El bar de Valencia donde se celebran las canciones perdidas
El karaoke del Café Ermità de Valencia reúne cada jueves a un puñado de melómanos para interpretar canciones de artistas de culto, con un pianista como maestro de ceremonias
Los karaokes son esos espacios de esparcimiento terapéutico situados en el escalafón artístico, justo entre el vociferio amateur de la ducha de las ocho de la mañana y el semiprofesionalismo de la jam session de las once de la noche. En un callejón de la Valencia vieja, entre el Palau de la Generalitat y el Portal de Valldigna, las paredes en piedra del Café Ermità siguen ajenas al paso del tiempo. Fundado en 1982 como Café Obispo, este bar literario fue rebautizado como Los Dalton, en los primeros años noventa, y Café del Temps, entre 1997 y 2007, momento tras el cual recibió su nombre actual. En este escondite del barrio del Carmen se encuentra el karaoke más íntimo de la ciudad.
Adecuado al canon de bar cultural, las exposiciones pictóricas de sus muros nos encaminan hacia una barra de madera desde la que observamos un pequeño escenario frontal con cortinas recogidas. Cada jueves, a las 20 de la tarde, Gilberto Aubán planta su piano eléctrico junto al mostrador para disparar un repertorio de karaoke imposible. Aquí se canta por el indie inmemorial de El Niño Gusano, Astrud, Tachenko, Nacho Vegas o Family. También se atreven con Beck, Rammstein, Demis Roussos, Mamá Ladilla, Radiohead y toda la obra de Franco Battiato. Los más clásicos frecuentan a Luis Miguel, sin reproche y con coros de acompañamiento popular: no hay bolero malo.
Este músico valenciano lleva casi veinte años siendo parte imprescindible de la escena independiente, tanto con su proyecto en solitario, Gilbertástico, como acompañando a Tórtel, Dwomo, Amatria, Pablo und Destruktion, Belén Riquelme, Ana Elena Pena o Alberto Montero, además de rodar por el territorio nacional con el Dúo Caifás cada Semana Santa interpretando Jesucristo Superstar, junto a Antonio J. Iglesias. “Últimamente, también estoy tocando en galas y entregas de premios. Es algo muy exótico. Siempre soñé con tener el trabajo de Pablo Sebástian, de Cine de Barrio, y esto se parece bastante”, comenta Aubán.
El proyecto nació en 2019 por requerimiento del gerente de la sala Matisse, un local del barrio de Algirós que reformulaba su programación musical de entre semana. "José Ramón y yo fuimos de pequeños a La Escolanía, un centro de intensa educación musical, así que nos apetecía mucho colaborar, tantos años después. Tiene un piano de cola, así que le comenté la idea de hacer un karaoke con piano, cosa que le encantó. Lo ubicamos los miércoles, ya que la idea era animar los días menos populosos de la semana. Todos los días, previo al pianoke, hacíamos también un espectáculo de teatro de improvisación musicado con mis compañeros de La Brújula", explica Gilberto.
Con el cierre pandémico y las consiguientes restricciones para la música en vivo a lo largo de 2020 y parte de 2021 el pianoke finalizó, hasta que el dueño del Café Ermità, Héctor, se interesó por el evento y este se trasladó al corazón histórico de la ciudad. "Aquí la relación con la gente que viene es estrecha: hablo frecuentemente por teléfono con varias de las personas que cantan, me mandan sugerencias e incluso a algunas les he empezado a dar clase de piano o guitarra", cuenta Aubán, "aquí han nacido parejas, otras se han roto, se han hecho grupos de amigos nuevos... En fin, se ha convertido en un pequeño universo, el clan de los pianokers".
El catálogo del pianoke se sale de la norma de los karaokes habituales incorporando canciones de autores y grupos que difícilmente aparecen en otros lugares. Gran parte de este acervo musical viene de la experiencia de Gilberto como músico de escenario de diversas bandas. "Mola poder cantar temas geniales que escapan al gran público, pero sin renunciar a la música más comercial. Por otro lado, están los muchos años de profesor de piano, las canciones que me piden las alumnas y alumnos son buena parte del repertorio", prosigue el pianista, "también las colaboraciones esporádicas con orquestas dan mucho material y, por supuesto, mi propio disfrute personal, pues desde que tengo memoria he estado aprendiendo canciones que me gustaban por mero entretenimiento".
A las nueve y media de la noche, Cecilia pide la vez. Es uruguaya y fan de Andrés Calamaro, pero no canta Hace calor, Sin documentos o Estadio Azteca porque al pianoke se viene a arriesgar. Se anticipa diez años al éxito masivo de Los Rodríguez, en la España de 1993, y acude a un momento fundacional en la carrera del argentino: Mil horas primer éxito de Los Abuelos de la Nada. Clava la primera estrofa, al unísono con los veinte asistentes, y enmudece tras el verso inicial de la segunda. Los coristas continúan hasta que ella engancha el estribillo. Al acabar, alguien comenta que el músico porteño la compuso para otra Cecilia, Szperling, que lo dejó plantado bajo la tormenta en la avenida Crámer de Buenos Aires, hace ahora 40 años.
Los karaokes son esos espacios de esparcimiento terapéutico situados en el escalafón artístico, justo entre el vociferio amateur de la ducha de las ocho de la mañana y el semiprofesionalismo de la jam session de las once de la noche. En un callejón de la Valencia vieja, entre el Palau de la Generalitat y el Portal de Valldigna, las paredes en piedra del Café Ermità siguen ajenas al paso del tiempo. Fundado en 1982 como Café Obispo, este bar literario fue rebautizado como Los Dalton, en los primeros años noventa, y Café del Temps, entre 1997 y 2007, momento tras el cual recibió su nombre actual. En este escondite del barrio del Carmen se encuentra el karaoke más íntimo de la ciudad.
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