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¿Tuna punk? Ataca Paca, la banda callejera que pone música a Madrid
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MÚSICA EN EL RASTRO

¿Tuna punk? Ataca Paca, la banda callejera que pone música a Madrid

Siempre quisieron ser muchos integrantes. Ese es el secreto de este grupo que ha hecho de la calle su laboratorio. Sus voces sorprenden y sus versiones enganchan, aunque nada ha sido igual tras la pandemia

Foto: Ataca Paca al completo en Madrid. (Carmen Negueruela)
Ataca Paca al completo en Madrid. (Carmen Negueruela)

Juan Valle entró por la puerta del Imaginarium sin saber qué le esperaba. Encontró un regalo para su sobrina, y se compró otro para él: un pequeño piano con apenas capacidad de resonancia, pero con cierto ritmo. Este pianista es uno de los diez integrantes de Ataca Paca, el grupo de música callejera que deleita al viandante madrileño como si de una tuna punk se tratara. Traviesos en sus melodías, canallas en sus versiones, la decena de músicos procedentes de hasta seis países diferentes se fusionan en unas melodías en las que todo cabe: viento, cuerda y percusión. Aquí todos cantan, o corean, o bailan, y siempre sonríen. Apostados en los lugares más céntricos de la capital, le estarán esperando a la vuelta de la esquina.

Hace diez años que Simone Rossi llegó a España desde Italia y es el artífice de todo. Él ya tenía experiencia en esto de tocar en la calle, con las gratificaciones y sinsabores que conlleva. En 2017 empezó a buscar la respuesta a una pregunta: ¿Qué pasaría si decidiese montar una banda cuya característica principal fuera que estuviera compuesta por muchos integrantes? “Quería que no fuera concebible una versión reducida de ella, que su calidad estuviera relacionada y dependiera de la cantidad de miembros de la banda”, detalla el músico.

placeholder Ataca Paca por las calles de Madrid. (Carmen Negueruela)
Ataca Paca por las calles de Madrid. (Carmen Negueruela)

Así fue el parto de Ataca Paca, que tras años de andadura ha llegado a ser una conjunción de música, danza y teatro. Un espectáculo casi sin igual que bebe de todos y cada uno de los participantes. “Siempre he visto a gente con mucho talento tocando en la calle como solista o metidos en dúos, proyectos que no expresaban al máximo sus potencialidades. Superamos las mil dudas que nos surgieron y acabamos formando la banda”, reflexiona Rossi.

Desde luego, cuadrar agendas no ha sido nada fácil. Menos mal que la calle estaba ahí. “Eso es lo que nos ha salvado, es la única forma que yo le veo a que esto pueda ser sostenible, la calle. Ataca Paca también tiene como característica principal que tocamos en acústico, aunque ahora hayamos empezado a ir a salas. Nos encanta esa libertad de movimiento, de expresión e improvisación que te da el no estar pendiente de un cable o micro”, subraya el fundador de la banda.

Fusión de géneros

Rossi, que también es un virtuoso del clarinete, habla de un antes y un después del coronavirus. Al fin y al cabo, lo que a ellos les da de comer son las pequeñas aglomeraciones que pueden generar en cuanto desenfundan sus instrumentos. Esa “conexión espontánea”, como dice este músico, tan solo es posible con la música callejera, con los sonidos inesperados en la calle de al lado. Y aunque nadie se dé cuenta gracias a su virtuosismo, cualquiera de sus actuaciones en el centro de Madrid suponen un ensayo para ellos.

placeholder Ataca Paca tocando frente al público. (Carmen Negueruela)
Ataca Paca tocando frente al público. (Carmen Negueruela)

Ritmos que transitan la cumbia, el tango flamenco, el rock, el pop, la rumba flamenca, la canción de autor y hasta la música balcánica se aglutinan uno tras otro en su repertorio. De hecho, ya tienen dos discos: 'El museo de la radio' (2017) y 'Os están timando' (2019). Si alguien les pregunta qué género tocan responden que “rumba violenta”. No están muy equivocados a tenor de las caras que tienen algunos de sus espectadores improvisados los domingos en El Rastro. Según Rossi, “era inevitable una conexión así, entre un lugar como ese y una banda callejera como esta. En sus mejores momentos éramos tres o cuatro grupos, incluso había guerra de posiciones para encontrar los mejores sitios”.

La calle, su centro de trabajo

Como cualquiera que trabaje en ella, Ataca Paca conoce bien los estragos de trabajar en la calle. Si llueve, no salen, y si salen, nadie les asegura que la Policía les echará del lugar. El Ayuntamiento de Madrid no permite música callejera con amplificación, un aspecto que cambiaron mientras se tramitaban las licencias, pero esto no les afecta a Ataca Paca. Sí se muestran en contra del sistema con el que el Gobierno de la ciudad pretende regular las actuaciones en la calle: “Dan 500 licencias cada seis meses. Si las pide menos gente, todos las conseguimos. Si las piden más, las sortean. ¿Pero qué sistema es ese?”, se pregunta el artífice del grupo. Él mismo afirma que “la licencia no tiene ningún coste, pero tampoco ninguna utilidad”, pues los músicos callejeros siguen estando a merced del humor del policía de turno, asegura.

Los músicos callejeros siguen estando a merced del humor del policía de turno, expresa

De todas formas, los incidentes de este tipo siempre han sido los menos. En Ataca Paca saben bien dónde ubicarse para molestar lo menos posible al vecindario. De todas formas, la suerte del viandante que se encuentra con la banda se puede convertir en la desgracia del vecino o vecina que viva encima de donde se han establecido. Si es su caso, que sepa que durante unas tres horas, con descansos cada algo más de media hora, Adrián Márquez tocará el tres cubano; Grege Robbins, el contrabajo; escuchará las voces y guitarras de Carlos Beluga y José Ramón Arredondo; Oğulcan Güzeller estará con el cajón, cerca del violín de Santiago Vokram; al lado, a su vez, de Saray Frutos, quien cantará, dará palmas y estará a la percusión.

placeholder Ataca Paca. (Carmen Negueruela)
Ataca Paca. (Carmen Negueruela)

A todos ellos se suma el propio Rossi, el mencionado Valle y Flor Goldstein. Su papel en la banda, además de los coros que todos ellos hacen, se centra en el saxo y la percusión. “Estaba enamorada de la música en la calle. Me iba sola con mi saxo, sin bases ni nada, incluso escribí Instantáneas callejeras, un libro sobre mi experiencia”, cuenta esta argentina de 46 años. De repente, se encontró con un tropel de energía desbordante en Ataca Paca, así que le llevó “un tiempito” encontrar su personaje en la banda. “En el escenario callejero todos nos convertimos un poco, somos personajes porque hay algo muy teatral en ello, de energía grupal, que no es la misma que tenemos cada uno por separado en otros proyectos”, precisa.

Vivir para tocar, tocar para vivir

Goldstein forma parte de Ataca Paca casi desde el principio, así que sabe bien la montaña rusa por la que han pasado: “Tuvimos un momento de apogeo. Nos iba fenomenal tanto a nivel económico, como artístico y grupal. Luego llegaron algunos momentos desesperantes, muy complicados, por cuestiones de Policía y permisos, y por último la pandemia”, relata con cierto pesar. Ella, que vive en Aranjuez, dice que malvive o sobrevive de la música dependiendo del momento. “Callao fue uno de nuestros primeros puntos fijos, pero en realidad somos unos buscavidas. El Rastro nos gusta, hay mucha gente, pero también es muy intenso, sales de ahí mareado de tanta locura”, agrega la saxofonista.

Valle, un malabarista de las teclas, guarda una relación de amor-odio con su instrumento estrella

Cuando tocan los domingos en la zona de La Latina, se suelen ir contentos a casa. Goldstein se ríe cuando lo dice, pero en realidad nada es comparable a los momentos previos a la pandemia: “Hubo temporadas buenas de Ataca Paca en las que salíamos tres o cuatro mañanas por semana y nos sacábamos un sueldo cada uno”. Buen momento para recordar que son una decena de integrantes, cuando no once miembros, en el grupo.

Teatro musical

Ella venció ese miedo a la exposición callejera, similar a lo que tuvo que hacer Valle, el del pianito. Él también se encarga de la percusión y los coros en Ataca Paca, donde ha terminado tras haber estudiado dramaturgia en la RESAD madrileña. Cuando canta y toca el pequeño instrumento, de cuclillas en el empedrado, se le hincha la vena. Parece que lo vive más que nadie: “Esto tiene una cosa participativa, de ir hacia delante siempre, como una diversión frenética que viniendo del teatro me encanta. Es una cosa muy chillada, intensa, de interpelar al público”.

placeholder Ataca Paca. (Carmen Negueruela)
Ataca Paca. (Carmen Negueruela)

Este malabarista de las teclas guarda una relación de amor-odio con su instrumento estrella. “Este piano cabrón no tiene nada de resonancia, así que tienes que subdividir el ritmo, tiquitiquití, tiquitiquití, tiquitiquití, para darle algún sentido”, dice por teléfono. La falta de actuaciones y el consumo de sus ahorros durante este último tiempo le ha hecho venderse al capital, según sus propias palabras. “Trabajo en un call center haciendo socios de Greenpeace por las mañanas y también doy alguna clase de música a chavales”, explica. Todo se resume en ahorrar algo para que en cuento avance la primavera pueda dedicarse solo a la música.

La calle, como a todos, les quita seguridad económica y brillo en algún que otro aspecto, “porque estás pidiendo dinero, al fin y al cabo”, apuntilla Valle. Eso es estar en el barro, dice, un barro en el que también crecen las flores que no germinan en ningún otro lugar. “Me pudo hundir en el barro, claro que sí, pero es que con Ataca Paca lo combates con un grupo muy grande a tu lado. Para mí salir a tocar es como cuando te vas al patio con tus colegas en el colegio”, agrega el pianista. “¿Qué si pienso hacer esto toda la vida, sin cotizar ni nada? Pues mira, no lo sé, pero creo que acabaría más quemado si estoy cinco horas jodido trabajando que tocando el instrumento que me gusta en la calle tres días a la semana”, zanja Valle.

Juan Valle entró por la puerta del Imaginarium sin saber qué le esperaba. Encontró un regalo para su sobrina, y se compró otro para él: un pequeño piano con apenas capacidad de resonancia, pero con cierto ritmo. Este pianista es uno de los diez integrantes de Ataca Paca, el grupo de música callejera que deleita al viandante madrileño como si de una tuna punk se tratara. Traviesos en sus melodías, canallas en sus versiones, la decena de músicos procedentes de hasta seis países diferentes se fusionan en unas melodías en las que todo cabe: viento, cuerda y percusión. Aquí todos cantan, o corean, o bailan, y siempre sonríen. Apostados en los lugares más céntricos de la capital, le estarán esperando a la vuelta de la esquina.

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