otra.

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