La Diputación de Ourense cumple más de tres décadas con la familia Baltar al frente
José Manuel Baltar repite como presidente de la Diputación de Ourense para cumplir 36 años de saga familiar. Tercera investidura consecutiva de para él y la novena con el mismo apellido
La Diputación de Ourense es la segunda empresa en número de empleados de la provincia gallega. El dato ayuda a entender las peculiaridades de una entidad que lleva el mismo apellido desde 1987, cuando José Luis Baltar, el autodenominado “cacique bueno”, la heredó de su padre político, Victorino Núñez, para 26 años después dejársela en herencia a su hijo biológico, José Manuel Baltar. Tras un controvertido acuerdo con quien venía siendo su demonio doméstico, Gonzalo Pérez Jácome, Baltar hijo renovó este viernes su mandato. Cuando concluya habrán transcurrido 36 años de baltarismo en Ourense, un período caracterizado por las sospechas de nepotismo y por la tensión de las relaciones con Fraga y Feijóo, que siempre han tenido en el PP de Ourense un aliado tan incómodo como imprescindible.
Fue la tercera investidura consecutiva de José Manuel Baltar y la novena con el mismo apellido. Pero hubo novedades: los populares de Ourense ya no son aquel partido que lograba porcentajes del 70% en las elecciones municipales, sino otro muy mayoritario pero ya no absoluto. La palabra pacto ha entrado en el vocabulario de quienes llevan tres décadas de rodillo, lo que no ha supuesto demasiados problemas para el segundo miembro de la saga. El comodín que necesitaba fue el no menos polémico Jácome, un ciudadano que derivó en la política desde su televisión pirata local, en la que las tertulias se riegan con abundantísimo vino Ribeiro. Pese a haberse convertido en un látigo de Baltar en los últimos cuatro años, ya había avisado de su falta de escrúpulos para pactar “hasta con el diablo”. Y con su diablo pactó: la Diputación para el PP y el Ayuntamiento de Ourense para Democracia Ourensana.
El PP de Ourense abrazó a Jácome y lo hizo alcalde a cambio de más Baltar. Y así llegó al pleno de investidura de este viernes su reelegido presidente, fanático de los Beatles y del Real Madrid, que gobernará en coalición y tendrá como vicepresidente a Armando Ojea, de Democracia Ourensana. Que la relación se vislumbra tensa pudo comprobarse en el discurso de investidura, aplaudido desde las filas populares y seguido con la cabeza agachada por los diputados de DO. Tampoco los del PP aplaudieron a Jácome cuando fue investido alcalde, recordaría el nuevo regidor de la capital orensana tras la sesión. “Estoy totalmente orgulloso de lo que hicimos”, añadió Jácome, aunque asumió un punto de contrición al justificar el acuerdo: “Los pactos no dejaron otra salida”.
La situación de Ourense no es cómoda para el presidente de la Xunta y de los populares gallegos, Alberto Núñez Feijóo. Nunca lo ha sido para quien ha tratado de darle un barniz de modernidad al partido tras los cuatro mandatos de Fraga, pero se vio obligado a renovar la alianza con una formación, el PP de Ourense, que actúa en la práctica como un socio independiente. En 2004, cuando el fundador del partido gobernaba Galicia con una mayoría absoluta pero ajustada, seis diputados autonómicos afines a Baltar padre se encerraron en un piso de Santiago e hicieron temblar los cimientos de su gobierno durante varios días, hasta que Fraga cedió. Feijóo vio la gran oportunidad de acabar la saga en el congreso provincial de 2010, cuando impulsó un candidato alternativo que debía apear a los Baltar de la dirección provincial. Fracasó.
Feijóo vio la gran oportunidad de acabar la saga en el congreso provincial de 2010, cuando impulsó un candidato alternativo que debía apear a los Baltar
A Feijóo también gustó de humillarlo el cacique bueno. Por más que exhiba el presidente de la Xunta su perfil urbanita a caballo entre A Coruña y Vigo, su procedencia de Os Peares lo sitúa en el centro de la provincia de Ourense, de la que quiso ser cabeza de lista en las autonómicas de 2005. Baltar padre le negó la petición al entonces emergente número dos de la Xunta, y lo animó a “foguearse” en otra circunscripción. Optó en su lugar por la desconocida Amparo González de la que nunca más se supo en el mundo de la política. Aunque no todo es odio en la relación entre el presidente y el baltarismo, responsable de afiliar a Feijóo nada más aterrizar en Madrid en 2003 y partidario también de su candidatura cuando rivalizó con José Manuel Barreiro por la presidencia del PP gallego. Tras comprobar, eso sí, que su candidato, Xosé Cuiña, se había caído de la carrera.
Las maneras de los Baltar sirven tanto para unas elecciones como para un congreso, y precisamente durante el que sirvió para ceder el testigo de padre a hijo se produjeron las masivas contrataciones en la Diputación –en su mayoría de compromisarios o sus familiares– que acabarían por provocar la inhabilitación del padre. Sufría Feijóo en sus carnes los métodos que tanto denuncian los partidos que se enfrentan al PP provincial en las elecciones. De nada sirvieron las llamadas de la sede regional y de Génova a la neutralidad. “Eso no se le puede pedir a un padre”, contestó el progenitor. Los pitos con que buena parte de los asistentes despidieron a Feijóo ilustran que aquello es territorio hostil.
Los pitos con que buena parte de los asistentes despidieron a Alberto Núñez Feijóo ilustran que aquello es territorio hostil
En esas circunstancias, no extraña que Feijóo renunciara a asomarse este viernes por el pleno que consagró el último resquicio de poder local del Partido Popular gallego, apeado tras los malos resultados de las municipales de las siete ciudades y de las otras tres diputaciones provinciales. No fue de hecho ningún representante de la dirección regional a arropar la reelección de José Manuel Baltar, más allá de la delegada de la Xunta en la provincia, Marisol Díaz Mouteira. Quien sí acudió fue el padre del presidente, que aplaudió con pasión un discurso que en muchos aspectos choca con el ideario de Feijóo, por no hablar del nuevo presidente del partido, Pablo Casado.
Lo hizo al demandar para Galicia “mayores cotas de autogobierno como nacionalidad histórica, como nación cultural diferenciada, solidaria y generosa, en una España plural que avance y no retroceda”. “¡Hagámonos oír!”, exigió. Ahí está una de las claves ideológicas del PP de Ourense, último reducto del antes conocido como sector de las boinas: la facción rural de los populares gallegos, en contraste con la más urbana de los birretes. El baltarismo no renuncia con José Manuel Baltar a un ideario que a menudo lo ha situado en las proximidades del nacionalismo del BNG, para desesperación de los sectores más recentralizadores del PP. Tampoco abdica de su orensanismo, el concepto más repetido durante su intervención. “Soy orensano y siento pasión por Ourense”, reivindicó.
Son doctrinas que no entusiasman a Feijóo, que probablemente hubiese estado dispuesto a sacrificar la Diputación de Ourense a cambio de quitarse de en medio a tan incómodo correligionario. Pero con las perspectivas que han dejado las dos últimas citas electorales en Galicia, en las que el PP se ha visto superado por primera vez por otro partido, y con unas autonómicas previstas para 2020, renunciar al apoyo de la maquinaria electoral de Baltar sería lo más parecido a pegarse un tiro en el pie.
La Diputación de Ourense es la segunda empresa en número de empleados de la provincia gallega. El dato ayuda a entender las peculiaridades de una entidad que lleva el mismo apellido desde 1987, cuando José Luis Baltar, el autodenominado “cacique bueno”, la heredó de su padre político, Victorino Núñez, para 26 años después dejársela en herencia a su hijo biológico, José Manuel Baltar. Tras un controvertido acuerdo con quien venía siendo su demonio doméstico, Gonzalo Pérez Jácome, Baltar hijo renovó este viernes su mandato. Cuando concluya habrán transcurrido 36 años de baltarismo en Ourense, un período caracterizado por las sospechas de nepotismo y por la tensión de las relaciones con Fraga y Feijóo, que siempre han tenido en el PP de Ourense un aliado tan incómodo como imprescindible.